EL ULTIMO JUDIO
NOA GORDON
—¿Estáis casado, señor?
—Sí.
—El nombre de vuestra esposa.
—Es doña Estrella de Aranda.
—¿Hijos?
—Tres. Dos niñas y un varón.
—¿Vuestra esposa y vuestros hijos son cristianos?
—Sí.
—Vos sois judío, ¿no es cierto?
—¡No! Soy cristiano desde hace once años. ¡Un fiel seguidor de Jesucristo!
NOA GORDON
—¿Estáis casado, señor?
—Sí.
—El nombre de vuestra esposa.
—Es doña Estrella de Aranda.
—¿Hijos?
—Tres. Dos niñas y un varón.
—¿Vuestra esposa y vuestros hijos son cristianos?
—Sí.
—Vos sois judío, ¿no es cierto?
—¡No! Soy cristiano desde hace once años. ¡Un fiel seguidor de Jesucristo!
El rostro del hombre era de una extraordinaria hermosura. Por eso los
ojosque se clavaron en los de Espina resultaban todavía más
estremecedores. Eranunos cínicos ojos que parecían conocer todas las
flaqueza humanas de la historiade Espina y hasta el último de sus
pecados.
Aquella mirada penetró hasta lo más profundo de su alma. Después Espina se sobresaltó al ver que el fraile daba inesperadamente una palmada para llamar al guardia que esperaba al otro lado de la puerta.
Aquella mirada penetró hasta lo más profundo de su alma. Después Espina se sobresaltó al ver que el fraile daba inesperadamente una palmada para llamar al guardia que esperaba al otro lado de la puerta.
Bonestruca hizo un leve gesto con la mano: « llévatelo» .
Mientras se volvía para retirarse, Bernardo vio que los pies calzados con sandalias bajo la mesa tenían unos dedos muy largos y finos. El guardia recorrió con él varios pasillos y bajó por los empinados peldaños de una escalera.
« Mi dulce Jesús, tú sabes que lo he intentado. Tú lo sabes…»
Espina sabía que en lo más profundo del edificio estaban las celdas y los lugares donde se interrogaba a los prisioneros. Sabía con toda certeza que allí había un potro de tormento, una estructura triangular en la que se amarraba a los prisioneros. Cada vez que se hacía girar un torno, se descoy untaban las articulaciones del cuerpo. Y también había un aparato llamado « tormento de toca» , que se utilizaba para torturar con el agua. Colocaban al prisionero con la cabeza en un hueco y se le introducía un lienzo en la garganta. A continuación, se echaba agua a través del lienzo y entonces la garganta y las ventanas de la nariz quedaban obstruidas y la asfixia provocaba la confesión o la muerte.
« Jesús, te suplico, te imploro…»
Puede que su oración fuera escuchada. Cuando llegaron a la salida, el guardia le indicó por señas que siguiera adelante y Espina se encaminó solo hacia el lugar donde había dejado atada su montura.
Se alejó de allí cabalgando al paso para serenarse de tal forma que, al llegar a casa, pudiera tranquilizar a Estrella sin echarse a llorar
___________
A la mañana siguiente, un oficial armado se presentó en la plaza del concejo Toledo. Lo acompañaban tres trompeteros, dos magistrados y dos hombres armados del alguacil. Ley ó una proclama en la que se comunicaba a los judíos que, a pesar de su larga permanencia en España, deberían abandonar el país en un plazo de tres meses. La Reina y a había expulsado a los judíos de Andalucía en 1483. Ahora les pedían que abandonaran todas las comarcas del Reino de España: Castilla, León, Aragón, Galicia, Valencia, el principado de Cataluña, el estado feudal de Vizcay a y las islas de Cerdeña, Sicilia, Mallorca y Menorca.
La proclama se fijó con un clavo en la pared. El rabino Ortega lo copió con una mano tan temblorosa que tuvo dificultades para comprender algunas palabras cuando las ley ó en una reunión urgente del Consejo de Treinta.
«Todos los judíos y judías de cualquier edad que vivan, residan y moren en nuestros mencionados reinos y dominios… no deberán regresar jamás ni residir en ellos o en alguna parte de los mismos, ya como residentes,
viajeros o en cualquier otra forma, bajo pena de muerte… Y ordenamos y prohibimos que cualquier persona o personas de nuestro mencionado Reino se atreva públicamente o en secreto a recibir, dar cobijo, proteger o
defender a ningún judío o judía… so pena de perder sus propiedades, vasallos, castillos y otras posesiones».
A todos los cristianos se les prohibió severamente experimentar una falsa compasión. Entre otras cosas, se les prohibía « conversar y mantener tratos… con los judíos, recibirlos en vuestras casas, trabar amistad con ellos o darles cualquier alimento para su sustento» .
La proclama se había hecho « por orden del Rey y la Reina, nuestros señores, y del reverendo prior de la Santa Cruz, inquisidor general en todos los reinos y dominios de Sus Majestades» .
El Consejo de Treinta que gobernaba a los judíos de Toledo estaba integrado por diez representantes de cada uno de los tres estados: destacados prohombres de la ciudad, mercaderes y artesanos. Helkias formaba parte de él por ser un maestro platero, y en esta ocasión la reunión se celebraba en su casa.
Los consejeros estaban anonadados.
—¿Cómo se nos puede arrancar tan fríamente de una tierra que significa
tanto para nosotros y de la que hasta tal punto formamos parte? —preguntó en tono vacilante el rabí Ortega. —El edicto es una más de las muchas estratagemas reales para sacarnos más dinero en impuestos y sobornos —dijo Juda ben Solomon Avista—. Los reyes españoles siempre han admitido que somos su vaca lechera más rentable.
Se oy ó un murmullo de asentimiento.
—Entre los años 1482 y 1491 —intervino Joseph Lazara, un anciano mercader de harinas de Tembleque—, aportamos nada menos que cincuenta y ocho millones de maravedíes a los gastos de guerra y otros veinte millones en « préstamos obligatorios» . Una y otra vez la comunidad judía se ha endeudado hasta las cejas para poder pagar los exorbitantes « impuestos» o para hacer una « donación» al trono a cambio de nuestra supervivencia. Seguro que esta vez ocurrirá lo mismo.
—Tenemos que recurrir al Rey y solicitar su intervención —observó Helkias.
Discutieron acerca de la persona que debería presentar la petición y acordaron que ésta fuera don Abraham Seneor.
—Es el cortesano judío al que más aprecia y admira Su Majestad —señaló
Mientras se volvía para retirarse, Bernardo vio que los pies calzados con sandalias bajo la mesa tenían unos dedos muy largos y finos. El guardia recorrió con él varios pasillos y bajó por los empinados peldaños de una escalera.
« Mi dulce Jesús, tú sabes que lo he intentado. Tú lo sabes…»
Espina sabía que en lo más profundo del edificio estaban las celdas y los lugares donde se interrogaba a los prisioneros. Sabía con toda certeza que allí había un potro de tormento, una estructura triangular en la que se amarraba a los prisioneros. Cada vez que se hacía girar un torno, se descoy untaban las articulaciones del cuerpo. Y también había un aparato llamado « tormento de toca» , que se utilizaba para torturar con el agua. Colocaban al prisionero con la cabeza en un hueco y se le introducía un lienzo en la garganta. A continuación, se echaba agua a través del lienzo y entonces la garganta y las ventanas de la nariz quedaban obstruidas y la asfixia provocaba la confesión o la muerte.
« Jesús, te suplico, te imploro…»
Puede que su oración fuera escuchada. Cuando llegaron a la salida, el guardia le indicó por señas que siguiera adelante y Espina se encaminó solo hacia el lugar donde había dejado atada su montura.
Se alejó de allí cabalgando al paso para serenarse de tal forma que, al llegar a casa, pudiera tranquilizar a Estrella sin echarse a llorar
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A la mañana siguiente, un oficial armado se presentó en la plaza del concejo Toledo. Lo acompañaban tres trompeteros, dos magistrados y dos hombres armados del alguacil. Ley ó una proclama en la que se comunicaba a los judíos que, a pesar de su larga permanencia en España, deberían abandonar el país en un plazo de tres meses. La Reina y a había expulsado a los judíos de Andalucía en 1483. Ahora les pedían que abandonaran todas las comarcas del Reino de España: Castilla, León, Aragón, Galicia, Valencia, el principado de Cataluña, el estado feudal de Vizcay a y las islas de Cerdeña, Sicilia, Mallorca y Menorca.
La proclama se fijó con un clavo en la pared. El rabino Ortega lo copió con una mano tan temblorosa que tuvo dificultades para comprender algunas palabras cuando las ley ó en una reunión urgente del Consejo de Treinta.
«Todos los judíos y judías de cualquier edad que vivan, residan y moren en nuestros mencionados reinos y dominios… no deberán regresar jamás ni residir en ellos o en alguna parte de los mismos, ya como residentes,
viajeros o en cualquier otra forma, bajo pena de muerte… Y ordenamos y prohibimos que cualquier persona o personas de nuestro mencionado Reino se atreva públicamente o en secreto a recibir, dar cobijo, proteger o
defender a ningún judío o judía… so pena de perder sus propiedades, vasallos, castillos y otras posesiones».
A todos los cristianos se les prohibió severamente experimentar una falsa compasión. Entre otras cosas, se les prohibía « conversar y mantener tratos… con los judíos, recibirlos en vuestras casas, trabar amistad con ellos o darles cualquier alimento para su sustento» .
La proclama se había hecho « por orden del Rey y la Reina, nuestros señores, y del reverendo prior de la Santa Cruz, inquisidor general en todos los reinos y dominios de Sus Majestades» .
El Consejo de Treinta que gobernaba a los judíos de Toledo estaba integrado por diez representantes de cada uno de los tres estados: destacados prohombres de la ciudad, mercaderes y artesanos. Helkias formaba parte de él por ser un maestro platero, y en esta ocasión la reunión se celebraba en su casa.
Los consejeros estaban anonadados.
—¿Cómo se nos puede arrancar tan fríamente de una tierra que significa
tanto para nosotros y de la que hasta tal punto formamos parte? —preguntó en tono vacilante el rabí Ortega. —El edicto es una más de las muchas estratagemas reales para sacarnos más dinero en impuestos y sobornos —dijo Juda ben Solomon Avista—. Los reyes españoles siempre han admitido que somos su vaca lechera más rentable.
Se oy ó un murmullo de asentimiento.
—Entre los años 1482 y 1491 —intervino Joseph Lazara, un anciano mercader de harinas de Tembleque—, aportamos nada menos que cincuenta y ocho millones de maravedíes a los gastos de guerra y otros veinte millones en « préstamos obligatorios» . Una y otra vez la comunidad judía se ha endeudado hasta las cejas para poder pagar los exorbitantes « impuestos» o para hacer una « donación» al trono a cambio de nuestra supervivencia. Seguro que esta vez ocurrirá lo mismo.
—Tenemos que recurrir al Rey y solicitar su intervención —observó Helkias.
Discutieron acerca de la persona que debería presentar la petición y acordaron que ésta fuera don Abraham Seneor.
—Es el cortesano judío al que más aprecia y admira Su Majestad —señaló
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