jueves, 16 de mayo de 2024

FIELES PORTAANTORCHAS- EL GRAN CONFLICTO -35


EL GRAN CONFLICTO

HELEN DE WHITE

Entre Cristo y Satanás revelado en las vidas y luchas del pueblo de Dios desde los tiempo de Cristo a través de los siglos hasta nuestro tiempo y más allá.

Capítulo 4

FIELES PORTAANTORCHAS

Aunque sumida la tierra en tinieblas durante el largo período de la supre­macía papal, la luz de la verdad no pudo apagarse por completo. En todas las edades hubo testigos de Dios, hombres que conser­varon su fe en Cristo como único mediador entre Dios y los hombres, que reconocían la Biblia como única regla de su vida y santi­ficaban el verdadero día de reposo. Nunca sabrá la posteridad cuánto debe el mundo a esos hombres. Se les marcaba como a herejes, los móviles que los inspiraban eran impugnados, su carácter difamado y sus escritos prohibidos, adulterados o mutila­dos. Sin embargo permanecieron firmes, y de siglo en siglo conservaron pura su fe, como herencia sagrada para las generacio­nes futuras.

La historia del pueblo de Dios durante los siglos de oscuridad que siguieron a la supremacía de Roma, está escrita en el cielo, aunque ocupa escaso lugar en las crónicas de la humanidad. Pocas son las huellas que de su existencia pueden encontrarse fuera de las que se encuentran en las acusaciones de sus perseguidores. La política de Roma consistió en hacer desaparecer toda huella de oposición a sus doctrinas y decretos. Trató de destruir todo lo que era herético, bien se tratase de personas o de escritos. Las simples expresiones de duda u objecio­nes acerca de la autoridad de los dogmas papales bastaban para quitarle la vida al rico o al pobre, al poderoso o al humilde. Igualmente se esforzó Roma en destruir todo lo que denunciase su crueldad contra los disidentes. Los concilios papales decre­taron que los libros o escritos que hablasen sobre el particular fuesen quemados. Antes de la invención de la imprenta eran pocos los libros, y su forma no se prestaba para conservarlos, de modo que los romanistas encontraron pocos obstáculos para llevar a cabo sus propósitos. Ninguna iglesia que estuviese dentro de los límites de la jurisdicción romana gozó mucho tiempo en paz de su libertad de con­ciencia. No bien se hubo hecho dueño del poder el papado, extendió los brazos para aplastar a todo el que rehusara reconocer su gobierno; y una tras otra las iglesias se sometieron a su dominio.

En Gran Bretaña el cristianismo pri­mitivo había echado raíces desde muy temprano. El evangelio recibido por los habitantes de este país en los primeros siglos no se había corrompido con la apostasía de Roma. La persecución de los emperadores paganos, que se extendió aun hasta aquellas remotas playas, fue el único don que las pri­meras iglesias de Gran Bretaña recibieron de Roma. Muchos de los cristianos que huían de la persecución en Inglaterra hallaron refugio en Escocia; de allí la verdad fue llevada a Irlanda, y en todos esos países fue recibida con gozo.

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