"A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma". ( ( A sus editores) Lamentable suicidio al estilo harakiri - Emilio Salgari- Italia
LOS PIRATAS DE MOMPRACEM
EMILIO SALGARI
ITALIA
Capítulo VI
LORD JAMES GUILLONK
Cuando volvió en sí, vio con gran sorpresa que no estaba en la pradera que atravesara durante la noche, sino en una habitación espaciosa, empapelada con papel floreado, y tendido en un lecho cómodo y blandísimo.
Al principio creyó que soñaba, y se restregó varias veces los ojos como para
despertarse. Pero pronto se convenció de que era realidad. Miró en derredor; no
había nadie.
22
Entonces observó minuciosamente la habitación. Era amplia, elegante, y la alumbraban dos grandes ventanas, a través de las cuales se veían árboles muy altos. En un rincón vio un piano, sobre el cual había esparcidos papeles de música; en otro, un caballete con un cuadro que representaba una marina; en medio, una mesa con un tapete bordado; cerca de la cama, su fiel kriss, y al lado un libro medio abierto, con una flor disecada entre las páginas.
Escuchó a gran distancia los acordes de una mandolina.
—¿Dónde estaré? —se preguntó—. ¿En casa de amigos o de enemigos?
¿Quién me ha curado la herida? Empujado por una curiosidad irresistible alargó la mano y cogió el libro. En la cubierta había un nombre impreso en letras de oro.
—¡Mariana! —exclamó leyendo—. ¿Qué querrá decir esto? ¿Es un nombre, o una palabra que yo no comprendo?
Se sintió agitado por una emoción desconocida para él. Algo muy dulce conmovió el corazón de aquel hombre, ese corazón de acero, siempre cerrado
hasta para las emociones más violentas.
El libro estaba cubierto de caracteres finos y elegantes, pero no pudo comprender palabra alguna, aun cuando se asemejaban a los de la lengua del portugués Yáñez.
Cogió con delicadeza la flor y la contempló largo rato. La olió varias veces, procurando no estropearla con sus dedos que nunca tocaron otra cosa que la empuñadura de la cimitarra. Experimentó de nuevo una sensación extraña, un estremecimiento misterioso.
Casi con pesar colocó la flor entre las páginas y cerró el libro.
Lo hizo muy a tiempo; el picaporte de la puerta giró y entró un hombre.
Era un europeo, a juzgar por el color de su piel. Parecía tener unos cincuenta
años, era de alta estatura, ojos azules, y en sus modales se advertía el hábito del mando.
—Me alegra verlo tranquilo. Ya llevaba tres días sin que el delirio lo dejara un solo momento.
—¡Tres días! —exclamó Sandokán estupefacto—. ¿Hace tres días que estoy
aquí? ¿No es un sueño?
—No es un sueño. Está con personas que lo cuidarán con afecto y harán
todo lo posible por restituirle la salud.
—¿Quién es usted?
23
—Soy lord James Guillonk, capitán de navío de Su Majestad la Reina Victoria.
Sandokán dominó un sobresalto y no dejó traslucir el odio que sentía contra todo lo
inglés.
—Le doy las gracias, milord —dijo—, por cuanto ha hecho por mí, por un desconocido que podría ser un enemigo mortal.
—Era mi deber recoger en mi casa a un pobre hombre herido quizás mortalmente. ¿Cómo se siente ahora?
—Me siento bastante fuerte ya y no tengo ningún dolor.
—Me alegro. ¿Quién lo hirió de ese modo? Además de la bala que se le extrajo del pecho, tenía el cuerpo lleno de heridas de arma blanca.
Aun cuando Sandokán esperaba esa pregunta, no pudo menos de estremecerse. Pero no perdió la serenidad. -Me veo en un apuro para decirlo, pues subían al abordaje y mataban a mis marineros. ¿Quiénes eran? Repito que no lo sé, porque al primer encuentro caí en el mar cubierto de heridas.
—Sin duda lo atacaron los Tigres de la Malasia —dijo lord James.
—¡Los piratas! —exclamó Sandokán.
—Sí, los de Mompracem, porque hace tres días merodeaban por las
cercanías de la isla, pero los destruyó uno de nuestros cruceros. ¿Dónde lo
asaltaron?
—En los alrededores de las Romades.
—¿Llegó a nado a nuestras costas?
—Sí, agarrado a un fragmento de uno de los barcos. ¿Dónde me encontró
usted?
—Tendido en una playa, presa de un delirio terrible. ¿Adónde se dirigía cuando lo asaltaron?
—Iba a llevar unos regalos al sultán de Verauni, de parte de mi hermano, el
sultán de Shaja.
—¡Entonces usted es un príncipe malayo! —exclamó el lord tendiéndole la mano, que Sandokán estrechó después de una breve vacilación.
—Sí, milord.
—Estoy muy contento de haberle dado hospitalidad. Y, si no le desagrada, iremos juntos a saludar al sultán de Verauni.
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