RIOS MONTT- "Llamando al General Rios"-
23 Marzo de 1982SIERVO O DICTADOR RIOS MONTT
La Verdadera Historia del Controversial Presidente de Guatemala
Por
JOSEPH ANFUSO Y DAVID SCZEPANSKI
Se le presentó un ultimátum al Presidente
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Lucas. Debería entregar el gobierno a las tres de la tarde o se dispararía. Luego, desde un transmisor de la Radio Nacional que habían hecho instalar en el Parque Central frente al Palacio, los organizadores del golpe empezaron a llamar a dos personas: a Efraín Ríos Montt y a Leonel Sisniega Otero. Sisniega, que había sido en las elecciones pasadas uno de los candidatos a la vise-presidencia, colaboró con los líderes del golpe proporcionándoles apoyo político.
Sin embargo, lo de Ríos Montt fue una decisión de último momento. Cuando el golpe avanzaba, un General que estaba a favor del mismo aconsejó a uno de los líderes: "No entreguen el poder a los políticos, no les den cabida. Destruirán a Guatemala". La advertencia aparentemente hizo mella. ¿Pero quién, entonces, podría tomar las riendas? ¿Quién estaba suficientemente libre de las influencias políticas para hacer que el golpe realmente funcionara, para lograr que su resultado fuese más que sólo una revuelta política?
La Revista Time, en su artículo "El golpe que se Escapó", del 5 de abril de 1982, parecía hacerse la misma pregunta, al escribir lo siguiente:
"No estaba claro. . . por qué metieron a Ríos Montt en el golpe. De acuerdo a algunas versiones, se le llamó únicamente para negociar la rendición de Lucas García. Otros observadores creen que era sólo para que una persona respetable figurara dentro de la Junta. El había sido Jefe del Estado Mayor del Ejército y también Director de la Escuela Politécnica, gozando de excelente reputación por su honestidad entre los oficiales jóvenes, que eran los que habían dado el golpe. "Elegirlo fue una cosa lógica", dijo un diplomático extranjero en Guatemala, "no era un militar en activo, por lo tanto, no tendría que oponerse a ningún jefe para hacer las cosas. Y además, no estaba tratando de llegar al poder". Sólo que los Oficiales jóvenes ignoraban que ahora había nuevos elementos en la forma de pensar de Ríos Montt".
"Carlos, están llamando a Efraín por la radio", dijo alguien que entró corriendo a su oficina.
En ese mismo momento entraba Efraín y Carlos le preguntó: "¿Qué quieren contigo?"
"No sé", le contestó.
"Creo que deberíamos orar", dijo Carlos. Para entonces, un pequeño grupo se había formado en su oficina. Se tomaron las manos y empezaron a orar.
"Señor, muéstranos qué es lo que debemos hacer", dijo alguien.
"Jesús, protege a nuestro hermano", pidió otro.
Tocaron a la puerta. Entró María Teresa. Había oído la transmisión de radio estando en una clase de Biblia y, con el corazón saliéndosele del pecho, se dirigió al colegio. También se unió al grupo en oración.
El grupo oraba en silencio, hasta que alguien dijo a Efraín: "Creo que debemos esperar un poco más, a ver qué pasa".
Carlos, mientras tanto, pensaba para sí mismo "tal vez fuera mejor que lo escondiéramos".
En ese momento, una de las secretarias entró a la oficina y anunció: "Han estado llamando al colegio. Tres veces han llamado por teléfono. Quieren hablar con Efraín".
"Sabían donde encontrarme", pensó Efraín en voz alta, con una nota de resignación en su tono. Dudoso, tomó el teléfono del escritorio del Pastor y marcó el número que había dado la secretaria.
"Habla el General Efraín Ríos Montt", dijo. Y se quedó esperando la respuesta.
"Mi General, este es el Mayor Sánchez", le contestó una voz al otro extremo de la línea. "Necesitamos su ayuda"."
¿Para qué me necesitan?" preguntó, con su mejor tono de militar.
"Queremos saber si podemos contar con su cooperación y consejo", dijo el Mayor."
¿Es sólo mi consejo lo que quieren?"
"Queremos hablar con usted personalmente".
"¿Por ¿Por qué?" exigió Efraín nuevamente.
El Mayor explicó entonces que el golpe había sido organizado por varios oficiales jóvenes y que estaba bien apoyado y afianzado. Querían que fuera a su cuartel de operaciones para consultarle algunos asuntos. "
¿Vendrá usted?" continuaba preguntándole el Mayor.
"Lo llamaré de regreso en diez minutos", le respondió Efraín. Quería tener más tiempo para pensar y orar. Se volvió al grupo que aún estaba reunido en la oficina del Pastor y les pidió su consejo. Conforme a lo indicado en el Nuevo Testamento, formaron un círculo y poniendo sus brazos alrededor de los hombros del otro, empezaron a orar por él.
Después de varios minutos, alguien dijo en voz alta: "Parece que es correcto que vayas".
"¿Qué sientes?" preguntó Carlos a Efraín.
"Siento temor", le confesó. "Pero también me siento en paz. Creo que debo ir".
Momentos después, junto con otros dos Ancianos de la Iglesia, amigos muy cercanos de él, subieron a una camioneta Volkswagen roja que estaba estacionada en el patio detrás del colegio, y se dirigieron hacia el Palacio Nacional.
Con dificultad pudieron pasar por las calles llenas de tránsito, pero al llegar cerca del área del palacio, los detuvo una barricada militar. "No pueden pasar", declaró un soldado, haciendo señales para que regresaran. Efraín se identificó y el soldado inmediatamente se cuadró y les dejó libre el paso.
Finalmente llegaron al Parque Central, que en esos momentos en lugar de estar lleno de gente paseando estaba convertido en un campo de batalla. Cientos de soldados bien armados estaban a la espera de órdenes y los cañones y tanquetas apuntaban directamente al Palacio Nacional.
Saliendo de la camioneta, rápidamente condujeron a Ríos Montt a uno de los almacenes frente al parque, en donde se había improvisado el cuartel general del golpe. Lo presentaron a los Oficiales jóvenes organizadores, entre quienes reconoció a varios de sus alumnos de la Escuela Politécnica.
"¿Qué es lo que desean de mí?" les preguntó.
"Mi General, nos hemos lanzado a esta acción para darle al Ejército una nueva vida", explicó uno de ellos. "No podíamos permitir que lo que ha estado sucediendo, continuara por más tiempo".
"Sí, lo entiendo, ¿pero para qué me quieren a mí?"
"Mi General Ríos, queremos que usted sea el Jefe de la Junta".
Efraín enmudeció. ¡Todo estaba sucediendo tan rápido, tan completamente fuera de su control! Aunque reconocía que con Lucas García Guatemala iba a la deriva y que el sucesor seleccionado por él también ofrecía muy poca esperanza de cambio, no eran estos los pensamientos que cruzaron por su mente en esos momentos, frente a los jóvenes oficiales. Más bien, su mente se quedó como en blanco. Únicamente supo algo avasallador: que era Dios mismo quien estaba actuando en los sucesos desarrollándose en ese momento allí, en el Parque Central.
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