SE ROMPIERON LAS CADENAS
libro autobiográfico del ex-sacerdote
Herman J. Hegger
Fundatión En la Calle Recta (ECR)
Se Rompieron las Cadenas 21 Herman J. Hegger
Este colegio no estaba destinado exclusivamente para futuros sacerdotes. Los estudios estaban orientados con vistas a la obtención de un diploma de bachillerato, reconocido por el Estado belga. Los Padres de la Cruz trataban de formar buenos cristianos sin empujar a los jóvenes al ideal ascético de los religiosos. El espíritu era allí más libre.
Sin embargo, los métodos eran un tanto brutales. Algunos profesores infligían a los alumnos penosos castigos corporales. Un tal P. V. sembraba el terror en nuestros
recreos. Recorría el patio gritando y sus ojos despedían fuego.
Si algún joven infringía el reglamento se arrojaba sobre él y le golpeaba con manos y pies, cubriéndolo de cardenales. Llegó incluso a golpear, con un manojo de llaves, las cabezas recalcitrantes.
El silencio reinaba entonces en el Patio, mientras en nuestros corazones brotaba la
inquietud.
Nos parecía desleal y ventajista la forma como ejercía su autoridad. Abusaba de su inmunidad sacerdotal. Quien golpea a un sacerdote comete pecado mortal e incurre, además, según el Canon del Derecho Canónico n. 2.343, en
excomunión. No temía, pues, que nadie le devolviera sus golpes. Rechinábamos los dientes y nos limitábamos a hacer planes para derrocar al dictador.. Los más veteranos comentaban cómo en otros tiempos había sido abatido un tirano semejante.
Un día, en el momento en que él comenzaba a golpear a un alumno, todo el patio se puso a abuchearle. Sorprendido, miró a los muchachos a los más próximos. Entonces aumentó el griterío que se dejó oír en las calles vecinas. Durante veinte minutos siguió golpeando ; de los jóvenes golpeados se escuchaba el alarido de los demás, dispuestos a no ceder a ningún precio. Era un frente unido de resistencia. Los muchachos estaban seguros de su victoria.
Finalmente, cedió el Padre y, bramando de ira, abandonó el patio. Otro profesor, que gozaba de la simpatía de los muchachos, restableció el orden.
Mientras yo estuve en el colegio no se produje nunca un hecho semejante. El P. V. supo mantener su régimen de hierro.
La Iglesia de Roma no debe asombrarse si, en Bélgica, muchos de los jóvenes formados en esta disciplina la abandonan más tarde y se convierten en decididos anticlericales. Esos jóvenes han sido, con frecuencia, profundamente heridos en su dignidad al ver un sacerdote, con flagrante abuso de su autoridad espiritual, infligir semejante castigo público y físico a un compañero indefenso.
El Prior, P. Huvenaers, era un hombre de gran corazón. Cuando aparecía en el patio de recreo todos le rodeábamos. Era un padre para todo estudiante en dificultad.
Corría el año y se me planteó la espinosa cuestión: ¿En qué orden debía entrar? La de los Padres de la Cruz me parecía un tanto decaída y mundana. Intuí que en ella peligraría mi vocación. Contando con lo radical de mi carácter, consecuencia de mi
primera educación, no encontraría la paz en dicha congregación.
Yo hubiera preferido volver con los Padres Pasionistas pero éstos tienen el principio de no admitir jamás a quien les abandonó una vez.
Me decidí entonces por los Redentoristas. Esta Congregación no es tan severa como la de los Pasionistas y gozaba entonces de buena reputación. Mi madre había tenido
siempre especial devoción por San Gerardo de Majella, hermano lego de los Redentoristas. Muchas veces había acudido con mi familia a Wittem, lugar de peregrinación consagrado a este santo.
El 16 de agosto de 1934 entré en el noviciado de ‘s Hertogenbosch (Holanda). Den Bosch.
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