María
— Pero eso será porque conozco que no lo haces por coquetería.— ¿Qué no lo hago qué? ¿Cómo es el cuento?
— Go-que-te-ría.
— Y eso ¿ qué quiere decir? Dígame, que de veras no se... Solo que sea cosa mala... Entonces me la tiene muy guardadita, ya l'oye?
— ; Buen negocio ! mientras tú la desperdicias.
— A ver, á ver : de aquí no paso si no dice.
— Me iré solo, le respondí dando unos pasos.
— ¡ Jesús ! era yo capaz hasta de revolverle I' agua.
¿Y con qué sábana se secaba?... Nada, dígame que es lo que yo desperdicio. Ya se me va poniendo qué es.
— Di.
— ¿Será... será amor?
— Lo mismo.
— ¿Y qué remedio? ¿porque quiero á ese creído?
Si yo fuera blanca, pero bien blanca; rica, pero bien rica... sí que lo querría á usté ; ¿no?
— ¿Te parece asi ? ¿Y qué hacíamos con Tiburcio ?
— ¿Con Tiburcio? Por amigo de tenderle i´ ala á todas, lo poníamos de mayordomo y lo teníamos aquí, dijo cerrando la mano.
— No me convendría el plan.
— ¿Por qué? ¿No le gustaría que yo lo quisiera
?
— No es eso, sino el destino que te agrada para Tiburcio.
MARÍA. 319
Salomé rió con toda gana.
Habíamos llegado al riecito, y ella después de poner la sábana sobre el césped que debía servirme de asiento en la sombra, se arrodilló en una piedra y se puso á lavarse la cara. Luego que acabó, iba á desatarse de la cintura un pañuelo para secarse, y le presenté la sábana diciéndole :
— Eso te hará mal si no te bañas.
— Casi... casi que vuelvo á bañarme; y que está el agua tan tibiecita; pero usté refresqúese un rato; y ora que venga Fermín, mientras usté acaba, doy una zabullida yo en el charco de abajo.
En pie ya, se quedó mirándome, y sonreía maliciosa mientras se pasaba las manos húmedas por los cabellos. Al fin me dijo :
— ¿Me creerá que yo me he soñado que era cierto todo eso que le venía diciendo ?
— ¿Que Tiburcio no te quería ya?
— ¡ Malaya ! que yo era blanca... Cuando desperté, me entro una pesadumbre tan grande, que al otro día era domingo y en la parroquia no pensé sino en el sueño mientras duró la misa : sentada lavando ahí donde usté está, cavilé toda la semana con eso rnismo y...
Interrumpieron las inocentes confidencias de Salomé los gritos de " chiiino, chuno " que hacia el lado del cacaotal daba mi compadre llamando á los cerdos. Salomé se asustó un poco, y mirando entorno, dijo : — Y este Fermín que se ha vuelto humo... Báñese pronto, pues; que yo voy á buscarlo río arriba, no sea que se largue sin esperarnos.
— Espéralo aquí, que él vendrá á buscarte. Todo eso es porque has oído á mi compadre. ¿ Te figuras que á él no le gusta que conversemos los dos?
— Que conversemos sí, pero... según.
Saltando con suma agilidad sobre las grandes piedras de la orilla, desapareció tras de los carboneros frondosos.
Los gritos del compadre seguían y me hicieron pensar que la confianza de él en mí tenía sus limites.
Sin duda nos había seguido de lejos por entre el cacaotal, y solamente al perdernos de vista se había resuelto á llamar la piara.
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