martes, 7 de noviembre de 2023

LAS GEMAS EN LA ESPADA 60-61

LAS GEMAS EN LA ESPADA 

 LA BÚSQUEDA FINAL

Rick Joyner

1997

«Señor», dijo el ángel comprensivamente. «Comprendemos que nadie está aquí porque lo merezca. Tú estás aquí porque fuiste escogido antes de la fundación del mundo con un propósito. No sabemos cuál sea el propósito específico para ti, pero sabemos que es grande para cada uno en este monte.»

«Gracias. Ustedes son de mucha ayuda. Mis emociones se están expandiendo grandemente en este lugar y tienden a sobrepasar mi comprensión. Tienes razón. Nadie está aquí porque sea digno. Ciertamente, mientras más escalamos en este monte, más indignos llegamos a ser y más gracia necesitamos para estar aquí. ¿Cómo fue que logramos llegar a la cúspide la primera vez?»

 «Por la gracia», respondió mi ángel.

«Si quieres ayudarme», dije, «por favor, continúa repitiéndome esa palabra en cualquier cosa que me veas confundido o desesperado. Comenzaré a comprender mejor esa que cualquier otra.

Ahora debo regresar a la piedra roja. Sé que es el tesoro más grande de este salón y no debo dejarlo hasta que lleve aquel tesoro en mi corazón

La verdad de la gracia

El tiempo que pasé en la piedra roja fue el más doloroso que jamás haya vivido. Muchas veces simplemente no podía soportar más, por lo que tenía que retirar mi mano. En ocasiones regresé a las piedras azul y verde para rejuvenecer mi alma antes de regresar.

 Cada vez se tornaba más difícil retornar a la piedra roja, pero mi amor y aprecio por el Señor estaban creciendo más a través de ella, más que cualquier otra cosa que hubiese aprendido o vivido antes.

Finalmente, cuando la presencia del Padre se apartó de Jesús en la cruz, no pude soportarlo. Me di por vencido. Podía ver que los

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LA BÚSQUEDA FINAL

ángeles, quienes estaban viviendo hasta cierto grado lo mismo, estaban totalmente de acuerdo conmigo. La fuerza de voluntad de tocar nuevamente la piedra ya no estaba en mí. Ni siquiera sentía que debía regresar a la piedra azul. Simplemente estaba postrado

en el piso. Estaba gimiendo a causa de lo que el Señor había atravesado.

Lloraba también porque sabía que yo lo había abandonado, de igual manera como sus discípulos. Le fallé cuando Él más me necesitaba, como ellos lo hicieron.

Después de lo que había parecido como varios días, abrí mis ojos.

 Otra águila estaba de pie a mi lado. Frente a ella habían tres piedras. Una azul, una verde y una roja. «Cómetelas», dijo. Cuando lo hice, todo mi ser fue renovado, y un gran gozo y sobriedad inundaron mi alma.

Cuando me puse de pie, vi las mismas tres piedras ubicarse en la empuñadura de mi espada, y luego en uno de mis hombros.

 «Ahora estas son tuyas para siempre», dijo el águila.

 «No se te podrán quitar y no las podrás perder.»

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