“MI CORAZÓN INQUIETO “
Por Viento Sollozante
Primer Libro
Miré por la ventanilla, viendo cómo iban saliendo las estrellas, una tras otra.
Al final la luna decidió despertarse y situarse en el cielo ; esa noche había
una luna nueva y estaba inclinada de tal modo que se podía colgar de ella una
redoma hecha con un cuerno para que se mantuviese seca. Esa noche no llovería,
cosa que me alegraba porque Pedernal no se mojaría, ya que dormía bajo el cielo
raso.
Por fin me empezó a entrar sueño y juntando las
manos le pedí a Dios: —Soy yo, Viento Sollozante, quien te habla. ¿Te has dado
cuenta de que he vuelto a la reserva? Ayúdanos a Pedernal y a mí. Buenas
noches.
No había tenido mucha práctica en la oración y no conocía muy bien a Dios, por
eso mis oraciones no eran ni largas ni pomposas.
A la mañana siguiente mi tío me mandó a buscar un conejo. Es bastante fácil
atrapar un conejo porque corren un
poco y se paran y luego corren y se vuelven a parar otra vez. Hacen esto tres
veces y una vez que se han detenido por cuarta vez toman una curva muy cerrada a la derecha o a la izquierda, por eso no es
necesario correr más que ellos, sino sencillamente
ser más lista que ellos. Después de haberlo dejado escapar un par de
veces logré agarrar uno por el cogote y se
lo llevé a Pedernal. Lo guisamos sobre el fuego. Era un conejo muy flaco, pero al menos era algo para desayunar.
Fuimos con la camioneta por todas las carreteras secundarias y antes del
mediodía encontramos una casa que no hacía mucho que se había quedado vacía y
nos metimos en ella antes de que lo hiciesen las ratas. Tenía tres habitaciones
pequeñas, aunque no tenía muebles, ni agua ni electricidad. Mi tío se fue con
la camioneta al almacén y compró comida y otras cosas necesarias y cuando llegó
la noche nos habíamos instalado con bastante comodidad y pudimos disfrutar de
una cena caliente.
Al día siguiente Pedernal consiguió un trabajo de
domar caballos en una hacienda cercana y yo
comencé a plantar una huerta. Teníamos un hogar y
MI CORAZÓN INQUIETO 25
estábamos dispuestos a quedarnos. Las cosas nos iban bien, así que podía
escribirle a los McPherson y decirles que ya no tenían que preocuparse por mí.
Pocos días después estaba plantando cebollas en
mi huerto cuando Pedernal apareció en el corral y frenó levantando
una nube de polvo. Me gritó por la ventanilla: —Viento Sollozante, sé dónde
puedes ganarte rápidamente veinte dólares.
—Si es un dinero tan fácil, ¿Por. qué no te los ganas tú mismo? —le dije
riéndome. Pedernal siempre conocía la manera de ganarse fácilmente el dinero,
pero nunca daba resultado y la mayor parte de las veces acababa trabajando por
amor al arte o perdiendo dinero.
—En la hacienda donde yo trabajo tienen un potrillo que el dueño quiere que sea
domado y yo soy demasiado pesado. Quiere alguien que pese poco para que se
siente por primera vez sobre él.
—¡ Ah no, gracias! Todavía me acuerdo de cuando hace un par de años ibas a
montar en el rodeo y me inscribiste en la carrera de
burros salvajes. Me dijiste que era fácil ganar, pero el burro que
yo montaba iba en todas direcciones menos hacia adelante y llegué la última.
¡No siento deseo alguno de ganar ese dinero fácil!
—Pero ahora es diferente, es solamente un bonito potrillo, no creo que te vaya
a voltear. Tú acostumbrabas a montar la yegua Cascos Atronadores como si
hubieses estado pegada con goma al lomo. No me cabe la menor duda de que podrás
amansar el potrillo.
Me pasaron por la mente los recuerdos de Cascos Atronadores. Hacía mucho tiempo
que había muerto y desde entonces no había montado mucho a caballo. Pedernal
interpretó mi silencio como consentimiento.
—No hay mejor ocasión que el presente, así que vamos a la hacienda y haremos la
prueba —me dijo abriéndome la puerta de la camioneta.
Una hora después me encontré sentada sobre la cerca del corral, mirando el
potrillo bayo, que era bastante grande y había dejado de ser potrillo.
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,—Pedernal, me parece que no voy a hacerlo, me da la impresión de que tiene malas pulgas —le dije, alejándome de la cerca.
—Es tan manso como un cordero, lo único que tienes que hacer es demostrarle quién es el amo. Vamos, chica, te estás portando como una vieja.
Pedernal acarició el cuello del caballo y éste meneó la cabeza y dio un respingo.
—No me siento muy tranquila al respecto, Pedernal. El caballo se dará cuenta y me volteará.
—Sólo es un potrillito. Lo montas en el corral un par de veces para que se acostumbre a llevar alguien sobre el lomo. Entonces podrás cobrar tus veinte dólares y regresaremos a la ciudad. Además ya le he dicho al dueño que lo harías.
Yo me dirigí lentamente hacia el animal y le toqué el lomo. El caballo tembló y dio un bufido. —¿Cómo se llama? —pregunté.
—¿Qué más da? No te tienen que presentar al caballo para que lo puedas montar en el corral una vez —me contestó un tanto impaciente.
—¿Cómo se llama, Pedernal?
—Ciclón.
—¿Qué? ¡Tú debes estar loco! ¡No pienso montar un caballo llamado Ciclón!
—No es más que un nombre, podemos llamarle Cascabel si eso te hace sentir mejor, un caballo tonto no sabe cómo se llama.
Le di una palmadita al caballo, lo subí en pelo y agarré las riendas de manos de Pedernal.
El caballo se sacudió y se echó a un lado. Echó las orejas para atrás y yo cerré las piernas. Ciclón pegó un salto hacia adelante, corcoveó tres veces, dando tremendas coces. Entonces pareció recordar su nombre, dio una media vuelta cerrada y pareció explotar en todas las direcciones a la vez! Hundió la cabeza entre las manos, arqueó el lomo, y yo fui despedida por encima de la cabeza. Caí a tierra, di varias volteretas, cruzando el corral hasta chocar contra uno de los postes de la cerca. Me crujió el cuello y quedé en el suelo hecha un montón.
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