lunes, 20 de mayo de 2024

EL GRAN CONFLICTO -"No más peregrinaciones..." 44

 EL GRAN CONFLICTO

HELEN DE WHITE

44- La fe se aferraba de las promesas, y se oía esta alegre respuesta: “Ya no habrá que hacer más peregrinaciones, ni viajes penosos a los santuarios. Puedo acudir a Jesús, tal como soy, pecador e impío, seguro de que no desechará la oración de arrepentimiento. ‘Los pecados te son perdonados’. ¡Los míos, sí, aun los míos pueden ser perdonados!”

Un raudal de santo gozo llenaba el corazón, y el nombre de Jesús era ensalzado con alabanza y acción de gracias. Esas almas felices volvían a sus hogares a derramar luz, para contar a otros, lo mejor que podían, lo que habían experimentado y cómo habían encontrado el verdadero Camino. Había un poder extraño y solemne en las palabras de la Santa Escritura que hablaba directamente al corazón de aquellos que anhelaban la verdad. Era la voz de Dios que llevaba el convencimiento a los que oían.

El mensajero de la verdad proseguía su camino; pero su apariencia humilde, su sinceridad, su formalidad y su fer­vor profundo se prestaban a frecuentes observaciones. En muchas ocasiones sus  oyentes no le preguntaban de dónde venía ni adónde iba. n Tan embargados se hallaban al principio por la sorpresa y después por la gratitud y el gozo, que no se les ocurría hacerle preguntas. Cuando le habían instado a que los acompañara a sus casas, les había contestado que debía primero ir a visitar las ovejas perdidas del rebaño. ¿Sería un ángel del cielo? se preguntaban.

En muchas ocasiones no se volvía a ver al mensajero de la verdad. Se había mar­chado a otras tierras, o su vida se consumía en algún calabozo desconocido, o quizá sus huesos blanqueaban en el sitio mismo donde había muerto dando testimonio por la verdad. Pero las palabras que había pro­nunciado no podían desvanecerse. Hacían su obra en el corazón de los hombres, y solo en el día del juicio se conocerán plenamente sus preciosos resultados.

Los misioneros valdenses invadían el reino que la verdad avanzara era observado por el príncipe del mal, y este atizaba los temores de sus agentes. Los caudillos papales veían peligrar su causa debido a los trabajos de estos humildes viandantes. Si permitían que la luz de la verdad brillara sin impedimento, disiparía las densas nieblas del error que envolvían a la gente; guiaría los espíritus de los hombres hacia Dios solo y destruiría al fin la supremacía de Roma.

La misma existencia de estos creyentes que guardaban la fe de la primitiva iglesia era un testimonio constante contra la apos­tasía de Roma, y por lo tanto despertaba el odio y la persecución más implacables. Era además una ofensa que Roma no podía tole­rar el que se negasen a entregar las Sagradas Escrituras. Determinó raerlos de la superfi­cie de la tierra. Entonces empezaron las más terribles cruzadas contra el pueblo de Dios en sus hogares de las montañas. Lanzáronse inquisidores sobre sus huellas, y la escena del inocente Abel cayendo ante el asesino Caín repitióse con frecuencia.  de Satanás y los poderes de las tinieblas se sintieron incitados a mayor vigilancia. Cada esfuerzo que se hacía para Una y otra vez fueron asolados sus feraces campos, destruidas sus habitaciones y sus capillas, de modo que de lo que había sido campos florecientes y hogares de cris­tianos sencillos y hacendosos no quedaba más que un desierto. Como la fiera que se enfurece más y más al probar la sangre, así se enardecía la saña de los siervos del papa con los sufrimientos de sus víctimas.

 

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