POR ESTA CRUZ TE MATARÉ
BRUCE OLSON
El contacto con el mundo exterior, que destruyó totalmente tantas culturas de tribus primitivas, era una real amenaza para los motilones. Era una amenaza que tendrían que enfrentar. Lo único que yo podía hacer era orar para que, cuando llegara el momento, se mostraran fuertes en Jesucristo para poder resistir a todo aquel que quisiera modificar sus costumbres.
En cuanto a mí, al menos, obtuve algo precioso de mi contacto con el mundo exterior : Gloria. Su hermano, un subteniente del ejército colombiano estaba encargado del destacamento militar en Tibú. Hombre alto y fornido, estaba interesado en la selva, si bien nunca estuvo allí. Esperaba sus vacaciones para internarse lo más adentro posible en la jungla. Lo vi varias veces en Tibú y traté de disuadirlo. Me daba la impresión de que creía que la selva era algo así como un hermoso parque nacional para ir de paseo. No era fácil convencerlo de lo contrario.
Conocí a Gloria en el año 1965 luego de un viaje muy accidentado que hice a Tibú. Debido a mi apuro por obtener medicamentos para los motilones, no me detuve ni para cazar y preparar comida. Y no comí absolutamente nada en todo el viaje. Avancé sin parar. Y bebí muy poca agua.
Fue un gran error. Comencé a debilitarme. La tercera noche en el sendero estaba tan exhausto que me vi obligado a terminar temprano la jornada. Tenía que comer algo pero no tuve fuerzas necesarias ni siquiera para salir a buscar comida. Me dormí, pero no fue un sueño tranquilo, sino lleno de sobresaltos.
Soñé con la jungla. Era hermosa y verde, llena de mariposas. Una de ellas voló hasta mi boca y me atragantó porque sus alas estaban mojadas. Sentí como batía sus alas y luchaba por salir. Me desperté a medias. Me quedé pasmado.
Hay una mariposa en mi boca. Muy extraño, pensé. Conviene sacarla.
Metí la mano en la boca y toqué algo. Comencé a tirar. Y mientras más tiraba más salía.
Fue entonces que desperté del todo. Podía sentir esta cosa revolviéndose en mi garganta mientras la sacaba. Cuando logré sacarla del todo y la miré, se me revolvió el estómago.
Era un parásito intestinal de alrededor de 50 centímetros de largo. Impelida por el hambre se me había metido en la boca buscando comida.
Después de esa experiencia aprendí que siempre hay que comer algo cuando se viaja, por lo menos para tener satisfechos a los parásitos.
Al día siguiente me hice tiempo para buscar alimentos y varios días después llegué a Tibú, realmente exhausto. Allí conocí a Gloria. Estudiaba abogacía en Bogotá y estaba visitando a su hermano por algunos días. Esbelta y bonita vestía pantalones y una chaqueta de cuero. Su cabello negro estaba recogido hacia atrás. No le presté mucha atención porque estaba apurado para retornar con los medicamentos.
Pero su hermano no había abandonado la idea de visitar la selva. Estaba a punto de gozar de cinco días de licencia y quería que yo los llevara a los dos en mi viaje de vuelta. Estaba almorzando con ellos cuando me hizo el requerimiento. Miré a Gloria. Con los ojos bajos miraba su plato.
—Me parece que ustedes no comprenden —le respondí—. La selva no es un lugar para ir de picnic. Gloria levantó rápidamente su cabeza. —Yo sí comprendo —exclamó—. ¿Qué te dio la idea que eres el único que puede sobrevivir allí?
Farfullé algo. —La jungla no es para mujeres. No aguantarías dos días en esa maraña.
—Pruébame —me contestó.
Me enojé un poco. —Muy bien —dije—. Puedes venir en tanto logres seguirme. Pero no tengo tiempo de hacer de niñera. Si no pueden seguirme se vuelven. Solos.
A la mañana siguiente, cuando nos preparábamos para salir, comprendí que sería tonto internarlos en la profundidad de la selva al hogar motilón donde yo vivía. Por ello los llevé hasta el hogar motilón más cercano a Tibú. Estaba a dos días de viaje por bote. Cuando constaté lo voluntarioso que eran me avergoncé por no haberles llevado a la verdadera y enmarañada selva.
Llegamos al hogar comunitario en un día de pesca. Ya habían construido los diques y los hombres comenzaban a lancear los peces, corriendo, salpicando y dando gritos en el agua. Gloria quería reunírseles. Me tuve que reír. Le conseguí una lanza. Se metió en el río hasta la cintura y caminó aguas abajo espiando bajo la superficie del agua como si fuera una profesional. Volvió media hora después, chorreando agua, sonriendo y un enorme pescado clavado en su lanza. Los motilones sintieron adoración por ella.
Jamás otra mujer había pescado con lanza y menos clavar un enorme pez.
Esa noche nos sentamos alrededor del fuego dentro del hogar comunitario a contar historias sobre los motilones. Una de las mujeres motilonas se acercó a Gloria, tocó suavemente su largo cabello y la felicitó por el mismo. Luego sonrió y le preguntó: —¿Eres la esposa de Bruchko?
Sonrojé, y Gloria quería saber qué había preguntado. Le dije que preguntó si era una mujer joven. Fue todo lo que se me ocurrió en ese momento.
—Es obvio que soy una mujer joven —replicó Gloria riéndose—. ¿Qué es lo que realmente preguntó?
Me sonrojé de nuevo y me negué a decírselo. Pero los dos hermanos continuaron haciéndome bromas al respecto hasta que finalmente se lo dije. —Quería Haber si eres mi esposa.
Miró a su hermano y se sonrieron. —Ajá —fue todo lo que dijo.
Fue una semana maravillosa. Gloria ayudaba a las mujeres a hilar y en todas las demás tareas. Estaba entusiasmadísima con la forma de vida de los motilones y los motilones la amaban.
Cuando se cumplió la semana, Gloria se paró en medio del claro y movió sus brazos en círculo, como abarcándolo todo.
—¿Qué puedo hacer? —demandó.
—¿Qué quieres decir ?
—Quiero decir ¿qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ayudar?
No la tomé muy en serio. Todo el mundo quiere ayudar.
—Puedes estudiar para ser médica —dije con cierta petulancia—, y venir aquí a trabajar en el programa sanitario.
No la vi por cinco años, y debo confesar que me olvidé de ella totalmente. Habíamos intercambiado algunas cartas y luego, mayormente por mi culpa, me cortó la correspondencia.
En el año 1970 estaba en Bogotá, caminando por una de las calles comerciales, cuando sentí que alguien me tocaba con un libro en la espalda. Me di vuelta. Era Gloria. La misma muchacha que recordaba, pero más crecida, más madura.
—¿Dónde has estado? —preguntó con una sonrisa picaresca.
—En la selva, por supuesto —le contesté.
—¿Por qué no me escribiste más?
Cuando se cumplió la semana, Gloria se paró en medio del claro y movió sus brazos en círculo, como abarcándolo todo.
—¿Qué puedo hacer? —demandó.
—¿Qué quieres decir ?
—Quiero decir ¿qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ayudar?
No la tomé muy en serio. Todo el mundo quiere ayudar.
—Puedes estudiar para ser médica —dije con cierta petulancia—, y venir aquí a trabajar en el programa sanitario.
No la vi por cinco años, y debo confesar que me olvidé de ella totalmente. Habíamos intercambiado algunas cartas y luego, mayormente por mi culpa, me cortó la correspondencia.
En el año 1970 estaba en Bogotá, caminando por una de las calles comerciales, cuando sentí que alguien me tocaba con un libro en la espalda. Me di vuelta. Era Gloria. La misma muchacha que recordaba, pero más crecida, más madura.
—¿Dónde has estado? —preguntó con una sonrisa picaresca.
—En la selva, por supuesto —le contesté.
—¿Por qué no me escribiste más?
GLORIA (1) -- "POR ESTA CRUZ TE MATARÉ" Por Bruce Olson
—¿ Quién tiene tiempo para escribir ? He estado muy ocupado.
—Nadie está tan ocupado que no tenga tiempo Para escribir.
Caminamos juntos por la calle. Le pregunté cómo iban sus estudios de abogacía. Se detuvo y parecío a punto de llorar.
—¿ Qué sucede ? —le pregunté, pensando que había: fracasado en sus estudios de abogacía y tenía vergüenza de admitirlo.
POR ESTA CRUZ TE MATARÉ
BRUCE OLSON
—¿ Quién tiene tiempo para escribir ? He estado muy ocupado.
—Nadie está tan ocupado que no tenga tiempo Para escribir.
Caminamos juntos por la calle. Le pregunté cómo iban sus estudios de abogacía. Se detuvo y parecío a punto de llorar.
—¿ Qué sucede ? —le pregunté, pensando que había: fracasado en sus estudios de abogacía y tenía vergüenza de admitirlo.
—Ahora estudio medicina —me dijo—. Me dijiste que si quería ayudar a los motilones tendría que estudiar medicina.Abandoné la abogacía.
Apenas recordaba haberle dicho eso pues el consejo se lo había dado de paso. Pero de pronto comprendí que hablaba en serio en cuanto a ayudar a los motilones.
De ahí en adelante, cuantas veces fui a Bogotá visitaba a los dos hermanos (su padre murió años atrás). Gloria y yo íbamos a un restaurante húngaro que nos encantaba y tomábamos café y charlábamos durante horas. Cuando no podía ir a Bogotá, le hablaba por la radio, principalmente de temas referidos a los motilones. También hablábamos sobre Jesús.
A Gloria le entusiasmaba el hecho de que el evangelio les había dado esperanzas a los motilones, pero no estaba muy segura de la aplicación que pudiera tener sobre ella.
—Mis ideas no son semejantes a las de los motilones —me dijo un día que estábamos en el pequeño café—. No lo puedo entender a Jesús. No siento que realmente pueda llegar a conocerlo.
—¿Pero no puedes ver cuán maravilloso es ? —le pregunté—. ¿No puedes ver cuánto te ama?
Sacudió la cabeza con fuerza. —Puedo identificarme con sus sufrimientos. Yo he sufrido. Vi morir a mi padre y a un hermano, y creo conocer el toque de la muerte. Pero Jesús ... resucitó. ¿ Correcto? Resucitó. Pero yo no puedo salirme o desprenderme de mis sufrimientos.
Puso la cabeza sobre la mesa. Yo coloqué suavemente mi mano sobre su cuello.
—Sí puedes —le dije—. No sé exactamente cómo. Siempre es diferente. Pero puedes salir de ellos. Toda persona que quiera puede hacerlo, porque Dios lo hará para ti y contigo.
Mantuvo la cabeza apoyada sobre la mesa sin derir nada.
Más tarde fuimos a una de las catedrales de Bogotá. A mitad de la misa, Gloria, que había estado orando, súbitamente me echó los brazos al cuello y me estampó un beso. Estaba llorando. ¡ Qué maravilloso ! ¡Qué maravilloso es él!
Una señora, sentada cerca de nosotros se alarmó. —¿Qué sucede? —preguntó.
Me reí. —No sucede nada —le dije—. Es una forma que tenemos de alabar a Dios.
Poco tiempo después la madre de Gloria se entregó a Jesús y hubo toda una escena familiar con las dos mujeres llorando y abrazándose mientras yo miraba sintiéndome algo incómodo.
Gloria iba a graduarse de médica. Según las leyes de Colombia los médicos recién recibidos deben trabajar un año ad-honorem en zonas rurales. Yo conocía al ministro de Salud Pública de Colombia y le pregunté si había alguna posibilidad de que Gloria sirviera durante un año en Tibú, en un pequeño establecimiento para los motilones enfermos que requerían mayor atención médica que la que podían obtener en los dispensarios situados en los hogares comunitarios.
—Lo siento mucho, Bruce, pero no nos atrevemos a enviar a una mujer soltera a ese lugar. Es una zona demasiado escabrosa.
Me quedé meditando un rato. Parecía como si el aire que me rodeaba y los vehículos en la calle y aún el mundo entero se hubiera detenido. Era un momento solemne. Luego supe lo que tenía que decir y fue más fácil hacerlo.
—Eso no será su problema infranqueable. Nos vamos a casar.
Creo que más me sorprendió a mí escucharme decir esas palabras que lo que estuvo ella cuando más tarde le pedí que se casara conmigo.
Apenas recordaba haberle dicho eso pues el consejo se lo había dado de paso. Pero de pronto comprendí que hablaba en serio en cuanto a ayudar a los motilones.
De ahí en adelante, cuantas veces fui a Bogotá visitaba a los dos hermanos (su padre murió años atrás). Gloria y yo íbamos a un restaurante húngaro que nos encantaba y tomábamos café y charlábamos durante horas. Cuando no podía ir a Bogotá, le hablaba por la radio, principalmente de temas referidos a los motilones. También hablábamos sobre Jesús.
A Gloria le entusiasmaba el hecho de que el evangelio les había dado esperanzas a los motilones, pero no estaba muy segura de la aplicación que pudiera tener sobre ella.
—Mis ideas no son semejantes a las de los motilones —me dijo un día que estábamos en el pequeño café—. No lo puedo entender a Jesús. No siento que realmente pueda llegar a conocerlo.
—¿Pero no puedes ver cuán maravilloso es ? —le pregunté—. ¿No puedes ver cuánto te ama?
Sacudió la cabeza con fuerza. —Puedo identificarme con sus sufrimientos. Yo he sufrido. Vi morir a mi padre y a un hermano, y creo conocer el toque de la muerte. Pero Jesús ... resucitó. ¿ Correcto? Resucitó. Pero yo no puedo salirme o desprenderme de mis sufrimientos.
Puso la cabeza sobre la mesa. Yo coloqué suavemente mi mano sobre su cuello.
—Sí puedes —le dije—. No sé exactamente cómo. Siempre es diferente. Pero puedes salir de ellos. Toda persona que quiera puede hacerlo, porque Dios lo hará para ti y contigo.
Mantuvo la cabeza apoyada sobre la mesa sin derir nada.
Más tarde fuimos a una de las catedrales de Bogotá. A mitad de la misa, Gloria, que había estado orando, súbitamente me echó los brazos al cuello y me estampó un beso. Estaba llorando. ¡ Qué maravilloso ! ¡Qué maravilloso es él!
Una señora, sentada cerca de nosotros se alarmó. —¿Qué sucede? —preguntó.
Me reí. —No sucede nada —le dije—. Es una forma que tenemos de alabar a Dios.
Poco tiempo después la madre de Gloria se entregó a Jesús y hubo toda una escena familiar con las dos mujeres llorando y abrazándose mientras yo miraba sintiéndome algo incómodo.
Gloria iba a graduarse de médica. Según las leyes de Colombia los médicos recién recibidos deben trabajar un año ad-honorem en zonas rurales. Yo conocía al ministro de Salud Pública de Colombia y le pregunté si había alguna posibilidad de que Gloria sirviera durante un año en Tibú, en un pequeño establecimiento para los motilones enfermos que requerían mayor atención médica que la que podían obtener en los dispensarios situados en los hogares comunitarios.
—Lo siento mucho, Bruce, pero no nos atrevemos a enviar a una mujer soltera a ese lugar. Es una zona demasiado escabrosa.
Me quedé meditando un rato. Parecía como si el aire que me rodeaba y los vehículos en la calle y aún el mundo entero se hubiera detenido. Era un momento solemne. Luego supe lo que tenía que decir y fue más fácil hacerlo.
—Eso no será su problema infranqueable. Nos vamos a casar.
Creo que más me sorprendió a mí escucharme decir esas palabras que lo que estuvo ella cuando más tarde le pedí que se casara conmigo.
"POR ESTA CRUZ TE MATARÉ"
22
Pag. 200—Gracias —les dije.
Pag. 202
Atacadara,
la esposa de Bobby, me dijo justo antes de salir : —Cuando veas a la
madre de Gloria dile que mi estómago me duele por ella. Dile que cuando
supimos que Gloria murió no pudimos comer. Sabemos cómo se siente.
Momentos
antes de ascender al avión que me llevaría a Tibú, Bobby puso su mano
sobre mi hombro. —Dile a la madre de Gloria que tenemos hambre de ella,
que todos estamos tristes por la muerte de Gloria. Cuídate y vuelve
pronto.
Este libro lo leí en mi adolescencia y es un enorme placer encontrarlos aquí. Podrá publicar el primer libro de Viento Sollozante?
ResponderEliminarGracias por comentar- Comienza aquí https://hispanoamericapresente.blogspot.com/2022/09/1-libro-cap-1-viento-sollozante.html
EliminarGracias por compartir tan bellos libros, los leí de niña y buscando "Viento Sollozante" dí con su blog. Ojalá pueda publicar el primer libro de Viento Sollozante. Gracias!
ResponderEliminarGracias por visitar https://hispanoamericapresente.blogspot.com/2022/09/1-libro-cap-1-viento-sollozante.html
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