"A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma". ( ( A sus editores) Lamentable suicidio al estilo harakiri - Emilio Salgari- Italia
LOS PIRATAS DE MOMPRACEMEMILIO SALGARI
ITALIA
—Sí, y...
Se detuvo y alargó el cuello al oír un rumor lejano. De fuera se oían los acordes de una mandolina, tal vez la misma que oyó antes.
—¿Quién toca? —preguntó presa de una viva agitación cuya causa no podía explicarse—. Me gustaría conocer a la persona que toca tan bien. Su música me llega al corazón y me hace experimentar una sensación nueva para mí.
El lord le hizo una seña para que se acostara y salió. Sandokán sentía que la emoción volvía a apoderarse de él con más fuerza. El corazón le latía con violencia y su cuerpo temblaba, sacudido por extraños movimientos nerviosos.
—¿Qué me sucede? —se preguntaba—. ¿Me vuelve el delirio?
Vio entrar al lord, pero no venía solo.
Detrás de él se adelantaba una hermosísima criatura. Al verla, Sandokán no pudo contener una exclamación de sorpresa y de admiración.
Era una jovencita de diecisiete años, de estatura pequeña, pero muy esbelta y elegante, con la cintura tan estrecha que una sola mano suya podía abarcarla. Su piel era rosada y fresca como rosa recién abierta, sus ojos azules como las aguas del mar, sus rubios cabellos parecían una lluvia de oro.
El pirata sintió un estremecimiento que le llegó hasta el fondo del alma. Aquel hombre tan fiero, tan sanguinario, se sintió fascinado, por primera vez en su vida, ante aquella flor que surgía bajo los bosques de Labuán. Su corazón ardía y le pareció que corría fuego por sus venas.
—¿Se siente mal? —le preguntó el lord.
—¡No! ¡No! —contestó vivamente el pirata.
—Entonces, permítame que le presente a mi sobrina, lady Mariana Guillonk.
—¡Mariana Guillonk! —repitió Sandokán, con voz sorda.
—¿Qué le halla de extraño a mi nombre? —le preguntó sonriendo la joven-. ¡Cualquiera diría que le ha sorprendido!
Sandokán no había sentido nunca una voz tan dulce en sus oídos acostumbrados al estruendo de los cañones y a los gritos de muerte de los combatientes.
—Es que creo haberlo oído antes —dijo con voz alterada.
—¿A quién? —preguntó el lord.
—En realidad, lo leí en ese libro que está ahí, y me había imaginado que debía ser el de una criatura muy hermosa.
—¡Usted bromea! —dijo ella ruborizándose.
De pronto el pirata, que no apartaba los ojos del rostro de la niña, se enderezó bruscamente.
—¡Milady!
—¡Dios mío! ¿Qué le pasa? —dijo ella acercándose.
—Usted tiene otro nombre infinitamente más bello que el de Mariana Guillonk.
—¿Cuál? —preguntaron a un tiempo el lord y su sobrina.
—¡No puede ser otra más que usted la que todos los indígenas llaman la
Perla de Labuán!
El lord hizo un gesto de sorpresa y una profunda arruga surcó su frente.
—Amigo mío —dijo—, ¿cómo es posible que usted lo sepa, si viene de la
lejana península malaya?
—No lo escuché en Shaja —contestó Sandokán, que por poco se traiciona—, sino en las Romades, en cuyas playas desembarqué hace días. Allí me hablaron de una joven de incomparable belleza, que montaba como una amazona y que cazaba fieras; que por las tardes fascinaba a los pescadores con su canto, más dulce que el murmullo de los arroyos. ¡Ah, milady, también yo quise oír esa voz algún día!
—¿Conque tantas gracias me atribuyen? —dijo ella riendo.
—Sí, y ahora veo que decían la verdad —exclamó el pirata con acento apasionado.
—¡Adulador!
—Querida sobrina —dijo el lord—, ¿vas a enamorar también a nuestro
príncipe?
—¡De eso estoy convencido! —exclamó Sandokán—. Y cuando salga de esta casa para volver a mi lejana tierra, diré a mis compatriotas que una joven de rostro blanco ha conmovido el corazón de un hombre que creía tenerlo invulnerable.
La conversación continuó luego acerca de la patria de Sandokán y de
Labuán. Así que se hizo noche, el lord y su sobrina se retiraron.
Cuando el pirata quedó solo estuvo largo rato inmóvil, con los ojos fijos en lapuerta por donde había salido Mariana. Parecía sumido en profundos pensamientos e invadido de una emoción vivísima.
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