Hace muchos años viendo la serie de tv. "El toque de un ángel",
escuché una oración que me gustó, pero no pude copiarla. A fines de
Diciembre de 2018, viendo la serie de vaqueros, "El Virginiano", o los
"Invencibles"
En el cápitulo "La extraña pesquisa de Claire Bingham"- Escuché nuevamente la oración entre Claire y el Sheriff Ryker.
Está oración DE UN EXTRAORDINARIO SIGNIFICADO me gusta tanto qué será mi favorita de ahora en adelante.
AHORA QUE VOY AL SUEÑO CONCILIAR
PIDO AL SEÑOR MI ALMA GUARDAR,
Y SI MUERO ANTES DE DESPERTAR
PIDO AL SEÑOR MI ALMA TOMAR.
Jueves, 19 de mayo de 20162 GUERRA MUNDIAL-
NO HAY
AMOR MAS GRANDE QUE ESTE
Era justo que Kovitz le inyectara el plasma de la
sangre que tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la
vida a sus paisanos? ¿Estábamos allí para MATAR japoneses, o para
SALVARLOS?
UN JAPONES VE LA VERDAD
(Condensado de
la revista “The American Mercury”)
Por William Bradford
Huie
Selecciones MAYO 1944
Hidalguía
en la guerra __ I.
Durante el ataque de la isla de Attu por los
norteamericanos, el doctor Cass Stimson y sus ayudantes emprendieron, en el
barco de suministros donde se hallaban, la ardua tarea de atender a los heridos que
les llevaran. Los lanchones de la cruz roja iban a la costa y volvían cargados
de victimas. Stimson y McCroskey, su anestesista, se afanaban
por operar con toda la prontitud posible.
En cubierta, varios heridos
aguardaban estoicamente su turno. Kovitz, el practicante de a
bordo, y Yeargin, un marinero les aplicaban plasma, morfina y los maravillosos
sulfos. Desde el encarnizado combate de Chichagof, las lámparas del cuarto
de operaciones permanecían encendidas toda la noche.
Ni un torpedo hubiese producido la conmoción que
causó la camilla con el soldado japonés Ito. Cuando lo
depositaron en la cubierta al lado de los norteamericanos, todos lo miraron con
sorpresa y rencor. Ito no era un hermano de armas
. ¡Era el enemigo! DESPRECIABLE ENANO DIENTUDO QUE ODIABA a
los Estados Unidos y a los norteamericanos. No hay palabras
para pintar lo sucio que estaba. Hedía a
carroña. Un artillero que lo miraba desde su
barbeta gritó “Oigan mentecatos, échenlo al agua antes que nos asfixie a
todos” Un soldado diminuto que tenía la
cadera abierta de un bayonetazo se incorporó
en la camilla y exclamó furibundo: ¡Denme acá mi
cuchillo y verán como opero a ese hijo de…¡Quien
tapándose las narices se acercaba a Ito, advertía en seguida que el hombre
estaba muriéndose de miedo, aunque resuelto a ocultarlo.
Antes de caer en manos
de los norteamericanos, él y un compañero habían resistido desesperadamente en
su abrigo, hasta disparar el último cartucho, Se apretaron la última granada
contra el vientre para suicidarse. La del otro soldado estalló y le destrozó
las entrañas, despedazándole además una pierna a Ito. La granada de Ito no
estalló. Incapaz de moverse, estuvo Ito varios días en un fétido charco de sangre corrompida y excrementos. La
pierna era una masa sucia y verdosa atacada ya por la gangrena. Cuando los soldados norteamericanos lo
capturaron, todavía tenía Ito la granada fuertemente asida.
Ito le dijo a un intérprete que él sabía
muy bien por qué no lo habían despachado de un bayonetazo. Estaba seguro de que lo habían llevado
al buque para darle tormento. Le rebanarían las orejas, le saltarían los dientes a
patadas y luego lo harían picadillo. Y allí estaba ahora tendido en la
cubierta, atormentado por dolores espantosos, pero resuelto a enseñarles a esos
yanquis bárbaros cómo muere un japonés.¿Qué
diablos se iba a hacer con el niponcillo? ¿Era justo que Kovitz le
inyectara el plasma de la sangre que
tantos norteamericanos habían dado abnegadamente para salvarle la vida a sus
paisanos? Tenía el doctor Stimson derecho a arriesgar su propia
vida poniéndose en contacto con la gangrena altamente infecciosa de aquel
enemigo inmundo?
¿Estábamos
allí para MATAR japoneses, o para SALVARLOS? Dos noches antes, los nipones habían penetrado en el campamento norteamericano y dado muerte a
mansalva a varios enfermeros desarmados. ¿No era mejor tirar al agua aquella hedionda carroña?El
doctor Stimson contempló a Ito, y después de breve vacilación preguntó:__¿Hay
heridos nuestros esperando?__Por
ahora no_-respondió Kovitz__,Ya hemos curado a todos los que había.--Entonces
tráiganlo.
Le
quitaron a Ito el apestoso uniforme y los vendajes provisionales. Entraron en
acción el agua, el jabón y los antisépticos. Le inyectaron plasma. Le aplicaron
la raquianestesia. El doctor Stimson se adelantó hacía la mesa, bisturí en
mano. Iba a cortar la pierna gangrenada. Hasta
entonces, Ito había estado ceñudo y desdeñoso. Más, de pronto empezó a mover,
interrogantes y recelosos, los oblicuos ojillos. Tenía conciencia de todo. Se
veía claramente la lucha que sostenían en su ánimo la seguridad de que los norteamericanos le
darían tormento, y
el testimonio de sus propios sentidos, que le estaba diciendo que no había tal.
Ito se resistía a creer que cuanto
sus superiores le habían asegurado fuese mentira.
Le temblaban los labios. El sudor le
bañaba el rostro. Se le vio esforzarse por encontrar una palabra. Al fin,
tartajeó. “! A…mé…ri…ca! ¡A…mé…ri…ca!” desecho en lágrimas, parecía dudar aún de lo que para él era
INCREIBLE.
Sonreía, sacudía violentamente la cabeza.La
operación duró más de una hora, el doctor Stimson operaba con sumo esmero.
Hacía una pausa de cuando en cuando para que McCroskey le humedeciese la
careta con una solución desinfectante para mitigar el hedor. Le hizo el
tipo de amputación más artístico del oficio. Le cubrió con un colgajo el
extremo del muñón para facilitar la articulación de una pierna postiza.
Ito, cuando al fin le desataron las manos, agarró por un brazo al cirujano, rompió en sollozos, y volvió a exclamar. “!A…mé…ri…ca!” Se
cruzó las manos debajo de la barba, y varias veces trató de hacer una venia
. El
médico, que parecía muy cansado, le sonrió. “Llévenselo, muchachos, y
tiren esa pierna al agua.” Yeargin arrojó la pierna al mar. Después vomitó hasta por las narices Cuando sacaron a Ito del cuarto de
operaciones, los norteamericanos que lo vieron salir empezaron a refunfuñar“El doctor debió de haberle hecho la amputación por el pescuezo.” “ A que no trataron así a nuestros compañeros en Corregidor?”Sin embargo, cuando el doctor Stimson salió del cuarto, todos se
cuadraron y le hicieron el saludo militar con respeto no exento de admiración.A Ito se le cuidó y atendió igual que
a los heridos norteamericanos. A los cuatro días ya estaba
deshaciéndose en visajes y sonrisas tratando de granjearse la amistad de todo
el mundo.
Recogió
abundante cosecha de barras de chocolate, cigarrillos, maní y frutas. Las naranjas, sobre todo, lo
volvían loco de contento. ¡Qué
triste se puso cuando tuvo que abandonar el buque! Estaban ya a punto de bajarlo a una lancha cuando se
dio cuenta de lo que pasaba. Entonces comenzó a llamar a gritos al doctor
Stimson. El médico se acercó a la camilla; Ito se le abrazó a las piernas
sollozando. Quería irse a los Estados Unidos con el
doctor. Éste lo calmo y lo envío a un campamento de prisioneros
.Días después,
el médico y yo, sentados en su camarote, hablamos del interesante lance. __Si yo me
hubiera tropezado con Ito en su agujero__ me dijo__ y hubiera ido armado, lo más probable esque hubiera atravesado al japonés con
la bayoneta, por si acaso tenía otra granada. El soldado que dio con él,
no lo mató, quizá porque un prisionero bien vale correr el riesgo. Sea
como fuere, el Ito que
llegó al buque era un ser humano que sufría.
Era, además, un
prisionero de guerra cuyos
derechos había que respetar. El cuerpo
médico de la armada debía hacer por él
cuanto fuera dable._- ¿Lo operó
usted con tanto
cuidado como
si hubiera sido un soldado norteamericano? _-le pregunté.__ Por
supuesto que sí__ contestó__, para el cirujano, en su misión de salvar una
vida, no hay diferencias. No
hubiese yo operado al propio capitán con más cuidado. Téngalo por seguro._- ¿ y traerá
eso algún efecto favorable pregunté.Creo que sí__
dijo después de reflexionar un momento__, pero con tal que lo interpretemos
debidamente El
primer móvil de nuestra conducta fue, desde luego, de orden militar. Uno de
nuestros soldados expuso su vida por hacerlo prisionero. Mis ayudantes y yo
también arriesgamos la nuestra por salvar al prisionero.
Lo hicimos, en primer
término, por la posibilidad de que la vida de Ito tuviese alguna utilidad
militar. Puesto que su cuerpo fétido debía permanecer a bordo, tuvimos que
cortarle un pedazo y limpiar el resto. Esto lo hicimos tanto por protegernos a
nosotros mismos como por salvar a Ito. Nos movió,finalmente,
un sentimiento humanitario. Creo que el afán de Ito por manifestar su gratitud
es buena señal,
Opino que debemos tratar al pueblo
japonés de la misma manera. Debemos exterminar su parte más enferma. Y luego,
puesto que tenemos que vivir en el mismo mundo que ellos, debemos ayudar a
devolver la salud física y mental a lo que quede. DEBEMOS DAR una
prueba más de nuestra humanidad, y esperar que el efecto en los otros japoneses sea el
mismo que en Ito.
JESUCRISTO EN LA BIBLIA No paguen a nadie mal por mal. Procuren hace lo bueno delante de
todos…Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes
mismos, sino dejen que sean Dios quien castigue…Si
tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber, así harás que le arda la cara de vergüenza, no
te dejes vencer por el mal. AL CONTRARIO, vence CON
BIEN el mal.Romanos 12 17_21PERO YO LES DIGO: AMEN A SUS ENEMIGOS, Y OREN
POR QUIEN LOS PERSIGUEN.Mateo
5. 43_48
6 de Dic 2016
UN ENEMIGO NOBLE
POR HENRY HURT
UNAS BALAS TRAZADORAS surcaron el cielo y perforaron el ala izquierda del Sunbonnet King, avión B-29 estadounidense. Inslantes después, un cazabombardero soviético soltó una descarga a la cola del avión y la hizo estallar. Lanzando llamas y humo negro, el aparato se ladeó bruscamente a la izquierda y cayó describiendo una espiral.
Seis kilómetros abajo, Vasily Saiko, sargento de la Guardia Marítima Fronteriza Soviética, observaba desde el puente de su barco patrullero la implacable persecución que ocurría en las alturas. Segundos después, el Sunbonnet King terminó de hacerse pedazos en aguas soviéticas, cerca de la pequeña isla japonesa de Yuri.
Era el 7 de octubre de 1952 y
el mundo estaba atento a la Guerra de Corea. Los tripulantes del avión
derribado habían estado fotografiando varios kilómetros de una de las
zonas más ferozmente disputadas durante la Guerra Fría: las islas
Kuriles, situadas entre Japón y la Unión Soviética.
Saiko, de 24 años, y dos compañeros suyos recibieron orden de botar una
lancha y recoger todos los restos que encontraran del avión. El mar
estaba más que una mancha de gasolina y aceite, y un neumático que se
mecía entre los despojos. De pronto divisaron un paracaídas medio
sumergido. Atado a las cuerdas, un hombre flotaba boca abajo.
—¡Quizá esté vivo! —gritó Saiko.
Cuando lo subieron a la lancha y lo voltearon, apartaron la vista horrorizados: el hombre tenía deshecha la parte superior de la cabeza y su rostro había desaparecido. Entonces regresaron al barco y allí envolvieron el cadáver con una lona.
Al día siguiente, Saiko recibió orden de llevar el cuerpo a la isla de
Yuri y esperar a que un destacamento lo recogiera para examinarlo y
enterrarlo. Mientras aguardaba en el muelle, solo con el cadáver, Saiko pensó en que ese hombre debía de tener familia. Seguramente tiene esposa e hijos, se dijo.
Movido por un impulso, desenvolvió un poco el cuerpo. El hombre tenía en la mano derecha un anillo grande y pesado. Al parecer, era de oro puro.
Se lo quitó y examinó disimuladamente el grabado interior. No reconoció los caracteres, pero supuso que se trataba de un nombre. Entonces se lo guardó en el bolsillo.
Podría ir a prisión por esto, reflexionó. Un oficial de la armada o un agente de la KGB sin duda querría quedarse con este tesoro. Luego se tranquilizó pensando en que arrojaría el anillo al mar en caso necesario.
Poco después llegó el destacamento. Saiko observó a los hombres colocar
el cadáver en una camilla y luego perderse entre la niebla mientras él
se alejaba en su bote. El sargento metió la mano en el bolsillo e hizo
girar la sortija entre sus dedos.
ATAVIADA con un vestido de organdí blanco
que hacía relucir aún más su rubio cabello, Mary observó a su prometido,
John Dunham, sacar un anillo de un estuche. Era el 28 de mayo de 1949, fecha del Baile de los Anillos de los alumnos de la Escuela Naval Militar de Estados Unidos, en Annapolis,
Maryland. Muy sonriente, John hizo pasar un listón azul por el anillo,
lo ató y se lo puso a Mary en el cuello. Ella lo llevaría allí hasta el
momento de la ceremonia que iba a celebrarse durante el baile. Entonces
se lo pondría a John en la mano derecha para que lo llevara con orgullo
por el resto de sus días. Era una de las tradiciones más respetadas de
la escuela.
Mary y John se conocieron cuando tenían 17 años. Ella se enamoró a
primera vista de ese muchacho alto de risueños ojos color castaño.
Se casaron en junio de 1950, el mismo día en que John se graduó. En ese
tiempo se ofrecía a algunos de los graduados de Annapolis la oportunidad
de ingresar en la fuerza aérea. John se inscribió y comenzó a
adiestrarse para piloto de reconocimiento aéreo.
Mary y John se despidieron en mayo de 1952, cuando él se disponía a partir en viaje de misión a Japón. Faltaban tres meses para que naciera su primogénito. Sonriente, le dio a su esposa unas leves palmadas en el vientre y prometió que los vería a ambos en noviembre.
Tiempo después, en una llamada telefónica de la Cruz Roja, Mary volvió loco de alegría a John al anunciarle que su bebé tenía ya una semana de edad. Suzanne era la confirmación de su amor
y de su ilusión de disfrutar juntos una vida larga y feliz. Aunque se
escribían casi todos los días, ésa fue la única en que hablaron tras el
nacimiento de su hija.
Y nunca volvieron a hablarse.
VASILY SAIKO fue dado de baja de la armada soviética a fines de 1952.
Después de casarse, se estableció en Rostov del Don y se dedicó a
trabajar como capitán de un barco fluvial.
Siempre llevaba consigo el anillo, guardado en una cajita junto a la medalla con que la armada había premiado su valentía. A menudo se detenía a contemplarlo y a pensar en el hombre que había sacado del mar.
MARY ACABABA de acostar a su bebé de seis semanas cuando oyó que
llamaban a la puerta. Como John estaba ausente, había ido a pasar unas
semanas con su suegra.
Al abrir la puerta, Mary miró con recelo a los dos oficiales de la
fuerza aérea que estaban en el umbral. Uno de ellos le entregó un
telegrama que decía: "Con profundo pesar le informo que su esposo
desapareció en vuelo. Se está llevando a cabo una intensa búsqueda".
Mary recibió numerosos telegramas y cartas en los meses siguientes. Al
final le notificaron que el gobierno soviético admitía haber hecho fuego
contra el Sunbonnet King, pero que no tenía noticia del destino de los
tripulantes.
Un año después, John seguía en calidad de desaparecido; sin embargo, la
notificación de la fuerza aérea revelaba algo que iba a llenar de
zozobra a Mary durante decenios: "Al parecer, el accidente ocurrió en un
sitio donde alguien podría haber rescatado a los sobrevivientes".
En cierta forma, aquello era peor que la certeza de su muerte. ¿Lo tendrán en una cárcel?, pensó. ¿Lo estarán torturando?
En 1955, tres años después del derribamiento del avión, le notificaron a
Mary que ya no era lógico suponer que su esposo estuviera vivo. Esas
palabras aliviaron un poco su desconsuelo, pero trató de no revelar su
angustia ni el atisbo de esperanza que aún abrigaba. Sus amigos la
alentaban a rehacer su vida, pero por más que lo intentaba, seguía
sintiendo cada instante la presencia de John.
Su mayor preocupación en ese momento era Suzanne, pues no iba a conocer a su padre. Necesitaba rodearla de cariño y de cuidados para compensar el inmenso vacío.
UNA NOCHE DE 1987, Vasily Saiko le contó a un nuevo amigo —un hombre
que lo contrató para transportar un cargamento de madera en su barco— la
experiencia de hacía 35 años. Le confió que siempre había deseado devolverle el anillo a la familia del piloto y que a lo largo de los años había resistido muchas veces la tentación de venderlo.
Lo sacó de la caja fuerte del barco para mostrárselo. Mientras sopesaba la sortija, el amigo ofreció cambiársela por su automóvil Volga blanco, el cual le encantaba a Saiko.
De regreso en casa, Vasily le habló de la atractiva oferta a su esposa, Liuha; pero ella lo detuvo en seco.
—El anillo es de la familia de ese hombre —dijo con firmeza . Algún día hallarás la manera de devolverlo.
TRECE AÑOS después de la desaparición de su esposo, Mary Dunham, quien
ya tenía 39 años, se casó con Donald Nichols. Estaba convencida de que
su hija avanzaba por buen camino: era una chica sociable y equilibrada, y
una magnífica estudiante. Al cabo de unos años, Suzanne contrajo
nupcias con un hombre al que conoció en la Universidad Harvard, y luego
empezó a estudiar leyes.
La estabilidad del matrimonio reavivó en ella el deseo de saber más
acerca de su padre. Poco a poco fue comprendiendo que no podían seguir
aceptando la explicación de que —había desaparecido—. Debían, pues, indagar la verdad.
Convencidas de que el gobierno soviético sí sabía qué les había ocurrido
a los tripulantes del Sunbonnet King, Mary y Suzanne se unieron a otras
familias de desaparecidos que querían averiguar la suerte de sus seres
queridos.
—Estoy segura de que alguien sabe qué fue de mi esposo —le dijo Mary a un periodista—. Alguien conoce la verdad.
Sus empeños fueron recompensa dos en 1992, cuando los rusos, en un
arrebato de franqueza, declararon que ninguno de los tripulantes había
sobrevivido. Sin embargo, Mary no podía conformarse con la declaración
de un gobierno que les había mentido desde el principio.
UNA NOCHE DE FINES de 1993, los Saiko se sentaron a ver televisión. En
esos días estaban ocurriendo cambios asombrosos, como la caída del
comunismo y la desintegración de su país. De pronto escucharon algo que
los hizo estremecerse: una comisión conjunta de asuntos sobre prisioneros de guerra y desaparecidos en acción pedía ayuda a los rusos que supieran algo sobre estadounidenses extraviados en territorio soviético.
Al día siguiente, Liuba marcó el número telefónico que habían dado por televisión.
Vasily le dijo esa noche a su marido—, ha llegado la hora: debes llevar ese anillo a Moscú.
Luego le explicó que había conversado con un miembro de la comisión y que, sin mencionarle nada del anillo,
le había dicho que él, su esposo, sabía algo sobre un piloto
norteamericano cuyo avión fue derribado cerca de las islas Kuriles.
Días después, Saiko partió en tren hacia Moscú. Varias
veces metió la mano en el bolsillo del pantalón para asegurarse de que
el anillo seguía en la bolsita donde su esposa lo había guardad .El viaje duró 24 horas,
y tuvo tiempo de sobra para reflexionar en cómo había llegado hasta ese
punto. Él descendía de campesinos y la erauna familia unida y cariñosa;
su abuela le había hablado a menudo de las Sagradas Escrituras y de la importancia de creer en Dios. Siempre había procurado tratar a los demás apegándose a lo que le habían enseñado.
Cuando por fin llegó a la sede de la comisión conjunta, los rusos que lo
recibieron escucharon impresionados el relato de lo que vio el 7 de
octubre de 1952. Una hora después, ante un grupo de rusos y estadounidenses sentados frente a frente alrededor de una larga mesa,
Saiko contó cómo él y dos compañeros habían rescatado del mar el
cadáver de un norteamericano. Al terminar, sacó la bolsita que tenía en
el bolsillo.
El hombre llevaba esto —dijo, al tiempo que les mostraba la sortija—Tiene grabado un nombre.
Un murmullo de asombro recorrió la sala. Saiko entregó entonces el anillo al estadounidense que presidía la junta, quien en seguida lo examinó.
—Es un anillo de generación de la Escuela Naval Militar —explicó—. Y el nombre grabado es John Robertson Dunham.
Al día siguiente, Saiko, en una ceremonia a la que asistieron los miembros de la comisión, entregó
el anillo al ex embajador estadounidense Malcolm Toon, presidente de la
comisión, el cual se comprometió a devolverlo a la familia de Dunham.
A LAS 6 DE LA MAÑANA del 7 de diciembre de 1993, sonó el teléfono en
casa de Mary Dunham Nichols. Llamaba Kaye Whitley desde la embajada de
Estados Unidos en Moscú.
—Señora Nichols -le dijo—, le tengo noticias. Acabamos de recibir un anillo de su esposo. Nos lo entregó un marinero soviético que rescató el cuerpo de su marido en 1952. Guardó el anillo y nos lo dio para que se lo devolvamos.
Mary no pudo pronunciar palabra. Minutos después, llena de emoción, telefoneó a su hija para darle la buena nueva.
—Han sido 41 años —dijo, reprimiendo un sollozo—. ¿Qué significa esto?
—Que la espera por fin terminó —respondió Suzanne.
Al cabo de unas semanas, en una breve ceremonia celebrada en el Pentágono, Mary recibió el anillo de John. Ella ya tenía 67 años.
—Pensar que fueron tantos años de buscar la verdad, y el gobierno soviético siempre nos la negó —le comentó a su hija—. Y de repente aparece un hombre decente y honrado que con un solo gesto borra toda esa incertidumbre.
A Mary y Suzanne les quedaron dos grandes deseos: localizar los restos de John y agradecer a los Saiko.
LA IGLESIA DE PIEDRA donde John Dunham fue bautizado estaba atestada
de amigos y familiares. Era un caluroso día de julio de 1995, y las
personas que más lo quisieron finalmente iban a poder despedirse de él.
Mary ansiaba reencontrar a sus viejos amigos, pero también había algunos amigos nuevos —unos muy especiales— que la esperaban en la casa parroquial.
Cuando ella entró, Vasily Saiko se puso de pie, muy sonriente. Se fundieron en un efusivo abrazo, con una emoción que no requería palabras. Era el primer día de una visita a Estados Unidos que los Dunham habían arreglado para Vasily y Liuba.
Luego, Mary se dirigió al resto de la concurrencia.
—Todos estos años me sentí muy sola, segura de que a nadie le importaba —dijo—. Pero
todo ese tiempo este hombre y su mujer, al otro lado del mundo,
pensaron en nosotros y guardaron este precioso símbolo de mi esposo.
Junto al altar del santuario se hallaba
el ataúd de John. Con ayuda de Saiko, se habían localizado los restos
del capitán Dunham y enviado a Estados Unidos para someterlos a análisis
genético y darles sepultura. La ceremonia empezó con unas palabras de Suzanne:
—Lo perdimos hace 43 años. Estaba desaparecido, lo cual no es lo mismo
que estar muerto. Los muertos regresan a nosotros cuando los evocamos
contando su historia, pero nadie cuenta historias de desaparecidos;
sería una especie de traición. En su breve vida se hizo entrañable para
muchos, y los lazos de amistad y de recuerdo que tejió son lo que nos ha
reunido aquí esta noche. Amó profundamente, y a cambio recibió un inmenso amor.
Al día siguiente, en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia, una
carroza militar tirada por caballos trasladó el féretro del capitán
Dunham de la capilla a su última morada. Al pie de la tumba aguardaban
sentados Mary y su esposo, Don Nichols, además de Suzanne, su marido y
sus dos hijos. Vasily y Liuba Saiko estaban de pie detrás de ellos. Del cuello de Mary, reluciente a la luz del sol, colgaba el anillo que había hecho posible todo aquello.
Antes de que el capellán pronunciara el discurso final, los
presentes oyeron a lo lejos un imponente rumor. Era un bombardero B-52
de color gris oscuro que pasó lentamente sobre sus cabezas como último saludo a John Dunham.
Mary abrazó a sus nietos mientras la guardia de honor disparaba la
tradicional salva de homenaje; luego, desde una ladera cercana, se oyó
un emotivo toque de silencio. Mary tocó
suavemente el anillo: el capitán John Dunham descansaba en paz, y sus
seres queridos por fin podrían evocar su recuerdo con orgullo.
EL AVIÓN FANTASMA
Condensado del libro «Danined to Glory »)
Por el coronel Robert L.
Scott, Ir.
Autor de God Is My Co-Pilot
Abril de1945
Un piloto estadounidense
con su viejo avión ataca
valientemente una base japonesa,después malherido es trágicamente confundido y abatido por aviones norteamericanos.
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Añadir título
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Poco
después de lo de Pearl Harbor, el piloto Robert Lee Scott solicitó el traslado
a una unidad de cazas. Se denegó su solicitud. Era demasiado viejo, según se le
comunicó, para tripular un caza. ¡Tenía treinta y cuatro años! Destinado al
servicio de transporte en el Lejano Oriente, logró que el general Chennault le
diese un P-40. En 1942, el coronel Scott, famoso ya por sus hazañas aviatorias,
tomó el mando de los primeros cazas del ejército norteamericano en China.
Aparte de numerosas condecoraciones y menciones en la orden del día, tenía el
honor de ser el piloto del ejército que más aeroplanos enemigos había
derribado.
El Times de Nueva York, dijo de su libro God Is
My Co-Pilot «que era la narración individual más interesante de
toda la guerra». Damned to Glory es
una colección de relatos poco conocidos, compilados en homenaje a sus valientes
camaradas y a sus incansables aeroplanos. El título está tomado un verso de una
composición que el propio Scott escribió sobre el P-40: «Damned by words but flown to glory ».
EL AVIÓN FANTASMA
Condensado del libro «Danined to Glory »)
Por el coronel Robert L.
Scott, Ir.
Autor de God Is My Co-Pilot
Abril de1945
En el minúsculo campo de aterrizaje de Kienow está lloviendo sin parar. Falta
todavía una hora para que cierre la noche. A través de la bruma se ven,
puntiagudas cual hocico de tiburón, las proas de ocho aviones P-40. Johnny
Hampshire jefe de escuadrilla, se asoma a la boca de la curva en que se halla
instalada la comandancia. le echa un vistazo al cielo anubarrado.
Su
escuadrilla perteneciente a la escuadra área de operaciones de China, procede
de Kunming. Le asignaron aquel campo como base para realizar incursiones. Pero
la peertinaz cerrazón los tiene a él y a su gente desde hace una semana mano
sobre mano, en forzada ociosidad, sirviendo de pasto a una epidemia de gripe.
En, aquel momento se dio la alarma. Campanillearon los teléfonos.
— ¿Qué rayos ocurre, capitán Chow? El oficial chino fijó una
banderita roja en el mapa.
—No lo sé. Del R-15 avisan la presencia de un
aparato desconocido que viene hacia acá volando muy bajo.
Japonés no era con seguridad. Los japoneses no se aventuraban tan adentro con
aquel tiempo de perros. ¡Y un avión solo! Tampoco arriesgaban ellos así un
aparato solo. Estaban harto escarmentados. De sobra sabían que lo enviaban a
una destrucción segura.
Sin embargo... ¿si fuese un ardid?
Por .si acaso, Johnny dio la orden: «Todo el mundo alerta. A Costello que se
prepare a salir conmigo. Los otros que se queden en tierra. Que despeguen
únicamente si los llamo ».
Dos aviones rodaron por la pista levantando a un lado y otro grandes
salpicaduras de fango rojizo. Desaparecieron como tragados por las oscuras nubes
que chorreban agua.
En la sala de
radio se oyó a Johnny preguntando por la situación
del aeroplano desconocido. Avisaban que se hallaba a unos 16
kilómetros al este.
Johnny contó después lo ocurrido. EStaba a unos 16 kilómetros del campo cuando avistó el aeroplano a unos 6o metros debajo del
suyo. Maniobró en seguida para atacarlo.
Era un aparato desconocido que venía de territorio enemigo. Las órdenes eran
terminantes: debían derribarlo.
Johnny y Costello dispararon a la vez. Se acercaron
tanto, que pudieron ver las insignias del aeroplano. Costello le gritó
al otro por la radio: «¡Tiene la insignia
norteamericana... es un P-40! ».
No importaba. Ambos
sospecharon un engaño. Era la insignia norteamericana, sí; pero la antigua:
una estrella blanca en medio de un redondel
rojo sobre fondo azul. Hacía un año casi que los Estados Unidos no la
empleaban, porque el redondel rojo se
confundía fácilmente con el sol naciente japonés.
Según Johnny, entre el y Costello y él acribillaron el avión con
su buen centenar de descargas antes de caer en la cuenta de que era
inútil seguir disparando. El P-40 estaba ya
literalmente hecho pedazos desde antes de lanzar ellos la primera ráfaga. La
carlinga estaba casi desprendida a fuerza de balas. El cuerpo del avión era una
criba. Al acercarse más aún, vieron que las concavidades en que entra el tren
de aterrizaje retráctil, estaban vacías. Y no por
obra de los proyectiles. El aparato no
había tenido ruedas nunca.
Johnny y Costello, volando casi pegados al P-40, atisbaron al piloto detrás del
cristal astillado del parabrisas. Tenía la
cabeza caída sobre el pecho. Pudieron verle el pelo negro largo, la cara
ensangrentada. Costello sostuvo después que el piloto llevaba ya
un buen rato de muerto.
Al cabo de unos segundos vieron como el aeroplano
fantasma se estrellaba contra el suelo y reventaba. Se fijaron
bien en el lugar.
Después, acompañados del médico, orillando los arrozales, se dirigieron en un
camión al aeroplano siniestrado. EL P-4o estaba materialmente deshecho por los
balazos. Había recibido proyectiles de arriba,
de abajo, del frente, de detrás. Se veía que habían hecho blanco en él no sólo
otros aeroplanos, sino los antiaéreos también. Nadie atinaba a explicarse cómo el piloto pudo sobrevivir a
aquel fuego graneado lo bastante para gobernar el aeroplano hasta allí.
Hubiera resultado imposible identificar al piloto, casi carbonizado, de no ser
por unas cartas que se le hallaron en la cazadora de cuero con algunos
fragmentos legibles, y por un diario chamuscado.
Sus amigos lo llamaban «Whiskey » Sherrill.*- *Este nombre es imaginario, lo
mismo que en algunos casos, los de lugares, por
motivos de seguridad militar.-Parece ser que había sido muy
aficionado a esa bebida allá en sus buenos tiempos en
la Carolina del Sur. Fue a Manila en 1937. Lo destinaron en una
escuadrilla de caza. Lo pusieron después al frente del personal encargado de
hacer una red de campos auxiliares. «Whiskey» era un aviador de cuerpo entero.
No había lugar, por remoto y recóndito, en tódo el archipiélago, adonde él no
supiese ir con rumbo certero. Nada más que con
mirar el color del agua, sabía, al surgir de entre las nubes, si estaba sobre
el mar de Sulú, o sobre el de Bisayas. Construyó campos de
aviación por todas partes del archipiélago y se sabía de memoria la situación
de cada uno. Así que hubo concluido aquella tarea, lo hicieron subcomandante de
escuadrilla.
Después de la fecha luctuosa del 8 de diciembre de 1941, «Whiskey» Sherrill
tomó parte en operaciones de reconocimiento y en vuelos rasantes ofensivos.
Mermaban los efectivos de aviación a ojos vistas. Le
tocó ir replegándose palmo a palmo, atacando y defendiéndose, hacia aquellos
mismos aeródromos auxiliares que había construido en la selva.
El 5 de mayo lo halló, con unos cuantos compañeros, en Miramag, en Mindanao,
aislado del resto del mundo. Batán se había rendido. Hasta donde llegaban sus
noticias, Sherrill calculaba que todo el Poderío militar norteamericano, se
reducía por aquellas fechas a once mecánicos que lograron escapar a las islas
meridionales dando infinitos rodeos y a un P-40
inservible.
Pensaron que con su aeroplano, hecho de piezas
sacadas de otros que se habían estrellado por aquellos parajes, podrían
proseguir la guerra por algún tiempo. Fuera de una hélice doblada y un fuselaje
medio desvencijado, el aparato, por lo demás, estaba todavía utilizable. Se
pasaron dos semanas recorriendo los alrededores a caza de cuanto de
aprovechable hubiera en los otros aviones. Por fin,
a cosa de siete kilómetros de la base dieron con un P-40 que tenia el fuselaje
en bastante buen estado. Con cuerdas y rodillos, ayudados por cuarenta indígenas,
fueron llevándolo, metro a metro, hasta Miramag. ¡Pesaba una tonelada!,
Cada vez que veían un aeroplano enemigo se
apresuraban a tapar el fuselaje con hojas de palma.
Para el mes de agosto ya habían conseguido ajustar el ala útil del primitivo
avión al fuselaje. Levantaron una cabria y pudieron izar el motor para
colocarlo en su lugar. Sustituyeron el depósito de una de las alas, que se
salía. Quitaron el radio y el dinamotor y pusieron
un depósito de 5O galones en el compartimiento de equipajes. La gasoliNA la la
hallaron en los tanques de un B-17 destrozado. Enderezaron la hélice a
martillazos, con una maza pesada sobre el tocón de un árbol de madera dura.
Sólo faltaba por resolver lo del tren retráctil
de aterrizaje. A uno de los sargentos se le ocurrió decir bromeando:
«Si nevara, podríamos emplear esquíes». Al oírlo, Sherrill se acordó de la vez
que había despegado y aterrizado en un P-6 con esquíes en un campo de yerba
húmeda.
Cuanto más pensaban él y sus compañeros en los esquíes, más ganas les entraban
de hacer la prueba.
Discurrieron el modo de ajustar al avión unos
esquíes de bambú, y también el modo de «retraerlos»... el cual no era otro que
dejarlos caer, después del despegue, tirando de un alambre. Por supuesto, una vez en el aire, no habría modo de volver a
aterrizar. Y a bordo sólo podía ir un hombre.
Sacaron sus mapas y se pusieron a buscar el sitio
en que podrían hacer más daño a los japoneses, con ese su único aeroplano.
Se decidieron por Formosa. Había 1600 kilómetros hasta el gran apostadero naval
japonés de Taihokú. En la costa china, 400 kilómetros más allá, estaba el
aeródromo de Kienow. Aprovechando bien la
gasolina, el piloto podría llegar allí.
El 6 de diciembre ya habían segado con cuchillos la hierba de la que debía ser
la pista. Todo estaba preparado para el despegue. El P-4o hacía una extraña
figura sobre sus esquíes. Tenía a bordo cuatro
bombas de a 125 kilos y seis ametralladoras de calibre 5O.
Fue Sherrill el que propuso: « Qué les parece a ustedes la idea de celebrar el
aniversario del día en que esos canallas nos atacaron, dándoles un susto?
Saldré de aquí el 8 de diciembre por la mañana».
A las nueve dee ese día sacaron el avión de su esconditey lo llevaron al
extremo alto de la pista. Quedó con la proa enfilada cuesta abajo. La pista,
abierta en la yerba, remataba por el otro extremo en cl borde de una roca.
Sherrill fue estrechando la mano a todos. Al
subir a la carlinga, notó que había lágrimas en los ojos de sus compañeros.
Comprendió que los veía por última vez. Por
encima del zumbido del motor, les gritó que arrojaría las bombas donde más daño
hiciesen a los japoneses.
El caza arrancó. Fue dando tumbos por la pista, sobre sus esquíes de bambú. Con
cada salto cobraba más velocidad. A poco dio un salto mayor, zumbó con más
fuerza y se elevó en el aire.
A unos 300 metros de altura Sherrill enderezó el avión, dejó caer los esquíes, volvió a pasar sobre el campo para que sus compañeros, que
le daban vítores, pudieran contemplar el fruto de tantos meses de trabajo; y
puso rumbo a Formosa.
CINCO HORAS TARDÓ Sherrill en llegar a la
isla japonesa, según ha contado después el propio enemigo. Los
japoneses alardeaban de que hacía cuarenta años que ningún occidental
había podido echarle la vista encima a Formosa. Bueno,
pues allí tenían ahora a uno que, paseando los ojos por aquella tierra vedada,
los detenía en el espectáculo tentador de un aeródromo con hileras de
bombarderos y cazas aparcados con perfecta simetría.
El teniente Sherrill voló sobre una y otra hilera
vaciando cargador tras cargador de sus ametralladoras. Con el borde
del ala cortó la bandera japonesa que ondeaba en el edificio de la jefatura.
Arrojó la primera bomba en. el pabellón de las oficinas. Los aviones
japoneses empezaron a echar humo, a arder, a estallar.
Las descargas de los antiaéreo estremecían el aeroplano. Todo lo que Sherrill
podía hacer era volar bajo para no ofrecer blanco seguido a los artilleros. Y siguió ametrallando cuanto aeroplano fue apareciendo en su
mira.
Remontaron el vuelo unos cuantos zeros. Sherrill arrojó su última bomba en el
cobertizo. Se lanzó sobre los cazas enemigos haciendo fuego para abrirse paso
por entre ellos. Y no se sabe por qué prodigiosa alianza de la intrepidez
serena de Sherrill y la insospechada resistencia del P-4o a las balas enemigas,
pudo el aviador norteamericano remontarse hasta las nubes y desaparecer de la
vista de sus perseguidgres rumbo a China.
¿Cómo
halló, sin instrumentos, la derrota exacta?
Fue volando derecho como un águila de Taihokú a Fuchau, a
Kienow,
como se comprobó por la red de puestos de escucha de los chinos que
iban dando cuenta de su paso.
De la bruma emergió primero un aeroplano. Luego otros dos.
Un tableteo de
ametralladoras. Un avión y un piloto ya
mortalmente heridos, que son otra vez, blanco de una granizada de proyectiles.
Sherrill volvió la cara ensangrentada para dirigir
una última mirada a través de la cúpula destrozada de su carlinga a aquel Caza norteamericano de afilada proa que volaba tan cerca de él.
¡Así
es la vida! Ya estaba de vuelta. ¡Presente! Cumplida la orden ...!
jueves, 19 de mayo de 2016
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