“MI CORAZÓN INQUIETO “
Por Viento Sollozante
Primer Libro
Cuando Nube se marchó a Oregon me sentí terriblemente sola, más que nunca, y pasé todo el tiempo que me fue posible en la iglesia y en la casa de los McPhersons. Sabía que en algunas ocasiones me quedaba más de la cuenta y que con harta frecuencia me presentaba a la hora de la comida, pero no sabía qué hacer conmigo misma porque mis horas eran demasiado largas y vacías.Es posible que Audrey y el Rdo. McPherson se quejasen al oírme llamar a la puerta, pero eran demasiado amables como para permitir que yo les oyese. Siempre me daban la bienvenida y ponían un plato más en la mesa.
Cambié una vez más de empleo, trabajando en un invernadero, pero nada me salía bien y parecía como las plantas me miraban, se encogían y morían.
Me encontré una vez más sentada en el despacho del Rdo. McPherson para decirle que estaba sin trabajo.
—Viento Sollozante, dentro de poco vas a batir el récord mundial en lo que a cambiar de trabajo se refiere —me dijo regañándome con suavidad. —¿Qué vamos a hacer contigo?
—Me siento sola. Ahora que Nube se ha ido otra vez que Pedernal se ha casado y que Kansas está muerto, me siento como la última de los kickapu.
—Tú necesitas una causa, un llamamiento, 'algo en que creer, que añadiese a tu vida riqueza y propósito —me dijo.
—¿ Se le ocurre a used alguna cosa?
—No, lo siento, pero tendrás que encontrar tu propio llamamiento, pero oraré por ti —me prometió y me marché.
A la mañana siguiente encontré un trabajo como pinche de cocina en un restaurante italiano y llamé
MI CORAZÓN INQUIETO 65
al Rdo. McPherson. —¿ Cree usted que el llamamiento de mi vida pueda ser el hacer fideos? —le pregunté.
Se echó a reír y me dijo que no lo creía, pero que se alegraba de que tuviese un trabajo.
Ese día, después del trabajo, iba caminando hacia casa y mientras esperaba que la luz se pusiese verde me di cuenta de que en la alcantarilla había un pedazo de papel y sobre él estaba escrita la palabra navajo.
Lo recogí, le sacudí el polvo y leí que una misión navaja en Nuevo México necesitaba obreros.
Yo sabía que eso no había sido algo accidental, sino que Dios había planeado esto exclusivamente para mí. Había puesto el papel en la alcantarilla y había hecho que se pusiese la luz roja para que yo pudiese verlo mientras esperaba. ¡Yo estaba segura de ello!
Me fui derecho a ver a Audrey y al Rdo. Me Pherson.
—¿Cómo está la que hace fideos —me preguntó Audrey.
—Voy a dejar el trabajo —le dije— ignorando sus protestas mientras alisaba el pedazo de papel y se lo entregaba a ellos.
—He encontrado mi llamamiento, es la voluntad de Dios para mí —les dije con toda seguridad.
Miraron el papel y me lo devolvieron. —¿Qué es esto? —me preguntaron.
—Dice que una misión en Nuevo México necesita obreros —les expliqué, como si no supieran leer.
—¡Esa soy yo! Me voy a ir allí a trabajar.
—¿Dónde lo has conseguido? —me preguntó Audrey.
—Lo encontré en la alcantarilla mientras esperaba
a que cambiase el semáforo; Dios lo puso allí para mí.
—Puede que llevase allí semanas.
El Reverendo McPhers©n vio lo sucio que estaba. —¿Qué misión es ésta? ¿Quién les apoya? ¿En qué creen?
—No lo sé. Voy a escribirles hoy y a decirles que voy a ir.
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—Viento Sollozante, tienes que pensártelo bien. ¡Puede que sea una secta o quién sabe qué! protestó el Rdo. McPherson.
Doblé mi preciado pedazo de papel y me fui. Sabía que era mi llamamiento, pero llevaría tiempo convencer a los McPhersons.
Esa noche me di cuenta del cambio tan grande que se había operado en mí desde que me había hecho cristiana.
Años atrás, cuando nos enteramos de los cinco misioneros a los que habían matado los indios aucas, nos habíamos reído, alegrándonos de que les hubiesen matado. Esos misioneros se lo habían buscado, ¡se lo merecían! Después de todo, lo que creyesen los indios era asunto de ellos y los misioneros no tenían ningún derecho a meter las narices donde no les querían. Nos habíamos alegrado de que los indios los hubiesen matado e hicimos bromas al respecto. Recordamos que nuestra tribu había matado a muchos misioneros y les había cortado las cabezas y habíamos estado orgullosos de ello.
Ahora yo deseaba trabajar con misioneros para hablarles a los indios acerca de Jesús. Solamente Dios podía haber operado ese cambio en mi corazón.
Esa noche escribí a la misión y les expliqué que yo era una india cristiana y que iría si así lo deseaban.
Esperé sobre ascuas hasta que llegó la respuesta una semana después. ¡ Los misioneros me pedían que fuese!
Casi corrí a la iglesia para enseñarle la respuesta al Rdo. McPherson y a Audrey. —¡Voy a trabajar en una misión para los indios navajos! —grité.
—¿Qué clase de misión? ¿Cuál es su doctrina? ¿Quiénes son? —volvieron a surgir las preguntas.
—No lo sé —dije encogiéndome de hombros. —Les dije que iría y me han dicho que está bien.
Audrey se frotó la frente como si le doliese y el Rdo. McPherson me miraba fijamente como si pensase que me había vuelto loca
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