miércoles, 15 de noviembre de 2023

MI CORAZÓN INQUIETO 155

 “MI CORAZÓN INQUIETO “

POR VIENTO SOLLOZANTE

Primer Libro

154    MI CORAZÓN INQUIETO
Los días que me sentía deprimida sacaba la ropita para bebés y la estrechaba contra mi corazón, cerraba los ojos y decía otra vez: —Por favor, Dios, dame un hijo.
Una noche de septiembre, contemplando la luna sobre las copas de los árboles y viendo cómo el viento rompía las hojitas de las ramas, dejando a los árboles pelados y fríos, dije, estando en pie junto a la ventana, por enésima vez, con voz suplicante a Dios: "Dame un hijo y haré que te glorifique".
La escena que tenía ante mí desapareció y en lugar de la luna vi una enorme águila que volaba por el cielo. En lugar de los árboles vi un elevado y agreste acantilado con un nido situado en una grieta. El águila descendió sobre su nido y cerró sus alas, colocándose sobre varios huevos. Un instante después el águila extendió las alas y voló por el desfiladero, seguida de sus pequeños aguiluchos.
La visión desapareció y tuve una vez más ante mí la luna y los árboles. Me froté los ojos y miré otra vez. La noche seguía igual y no había habido ni águila, ni acantilado, ni huevos, pero yo los había visto tan claramente como cualquier cosa que hubiese visto a plena luz del día.
—Gracias, Dios, sé que esa ha sido tu respuesta. Sé que en estos mismos momentos llevo a mi hijo en mis entrañas —y lloré de gozo.
Me disponía a despertar a Don, pero temía que no me creyese. Diría que me lo había imaginado o que lo había soñado y no había manera de expresar con palabras la belleza de la visión, pues era demasiado especial, demasiado preciosa, un secreto entre Dios y yo.
Yo era como Raquel; Dios había quitado mi afrenta y había contestado a mi oración.
Hice un par de pequeños mocasines para bebé de la piel más suave que pude encontrar y cosí sobre la parte de arriba cuentas de color azul.
Me coloqué frente a mi marido y le entregué el regalo diciéndole: —Estos mocasines son para tu hi-
MI CORAZÓN INQUIETO    155
jo —haciendo grandes esfuerzos para no delatar la profunda emoción y orgullo que sentía en mi corazón que latía con fuerza.
—¿Mi hijo? —preguntó sonriendo. Podía ver el brillo en mi rostro y supo que Dios nos había bendecido. —A lo mejor es una niña —me dijo— mirando las cuentas azules.
—No —le contesté— un hombre debe tener un hijo y yo he pedido uno y así será.
Yo contaba con muchísima alegría los días y me pasaba el tiempo haciendo cosas para nuestro bebé y orando para que llegase con bien a nuestro mundo.
Tomé una rama de un sauce llorón, la doblé, formando un pequeño aro y hierba larga, que tejí para adelante y para atrás, dejando solamente un diminuto agujero en el centro. Lo colgué encima de la camita que teníamos para nuestro bebé. Era una red para el sueño como las mujeres indias habían hecho para sus bebés desde el principio de los tiempos. La red atraparía y alejaría todos los malos sueños y solamente los sueños buenos y dulces podrían pasar por el diminuto agujero que había en el centro, permitiendo que mi bebé durmiese feliz. Yo hice una tabla de madera para llevar a mi bebé y más ropa de la que jamás llegaría a utilizar.
Para mí fue un tiempo feliz y Don se mostró aún más considerado hacia mí.
A veces me preguntaba a mí misma qué habría hecho si Don me hubiese abandonado, como me había dicho Pedernal que lo haría. ¿Me habría mostrado tan ansiosa por tener un bebé? ¿Qué hubiese sucedido si hubiese tenido la criatura y hubiese estado sola, como lo había estado mi madre? Por primera vez tenía noción de su parte de la historia. Se había casado demasiado joven con un hombre que no la quería. Cuando él la abandonó, debió sentirse muy asustada y terriblemente dolorida. Ahora me resultaba más fácil entender por qué me había dejado con la abuela. Mucho me hubiese gustado que hubiera podido saber que ahora ella iba a ser abuela.

 

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