sábado, 5 de agosto de 2023

CARTA JELIS BERNAERTS A ESPOSA 1559

 TESTAMENTO ESCRITO POR JELIS BERNAERTS A SU ESPOSA, ESTANDO EN LA PRISIÓN EN AMBERES, DONDE FUE EJECUTADO A CAUSA DE LA PALABRA DEL SEÑOR, 1559 d. de J.C.

Bibliografía. El Sacrificio del Señor- Autor anónimo   Primera edición Año de 1562

Gracia y paz te sean multiplicadas, mi querida y amada esposa y hermana en el Señor, “como las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1.2–4).

Mi amada, por ellas eres participante de la naturaleza divina, si huyes de la concupiscencia de este mundo, como hasta ahora lo has hecho al renunciarla y al aceptar la regeneración, la fe y la manifestación de la obediencia, la cual demostraste por medio del bautismo, en el cual te vestiste de Cristo, y por medio de ello te convertiste en participante de la naturaleza divina. Y esto no fue hecho por las obras de justicia que hiciste, sino que te salvó por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3.5). Si perseveras en esto hasta el fin y si eres paciente en cualquier cosa que te suceda, tú heredarás lo que te ha sido prometido. Alaba a Dios y dale las gracias por todos los beneficios gloriosos que has recibido. Bendice a Dios el Padre por medio de Jesucristo, aunque te ha sobrevenido la tribulación por mi partida a causa del Señor. Y sabe también que según la gran

misericordia de Dios, él nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada para ti y para todos los que están en la misma fe, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual tú, mi querida y amada esposa, te alegras, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengas que ser afligida en diversas pruebas. Porque sí, mi amada, somos probados de diversas formas a fin de que se haga manifiesto si realmente amamos al Señor (1 Pedro 1.3–6).

Por tanto, esfuérzate, mi amada, aunque te sobrevengan aun más tribulaciones; porque es por medio de mucha tribulación y aflicción que entramos en el reino de Dios. Y, como también dice

Eclesiástico en el capítulo 2, versículos 1 al 5: “Hijo mío, si tratas de servir al Señor, prepárate para la prueba. Fortalece tu voluntad y sé valiente, para no acobardarte cuando llegue la calamidad. Aférrate al Señor, y no te apartes de él. (…) Porque el valor del oro se prueba en el fuego, y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento”.

No obstante, mi amada, es así que Santiago escribe en su primer capítulo: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”; porque cuando enfrentamos la tribulación, necesitamos mucha paciencia. Por tanto, te suplico desde lo más profundo del corazón y del alma, que tengas buen ánimo y con paciencia permitas que la prueba de tu fe se haga manifiesta, como dice Pedro: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1.7–9). Entonces ya no habrá más aflicción, tribulación, oprobio, persecución, gemido, llanto ni lamento (Apocalipsis 21.4). Por tanto, esfuérzate y ten en cuenta que el sufrimiento que experimentemos aquí pasará, y toda la gloria y los placeres de este mundo quedarán reducidos a nada. Pero fíjate constantemente en las gloriosas promesas del futuro que nos han sido hechas y que se cumplirán para los que creen, si perseveramos, ya que fiel es el que promete, porque el Señor no retarda su promesa (Mateo 24.13; Hebreos 10.23; 2 Pedro 3.9). Pero esfuérzate y confía en él, porque él no te dejará. Echa toda tu ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de ti; por cuanto el que te ha llamado y te ha elegido es un Dios de toda gracia, como dice Pablo.

Mas el Dios de toda gracia, que te llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayas padecido un poco de tiempo (nota,él dice: “un poco de tiempo”), te perfeccione, afirme, fortalezca y establezca en lo que has aceptado, o sea, en la fe en él y en su Hijo unigénito, Jesucristo nuestro Señor. “A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 5.10–11).

Después de este afectuoso y cariñoso saludo a ti, mi querida, elegida y amada esposa y querida hermana en el Señor, quiero decirte que he recibido tu carta, en la que me escribes que te escriba un testamento. No me negaré, si el Señor me da la oportunidad; porque si pudiera ayudarte con mi sangre, lo haría. Mas ahora no puedo ayudarte, a no ser escribiéndote. Lo hago para tu consuelo, por un verdadero amor fraternal y desde lo profundo del corazón, tratando de terminar esto con la ayuda y la gracia del Señor, con la misma opinión con la que lo comencé. Sabe, por tanto, mi querida esposa y hermana en el Señor, que nuestro Dios visitó a su pueblo en la antigüedad, cuando ellos estaban en Egipto bajo la esclavitud del rey Faraón, a quien tuvieron que servir durante casi quinientos años. Y cuando fue su voluntad librarlos, levantó a Moisés como su líder. Por él, Dios los libró de la esclavitud de Egipto y los condujo al Mar Rojo, en donde ahogó y redujo a nada al rey Faraón y a todo su ejército (con el cual los siguió), librándolos de sus manos. Así fue como llegaron al desierto, para continuar hacia la tierra que les había sido prometida. Y Jehová Dios, mediante Moisés su líder, les dio leyes y costumbres que ellos debían cumplir. Mas ellos no siguieron en su ley, por lo que Dios se enojó y juró en su ira que no entrarían en su reposo. ¿Con relación a quién juró? ¡Con relación a los incrédulos! Y vemos que ellos no entraron allí, y esto a causa de su incredulidad. Después de haber pasado esto, el Señor habló por medio del profeta, y dijo: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo

seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de

ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31.31–35). Ahora en estos días postreros, él ha revelado este pacto, dado por medio de su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Él es el verdadero

Moisés, que nos ha tomado de la mano y nos ha sacado de Egipto, donde todos nos sentábamos y servíamos al diabólico rey Faraón, bajo quien fuimos cautivos por el pecado. Somos redimidos de sus cadenas y esclavitud por Cristo, que por medio de su muerte y el

derramamiento de su sangre nos redimió y nos reconcilió. Nos libró del diabólico rey Faraón, a quien él destruyó y ahogó en su sangre, cumpliendo así el Antiguo Testamento. Porque todo lo que estaba escrito en la ley y en los profetas tenía que cumplirse (Hebreos 1.2; Mateo 5.17; Lucas 24.44). Así se cumplió, y el Nuevo Testamento se confirmó con su sangre. Como ya he dicho, él había prometido este cumplimiento mediante los profetas; ha sido proclamado a nosotros por medio del evangelio, y fue confirmado con señales y prodigios hechos por él y sus santos apóstoles. Después de su resurrección, él los envió a predicar a todas las naciones para que todo aquel que crea y sea bautizado, sea salvo. También les mandó enseñar a guardar todas las cosas que él había mandado (Hebreos 2.4; Mateo 28.20).

Y ahora, mi amada esposa, somos el pueblo que Dios eligió antes de la fundación del mundo. Él hizo un mejor pacto con nosotros que el que hizo con Israel, quienes diariamente tenían que ofrecer sacrificios por sus pecados, con los cuales, sin embargo, no pudieron expiarse (Efesios 1.4; Hebreos 7.22, 27). Por cuanto ofrendas y holocaustos y expiaciones por el pecado no quiso, ni le agradaron, las cuales se ofrecían según la ley. Entonces él (Cristo), dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho [como está escrito en Jeremías 31.31]: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10.8–18).

Así que, mi querida y amada esposa, tenemos libertad (versículo 19) “para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios”, que es la iglesia, habiéndola purificado con su sangre, para que fuese santa, sin mancha ni arruga; de la cual eres un miembro, porque ella es el cuerpo de Cristo y nosotros los miembros del mismo cuerpo, y Cristo es la cabeza y el sacerdote de la casa de Dios (como aparece en Efesios 5.26–27; 1.22). Por tanto, mi muy amada, “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”. Es decir, desechemos toda inmundicia de corazón y de espíritu, perfeccionando la justicia y la santidad. “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros [esto te lo suplico, mi muy amada] para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10.22–24; 2 Corintios 7.1). Teniendo en cuenta que eres hija del Nuevo Testamento, te escribo la presente como un testamento según tu petición. Por tanto, es mi petición a ti, mi querida oveja, (despreciada de los hombres pero elegida de Dios, y llamada a su Testamento) que ya que él nos dejó este Testamento, recordemos su muerte, o sea, la partición del pan. Mostramos así que él fue quebrantado por nosotros en la cruz, y de esta manera también recordamos que somos librados por él de las manos de nuestros enemigos.

Esto él nos dejó como un Testamento eterno para cumplirlo, así como se les mandó a los hijos de Israel que comieran la pascua y que la cumplieran anualmente como memoria de haber sido librados del rey Faraón.

Todo eso fue un ejemplo y una sombra de lo que ahora tenemos, la verdadera sustancia, en el verdadero cumplimiento de nuestra   redención mediante el verdadero Cristo pascual. Lo tenemos también en su comunión, en la cual, sin duda, estás incluida, ya que hace poco tiempo nos lo demostramos los unos a los otros al partir el pan y beber el vino. Así demostramos que somos partícipes delNuevo Testamento y de las gloriosas promesas dadas a los hijos del Nuevo Testamento. Por tanto, es mi petición que perseveres

con toda diligencia hasta el fin, para que puedas heredar todas las promesas, porque el que venciere heredará todas las cosas.

“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre”; y le daré otras promesas hermosas que, como bien sabes, son prometidas a todos los que vencen (Apocalipsis 21.7; 3.5, 21).

Por tanto, mi amada, procura seguir fiel, porque aún estás en el desierto donde tendrás que ser probada, así como Israel fue probado cuarenta años para que Dios pudiera manifestar lo que había en su corazón. Así que todos los que no permanecieron firmes perecieron y no pudieron heredar las promesas, como mencionamos anteriormente. Pero ahora tenemos un mejor pacto, el cual es para siempre, y no es como el de Israel que fue escrito en tablas de piedra, sino que éste ha sido escrito en tablas de carne de nuestro

corazón (Hebreos 8.6).

Así que, mi amada, como ahora tenemos un mejor pacto, anda en él mejor y continúa firme en la fe. Deja que esta fe se manifieste por los frutos de la fe, y que la ley, que ahora está escrita en tu corazón por el Espíritu de Dios, sea leída en ti, al cumplir tú las obras del Espíritu Santo. Así serás una carta de Cristo, que a su vez pueda ser leída por todos a quienes te manifiestas, como Pablo testifica de los corintios (2 Corintios 3.3). Pablo dice que ellos fueron la carta de

Cristo expedida por ellos, “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”.

Por cuanto, Cristo también dice (Mateo 5.16): “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre”. Porque si ahora tenemos un nuevo pacto dado por Cristo, quien es nuestro líder y dador de la ley, tenemos que guardar sus mandamientos, seguirlo (como te escribí en las otras dos cartas) y manifestar su imagen, así como la imagen del Padre fue manifestada por él. Él le dijo a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14.9–10).

Ahora bien, mi amada, has escuchado el evangelio por la gracia de Dios, el cual ha sido predicado en todo el mundo. Lo crees, y has sido obediente a él, y yo confío por la gracia del Señor en que aún lo eres. Estás revestida de Cristo, así que, permítele manifestarse en ti, así como la imagen del Padre se manifiesta en Cristo. Él la manifiesta por medio de las palabras y los milagros, tal y como tú siempre manifiestas a Cristo por medio de un puro caminar cristiano; y así sigues verdaderamente a Cristo. Él es el verdadero Moisés, que fue primero que nosotros. Síguelo con valor, sin importar con lo que te enfrentes en este desierto, ya sea tribulación o aflicción, sufrimiento o persecución. Esfuérzate; Cristo está delante de nosotros. Síguelo audazmente, porque el siervo no es

más que su señor; ni el discípulo es sobre su maestro, ni la esposa a su marido, ni la criada a su ama. Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor, y la esposa como su esposo, y la criada como su ama.

Por tanto, amada hermana en el Señor, esfuérzate, y considera la aflicción y la paciencia de Cristo y de todos los testigos piadosos que desde el principio hasta ahora han seguido a Cristo (Santiago 5.10). Él no los dejó sin consuelo, como tampoco nos dejará a nosotros sin consuelo, los que estamos encarcelados aquí por causa del mismo testimonio, sino que nos da abundante consuelo y fortaleza por el poder de su Espíritu Santo; eternas alabanzas a él por esto.

Así que, esfuérzate, persevera sin cesar en la oración y la súplica. Demuestra así que eres hija del Nuevo Testamento, que la ley del Señor está escrita en tu corazón y que, por tanto, en ti es manifiesta. Que el Dios misericordioso te fortalezca con este fin, por medio de su Hijo y el poder de su Espíritu Santo. Con esto (ya que no tengo más papel), te encomiendo, mi querida esposa, al Señor y a la palabra de su gracia. Escrito por mí en prisión el lunes,

Jelis Bernaerts, tu querido esposo.

Bibliografía. El Sacrificio del Señor- Autor anónimo  Año de 1562

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