miércoles, 1 de noviembre de 2023

VIENTO SOLLOZANTE 17-23

No me gusta mi trabajo y el alquiler lo tengo pagado solamente hasta el final de la semana.

—¡Mi querida muchacha! ¿Cuándo te vas a establecer ?

Supongo que nunca. El Viento me llama y yo respondo, necesito ser libre. ¿No se acuerdan ustedas de que hasta el nombre de mi tribu, kickapu, significa —aquel, que va de un lado a otro"?

—¡Pero tú eres una joven! y para una muchacha es diferente, no puedes hacer las maletas y marcharte en cualquier momento de un lado a otro,

—Pero estaré con mi tío Pedernal.

—Pero ... ¡hija! —dijo Audrey suspirando.

—Vamos a buscar la libertad —le expliqué.

El Rdo. McPherson interrumpió: —La libertad no es algo que hay que ir a buscar, es algo que uno siente en el corazón. ¿ Quién es el dueño de tu corazón Viento Sollozante?

El Viento es el dueño de mi corazón.

 20    MI CORAZÓN INQUIETO

Sé que debería de haber dicho que Dios era el dueño de mi corazón, pero las antiguas costumbres son difíciles de olvidar.

—Si necesitas algo escríbenos o llámanos a cobro revertido y te ayudaremos de cualquier manera que nos sea posible. Seremos siempre tus amigos. Puedes regresar aquí cuando quieras —me dijo el Rdo. Me Pherson, dándome la mano.

—Te echaremos de menos, Viento Sollozante, pero si esto te hace feliz, entonces buena suerte y que Dios te ayude —me dijo.

Audrey me abrazó y me dijo, con lágrimas en los ojos: —¡Que Dios te bendiga. Mantén el contacto con nosotros!

—Escribiré tan pronto como nos hayamos establecido —les prometí y salí apresuradamente, habiendo ya caído la noche, ansiosa por alejarme de ellos antes de que el nudo que tenía en la garganta se hiciese más grande. Yo los echaba ya de menos y les debía la vida. Cuando me había sentido abandonada y sola, había intentado suicidarme y ellos me habían socorrido. Había dependido de ellos para tantísimas cosas y ahora no iba a tener su fortaleza ni su amistad para apoyarme en ellos y no estaba muy segura de lo lejos que sería capaz de volar con mis propias alas.

CAPITULO DOS
Estaba ya sentada sobre mi caja de ropa, junto a mi puerta, cuando Pedernal vino con su camioneta al amanecer. Yo eché mi caja en la parte de atrás de la camioneta y me senté junto a mi tío.
—¿Son ésas todas tus cosas? —dijo apuntando con el pulgar hacia mi caja. .
—Sí, no tengo muchas cosas. ¿Dónde está lo tuyo?
—Yo tengo aún menos cosas que tú. Llevo puestas casi todas mis cosas, y el resto está debajo del asiento. ¿Cómo es que trabajamos tantísimo y tenemos tan poco?
—No lo sé —le contesté— supongo que lo gastamos demasiado de prisa, yo nunca he podido imaginar cómo la gente puede ahorrar dinero, yo siempre estoy en la ruina.
—Bueno, no te preocupes, nos irá mejor en la reserva.
Aceleró el motor y la camioneta corrió por la carretera hacia casa.
Trece horas más tarde llegamos a la reserva, cansados, llenos de polvo y hambrientos.
Mientras la camioneta saltaba y zumbaba por las huellas llenas de barro de la estrecha carretera comenzamos a desmoralizarnos. La mayoría de las casitas de madera, de dos habitaciones, en mal estado estaban deshabitadas. La reserva estaba casi desierta, no se veía ganado y la maleza cubría los campos.
—¿A dónde se habrá ido todo el mundo? —dije en voz baja.
Pedernal recorrió los caminos secundarios, donde habían vivido nuestros amigos y nuestros familiares, pero no quedaba nadie.                                                                                  22    MI CORAZÓN INQUIETO
Por fin acertamos a ver a un anciano que estaba arando con una mula. Mi tío detuvo la camioneta y caminó por los campos recién arados en dirección a donde estaba el anciano para hablar con él.
Yo podía ver cómo el anciano negaba con la cabeza cada vez que Pedernal le hacía una pregunta y a los pocos minutos Pedernal regresó a la camioneta.
—La gente o bien ha muerto, se ha ido o está en la reserva de Oklahoma. El anciano dice que en la actualidad no quedan en la reserva más que unas cincuenta familias y la mayoría de ellas son personas viejitas como él, que no pueden irse. Dijo que escogiésemos una casa y que nos mudásemos a ella.
Pedernal no parecía tan feliz como lo había estado antes.
—¿Qué ha pasado con la familia Banakee? —le pregunté.
—Todos han muerto.
—¿Y qué me dices de los Cadues?
—Lo mismo, todos muertos.
—¿Y la familia de Carlitos Caballo Grande?
—Se han trasladado a la reserva de Olclahoma.
Creo que ya no queda aquí nadie que conozcamos —dijo.
Pedernal, ¿te has preguntado alguna vez lo que les sucede a todos los indios cuando se marchan de la reserva?
—Supongo que se mezclan con la multitud. Se cambian de nombre, se cortan el pelo, se compran un traje y fingen ser otra cosa que indios.
—Pedernal... —dije tragando con dificultad, una vez pasé por blanca— le confesé avergonzada. Me vestí como los demás, me teñí el pelo de un color más claro y me cambié de nombre.
—¿Qué sucedió?
—Fue terrible. Parecía una rareza. Me hice de enemigos y me sentí muy desgraciada, pero lo peor de todo fue que cuando lo pensé mejor y me di cuenta qué estúpida había sido, resolviendo volver a ser la misma de antes, los que me habían conocido cuando pasaba por blanca no creían que yo era india. In-
MI CORAZÓN INQUIETO  23                          cluso ahora hay personas que me dicen: —Yo te conozco, tú no eres Viento Sollozante, sino una muchacha blanca, llamada Linda. ¿Por qué quieres pasar por india? Eso confundió a muchas personas. Algunas de ellas dijeron que yo era india y otras, que era blanca. Supongo que como soy mestiza tanto unas como otras tenían razón. Eso demuestra que uno nunca llega a saberlo todo acerca de nadie, solamente nos enteramos de aquello que quieren que nos enteremos, solamente lo exterior.
Me sentía avergonzada.
—¡Ojalá hubiese sido siempre yo misma y no hubiese intentado ser otra persona!
—Ya sé. Mi amigo Halcón Negro le dice a la gente que es mexicano y se llama a sí mismo José González. Dice que es mejor ser mexicano que indio.
—¿Y es mejor?
Se agarra unas borracheras espantosas. Supongo que ésa es la solución —me dijo con gesto hosco. Será mejor que busquemos una casa antes de que oscurezca, y nos radiquemos en ella.
Se dirigió por otra calle estrecha y no tardó mucho en detenerse frente a una casa vieja.
Nos bajamos de la camioneta y entramos en la casa. Las ratas corrían por el piso y me volví corriendo a la camioneta.
—¡No pienso quedarme aquí ! —dije.
—Se hace de noche. Duerme tú en la camioneta y yo dormiré en la parte de atrás y mañana buscaremos un sitio mejor para quedarnos.
Pedernal se subió a la parte de atrás de la camioneta y se colocó el abrigo sobre los hombros. Yo me enrollé en la manta e hice lo posible por no enredarme en el volante ni pegarme un golpe en la cabeza contra la puerta, tumbándome sobre el asiento. Yo no me había imaginado, ni mucho menos, que nuestro regreso a casa fuese a ocurrir de esa manera. Me alegraba de que los McPherson no pudiesen verme en esos momentos y deseaba poder tener una cama buena y tibia y algo para comer.

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