martes, 21 de mayo de 2024

NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE ESTE

Jueves, 19 de mayo de 2016

2 GUERRA MUNDIAL-

NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE ESTE

Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la sangre que tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la vida a sus paisanos?   ¿Estábamos allí para MATAR japoneses, o para SALVARLOS? 

UN JAPONES VE LA VERDAD  (Condensado de la revista “The American Mercury”) 

Por William Bradford Huie

  Selecciones MAYO 1944 

Hidalguía en la guerra __ I.

Durante el ataque de la isla de Attu por los norteamericanos, el doctor Cass Stimson y sus ayudantes emprendieron, en el barco de suministros donde se hallaban, la ardua tarea de atender  a los heridos que les llevaran. Los lanchones de la cruz roja iban a la costa y volvían cargados de victimas. Stimson y McCroskey, su anestesista, se afanaban por operar con toda la prontitud posible. En cubierta, varios heridos aguardaban estoicamente su turno. Kovitz, el practicante de a bordo, y Yeargin, un marinero les aplicaban plasma, morfina y los maravillosos sulfos. Desde el encarnizado combate de Chichagof, las lámparas  del cuarto de operaciones permanecían encendidas toda la noche.

Ni un torpedo hubiese producido la conmoción que causó la camilla con el soldado japonés Ito. Cuando lo depositaron en la cubierta al lado de los norteamericanos, todos lo miraron con sorpresa y rencor. Ito no era un hermano de armas. ¡Era el enemigo! DESPRECIABLE ENANO DIENTUDO QUE ODIABA a los Estados Unidos y a los norteamericanos. No hay palabras para pintar lo sucio que estaba. Hedía a carroña. Un artillero que lo miraba desde su barbeta gritó “Oigan mentecatos, échenlo al agua antes que nos asfixie a todos” Un soldado diminuto que tenía la cadera abierta de un bayonetazo se incorporó en la camilla y exclamó furibundo: ¡Denme acá mi cuchillo y verán como opero a ese hijo de…¡Quien tapándose las narices se acercaba a Ito, advertía en seguida que el hombre estaba muriéndose de miedo, aunque resuelto a ocultarlo. Antes de caer en manos de los norteamericanos, él y un compañero habían resistido desesperadamente en su abrigo, hasta disparar el último cartucho, Se apretaron la última granada contra el vientre para suicidarse. La del otro soldado estalló y le destrozó las entrañas, despedazándole además una pierna a Ito. La granada de Ito no estalló. Incapaz de moverse, estuvo Ito varios días en un fétido charco de sangre corrompida y excrementos. La pierna era una masa sucia y verdosa atacada ya por la gangrena. Cuando los soldados norteamericanos lo capturaron, todavía tenía Ito la granada fuertemente asida. Ito le dijo a un intérprete que él sabía muy bien por qué no lo habían despachado de un bayonetazo. Estaba seguro de que lo habían llevado al buque para darle tormento. Le rebanarían las orejas, le saltarían los dientes a patadas y luego lo harían picadillo. Y allí estaba ahora tendido en la cubierta, atormentado por dolores espantosos, pero resuelto a enseñarles a esos yanquis bárbaros cómo muere un japonés.¿Qué diablos se iba a hacer con el niponcillo?  ¿Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la sangre que tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la vida a sus paisanos?  Tenía el doctor Stimson derecho a arriesgar su propia vida poniéndose en contacto con la gangrena altamente infecciosa de aquel enemigo inmundo?  ¿Estábamos allí para MATAR japoneses, o para SALVARLOS? Dos noches antes, los nipones habían penetrado en el campamento norteamericano y dado muerte a mansalva a varios enfermeros desarmados. ¿No era mejor tirar al agua aquella hedionda carroña?El doctor Stimson contempló a Ito, y después de breve vacilación preguntó:__¿Hay heridos nuestros esperando?__Por ahora no_-respondió Kovitz__,Ya hemos curado a todos los que había.--Entonces tráiganlo. 

Le quitaron a Ito el apestoso uniforme y los vendajes provisionales. Entraron en acción el agua, el jabón y los antisépticos. Le inyectaron plasma. Le aplicaron la raquianestesia. El doctor Stimson se adelantó hacía la mesa, bisturí en mano. Iba a cortar la pierna gangrenada. Hasta entonces, Ito había estado ceñudo y desdeñoso. Más, de pronto empezó a mover, interrogantes y recelosos, los oblicuos ojillos. Tenía conciencia de todo. Se veía claramente la lucha que sostenían en su ánimo la seguridad de que los norteamericanos le darían tormento, y el testimonio de sus propios sentidos, que le estaba diciendo que no había tal. Ito se resistía a creer que cuanto sus superiores le habían asegurado fuese mentira. Le temblaban los labios. El sudor le bañaba el rostro. Se le vio esforzarse por encontrar una palabra. Al fin, tartajeó. “! A…mé…ri…ca!  ¡A…mé…ri…ca!”  desecho en lágrimas, parecía dudar aún de lo que para él era INCREIBLE. Sonreía, sacudía violentamente la cabeza.La operación duró más de una  hora, el doctor Stimson operaba con sumo esmero. Hacía una pausa de cuando en cuando para que McCroskey le humedeciese la careta  con una solución desinfectante para mitigar el hedor. Le hizo el tipo de amputación más artístico del oficio. Le cubrió con un colgajo el extremo del muñón para facilitar la articulación de una pierna postiza.  Ito, cuando al fin le desataron las manos, agarró por un brazo al cirujano, rompió en sollozos, y volvió a exclamar. “!A…mé…ri…ca!” Se cruzó las manos debajo de la barba, y varias veces trató de hacer una venia. El médico, que parecía  muy cansado, le sonrió. “Llévenselo, muchachos, y tiren esa pierna al agua.” Yeargin arrojó la pierna al mar. Después vomitó hasta por las narices  Cuando sacaron a Ito del cuarto de operaciones, los norteamericanos que lo vieron salir empezaron a refunfuñar“El doctor debió de haberle hecho la amputación por el pescuezo.”  “ A que no trataron así a nuestros compañeros en  Corregidor?”Sin embargo, cuando el doctor Stimson salió del cuarto, todos se cuadraron y le hicieron el saludo militar con respeto no exento de admiración.A Ito se le cuidó y atendió igual que a los heridos norteamericanos. A los cuatro días ya estaba deshaciéndose en visajes y sonrisas tratando de granjearse la amistad de todo el mundo. Recogió abundante cosecha de barras de chocolate, cigarrillos, maní y frutas. Las naranjas, sobre todo, lo volvían loco de contento.  ¡Qué triste se puso cuando tuvo que abandonar el buque! Estaban ya a punto de bajarlo a una lancha cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Entonces comenzó a llamar a gritos al doctor Stimson. El médico se acercó a la camilla; Ito se le abrazó a las piernas sollozando. Quería irse a los Estados Unidos con el doctor. Éste lo calmo y lo envío a un campamento de prisioneros

.Días después, el médico y yo, sentados en su camarote, hablamos del interesante lance. __Si yo me hubiera tropezado con Ito en su agujero__ me dijo__ y hubiera ido armado, lo más probable esque hubiera atravesado al japonés con la bayoneta, por si acaso tenía otra granada. El soldado que dio con él, no lo mató, quizá porque un prisionero bien vale  correr el riesgo. Sea como fuere, el Ito que llegó al buque era un ser humano  que sufría. Era, además, un prisionero de guerra cuyos  derechos había que respetar. El cuerpo médico de la armada debía hacer por él cuanto fuera dable._- ¿Lo operó usted con tanto cuidado como si hubiera sido un soldado norteamericano? _-le pregunté.__ Por supuesto que sí__ contestó__, para el cirujano, en su misión de salvar una vida, no hay diferencias. No hubiese yo operado al propio capitán con más cuidado. Téngalo por seguro._- ¿ y traerá eso algún efecto favorable pregunté.Creo que sí__ dijo después de reflexionar un momento__, pero con tal que lo interpretemos debidamente El primer móvil de nuestra conducta fue, desde luego, de orden militar. Uno de nuestros soldados expuso su vida por hacerlo prisionero. Mis ayudantes y yo también arriesgamos la nuestra por salvar al prisionero. Lo hicimos, en primer término, por la posibilidad de que la vida de Ito tuviese alguna utilidad militar. Puesto que su cuerpo fétido debía permanecer a bordo, tuvimos que cortarle un pedazo y limpiar el resto. Esto lo hicimos tanto por protegernos a nosotros mismos como por salvar a Ito.  Nos movió,finalmente, un sentimiento humanitario. Creo que el afán de Ito por manifestar su gratitud es buena señal, Opino que  debemos tratar al pueblo japonés  de la misma manera. Debemos exterminar su parte más enferma. Y luego, puesto que tenemos que vivir en el mismo mundo que ellos, debemos ayudar a devolver la salud física y mental a lo que quede.  DEBEMOS DAR una prueba más de nuestra humanidad, y esperar que el efecto en los otros japoneses sea el mismo que en Ito. 

JESUCRISTO EN LA BIBLIA  No paguen a nadie mal por mal. Procuren hace lo bueno delante de todos…Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que sean Dios quien castigueSi tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber, así harás que le arda  la cara de vergüenza, no te dejes vencer por el mal. AL CONTRARIO, vence CON BIEN el mal.Romanos 12 17_21PERO YO LES DIGO: AMEN A SUS ENEMIGOS, Y OREN POR QUIEN LOS PERSIGUEN.Mateo 5. 43_48

 

MI AMOR POR EL PUEBLO JUDÍO -MAYO 2024

MI AMOR POR EL PUEBLO JUDÍO 

NO VOTÉ POR EL ACTUAL PRESIDENTE DE GUATEMALA NI SU POSTURA EN CONTRA DE ISRAEL ME REPRESENTA.

 El día  sábado 24 de Junio de 2023, un día antes de elecciones generales de la segunda vuelta de las elecciones por la presidencia  de Guatemala, ” inesperadamente”, “súbitamente” amanecí con  dolencias de gripe  o lo que fuera.  El día 25 de Junio de 2023,” pasé postrado en cama con dolencia muy fuerte, dolor de cabeza y de cuerpo.  al tiempo conveniente, sin acudir al médico ni tomar una sola pastilla, mi salud fue restablecida.  Por ese motivo el día 25 de Junio del año 2023, no pude acudir a las urnas electorales, y como ciudadano responsable  me sentí tranquilo porque  una “fuerte gripe” me impidió salir a emitir el voto.

Ahora hago mi declaratoria ante el GRAN YO SOY EL QUE SOY, Dios y Padre de mi Señor y Salvador Jesucristo, y ante el SANTO ESPÍRITU. Igualmente declaro delante de los ángeles de Dios, y también delante de toda cualquier potestad maligna y del infierno, lo siguiente:

Que toda  resolución contraria al pueblo y estado de Israel, por parte del gobierno del presidente  actual , actual o en futuro, yo no estaré nunca de acuerdo en ello.

Lamento en verdad que el gran legado del mejor presidente que haya tenido Guatemala, el Doctor Juan José Arévalo Bermejo, un verdadero e incansable promotor de la causa y nación judía no sea compartida por su hijo.

Yo que desde niño, y especialmente desde la edad de 17 años, cuando acepté  plenamente al Señor Jesucristo como Salvador de mi vida, desde ese entonces, sin ninguna influencia o presión externa, sino solamente en el  interior de mi mente y corazón , surgió un gran amor por el pueblo judío.

Por ello expresó siempre que yo amo lo que mi Salvador Jesucristo ama, y entre esto, está que mi  Salvador, jamás ha repudiado a sus hermanos según la carne. Por ello yo siempre he amado y amaré al pueblo de donde  vino mi Señor.

 Los castigos o juicios sobre Israel, están en la sola potestad del Padre Celestial. Por ello yo solo puedo pedir misericordia por el pueblo judío y por todas las naciones de la tierra.

Yo moriré como siempre he vivido, con un profundo amor a mi Salvador Jesucristo, y mi amor al pueblo judío, en todas las regiones del mundo, especialmente con  los hispanoamericanos y españoles, que compartan este especial amor.

 

LULIO PRIMER MISIONERO ENTRE LOS MUSULMANES - 001

RAIMUNDO LULIO

PRIMER MISIONERO ENTRE LOS MUSULMANES

POR SAMUEL M. ZWEMER

Traducción de ALEJANDRO BRACHMANN

SOCIEDAD

DE

PUBLICACIONES RELIGIOSAS

Flor Alta. 2 y 4

MADRID

AL LECTOR

Podrá parecer extraño que para dar a conocer al público evangélico de habla española la figura del gran misionero, filósofo, místico y poeta mallorquín, Raimundo Lulio, hayamos traducido un libro escrito en inglés, en lugar de preparar una obra genuínamente española. Pero poner al alcance de los lectores españoles la notable obra del Dr. Zwemer, aparte de los

méritos del libro, que el lector apreciará por sí mismo, nos da una ocasión de ver a una de las glorias de nuestro país, estudiada y apreciada por hombres de otra nacionalidad, lo cual es como vernos a nosotros mismos según nos ven otros, como dijo un poeta.

Nos da, por otra parte, un ejemplo del espíritu católico, en el verdadero sentido de la palabra,

que caracteriza al protestantismo. El autor, el predicador, el misionero protestante, está siempre dispuesto a estudiar, admirar y elogiar todo lo bueno que encuentra, en cualquier parte donde lo encuentre; una actitud que, desgraciadamente, no halla la debida correspondencia en aquella Iglesia para la cual nada hay digno de  fuera de su propio palio.

Nos complacemos en expresar aquí nuestra gratitud al Dr. Zwemer y a la Casa Editorial Funk & Wagnalls, de Nueva York, por el permiso liberalmente concedido para la publicación de esta edición española; y al traductor, por la obra de amor que ha hecho vertiéndola al castellano.

Los Editores.

PRÓLOGO

Sería muy difícil encontrar persona tan competente como el Dr. Zwemer para escribir la vida

del primer gran misionero que evangelizó a los mahometanos.

 Durante doce años el Dr. Zewmer ha trabajado con sus asociados de la Misión Arabe de la Iglesia Reformada en la costa oriental de la península de Arabia y en la región Turca al Noroeste del golfo de Persia.

 A un dominio casi perfecto del árabe, un conocimiento exacto del Corán, un celo incansable, y un valor indomable, ha unido un intenso amor hacia los mahometanos y un ardiente deseo de hacerles conocer en verdad al Salvador a quien ellos creen anulado y sobrepujado por su profeta.

Cuando crucé el Golfo de Persia durante la primavera del año 1897, los capitanes de los vapores, sin distinción, se deshacían en alabanzas del misionero de «corazón de león> como ellos le llamaban, que solía sentarse en la escotilla con los viajeros árabes y confundirlos con argumentos sacados de sus propias escrituras.

 En el intervalo de viajes itinerantes al interior de El Hasa y Ornan, el Dr. Zwefner halló tiempo para escribir un libro sobre Arabia (publicado en el año I900) que es la más completa autoridad

referente a la península, y, uno de los mejores libros que poseemos sobre los problemas, deinterés para todos los cristianos, que plantea el nacimiento y difusión del Islam. Amando a los Mahometanos y conociendo a fondo su religión y trabajando constamente para aumentar las fuerzas misioneras destinadas a procurar la evangelización del mundo musulmán, el Dr. Zwemer reúne condiciones que pocos poseen en tan alto grado como él para entender la vida de Raimundo Lulio, y para describirla simpáticamente. 

lunes, 20 de mayo de 2024

¿NO EXISTE DIOS?

 Sábado, 2 de septiembre de 2017

 ¿NO EXISTE DIOS?

Por Jim Bishop

Jim Bisbop, popular escritor estadunidense, autor de 21 libros, entre los cuales sobresalen The Day Christ Died ("El día en que Cristo murió"), y The Day Kennedy Was Shot ("El día en que mataron a Kennedy"), falleció en 1987. Esta columna, escrita en los años sesentas, era la favorita de Kelly, la esposa de Bisbop.

Dios No existe. Todas las maravillas que nos rodean son puramente accidentales. Ninguna mano todopoderosa creó los miles de millones de estrellas que pueblan nuestro universo: se hicieron solas. No hay tal poder omnímodo que las conserve en su curso constante desde tiempos inmemoriales. La Tierra gira por sí sola sobre sí misma para evitar que los océanos la abandonen en su caída al Sol y al espacio infinito. Los recién nacidos, también, aprenden solos a llorar cuando tienen hambre o les duele algo. Una florecita se inventó sola para que pudiésemos extraer de sus hojas la digitalina, salvadora de corazones enfermos.

Sin ayuda alguna, la Tierra creó el día y la noche, inclinándose además un poco para que tuviéramos

las estaciones del año. Sin los polos magnéticos, el hombre sería incapaz de navegar por cielos y océanos sin caminos ni memoria; pero estos, simplemente, aparecieron de pronto.

¿Y el termostato de glucosa del páncreas? Gracias a él, la sangre conserva una concentración de azúcar constante y suficiente que nos da energía; sin él, todos caeríamos en estado de coma y pereceríamos.

¿Por qué las nieves permanecen en las.,cumbres de los montes, a la espera del cálido sol primaveral, que las derretirá a tiempo para que las jóvenes siembras de las granjas absorban su agua, tierra abajo? ¡Bah, es sólo un accidente encantador!

¿Quién le dio a la especie humana el don del lenguaje articulado y una mente para entenderlo, y se lo negó a los demás animales?

¿Y quién le enseñó al útero a albergar el producto del amor de la pareja humana y a dividir un diminuto huevo hasta que, con el tiempo, un bebé adquiere el número adecuado de dedos, ojos, orejas y cabellos en los lugares apropiados, y viene al mundo cuando ya es lo bastante fuerte para conservar la vida y valerse por sí mismo?

¿No existe Dios?

Selecciones del Reader´s Digest

Enero 1989

 

. HICIERON DE MÍ, UN CRISTIANO - EL PACIFICO --SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

 Viernes, 4 de marzo de 2016

HICIERON DE MÍ, UN CRISTIANO --2 Guerra Mundial Por STANLEY W. TEFFT De la armada norteamericana

.   HICIERON DE MÍ, UN CRISTIANO

Una tribu “salvaje” da ejemplo a los “civilizados”

(Reimpreso de “The Christian Advocate”)

Por  STANLEY W. TEFFT

De la armada norteamericana


Henry P. Van en the Saturday Evening Post:,dice: Factor decisivo en la seguridad de innumerables norteamericanos en las campañas del pacifico ha sido la abnegación  heroica de los indígenas cristianos. Con razón dice el senador Mead.    “Los soldados norteamericanos están recogiendo copiosa cosecha en los campos abonados con larga paciencia por los misioneros”.
“El éxito de esta campaña se debe a la ayuda que nos prestaron los naturales.   No puede calcularse el número de vidas que salvaron con sus infatigables esfuerzos, todo, por un puñado de heroicos misioneros que les enseñaron  las doctrinas del cristianismo. Esos naturales trabajaron sin descanso a favor de las fuerzas norteamericanas, transportando víveres y medicinas, material de curas, y agua”

Dondequiera que las tropas norteamericanas desembarcaron, hallaron indígenas que las acogieron con afecto, las ayudaron y protegieron; diminutas casas misionales con comida, auxilios médicos, hospitalidad incondicional; y una fe y una pureza  de conducta de que habían visto pocos ejemplos en los “cristianos de Estados Unidos. Echaron de ver, en suma, que la religión había pasado por allí.  

Fue una tribu de naturales de las islas Salomón la que hizo de nosotros unos cristianos practicantes.  Aquellos negros de cabellos lanosos habían sido, años atrás, cazadores de cabezas. 

 Yo no había puesto los pies en una iglesia ni en una escuela dominical desde que tenía nueve años Mis camaradas de dotación no eran mucho más piadosos que yo. Todos ahora somos cristianos fervorosos.

Cuando nos varamos en el arrecife coralino de aquella isla ocupada por los japoneses, llevábamos 72 horas a merced de las olas y los vientos, en un botecito salvavidas, éramos el teniente Edward M.Peck, nuestro piloto: Jesse Scott, el radiotelegrafista y yo, artillero de aviación.  Los japoneses pusieron como una criba nuestro avión torpedero, y tuvimos que acuatizar de golpe y porrazo en medio del mar, a medianoche, es algo indescriptible eso  de verse en pleno océano en un botecillo de caucho. Lo único que puede uno hacer es rezar y esperar. Eso hicimos nosotros

Peck, que era católico, preguntó el primer día si alguno tenía un rosario. Scott que era episcopal, no lo tenía. Y vean ustedes, yo, que soy metodista, tenía uno. Un amigo me había dado el suyo, como talismán, cuando me despedía de los míos en Toledo, Ohio.

El segundo día, mientras Peck pasaba las cuentas de su rosario, un avión japonés voló por encima de nosotros. No nos vio. “Después de todo, parece que no es inútil rezar”, exclamó Peck. Creí que debía aprenderme unas cuantas oraciones. Peck me enseño a rezar el rosario. En un botecito salvavidas no tarda uno mucho en advertir que todos los ocupantes, sean católicos, episcopales o metodistas, le ruegan al mismo Dios,.

Metimos nuestro botecillo en una cueva de la isla y estuvimos allí ocultos dos días, hasta que sentimos tanta hambre, que ya fue cosa de salir a buscar algo que comer o dejarnos morir de inanición. A lo lejos veíamos el humo de una aldea de indígenas. Resolvimos ir allá, bien entendido que si topábamos con japoneses o con naturales de islas hostiles, daríamos buena cuenta de tantos de ellos como pudiéramos, antes que nos mataran.

Los primeros naturales con quienes tropezamos se mostraron un tanto recelosos. Uno nos preguntó en inglés chapuceado.:

__¿Hombres del oeste?__

_Norteamericanos.  __ No gustan japoneses__,    contestó Peck

Con gran sorpresa nuestra, vimos que el que parecía jefe llevaba una biblia inglesa muy usada. Se puso a leer en ella y dijo una oración. Entonces, nosotros leímos, por turno, unos cuantos pasajes.

El jefe se llamaba John Havea.  Había pasado tres años en una escuela misional de otra isla. Era todo un prócer en su aldea. John  nos enteró de que estábamos  en la isla del Mono.  Nos manifestó que, puesto que éramos cristianos, su gente nos  ocultaría de los japoneses. Estos habían destruido los huertos, matado  los cerdos y  pollos, y ahuyentado a los habitantes hacía la maleza.

Acordamos volver a la cueva, desinflar el botecillo y esconderlo. Allí mismo recibimos otra lección de piedad cristiana. Los indígenas inclinaron sus cabezas, y John Havea oró en alta voz, por nuestra seguridad.

Camino de la cueva me separé de mis camaradas para ir a recoger un hacha que había dejado en la orilla. Una patrulla japonesa que por allí pasaba debió de habernos visto. Yo me zampé de cabeza en unos matorrales y allí me estuve conteniendo el resuello. Al pasar, los japoneses apostaron un centinela a unos cuantos pasos de donde yo estaba. Estuve allí cuatro horas, rezando sin cesar. La pierna, en la cual tenía una herida de bala, me dolía horriblemente. A eso del oscurecer, empezó a subir la marea. Me las arreglé para arrastrarme hasta el mar. Nadando por debajo del agua pude llegar a otro lado de la orilla, fuera del alcance del centinela japonés. Por fin,  conseguí meterme otra vez en la cueva donde estaban escondidos Scott y Peck.

Los tres meses siguientes constituyeron una aventura inolvidable para nosotros. Hacíamos la vida de aquellos naturales, a quienes unos misioneros australianos habían apartado de su ejercicio de cortar y coleccionar cabezas, haciéndolos entrar en el redil cristiano. Los misioneros se fueron de la isla en 1937, pero su obra perduró, y  gracias a ella se prolongaba nuestra existencia cada día, Los indígenas no echan una semilla, ni hacen una comida, ni realizan un solo acto importante sin impetrar el auxilio divino.

Las  patrullas japonesas nos seguían constantemente los pasos. Cuando nuestros perseguidores llegaban a una parte de la isla, los naturales nos llevaban a escondernos a otra, por lo general, en cabañas hechas de yerba. Adondequiera que estuviésemos nos traían comida y nos curaban las heridas con hojas de plantas silvestres Por la noche nos reuníamos con ellos. Leíamos la biblia y cantábamos a coro los himnos que los naturales sabían.

No éramos lo que se dice buenos cantantes, pero poníamos el alma en lo que cantábamos. Los indígenas cantaban o tarareaban los himnos en su lengua. John y unos cuantos más sabían el texto en inglés. Hasta los niños seguían la melodía. No parecía haber en la tribu ninguno que hiciera de sacerdote o ministro. Cualquiera de ellos dirigía los oficios.

También nosotros los dirigíamos algunas veces, con la diferencia de que teníamos que leer en la vieja biblia resobada, al paso que los indígenas se sabían de memoria los pasajes. No tardé mucho en aprenderme  yo de memoria una porción de ellos.

Al cabo de un mes,  o cosa así, llegó corriendo a nuestro escondite un indígena. Venía a decirnos que los norteamericanos estaban desembarcando. “Los norteamericanos” se redujeron a uno, el teniente Ben H. King, piloto de un P_38.  Había pasado este oficial seis días a flote en un botecillo de goma. Después que conseguimos hacerlo volver en sí , nos contó que los yanquis se habían apoderado de más islas y que pronto estarían en la del Mono.

A los tres días llegaron tres aviadores en otro botecillo. Eran el alférez Joe D. Mitchell, el radiotelegrafista Chauncey Estep y el artillero Dale Vere Dahl. Se ocultaron en  nuestro escondite y se unieron a nosotros en nuestras plegarias. No eran hombres muy devotos que digamos, pero, al cabo de pocos días, tomaban parte en nuestros actos religiosos con verdadero fervor. Todos los habitantes de la isla sabían donde  nos encontrábamos. Sin embargo, los japoneses nunca pudieron dar con nosotros.

Por último, resolvimos tratar de ganar una de las islas ocupadas por nuestras tropas. Los indígenas sacaron nuestros botecillos de noche; los inflaron; Los cargaron de cocos para que tuviéramos que comer y que beber, y se reunieron en sus  canoas en torno nuestro. John Havea predicó un sermón, y los demás rezaron por nosotros.      A  pesar de que remamos con todas nuestras 

Fuerzas, no pudimos adelantar gran cosa, porque el mar estaba muy picado. Volvimos, pues a la orilla. Los indígenas empezaron a rezar dando gracias porque estábamos otra vez en salvo. Era de noche todavía y nuestros salvadores nos condujeron a nuestro escondite a través de la aldea en que dormían los japoneses.

Pocos días después, Peck, King, Mitchell y yo, acordamos intentar de nuevo la fuga. Los otros tres que estaban hasta la misma coronilla de la vida en bote, prefirieron quedarse con los naturales. Esta vez el mar estaba en perfecta calma. Salimos a media noche. Los indígenas nos acompañaron en sus canoas como tres minutos mar afuera. Antes de separarse, rodearon nuestra balsa y se pusieron a rezar por nosotros con el mayor fervor. Nunca olvidaré aquel momento. Era la primera vez que veía a cuarto norteamericanos, hombres de armas tomar, llorando como niños. Estábamos profundamente conmovidos.

Era una balsa de tres plazas. Sirviéndose de canaletes improvisados, tres de nosotros bogaban constantemente, mientras el cuarto descansaba. Así estuvimos noventa y seis horas, o sea, cuatro días con sus noches. Recorrimos sesenta millas. Navegamos, pues, a razón de tres cuartos de milla por hora. A menudo orábamos en alta voz, con excepción de Peck, que rezaba su rosario para Si

La cuarta noche, poco después de las doce, oímos el ruido de los motores de un PBY

Los motores norteamericanos se conocen en seguida. Teníamos una lata de kerosina con una mecha. La prendimos. El piloto vio la llama, pero no se atrevió a encender sus luces. Una voz secreta le dijo, sin embargo, que no éramos japoneses. Acuatizó, y vino a nuestro encuentro. La tripulación empezó a lanzar cosas al agua para aligerar el avión. Nos subieron  a bordo. A las cinco horas estábamos en un hospital comiendo pollo, primera carne que probamos en 87 días.

Cuando oí aquel PBY, hice la promesa de ir a la iglesia como es debido. Y  la he cumplido. No creo que ninguno de nosotros olvidará jamás la fe y la devoción de aquellos indígenas. Nada de particular tendría que sus oraciones hayan contribuido más que las nuestras a sacarnos bien de aquel trance peligrosísimo. ¿No llevaban por ventura mucho más tiempo que nosotros practicando la virtud de la oración.

______________________________________________________________________Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.  Eclesiastés  11.
Conclusiones:
*El bien que hacemos, nuestra descendencia lo cosechara
Donde los abuelos sembraron, los nietos cosechan..
*Dios no hace acepción de personas.

ENTRADA DESTACADA

NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE ESTE

Jueves, 19 de mayo de 2016 2 GUERRA MUNDIAL- NO HAY AMOR MAS GRANDE QUE ESTE Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la sang...