“MI CORAZÓN INQUIETO “
POR VIENTO SOLLOZANTE
Primer Libro
88
MI CORAZÓN INQUIETO
—Ahí arriba no hay peces —dijo una voz de hombre.
La caña se deslizó de mis manos, me di la vuelta y me encontré mirándome en
unos ojos grises de un rostro tosco.
Extendió su mano y desenredó la caña de pescar de la rama y le dio vueltas a la
manivela hasta que se hubo enrollado de nuevo. Me dio la caña y yo respiré
aliviada y la volví a dejar allí donde Dan la había puesto.
Podía sentir que los ojos grises me contemplaban pero yo quería que se
marchase. En ese momento oí a Daisy y a las otras muchachas abriéndose camino
entre los matorrales. Daisy apareció la primera, quitándose hojas del pelo.
—Oh, ya veo que has conocido a Don —me dijo. —Le
hemos invitado a comer con nosotros.
Daisy pasó junto a nosotros con las otras muchachas que le seguían muy de
cerca. —¿Te ha dicho que es de Alaska? Está aquí
solamente de vacaciones —me dijo y se dirigió por el camino hacia
donde estaba la comida.
Yo la seguí apresuradamente y me preguntaba si
Ojos Grises le iba a decir a todo el mundo que me había rescatado,
pero no lo mencionó,
El tío Dan, el pescador y las muchachas charlaban con facilidad acerca de las
montañas y de la pesca, pero las muchachas le hacían principalmente preguntas
acerca de Alaska. Era fácil darse cuenta de que amaba lo desértico de su hogar
norteño.
Me senté en un rincón de la manta e intenté comer la comida, pero cada vez que
levantaba la vista de mi plato Ojos Grises me
estaba observando, hasta ponerme tan nerviosa que casi no podía tragarme la
comida.
Cuando hubimos recogido la comida y los platos, Dan sugirió que todos diésemos
un paseo por la colina y contemplásemos la catarata. Yo me entretuve doblando
la manta, hasta que vi que todos se encontraban de camino y les seguí a
bastante distancia.
MI CORAZÓN INQUIETO 89
No intenté darles alcance hasta que hubieron llegado a la catarata. Estaban
hablando acerca de cruzar la corriente y subir a la cima del acantilado. Había
que dar un salto de cerca de un metro sobre la rápida corriente. Dan fue el
primero en saltar y lo logró fácilmente. A continuación saltó Daisy, perdiendo
casi el equilibrio y tuvo que hacer un esfuerzo por recuperarlo. Las dos
muchachas saltaron al otro lado y Ojos Grises cruzó
fácilmente con sus largas piernas. A continuación todo el mundo se volvió y
esperó a que yo siguiese. Yo me acerqué al borde de las rocas y miré hacia abajo
a las aguas arremolinadas y no las tenía todas conmigo al pensar en cruzar la
corriente.
—Venga, Viento Sollozante —me animó Daisy.
El hombre de Alaska se inclinó sobre el agua y me extendió su mano. —Oye,
agárrate de mi mano, yo te ayudaré a cruzar —me dijo.
Yo dudé. No quería agarrarme a su mano, pero temía caerme al agua si no lo
hacía.
—Confía en mí, no voy a permitir que te caigas
—me dijo el joven de Alaska.
Respiré profundamente y me agarré de su mano y sus dedos fuertes rodearon los
míos y tiraron de mí, hacia el otro lado del agua, pero cuando me encontré al
otro lado, a salvo, no me soltó. Yo comencé a tirar para soltarme, pero me
tenía agarrada con fuerza, aunque con delicadeza también y Ojos Grises me
condujo camino arriba, a la cima del acantilado, no dejándome de la mano hasta
que no hubimos llegado a lo alto.
Daisy y las otras muchachas estaban recogiendio flores silvestres y Dan estaba
sentado sobre una roca, intentando recuperar el aliento.
El joven de Alaska se inclinó y arrancó una flor
y la tuvo un momento en su mano.
—¿Puedes hablar? —me preguntó.
Yo asentí con la cabeza.
Me sonrió y me entregó la flor.
—Es bonita —le dije.
—Como tú —me dijo con voz baja.
MI CORAZÓN INQUIETO 91
Le miré para ver si estaba bromeando, pero no se estaba riendo. Se me fue el
corazón a los pies, y luego me recuperé. Me aparté situándome junto a Daisy
para estar protegida. Cuando miré hacia atrás estaba hablándole a Dan y parecía
haberse olvidado de mí por completo.
¿Por qué no podía volver a su pesca y dejarnos a nosotros en paz? ¡Después de
todo era nuestra excursión, no la suya!
Regresamos al coche por un camino diferente y yo me mantuve todo lo alejada que
me fue posible del hombre de Alaska y solamente cuando nos estábamos metiendo
en el coche me dio alcance.
—¿Tienes novio? —me preguntó.
Yo negué con la cabeza.
—¿Puedo verte de nuevo? —me preguntó.
Miré a mi alrededor y vi que todo el mundo nos estaba mirando y podía sentir
cómo me ponía colorada.
—¿Dónde vives? —me preguntó.
Dan puso el coche en marcha.
Daisy no pudo aguantar la incertidumbre y dijo: —Ya
que eres nuevo aquí ¿por qué no vienes el domingo a la iglesia? Nos alegraría
mucho verte allí. Es la pequeña iglesia de ladrillo que está en la
Calle Treinta —entonces añadió: —Viento
Sollozante no se pierde un solo culto —y empezó a reírse con ganas.
El muchacho de Alaska le sonrió a Daisy y le dijo:
De vez en cuando las muchachas se pegaban codazos, se reían y decían que Dan no había pescado nada, pero que parecía que Viento Sollozante había atrapado a un hombre, así que me alegré cuando me dejaron a la puerta de mi departamento.
Más tarde, cuando me encontré a solas, coloqué la flor cuidadosamente entre dos páginas de un libro y habría de recordar el día en que un extraño le había llamado bonita a la Doblemente Fea.
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