“MI CORAZÓN INQUIETO “
POR VIENTO SOLLOZANTE
Primer Libro
156
MI CORAZÓN INQUIETO
Don me saplicó que fuese al médico, pero la abuela había tenido once hijos en
la casa y sin duda yo podía tenerlo también en la casa. La idea de tener que ir
a un hospital me aterrorizaba porque había oído historias terribles acerca de
ellos. Había oído decir que le cortaban todo el pelo a las mujeres y que luego
les afeitaban la cabeza y que a veces cometían equivocaciones y operaban a las
personas que no debían, así que no quería ir al hospital. Yo no estaba enferma,
solamente iba a tener un bebé.
Un lunes por la mañana supe que había llegado el momento de que naciese el bebé
y al darme cuenta de que en muy pocas horas seria madre comenzó a latirme con
fuerza el corazón. Cuando llegó Don del trabajo esa noche le dije que ya no
faltaba mucho, que se aproximaba el momento en que había de nacer el bebé.
Pasaron las horas y los dolores se fueron haciendo más intensos. Pasó la noche
y llegó la mañana y Don permaneció junto a mi cama, sin que ninguno de los dos
durmiésemos en toda la noche y a mi ya no me quedaba fuerza.
—Está llevando demasiado tiempo, te voy a llevar al hospital —me dijo Don.
Yo empecé a llorar. —No, espera, llegará cuando esté listo para hacerlo —le
dije, suplicándole que no me llevase al hospital.
En el hospital una enfermera me ayudó a meterme en la cama. —¿Cuánto tiempo
lleva con dolores de parto? —preguntó.
—Unas cuarenta horas —le dijo Don con una voz que en nada se parecía a la suya.
La enfermera se llevó a Don fuera del cuarto y yo lloré con más desesperación
todavía porque quería tener a mi bebé en casa junto a mi marido. Ahora se lo
habían llevado y yo estaba sola.
Se consideraba que la mujer kickapu que moría
dando a luz moría en la batalla y se le otorgaban todos los honores del
entierro del guerrero, pero ahora eso me servía de muy poco
consuelo.
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MI CORAZÓN INQUIETO 157
Vino otra enfermera y me dio hielo para que me lo pusiese en la boca y me dijo:
—No tema —mientras me sujetaba la mano.
Yo estaba segura de que Dios me había enviado un
ángel que me confortase.
El miércoles por la mañana nació nuestro hijo; un bebé sano y llorón.
—¡Dios, gracias por nuestro hijo! —dije riendo. —¡Parece
un pequeño antílope! Y así es como le pusimos a nuestro primogénito, Pequeño
Antílope.
Don estaba de pie junto a la sala de operaciones, así que cuando la enfermera
abrió las puertas para sacar mi camilla, le palmearon la espalda.
—¡Tenemos un hijo! —dije riendo— ¡tenemos un hijo!
Más tarde, cuando tuve por primera vez en mis brazos a Pequeño Antílope, me rodaron las lágrimas por las mejillas. ¡Qué guapo,
qué precioso era! ¡Mi hijo! Yo era madre; había sido bendecida por Dios,
permitiéndome traer vida a este mundo. ¡Ya nunca más volvería a sentirme inútil
ni fea porque había dado a luz un hijo!
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