“MI CORAZÓN INQUIETO “
POR VIENTO SOLLOZANTE
Primer Libro
Un día,
mientras me encontraba en mi jardín arrancando hierbajos, me encontré una
serpiente venenosa enrollada alrededor de un tallo de maíz, a muy pocos
centímetros de mi mano. Un sudor frío me hizo salir corriendo en dirección a la
casa, volví con una escopeta y le disparé, arrancándole la cabeza de un tiro. Antes de haberme ido del jardín maté otras dos serpientes y al regresar a la casa,
con las piernas débiles y temblorosas, alabé a Dios por haberme permitido ver a
las serpientes antes de que ellas me viesen a mí.
Más adelante, cuando le conté a la bruja lo que me había pasado con las
serpientes, me echó una regañina por haberlas
matado. —¡Todas las criaturas son tus hermanas; no debes matar más
que cuando sea para alimento! Yo vivo junto a un desfiladero rocoso y veo serpientes constantemente, pero les digo "¡Hola, mi hermana, déjame ir en paz!" y
el dios de las serpientes prometió que nunca me harían daño.
Volvía de su casa andando cuando vi junto al
gallinero nuestro una serpiente negra.
—¡Hola, mi hermana —le dije— prepárate a morir!
y le pegué un tiro mirando por encima del hombro para ver si la
mujer de los yuyos me había estado observando.
Nos vimos muchas veces y cuando ella hablaba
acerca de la astrología yo hablaba acerca de Jesús. Ninguna de las
dos cedíamos jamás, pero nos complacía estar juntas. Ella era una persona muy
especial.
Un día lluvioso de primavera, encontraron a la Mujer de las Hierbas muerta en
su casa, entre sus planos 166
MI CORAZÓN INQUIETO
astrológicos, sus paquetes de hierbas y
sus objetos ceremoniales. Había fallecido a causa
de una mordedura de serpiente que había intentado curarse ella misma.
¡ Cómo me molesta oír a personas lo
suficientemente ignorantes como para decir: "¡La religión india es preciosa, dejémosles en paz
para que adoren a sus propios dioses!" Cuánto me gustaría
que hubiesen conocido y amado a la Mujer de las Hierbas y que se hubiesen dado
cuenta de la pérdida tan terrible que significa su absurda y dolorosa muerte.
El dios de las serpientes le había fallado a la
Mujer de las Hierbas.
CAPITULO VEINTE
Finalmente el agotamiento se apoderó de mí.
—Señor, estoy tan cansada —dije en voz baja. —Dame las fuerzas necesarias para
llegar al final de este día. Me obligué a mí misma a levantarme de la cama y me
puse en pie, sobre mis piernas que me temblaban.
—Señor, no puedo con mi alma,
estoy demasiado cansada.
Volví a caer sobre la cama, quedándome atravesada sobre ella. Si pudiese tan
sólo dormir unos minutos más, aunque fuese solamente uno más. —¡Por favor, por
favor, permíteme descansar! —supliqué, pero antes de que hubiese acabado mi
oración oí "¡Mami!" una vocecita en la habitación de al lado.
Comenzaron a saltarme las lágrimas y a correr por el rostro. Me sentía tan
terriblemente cansada que el cuerpo me pesaba como el plomo, moviéndome
lenamente y con grandes esfuerzos.
La noche anterior me había tenido que levantar dieciséis veces por causa de los
niños porque tenían dolor de oídos y apenas habían dormido por culpa del dolor.
Hoy estaban mejor, pero a mí me daban punzadas en la cabeza y me dolía todo el
cuerpo.
Logré, de alguna manera, llegar al final de la mañana y alabé a Dios cuando
llegó la hora de que los niños se echasen la siesta, pues podría tumbarme y
recuperar un poco el sueño que había perdido durante la noche anterior.
¡Cuando iba hacia mi dormitorio todo a mi alrededor se puso negro! Me froté los
ojos, pero no podía ver, era como si me hubiesen echado una manta por
MI CORAZÓN
INQUIETO 169
encima de la cabeza. Fui a tientas hasta mi cama y me tumbé, cerrando los ojos.
Solamente estoy cansada, sólo cansada. Cuando haya descansado estaré bien,
pensé.
Los niños estaban tan cansados como yo y estábamos todos dormidos aun cuando
llegó Don a casa del trabajo. Me despertó y cuando abrí los ojos parecía como
si Don se encontrase al final de un túnel, rodeado por la oscuridad.
—Me molestan los ojos —le dije— frotándomelos de nuevo. —Hoy no veo bien. Creo
que si lograse dormir un rato estaría bien.
Don me miró los ojos y me dijo: —Yo no veo nada malo en ellos.
Me tomó la mano y se dio cuenta de que no llevaba mi alianza. —¿Dónde está tu
anillo?
—No hacía más que caérseme, así que lo he guardado —le contesté.
Anduvo buscando en el armario hasta que dio con la balanza y la colocó junto a
la cama. —Súbete —me ordenó.
Me subí a la balanza mientras que él leía mi peso. —¡ Cuarenta y tres kilos! ¡
Solamente pesas cuarenta y tres kilos! ¿A dónde han ido a parar los otros seis
kilos? Estás embarazada, deberías estar ganando pero, no perdiéndolo! ¡Has
perdido más de seis kilos!
Yo me eché a llorar. ¡ Algo andaba mal! . Había perdido peso, no podía ver y
estaba tan cansada que deseaba morirme.
A la mañana siguiente temprano Don me llevó al médico para que me hiciesen una
serie de análisis y los resultados no fueron buenos. Tenía cuatro órganos que
no funcionaban bien, estaba anémica, estaba además casi agotada y las células
no se reproducían como era debido. Sin embargo, a pesar de todo esto parecía
que el bebé estaba bien.
El médico no pudo diagnosticar mi enfermedad, y parecía que algunos de los
análisis se contradijesen. Todo lo que sabía con seguridad era que mi cuerpo no
estaba funcionando como debía y que estaba afectando a mi sangre.
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Me sometieron a más análisis, me dieron diferentes regímenes y medicamentos,
pero nada parecía ayudarme. Estaba embarazada de seis meses y seguía pesando
menos de cuarenta y siete kilos. Parecía un esqueleto y tenía profundos
círculos negros debajo de los ojos. Yo oraba constantemente para que mi bebé
naciese normal y sano.
Un médico sugirió que "pusiese fin" a
mi embarazo y yo salí de su despacho
llamándole asesino y me negué a volverle a ver.
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