“MI CORAZÓN INQUIETO “
POR VIENTO SOLLOZANTE
Primer Libro
Oí que el coche de Don llegaba junto a la casa.En fin, por ese día había ya escrito lo suficiente. Saqué mi "manuscrito" de la máquina de escribir, lo doble, y me lo guardé en el bolsillo del delantal, poniendo de nuevo la máquina de escribir en el armarito.
Se me había quemado el asado y no tenía nada más descongelado. Podía hacer tortitas para la cena y no había lavado los cacharros porque con tanto crear no me había quedado tiempo. Tendríamos que usar platos de cartón para la cena. Ojalá que el almíbar no empape los platos. A lo mejor si comíamos de prisa
Sonreí, dándole una palmadita al bolsillo de mi delantal, donde descansaba mi manuscrito. ¡ La próxima vez que el Rdo. Me Pherson me preguntase que cuándo iba a escribir un libro podría decirle que ya lo había empezado!
Necesitaría un seudónimo, pues nadie leería jamás un libro escrito por una persona llamada Viento Sollozante. Utilizaría un nombre que fuese típico de una mujer blanca, algo así como Gwendolyn Lovequist.
196 MI CORAZÓN INQUIETO
Me pasé el día sacando
pedazos de bocadillo de mermelada y mantequilla de cacahuete de entre los tipos
de la máquina de escribir, después de que Ciervo Perdido intentó
aplanar su bocadillo con el rodillo para que se quedase "más
planito".
Esa noche, a una hora más avanzada, mientras dormía la familia, comencé a escribir un
libro que titulé Viento Sollozante.
"Mis pies metidos en los mocasines se
deslizaban siguiendo el curso del arroyo seco . .."Al ir
amontonando páginas e ir reviviendo el pasado se me llenaron los
ojos de lágrimas. Pensé en la gloria de mi caballo Cascos de Trueno, en la
muerte de mi abuela, en la larga búsqueda del verdadero Dios. Mientras
realizaba grandes esfuerzos por poner mis pensamientos por escrito, me preguntaba si llegaría alguien a leer las palabras escritas por una mestiza sin estudios.
Pero no me había parado a pensar detenidamente
en el plan que Dios tenía para mi vida.
CAPITULO VEINTICUATRO
Abrí los ojos de repente y me sentí invadida de espanto al darme vuelta y
echarle un vistazo al despertador, pues ya era casi la hora de levantarme.
Suspiré y volví a cerrar los ojos, deseando poderme olvidar del día porque era mi
cumpleaños y yo odiaba los cumpleaños, precisamente porque me envejecían.
Suspiré, me levanté de la cama y me puse mi descolorida bata
rosa y fui por el pasillo dando tropezones. Los niños dormían todavía así que a
lo mejor Don y yo podíamos disfrutar juntos, para variar, del desayuno. Hice el
café y preparé unos huevos revueltos. Cuando entró Don en la cocina las
tostadas saltaron de la tostadora y él buscó una taza de café, dándome los
buenos días.
Ni siquiera me
había mirado. Yo no sabía si alegrarme o ponerme furiosa por habérsele olvidado
mi cumpleaños.
Don se tomó a toda prisa el desayuno y agarró su cantina con la comida. Dándome
un beso en la mejilla, se dirigió apresuradamente hacia la puerta de la cocina
y salió dándole un portazo.
El portazo sonó como un disparo y oí un grito procedente de la habitación de
los niños. El día había empezado oficialmente.
Se me cayó la azucarera de las manos, desparramando el azúcar por todos los
rincones más distantes de la cocina. La torta que había hecho en el horno me
quedó tan chata que parecía una torta frita con un agujero en el medio. Una
lluvia repentina me llenó la ropa, que tenía tendida, de barro y de hojas antes
de que la pudiese entrar y mi hijo tiró del mantel, llevándose consigo al suelo
los platos y la comida.
A mí me rodaron las lágrimas por las mejillas al fregar el suelo por tercera vez y me quejé: —¡Odio los cumpleaños!
Ciervo Perdido me tiró de la falda y me dijo: —Mamá, no llores, Jesús te ama.
¿ Cuántas veces le había dicho yo a él esas mismas palabras? Ahora él me las tenía que decir a mí.
Claro que Jesús me amaba, yo sabía que eso era cierto. Entonces ¿por qué me ponía yo tan irritada por cosas tan insignificantes?
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