“MI CORAZÓN INQUIETO “
POR VIENTO SOLLOZANTE
Primer Libro
El domingo por la mañana, cuando me dirigía a la iglesia, me preguntaba si se presentaría Ojos Grises, deseando que no lo hiciese. Me hacía sentirme92
MI CORAZÓN INQUIETO
incómoda. Al entrar en la iglesia no le vi, así que me sentí aliviada. Bueno,
ya no tenía que preocuparme porque no le volvería a ver más.
Apenas me había sentado cuando alguien se sentó a mi lado y al levantar la
vista me encontré mirando al joven de Alaska. Cuando cogí el himnario me
temblaban las manos y le miraba de vez en cuando rápidamente de reojo. Su
rostro era duro y de aspecto tosco y tenía la mandíbula cuadrada y firme. Tan
sólo cuando sonreía sus ojos grises tenían un brillo que expresaban su calor.
Era un hombre alto, de hombros anchos y tenía las manos fuertes, cubiertas de
cicatrices y de callos producidos por años de duro trabajo.
Por primera vez desde que había empezado a asistir a esa iglesia no oí el
sermón porque mis pensamientos se encontraban sobre el extraño que tenía junto
a mí.
Tan pronto como pronunciaron el último amén nos pusimos en pie para marcharnos
y varias personas se acercaron para saludar "al hombre que estaba sentado
al lado de Viento Sollozante". Mientras estaba ocupado hablando con esas
personas yo me escabullí por el otro lado del banco y me quedé junto a Audrey.
—¿Es tu novio? —me preguntó con una sonrisa.
—No le conozco, es un amigo de Daisy —dije, encogiéndome de hombros.
—Es muy raro que no se haya sentado al lado de Daisy —me dijo. —¿Por qué no vienes
a comer con nosotros? Si quieres puedes traerte a tu amigo, nos complacería
mucho tenerle con nosotros, me dijo, dándome palmadas sobre el brazo y comenzó
a dar la mano a algunas personas.
Ojos Grises estaba otra vez a mi lado. —¿Puedo invitarte a comer?
—No, voy a ir a comer con otra persona, pero gracias de todas maneras.
Pareció decepcionado. —¿Puedo verte más tarde hoy?
—No sé cuándo estaré en casa —le dije.
MI CORAZÓN INQUIETO 93
—Eso no importa, no me molesta esperar. ¿Dónde vives?
Miré a mi alrededor, esperando encontrar quien pudiese venir al rescate, pero
todo el mundo estaba charlando, así que le di mi dirección y me fui
apresuradamente a donde Audrey me esperaba.
Durante la comida Audrey y el Rdo. McPherson
tuvieron un montón de preguntas respecto al "hombre que siguió a Viento
Sollozante a la iglesia".
—No le conozco ni mucho menos —intenté explicarles— es un extraño aquí y dudo
mucho de que le vuelva a ver.
—Estoy segura de que le volveremos a ver —dijo
Audrey riendo.
Me alegré cuando la conversación cambió a otros temas.
CAPITULO DIEZ
Hacía casi una hora que había llegado a casa y me encontraba pintando una
escena de un amanecer cuando llamaron a la puerta. Cuando la abrí me encontré
una vez más cara cara con Ojos Grises.
—Hola, he oído decir que un hombre normalmente debe traer flores y dulces
cuando va a hacer la corte —dijo sonriendo y me entregó un caramelo y algunas
flores casi marchitas. —Quería traerte algo, pero no he podido encontrar una
tienda abierta.
—No he oído tu coche —le dije.
—Necesitaba que le hiciesen algunos trabajos, así que lo he dejado en el garaje
y he venido caminando desde Red Rocks Park.
—Pero si hay más de seis kilómetros.
—No me ha parecido demasiado lejos. Además, tengo la sensación de haber recorrido dos mil
seiscientos kilómetros para encontrarme contigo
—me dijo siguiéndome al interior.
Nos pasamos la tarde componiendo un rompecabezas que había empezado más
temprano. A mí no se me ocurría nada sobre lo que hablar y cuando él intentaba
romper los largos silencios haciéndome alguna pregunta, yo le contestaba que sí
o que no y nos quedábamos otra vez callados.
Colocó en su sitio la última pieza del rompecabezas, se puso en pie y se
estiró. —Ahora tengo que ir a recoger el coche. ¿Te gustaría salir esta noche?
Me quedé dudando, preguntándome sobre qué podríamos hablar si salíamos juntos.
Además yo no tenía ninguna ropa "elegante", ni siquiera un par de
zapatos, solamente tenía unos mocasines, que estaban viejos y desgastados.
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—No, supongo que no —le dije.
—Podríamos ir a cualquier sitio que tú quisieras —me dijo.
Yo me quedé mirando al suelo. —No se me ocurre ningún lugar.
—Volveré a buscarte dentro de un par de horas y saldremos a cenar —me dijo y se
fue.
Cerré la puerta y me dije a mí misma, yo no he dicho que fuese a salir contigo.
Después de cenar Don me acompañó hasta la puerta y mientras yo buscaba la llave
en mi bolso me dijo: —Un día me casaré contigo.
No me quedan más que unos días de estar aquí y después tendré que regresar a Alaska,
pero volveré a buscarte algún día y me casaré contigo.
Yo dejé caer mi bolso, tirando todo lo que había en él. —Estás bromeando —le
dije.
—No.
Volvió a meter rápidamente todas las cosas en mi bolso y me lo dio. —No, no es
una broma, creo que estamos hechos el uno para el otro. Creo que nuestro encuentro estaba preparado
y el momento en que te vi supe que tú eras la chica para mí.
Me agarró y me dio un beso. —Te amo, Viento
Sollozante.
Tan pronto como recuperé el aliento le dije: —No
puedo casarme con ninguna persona que no pertenezca a mi iglesia.
—Me uniré a ella.
—Tienes que ser cristiano —dije
argumentando.
—Lo soy —me dijo.
—¿Por qué quieres casarte conmigo? —le pregunté.
—Porque te amo. No seré nunca rico, tengo que trabajar con mis manos, pero puedo darte una casa, comida y ropa y te cuidaré. No te mentiré nunca y todos los domingos te llevaré a la iglesia.
—Es demasiado rápido, yo no puedo pensar tan ligero —le dije intentando meter la llave en la cerradura, pero temblaba de tal manera que no acertaba.
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