Viernes, 24 de agosto de 2018
LOS HIJOS OLVIDADOS DEL TÍO SAM
PEARL BUCK, la más distinguida de
las escritoras norteamericanas (Premio Nobel y, Premio Pulitzer), ha dedicado
en los últimos años gran parte de su tiempo y energías a ayudar a los
"niños perdidos": los huérfanos, los baldados, los mestizos.
Solos, sin patria, perdidos: son los niños
engendrados y abandonados luego por los soldados norteamericanos en
Asia. Una célebre escritora aboga aquí por ellos.
LOS HIJOS OLVIDADOS DEL TÍO SAM
POR PEARL BUCK
Condensado de "THIS WEEK MAGAZINE"
SOY CAZADORA. Ando a la caza de padres anónimos: los soldados
norteamericanos que dejaron sus hijos en Corea, el Japón, OkinaWa, Formosa,
Filipinas y Vietnam. Se calcula que de cada diez jóvenes enviados a esos, países, uno ha tenido un hijo con una muchacha asiática.
¿ Y cuál es el resultado? El nuevo pueblo: ¡los
"amerasiáticos"!
La política de los Estados Unidos hacia estos niños es increíble: sencillamente dicen: "¡Imposible! ¡No existen!"
Tal vez yo misma hubiera creído en esa negación, si no hubiese ido a ver la
realidad con mis propios ojos.
Estos niños no existen, me decía yo con firmeza
mirando de hito en hito caras que ciertamente no eran
asiáticas. Niños pordioseros me perseguían en las calles, y yo veía caritas lindas, aunque sucias,
caritas de ojos azules y grises y zarcos,
enmarcadas en una maraña de cabellos castaños o rubios.
"Vosotros no existís", murmuraba cuando sus manitas sucias me asían
de la falda. "No, no, no existís", susurraba cuando los veía en los
orfanatos. "¡No, no estáis ahí!" exclamé al
ver un desharrapado grupo de niños
agazapados bajo un puente para guarecerse de una tormenta de nieve.
Al fin, convencida contra mi voluntad, me di por vencida. Allí están, y los hay en gran número. Muchos
mueren en la infancia, pero los que sobreviven gracias a sus mañas y
habilidades, al hurto y la mendicidad, sobresalen del término
medio, física e intelectualmente.
—De estos chicos hay más de lo que
uno se imagina —me
explicaba el embajador de Corea en Washington—,
y debo decirle que son
niños superiores.
Pero son niños aislados y solos, sin patria,
perdidos, porque en la mayor parte de Asia el hijo pertenece tradicionalmente
al padre, no a la madre. Como es el
padre el que registra el nacimiento, al niño que no tiene padre se le dificulta
entrar en la escuela o conseguir trabajo. Por carecer de padre, el niño no
tiene familia ni futuro.
Se podría pensar que yo no tengo por qué preocuparme de ellos; pero soy vulnerable al encanto, y esas criaturas me han
embrujado. Me han robado el corazón con su chispa y su hermosura. No puedo ver
que crezcan perdidos y resentidos, y quedarme sin hacer algo por ellos.
Sé, por lo que la historia enseña, que los niños
perdidos y resentidos, sobre todo cuando tienen inteligencia y belleza, al
crecer se convierten en personas peligrosas.
¡Ah, sí!, comprendo que nuestros soldados no son los
únicos responsables, ya que hasta hoy no se sabe de ningún hombre que haya sido
capaz de procrear un hijo por sí solo. Las madres de estos niños
"amerasiáticos" son por lo general
muchachas jóvenes, asiáticas que se han unido individualmente a un soldado
norteamericano, y cada una se mantiene fiel a su hombre mientras él permanece
en su país. Confía en que se casará con
ella, como con frecuencia se lo ha prometido,
y aun es posible que tenga el hijo para comprometer más al hombre a cumplir lo
ofrecido. Este es un viejo error que cometen las mujeres en todos los países. Y sin embargo, los padres norteamericanos casi siempre se
niegan a reconocer a los hijos que han engendrado.
Hace varios años, conmovida por la tragedia de los niños medio-norteamericanos
en Asia, empecé a llevar a algunos de ellos a los
Estados Unidos para que fueran adoptados; pero evidentemente era
imposible llevar a la tierra de sus padres a tantos millares de chiquillos.
Entonces me dediqué a la caza. Me propuse buscar a
los padres norteamericanos que habían producido esta situación. No
pregunté cómo se llamaban. Que permanecieran en el anonimato, con tal que se
preocuparan de sus hijos. Padres anónimos . . . ¿por qué no un Club de Padres
Anónimos? Nada se exigiría a los socios, sino solo dinero para educar a los
niños y prepararlos para la vida.
Comencé por los organismos que me parecieron más a propósito para el caso: las
asociaciones de ex combatientes. Llamé por teléfono a los directores de estas
asociaciones. Cuando contestaron mis preguntas,
parecía que sus voces vinieran de
más allá de la Luna.
—No --insistían las distantes voces—; es imposible.
—Pero si se trata de niños indefensos ...
No pude interesarlos sino muy levemente. Me dijeron que existían sucursales
locales de las asociaciones, que preparara paquetes individuales de material de
información.. .
Los preparé, y con cada paquete despaché una carta personal en que explicaba
que el Padre Anónimo no necesitaba mandar su nombre ni su dirección, sino
solamente dinero. Mencioné vergonzosamente el hecho de que unos pocos dólares
podían salvar la vida de un niño; unos pocos
dólares más, enviados con regularidad, servirían para educarlo y conseguirle
trabajo; con solo un dólar al año que diera cada militar en servicio activo, se
atendería a todos los niños "amerasiáticos" y se les daría la
mejor educación posible. Mandé paquetes y cartas al vacío, y del vacío no volvió nada.
Así pues, sigue la cacería. Y, cazando aún, no comprendo y estoy perpleja. ¿Por
qué estos padres no responden? ¿No piensan nunca
dónde están sus hijos asiáticos ni cómo son? ¿Qué extraño
instinto es este de engendrar. y luego destruir?
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