“MI CORAZÓN INQUIETO “
POR VIENTO SOLLOZANTE
Primer Libro El largo
viaje me había dado un espantoso dolor de cabeza.
—¿Por qué no tomas algo para el dolor? —me preguntó Don.
—No tengo nada aquí conmigo —le dije, colocándome un trapo frío sobre los ojos.
—Puedo ir a buscarte algo. ¿Qué es lo que acostumbrabas a utilizar para el
dolor de cabeza en la reserva? —me preguntó.
—Me ponía los cascabeles de las serpientes como diadema.
—¿Que hacías qué?
—Esa era la mejor cura, pero si no se podía encontrar una serpiente de cascabel
se podía comer uno los pétalos de una rosa silvestre.
—Compraré una botella de aspirinas —me dijo. —¿Tú crees que eso sirve de
verdad? —le pregunté sacando la cara de debajo de la toallita.
—Muchas personas utilizan aspirinas para el dolor de cabeza —me contestó.
—Está bien, supongo que eso servirá hasta que podamos encontrar una serpiente
de cascabel —le contesté.
Ese fue solamente el principio.
Tan pronto como llegamos a Anchorage alquilamos una pequeña cabaña y compramos
provisiones. Le quedaban solamente unos pocos días antes de que tuviese que
tomar un avión para ir a realizar su trabajo en una plataforma de petróleo, a
una distancia de seiscientos cincuenta kilómetros. Se marcharía, pasando fuera
diez días y luego estaría en casa cinco días.
Mis sentimientos estaban en conflicto en lo que se refiere a mi nuevo hogar. El
vivir en el centro de Alaska no era precisamente lo que yo había planeado para
mi vida, pero era lo que yo había convenido.
Yo oraba diciendo: ¡ Señor, ayúdame!
CAPITULO DOCE
Hice nuestra primera comida que consistió en carne, patatas, cebollas, maíz y
pan frito y puse la mesa.
Don me sonrió, tomó un bocado y lo masticó durante largo rato. Comenzó a dar un
segundo bocado, pero en lugar de eso se excusó y salió de la habitación,
regresando a la cocina al cabo de unos minutos. Todavía había una sonrisa en su
rostro, pero estaba tan pálido como una sábana.
—¿Es mi manera de cocinar verdad? No puedes comerte lo que yo cocino —le acusé,
medio furiosa y medio avergonzada. —¡ Debería de
haber sabido que a un hombre blanco le resultaría imposible comer la comida
india!
—No, no es eso. Es solamente que, bueno, no me he tomado nunca toda una comida que ha sido cocinada toda ella en una misma
sartén al mismo tiempo. Tiene un gusto ... extraño —me explicó.
—Odias mi manera de cocinar —le dije de mal ' humor.
—No, de veras, está bien, me acostumbraré.
Volvió a sentarse y miró la comida flotando en su plato lleno de una grasa
amarillenta. —Quizás estaría mejor con un poco menos de grasa ¿no crees? Es que
las patatas no hacen más que resbalárseme fuera del plato.
—La grasa es buena, mantiene a los osos lejos. —Aquí no hay ningún oso —me
dijo.
—¡ Lo ves, da resultado! —le repliqué.
—¿No tienes ninguna receta? —me preguntó con timidez.
Yo me animé. —¡Sí! tengo una receta muy buena. —¡Estupendo! —me dijo muy
animado. —¿Qué necesitas ?
112 MI CORAZÓN INQUIETO
—Primeramente se mezcla un litro de alcohol puro y una libra de tabaco rancio y
negro de mascar, una botella de jenjibre de Jamaica, un puñado de pimientos
colorados, un litro de melaza y un litro de agua y luego se cuece hasta que se
le ha sacado toda la fuerza al tabaco y a los pimientos, se escurre y se ha
terminado —le dije muy orgullosa.
—¿Pero qué rayos es eso? —me preguntó.
—¡Whisky Kickapu para vender! —le contesté.
—¿Es ésa la única receta que sabes? —me preguntó.
—Sí —le contesté, con la sensación de que era la receta equivocada.
—Te compraré un libro de cocina —me dijo meneando la cabeza —Esa mezcla
seguramente mató a más indios kickapus que todas las guerras de la historia.
—Mis tíos se bebieron muchísimos litros de ella y no les hizo daño —le dije— y
contemplé una patata flotar en un río de grasa en mi plato.
—Tus tíos debían de tener un estómago a prueba de bomba
—observó, mientras recogía la comida de nuestros platos. Sacó tres sartenes y
cocinó los huevos en una, el jamón en otra y las patatas en una tercera. No
tardamos en comer una comida deliciosa. Me había casado con un excelente
cocinero y todo lo hacía tan bien que yo me preguntaba por qué se había casado
conmigo.
Después de la cena abrí con el pie la puerta prin-
cipal, como lo había hecho siempre, y tiré las sobras. —Querida, no puedes
hacer eso —me dijo Don. —¿Hacer qué?
—No puedes tirar la basura ahí fuera, ofrece mal aspecto.
—¿Qué debo hacer con ellas? En la reserva siempre las tirábamos afuera.
—Pero ahora es diferente, ponlo en la eliminadora de residuos.
—¿Qué es eso?
Me llevó junto a la pila de los platos y tiró algo de comida por el desagüe.
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