miércoles, 8 de noviembre de 2023

VIENTO SOLLOZANTE Primer Libro (14-b) 130-131

 “MI CORAZÓN INQUIETO “

POR VIENTO SOLLOZANTE

Primer Libro

 —¿Qué le sucedió a tu familia? —le pregunté.

 —Supongo que deben estar todavía en la hacienda. Mi hermana se casó tan pronto como pudo, para irse de casa —me dijo.

—¿ Crees que les volverás a ver de nuevo?

 —No, Viento Sollozante, mis padres son. . . —dijo suspirando— son dañosos. Mi padre se emborracha y mi madre es ... bueno, es muy mala persona. Mi hermana y yo nos alejamos de ellos tan pronto como pudimos y yo me considero huérfano porque no he tenido nunca unos padres auténticos. Yo no fui para ellos un hijo, sino un obrero barato. Me harías un favor si no volvieses a hablar nunca más acerca de mi niñez y de mi familia. Quisiera olvidarme de todo cuan­to me sucedió antes de conocerte y tú eres lo único bueno que me ha sucedido.

 Era nuestra primera Navidad juntos y yo deseaba que fuese algo especial porque por primera vez en mi vida tenía a alguien mío a quien poder hacer un regalo.

 Comencé a poner la decoración demasiado pronto, pero estaba excesivamente emocionada como para es­perar más tiempo, así que nuestro árbol de Navidad estuvo en pie y decorado el último día de noviembre.

 Estuve yendo de tiendas horas enteras, buscando un regalo especial para mi esposo, pero nada me pa­recía apropiado, hasta que un día me puse a ver camisas de caballero y encontré la respuesta. Le ha‑                                     130       MI CORAZÓN INQUIETO

 ría una camisa de cacique cherokee. Compré una ca­misa color azul celeste y metros enteros de cinta de colores brillantes. Una vez en casa cosí las cintas a la camisa con pequeñas puntadas. Me la puse y di vueltas con ella. Las cintas de colores, rojas, amari­llas azules y verdes, volaban a mi alrededor como un arcoiris de color. ¡Le encantaría! Una camisa cacique! Yo estaba segura de que jamás había te­nido una y la envolví orgullosa y la coloqué con cui­dado bajo nuestro árbol.

 Don también colocó regalos debajo del árbol y yo los meneaba, los pellizcaba y los apretaba hasta que los papeles, con dibujos navideños, se quedaron arru­gados y los lazos se soltaron.

 Don me regañó y amenazó con esconderlos si yo no los dejaba en paz, pero yo no podía pasar junto a los regalos sin ponerle el dedo encima.

 —Deberías dejarme abrirlos ahora. —¿Qué su­cedería si me pasase algo y me muriese antes de Navidad? ¡Nunca me enteraría de lo que me has que­rido regalar!

 Pero Don sólo se reía y añadía más papel celofán a los regalos.

 La Nochebuena nos sentamos a oscuras, viendo parpadear las luces del árbol y escuchando los cán­ticos de Navidad del tocadiscos.

Sentía en mi corazón una profunda soledad y echa­ba muchísimo de menos a mis amigos de casa. De vez en cuando me caía una lágrima por las mejillas y cuando el tocadiscos comenzó a tocar "Volveré al Ho­gar para la Navidad" las lágrimas se convirtieron en un manantial y enterré mi cara en mis manos y lloré.

Don supo sin preguntarlo lo que me sucedía y me dejó a solas con mi ataque de añoranza.

 Estaba llorando con toda mi alma cuando sentí que toda la casa temblaba por lo que olvidé rápida­mente mis lágrimas y mi corazón se quedó paralizado. —¿Qué ha sido eso? —pregunté en voz baja.

Es solamente un pequeño temblor de tierra —me dijo Don.

MI CORAZÓN INQUIETO 131La casa tembló de nuevo y los platos hicieron ruido en el armario y la ventana se resquebrajó. —¡ Es un terremoto! —grité. Agarré uno de mis regalos y salté al centro de la cama. —i Vamos a morirnos! ¡Ya te dije que algo iba a pasar, dame ahora mis regalos!

 La casa retumbó fuertemente y las luces del árbol de Navidad se apagaron. Me quedé en el centro de la cama con un regalo a medio abrir en mis manos. Hubo un profundo silencio mientras esperábamos para ver si se iban a producir más temblores o si la tierra se iba a abrir para tragarnos vivos.

 La luz vaciló y se encendió de nuevo y Don en­cendió unas cuantas lámparas. Me arrancó de las manos el regalo a medio abrir y se dispuso a colo­carlo una vez más debajo del árbol.

 —¡ Cielo santo! ¿Qué es esto? —exclamó y yo me acerqué también al árbol.

 Sobre un enorme puñado de agujas de pino había un desnudo palo con las lucecitas y las chucherías colgadas de él. Había puesto el árbol demasiado pron­to y se había secado. El terremoto lo había meneado, haciendo que se cayesen del árbol todas las agujas. Teníamos, en esos momentos, el árbol más feo de todo el mundo. Nos olvidamos de nuestra añoranza y co­menzamos a reírnos. Entonces decidimos abrir nuestros regalos en lu­gar de esperar a que llegase la mañana. Don me en- tregó tres paquetes y yo los abrí con gran ilusión. Dentro del primero había una cruz de plata colgada de una cadena, que me puse alrededor del cuello antes de abrir los otros dos. El segundo paquete tenía una diminuta ballena que había tallado con madera y el último regalo era una bata de color rosa.

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