sábado, 25 de mayo de 2024

PROSTITUCIÓN INFANTIL EN ASIA, CRIMEN DE LESA HUMANIDAD 1993

 INFORME ESPECIAL

PROSTITUCIÓN INFANTIL EN ASIA, CRIMEN DE LESA HUMANIDAD

POR PAUL EHRLICH

Cada año, en el sur de Asia, se reduce a la esclavitud sexual a miles de niños. Se compran, venden y roban chiquillos hasta de apenas cuatro años para hacerlos víctimas de ese vil comercio.

En este reportaje exclusivo, Seleccio­nes del Reader's Digest da a conocer ese turbio mundo. Algunas de las escenas que se describen son profundamente estremece­doras. Pero, si hemos decidido publicar este artículo, es porque sentimos la obli­gación de hacer algo por los pequeños que son víctimas del abuso sexual. Si quere­mos que se les ayude y que se ponga a sus verdugos en manos de la justicia, debemos dar a conocer su trágica historia.

CORRÍ A EL AÑO DE 1992. En una aldea de Myanmar (antes Bir­mania), próxima a la frontera con Tailandia, un camión se detuvo frente a una niña de 14 años que se dirigía a unos arrozales. El conduc­tor del vehículo la obligó a subir, y un rato después la chiquilla se en­contró encerrada con llave en un burdel de Bangkok, en Tailandia. No pasó mucho tiempo antes de que la empezaran a violar hasta diez veces al día. Cuando gritaba, un hombre llegaba y la abofeteaba.

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—¡Cállate! —le ordenaba—. Y no intentes escapar, porque te daré una paliza.

En el centro turístico de Hikka­duwa, en Sri Lanka, hombres proce­dentes de Londres, Stuttgart y San Francisco toman el sol tendidos so­bre sus toallas. Junto a ellos, también acostados, están unos niños. Un ale­mán de mediana edad se acerca a un chico de diez años que se encuentra a la orilla del mar y pregunta:

—¿Cómo te llamas?

Sunil.

El alemán sonríe, y le propone:

¿Te gustaría venir conmigo? Cabizbajo, el niño lo sigue a un hotel de mala muerte.

Escenas como estas tienen lugar todos los días en el sur de Asia, donde miles de niños son objeto de explotación sexual. El problema re­viste la mayor gravedad en Tailan­dia, Filipinas y Sri Lanka, donde muchos menores de edad son indu­cidos u obligados a vivir en un mun­do donde impera el abuso sexual. La mayoría quedan marcados para toda la vida o, peor aún, mueren por su propia mano, por golpizas o a consecuencia del sida.

Según la organización internacio­nal Fin a la Prostitución Infantil en el Turismo Asiático (FPITA), que tiene su sede en Bangkok, hay alre­dedor de 500,000 chicos prostitui­dos de 16 añoso menores en Tailan­dia, Filipinas y Sri Lanka. De ellos, por lo menos 50,000 tienen menos de 13 años.

Decenas de miles de turistas pe­derastas procedentes de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Ale­mania, Suecia, Japón, Australia y Nueva Zelanda alimentan esta in­dustria de la trata de menores. Ayu­dadas a menudo por organizaciones clandestinas, estas personas vuelan al sur de Asia en busca del comercio sexual con niños, seguras de que no corren gran riesgo de ser atrapadas y de que, si lo son, la sanción no será muy severa. El atractivo de los dóla­res que deja el turismo hace que los gobiernos y las autoridades policia­cas de los países de esta parte del mundo hagan la vista gorda.

Promesa rota. Las víctimas son los más pobres entre los pobres de las aldeas y los arrabales asiáticos. Alca­huetes y pandillas locales, que traba­jan a comisión para los dueños de

tabernas y burdeles, obligan cada año a miles de niños a participar en este comercio, de acuerdo con una trabajadora social de la FPITA.

A veces, los lenones consiguen que los padres de familia pobres les entreguen a uno de sus hijos con la promesa de que le darán trabajo lucrativo en un hotel o en un restau­rante. Pero en vez de ello, venden al niño a los dueños de prostíbulos. Y lo que es aún más trágico, algunos chicos se entregan a la prostitución con pleno conocimiento de sus fami­liares. El padre Shay Cullen, misio­nero irlandés que trabaja en Filipi­nas para ayudar a niños prostituidos, señala: "Estos chicos llegan a ganar en semanas más de lo que sus fami­lias ganan en meses. Así que algunos padres los envían para que manten­gan a todos en la casa".

En 1989, a Ah Jah, una niña de 11 años del norte de Tailandia, le habló su tío acerca de un restaurante de cierto centro turístico donde les pagaban a las camareras más de. 50 dólares al mes.

—Podrías enviar ese dinero a tus padres—observó observó el hombre—. Ellos están de acuerdo.

Confiando en su tío, Ah Jah acce­dió a tomar el empleo.

En el bullicioso centro vacacional de Phuket, los dos se dirigieron a un sucio restaurante de comida rápida.

—Será una chica muy popular —comentó el dueño, entregándole al tío 20,000 baht (800 dólares).

Luego la encerraron en un cuarto, y desde entonces cuatro o cinco clien­tes abusaron de la aterrorizada mu­chachita cada día.

Al cabo de varios meses de pesadi­lla, el padre de Ah Jah se presentó inesperadamente en el establecimien­to. Abrazándolo, la pequeña, espe­ranzada, le suplicó:

—;Llévame a casa!

—Vine a pedirle dinero prestado a tu patrón —le dijo el hombre—. Si te quedas aquí otros cuatro meses, podré pagarle.

Se han encontrado niños como Ah Jah encadenados a su cama. En noviembre de 1992, la policía tai­landesa halló a varias chicas que pre­sentaban magulladuras por haber sido golpeadas con colgadores de ropa. Unas cercas de alambre de púas y de cables con corriente eléctrica ha­cían del burdel una prisión.

En Filipinas, muchos niños que se prostituyen viven en la calle, y por la noche duermen en refugios improvi­sados de cartón y trapo.

Enlaces por computadora. ¿Quiénes son los "clientes" que man­tienen vivo este comercio? Muchos son asiáticos, pero decenas de miles vuelan desde Estados Unidos y Eu­ropa, afirma Ron O'Grady, director de la FPITA. Con frecuencia se trata de profesionales de clase media que pasan unas semanas en Asia dos ve­ces al año. Algunos jubilados se que­dan durante meses y hasta años.

Como sus actividades, si se dieran a conocer, podrían perjudicarlos gra­vemente en sus países de origen, muchos de ellos recurren a organiza­ciones occidentales para que les in diquen cuáles son los lugares donde se corre menor riesgo. Dice O'Grady: "Si no existieran los clubes y las redes de pederastas, a este tipo de turistas le resultaría más difícil explotar a los niños asiáticos".

Las personas asociadas a estas redes han distribuido pornografía infantil a través de enlaces interna­cionales por computadora. Varias or­ganizaciones incluso instruyen a los interesados sobre las formas de evitar que se les descubra y sobre lo que pueden hacer si los arrestan.

"El número de personas formal­mente afiliadas a estos grupos quizá sea pequeño", señala John Goldthor­pe, fiscal adjunto de distrito en Sa­cramento, California, quien ha pro­cesado a cientos de abusadores de menores, incluidos algunos que han viajado al sur de Asia. "La mayoría de los pederastas se cuidan mucho de vincularse formalmente a esas orga nizaciones. Pero al asistir a las reu­niones o leer los folletos y boletines de algún grupo, obtienen toda la ayuda que necesitan".

La agrupación más conocida e influyente es la Asociación Norte­americana de Amantes de Niños (ANAN). Creada a fines de los años setenta, la ANAN tiene oficinas en Nueva York y San Francisco, además de filiales en todo el país.

Esta organización asegura que se limita a exponer y difundir informa­ción sobre relaciones sexuales con menores, al amparo de la garantía de libertad de expresión prevista en la Primera Enmienda de la Constitu­ción de Estados Unidos. Sin embar go, en sus publicaciones se defiende claramente la pederastia. En un ma­nual que, según las autoridades po­liciacas, fue preparado por un ex miembro de la ANAN, se advierte a los lectores que escojan con cuidado el lugar donde vayan a entregarse a la actividad sexual con menores. "De ser posible", se recomienda, "opten por un país no cristiano".

Contacto en Bangkok. Algunos de los miembros prominentes de la ANAN tienen empleos respetables. Roben Rhoades, antiguo secretario de afiliaciones de esa organización, es empleado de la Administración de Ex Combatientes de Estados Uni­dos, institución gubernamental. Roy Radow, integrante del comité de reclutamiento de la ANAN, ha tra­bajado durante siete años como psi­cólogo en la Escuela Pública 75, del distrito neoyorquino de Queens. Cuando este artículo entró en pren­sa, otro miembro del comité de re­clutamiento, Peter Melzer, maestro de la prestigiosa Escuela de Ense­ñanza Media Superior de Ciencias del Bronx, en la Ciudad de Nueva York, disfrutaba de su año sabático, pagado por el plantel.

Un hombre de 51 años revela la forma en que los miembros de la ANAN canalizan la información que necesitan los abusadores de niños. Hace diez años, sus amigos pederas­tas le dijeron que en Asia "había miles de chicos para elegir", y uno de ellos le sugirió que se pusiera en contacto con la organización.

El individuo asistió a una reunión de la ANAN celebrada en una de­pendencia de la Biblioteca Pública de San Francisco. Al final, le dijo a un miembro del grupo:

—Quiero ir a Tailandia, pero no sé cómo arreglármelas.

No hay problema —le aseguró el otro— Te pondré en contacto con alguien que se encargará de todo.

Unas semanas después el hombre estaba en Bangkok, llevando a un muchachito a su hotel. Después hizo muchos otros viajes a Asia.

Hoy está en una prisión de Cali­fornia, cumpliendo una condena de 30 años por abuso sexual de menores en Estados Unidos. Todavía no lo han procesado ni castigado por los crímenes cometidos en Asia. Por te­mor a represalias, habló con Reader's Digest sólo a condición de que no se publicara su nombre.

La ANAN y otras organizaciones similares también ofrecen asesoría a pederastas que huyen de la justicia. Patrick Flood, detective de la comi­saría del condado de Sacramento, en California, asegura que la Red Aler­ta Pederasta, organización clandesti­na, "instruye a los pederastas que han sido descubiertos sobre la mane­ra de escapar de la justicia y vivir fuera de la jurisdicción de Estados Unidos". En un manual hallado por la policía se les dice incluso cómo liquidar sus inversiones en Estados Unidos, abrir cuentas bancarias no localizables en el extranjero y conse­guir pasaportes ilegales.

Obstáculos graves. Aunque los funcionarios públicos asiáticos ha­cen esfuerzos esporádicos por com­batir el abuso sexual de menores (en 1992, el gobierno filipino impuso penas más severas para el delito de explotación sexual de personas de 18 años y menores), los obstáculos que deben superar son muy grandes. Uno de ellos es la corrupción policiaca. Los bajos salarios que perciben los policías en todo el sur de Asia los vuelven blancos fáciles del soborno. Algunos incluso tienen un segundo empleo como "apagabroncas" o vigi­lantes en los prostíbulos de niños.

Otro problema estriba en la falta de severidad de las leyes y su aplica­ción. En abril de 1991, un pediatra japonés aponés de 39 años que estaba de vacaciones en Manila fue acusado de abusar de nueve menores en su cuar­to de hotel. Pagó una multa de sólo 2000 pesos filipinos (unos 80 dóla­res) por cada una de las nueve acusa­ciones presentadas contra él por los padres de los niños. Quedó libre bajo fianza y huyó del país.

Sin embargo, la principal razón de que los funcionarios asiáticos no se hayan esforzado más por erradicar la prostitución infantil es que el "turismo sexual" proporciona valio sos ingresos. "Hay funcionarios pú­blicos que creen que el dinero es más importante que el bienestar de la niñez", observa Ron O'Grady.

Algunos trabajadores sociales, in­vestigadores y religiosos que han lu­chado contra la prostitución infantil están en la mira tanto de los burócra­tas como de los trasgresores de la ley. El padre Cullen dice que lo han amenazado con deportarlo por su crítica de la trata de niños que se lleva a cabo en la ciudad filipina de Olongapo.

En Bangkok, los rufianes no se conformaron con amenazar a Marie­France Botte, una belga que colabo­ra con el Centro para la Defensa de los Derechos de la Niñez, organismo creado por la Fundación Tailandesa para los Niños. Esta es la única institución del país que va directa­mente a los burdeles a rescatar niños. Su labor ha salvado a más de 2000 menores, y le ha granjeado a la se­ñora Botte la enemistad de los due­ños de tabernas y prostíbulos.

En marzo de 1990, dos mafiosos la golpearon hasta dejarla incons­ciente, con la nariz fracturada y el rostro convertido en una masa san­guinolenta. Pero antes de que per­diera el conocimiento le quemaron la frente con cigarrillos y le dijeron que aquello era una advertencia. Después han seguido acosándola, pe­ro ni ella ni sus colaboradores tailan­deses se dan por vencidos.

Medidas insuficientes. Muy pocos pederastas han sido aprehen­didos. En Filipinas, menos de 100 fueron hallados culpables entre 1986 y 1992: una pequeñísima fracción del número total. En casi todos los casos, las autoridades se limitaron a deportarlos. En noviembre de 1992, el primer ministro de Tailandia, Chuap Leek­pai, anunció que en tres meses aca baría con la industria de la prostitu­ción infantil en su país. Sin embargo, casi un año después, Tailandia sigue siendo un paraíso para los pederas­tas. "No hemos hecho lo suficiente", reconoce Saisuree Chutikul, conseje­ro de Leekpai.

Sri Lanka ni siquiera ha deporta­do a nadie por estos delitos desde 1986. De todos modos, aunque los deporten, la gran mayoría de los pe­derastas occidentales no son lleva dos a juicio en su país de origen. "Podemos procesarlos por delitos cometidos en Estados Unidos", ex­plica Bruce Taylor, abogado de la Sección de Explotación y Pornogra­fía Infantil del Departamento de Justicia de dicho país. "Pero no exis­te ningún estatuto federal que ca­racterice como delito el abuso sexual de menores en el extranjero, salvo cuando este abuso tiene lugar en sedes diplomáticas o bases militares estadounidenses".

Medidas severas. Mientras las naciones asiáticas sigan mostrándose tibias en sus esfuerzos por erradicar la trata de niños, seguirán acudiendo a ellas "clientes" de otros países. Pero todas las naciones, incluso Es­tados Unidos, pueden dificultar las actividades de los pederastas. He aquí algunas propuestas.

1. Dar a conocer los delitos. Un recurso disuasivo muy eficaz es la amenaza de revelación. Pero los abu­sadores confían, por regla general, en que los medios de información de su lugar de origen no se enterarán jamás del asunto. "Para la mayoría de los pederastas, no es el fin del mundo que un periódico asiático informe de su arresto", señala J. Robert Flores, del Departamento de Justicia de Estados Unidos. "En cam­bio, les aterroriza la idea de que su delito se conozca en su país natal".

Los medios de información, tanto del país de origen como del extran­jero, deben seguir publicando los nombres de los delincuentes convic­tos. Y las misiones diplomáticas es­tablecidas en Asia deben colaborar con organizaciones como la FPITA para notificar a los medios occiden­tales de los casos de pederastas que caigan en manos de la justicia.

2.     Adoptar medidas severas contra las organizaciones de pederastas. Debido a sus sistemas de información, estos grupos son vitales para la prolifera­ción de la trata de menores en el sur de Asia. Las autoridades judiciales deben emprender una búsqueda de­cidida de bases legales para disolver­los. En Estados Unidos, estas po­drían ser la evasión de impuestos, la ayuda a un prófugo de la justicia o la conspiración para cometer el delito de abuso sexual de menores.

3.     Obtener la cooperación internacio­nal. "Nos resultaría mucho más fácil someter a investigación y procesar a los pederastas si pudiéramos comu­nicarnos rápidamente con entidades extranjeras análogas al Departamen­to de Justicia de Estados Unidos", señala Robert Flores.

Varios países han encontrado ya maneras de lograr una mayor colaboración. En Bangkok hay una repre­sentación de la policía sueca que colabora con la policía local para arrestar pederastas. Las embajadas australianas regularmente ponen a disposición de otros países la infor­mación que tiene su gobierno sobre personas que han cometido delitos sexuales. Además, el gobierno aus­traliano informa a las autoridades extranjeras cuando salen del país ciudadanos australianos cuya activi­dad pederasta se conoce.

4. Ejercer presión internacional. Tai­landia, Filipinas y Sri Lanka firma­ron la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, uno de cuyos objetivos es poner fin a la prostitución infantil.

NINGUNA de estas estrategias, por sí sola, acabará con la prostitución infantil en el sur de Asia. Pero son un punto de partida. Lo que más se necesita son iniciativas enérgicas en cada lugar. La pequeña población

filipina de Pagsanjan es un ejemplo de lo que se puede lograr.

Pagsanjan, localizada 100 kiló­metros al sur de Manila, fue la capi­tal nacional de la explotación sexual de niños hasta 1988. Ese año, Mi­riam Defensor Santiago asumió el cargo de comisionada de Inmigra­ción de Filipinas. Unas semanas después ordenó una redada en Pagsan- jan, an, en la que se detuvo a 23 pederastas: siete estadounidenses, cinco alemanes, tres australianos, dos belgas, un británico, un canadiense, un holandés, un japonés, un suizo y un español. La señora Santiago los deportó y luego ordenó más redadas.

Entre los estadounidenses apre­hendidos en el primer operativo estaba Andrew Harvey, ingeniero jubilado de 52 años, oriundo de Pensilvania, que radicaba en Pagsan­jan. En su casa, la policía encontró un buen número de fotos pornográ­ficas de menores y un fichero con 700 tarjetas, donde había anotado los nombres de niños y niñas de hasta siete años de edad y todo lo que les había hecho. Después de mudarse a Pittsburgh, el hombre fue hallado otra vez en posesión de fotografías pornográficas de niños. Fue arresta­do, y actualmente cumple una con­dena de cuatro años de cárcel.

Mientras tanto, a fin de combatir la corrupción en Filipinas, la señora Santiago también ofreció a los agen­tes secretos de inmigración recom­pensas en efectivo por cada redada de pederastas. Además, hizo gestiones para que la presidenta Corazón Aqui­no entregara personalmente certifi­cados de reconocimiento a los agen­tes. Por medio de conferencias de prensa, la comisionada mantuvo la atención de los medios informativos locales y extranjeros concentrada en Pagsanjan.

La combinación de divulgación, acoso y aplicación de la ley dio bue­nos resultados. Hoy ya casi no que­dan pederastas en Pagsanjan. Los niños juegan en las calles donde, hasta hace poco, merodeaban esos degenerados. El renacimiento de la ciudad es un rayo de esperanza en la lucha contra el abuso sexual de niños en el sur de Asia. SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Octubre 1993

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