AVE SIN NIDO
DOCTOR HORACIO GALINDO CASTILLO
HUEHUETENANGO
Págs. 152-160
Doblaba entonces los brazos apoyando en ellos la cabeza y contemplaba sin cansarse, el grandioso panorama de la cordillera, así bañada en los pálidos oros del atardecer.Fíjate —decía— en esa cresta formidable que tenemos exactamente al frente. Sigue hacia el ocaso, la dislocación de las azules vértebras. Aquella depresión que ves a la izquierda, es El Boquerón; ciclópleo hachazo que parte en dos la cordillera para dar paso al río Selegua. ¡ Y en medio de qué paisaje! ¡No existe en el país sitio alguno de tan impresionante y sobrecogedora belleza!
Pues bien; entre uno y otro punto, hay más de cuarenta leguas. Si ves ahora hacia el Levante, tu vista abarca otras cuarenta leguas de distancia. ¿No te parece admirable que sin movernos de este sitio podamos contemplar un panorama de tal magnitud que en el supuesto de que hubiese un camino recto encima de la montaña, un jinete sólo podría recorrerlo, en cuatro largos días de cabalgata?
Apenas llueve en las mesetas de la sierra, se hace visible desde la ciudad cabecera, el nacimiento del río Selegua. Se le ve como un hilito de plata que bajara de las altas cumbres, trazando en la ladera su oblicuo zigzag de brillo metálico y resplandeciente. Ello maravillaba. siempre a Elíseo. ¡ Cosa tan rara y asombrosa! ---decía—:; ¿por qué ese río que nace en la vertiente sur de la cadena montañosa más elevada de Centro América y que lógicamente debiera desembocar en el Pacífico, tiene de pronto el capricho de volverse al norte; se abre paso a través de la aplastante muralla y va a verter sus aguas al golfo de México; es decir, en el océano de la vertiente opuesta?
Observa —proseguía— esa multitud de tonos y sub-tonos ; esa rica gama de matices que asoma por en medio de la alfombra oscura de los bosques seculares. ¿Has visto en parte alguna tal riqueza de colorido? Mira encima de los cerros de Chiantla ese gris metálico en que parece enfriarse alguna fundición de plata; mira esos sienas empalidecidos, aquellos rojos carmíneos y esos cadmios que detonan casi por la viveza de su fulgor; observa el oro encendido en que maduran los trigales.
Y la sombra que lentamente va asentándose en lo profundo de las rugosas estrías. No es la sombra negra y compacta que vemos corrientemente en los rincones oscuros; es una sombra violeta o azul que parece llena de la rarefacción luminosa de la atmósfera.
¡ Te digo, Simeón, que es un espectáculo maravilloso!
Cierta tarde en que como de costumbre nos quedamos viendo por horas de horas la montaña, Eliseo dijo de pronto:
—Esa montaña tiene voz : es un murmullo ; un habla confusa ; un clamoreo.
—Quizá —insinué por decir algo— sea simplemente que nos devuelve el eco de los rumores del valle.
—No. Te aseguro que es una voz propia y formidable que aunque no llegue a ti como una vibración acústica, se siente y repercute en el fondo del alma.
Recuerda que son siete, las notas fundamentales de la música, como siete son los colores diáfanos del iris.
¿No habrá alguna relación entre el color y el tono?
Puesto que aquí vibran todos los matices, ¿por qué no han de vibrar también todas las notas?
A partir de esa tarde, siempre trajo consigo algunas hojas de papel pautado. Y algo escribía en ellas, con aquel "punto" nervioso y disparejo que tanta semejanza tuvo siempre con los palotes que hacen los niños al aprender la escritura.
Por esos días, tuve que ausentarme de la ciudad, viajando a la capital donde tenía que arreglar algunos asuntos y comprar un poco de mercadería para resurtir la tienda. Se acercaba por cierto la feria de El Carmen (en la actualidad Fiestas Julias) y por tal razón dejamos de vernos unas dos semanas.
Pero como buen huehueteco, regresé justamente la víspera del primer día de las fiestas.
—¿Hay alguna novedad? —pregunté a Eliseo, apenas le vi de nuevo.
—Sí ; que los muchachos de "La Andina", han tenido que trabajar mucho, aprendiendo un nuevo vals que escucharás mañana.
Para que puedas comprender lo que voy a referirte —continuaba don Simeón—, es preciso que recuerdes lo que eran aquellas memorables fiestas de El Carmen y no pienses en lo que son ahora tus famosas Fiestas Julias. La diferencia es esta: hoy, por ejemplo, como auténtico huehueteco que eres, estrenas para la feria un traje nuevo ; nuevos son también los zapatos ; impecable la camisa y muy vistosa la corbata que luces con el mejor de tus prendedores. Pues bien; cometes la garrafal imprudencia de meterte en uno de los turbulentos ríos humanos que van por las angostas callejuelas bordeadas de mamparos y chinamas. De repente, ya no vas por tus pies sino que te lleva en vilo el oleaje del gentío, que en un santiamén te deja sin uno de los zapatos ; te retuerce y te voltea y va llevándote quieras que no al azar de su capricho, hasta expelerte por fin, en medio de una explosión de transeúntes, justamente por el lado opuesto al rumbo que intentabas seguir.
Y como por arte de magia, tu traje ha envejecido un año; no llevas ya corbata y se te han saltado todos los botones de la camisa. Todo ello, felizmente en medio de gran concurso de sonrisas y empellones acompañados de su correspondiente excusa. Oyes de pronto la campana que anuncia una carrera de caballos ; supones que será como en tus buenos tiempos. Haces un rodeo huyendo al mismo tiempo de cien juegos mecánicos que te embisten y atropellan y, sobre todo, de la estridente algarabía de docenas y docenas de altoparlantes que a todo volumen y juntos a la vez, te rompen los tímpanos con el mareante asedio de su horrible propaganda.
¿Y los caballos? —te preguntas recordando aquellos soberbios potros de Chancol, La Libertad o Cuilco.
Pues allí están —te dice alguno.
Y entonces ves hasta media docena de ratones, si es que puedes verlos bajo la bola inmensa de igual número de jokeys que los montan vestidos de payaso.
No. Las fiestas de aquel tiempo, eran otra-cosa.
No se apretujaba entonces a cinco mil personas, en espacio aún más reducido que aquel en que se holgaban quinientas. No se había quitado al campo, un tercio de su extensión para instalar allí un estadio de fútbol que no sirve absolutamente para nada y que en todo caso pudo construirse mejor en otro sitio. Tampoco se le había despojado de otra buena porción, para hacerla propiedad privada del Club de Tennis.
No. Aquella gran extensión engramillada, se destinaba exclusivamente al solaz y entretenimiento del pueblo. De ahí, que por todas partes te rodeara esa agradable sensación de espaciosidad luminosa y ese aire siempre fresco que pasaba saturado del grato aroma del campo. ,
Pero veo que te estoy llevando demasiado lejos de aquel inolvidable. primer día de la feria.
Pues bien: recordarás que había entonces hasta cuatro espaciosas galeras de bastiones, levantadas en el propio campo de la feria. En una de ellas, el "chimeco" Gálvez,(chimeco- en Huehuetenango, alguien de cabello rubio) famoso por sus chistes y sus bromas que hasta el día ponen no pocas risas en la tradición, había acondicionado como todos los años, su famoso restaurante, desde luego, provisto de un magnífico servicio de cantina. Los parales del techo estaban adornados con crepitantes cordeles de papel de china, vistosos farolillos y profusión de banderolas. Todos los pilares se veían revestidos de grandes espejos, hojas de pacaya y buen adorno de cartuchos y claveles. Sobre el piso había una espesa alfombra de pino fresco y oloroso y en una de las esquinas, desde luego, estaba "La Andina" todavía cubierta por su funda de franela.
Cuando Elíseo acompañado de Tonita y yo del brazo de mi esposa, entramos a sentarnos junto a una de las mesas, oímos del lado en que se encontraban tus padres, los alegres "taponazos" de unas cuantas botellas de champagne.
Y al punto se presentó uno de los sirvientes, con la bandeja llena de espumantes copas. "La señora ruega a ustedes, se sirvan compartir con ellos el almuerzo".
Y allá se levantaba don Rafael, para ayudarnos a juntar las mesas.
Pero esta invitación fue hecha igualmente a los ocupantes de todas las otras mesas, conforme a éstas iban aproxiimándose, la familia de don Eustaquio Herrera con su esposa, Chabelita, Elena, Piedad y Herminia; la del doctor Polanco que llegaba en compañía de doña Isabel, Efraín, Urbano y sus bellas hijas, el doctor Mazariegos y su esposa, don Rafael García y don Tomás del Cid. Poco después llegó acompañada de su madre, Angelina Fernández, entonces soltera y que siempre fue el cascabelito de todas las fiestas, lo mismo que Meches Chávez y Nicolasita Gálvez que en ese instante llegaban con sus padres y hermanas. Tu primo Gonzalo, se dejó ver pronto en unión de tus lindas primas ; y en fin, llegaron tantas, pero tantas personas más, que en un instante estaba reunida la gran familia que siempre fue la sociedad de Huehuetenango.
i Qué grato convivio de cordialidad y alegría!
Recordarás que a tu madre, siempre le encantaron las oberturas.
La oí perfectamente, cuando inclinándose hacia Elíseo murmuró a su oído :
—¿Y la obertura, don Elíseo?
Entonces éste se puso, en pie y dijo alzando su copa de champagne :
—A ustedes, queridos amigos, dedico el vals que escucharemos en seguida. Me he inspirado en este ambiente de cariño y de confianza y también en eso que tenemos enfrente.
Y señaló hacia la montaña.
Al punto se oyó sobre el teclado de "La Andina", el trino sostenido con que se inicia la introducción de ese vals inolvidable.
Enmudecieron todas las conversaciones; se apagó el rumor de los cuchicheos. Y sin darnos cuenta de ello, fue envolviéndonos la música, en su delicada redecilla de abstracción y recogimiento.
Pues bien : todo esto que te estoy contando, era lo que había en esa música maravillosa :
El campo de la feria con su gramilla olorosa y esponjada; los colorinescos mantelillos regados a profusión sobre la paz del llano y en torno a los cuales familias jubilosas de albañiles y campesinos, hacían también honor al almuerzo sencillo, escuchando al mismo tiempo, la música que a nosotros nos deleitaba.
Doquier la paz y la alegría; nosotros en aquel convivio fraternal y placentero y si quieres. . . hasta una que otra burbuja de champagne.
Y ante todo ... ante todo la montaña :
¡ Toda la montaña que parecía aproximarse a nuestra mesa, tal y como estaba en ese instante : bañada por la luz vertical del sol; enhiesta; grandiosa y a la vez, ¿cómo decírtelo?, amistosa y serenísima. Sí, más bella y amada que nunca, bajo aquel cielo azul de luminosidad cegadora.
Todo eso fue lo que vi, al escuchar por primera vez el vals que Elíseo había compuesto en esos días y cuyo nombre habrás adivinado naturalmente :
"Ecos de la Sierra".
Prendió en el acto, en la imaginación de todos. Decían los muchachos de "La Andina", que por lo menos lo habían tocado unas doscientas veces en el curso de aquella alegre feria provinciana. Eso fue, si mal no recuerdo, el año 1917.
Pero te agradará conocer el final de aquel almuerzo campestre tan ameno y tan feliz, durante el cual "Ecos de la Sierra" fue estrenado.
Al despedirnos de tus padres y agradecer a don Rafael por aquel suntuoso almuerzo, me dijo un tanto confundido :
—Pues no tienen ustedes que agradecerme nada don Simeón, absolutamente nada. Figúrese usted que ahora, "El Chimeco" me resulta con que alguien se me adelantó a pagar la cuenta. Además, somos nosotros quienes a ustedes tenemos que agradecérselos todo :
¡Qué
tarde maravillosa nos han brindado!
¡Qué vals, don Simeón!
¡ Es lo más bello que don Eliseo ha compuesto !
Así eran la cordialidad, el desprendimiento y la confianza que unían a la gran familia huehueteca.
Y así fue como ese vals de alegre intención, de armoniosísimo ritmo ; el más dulce y hermoso ; el más descriptivo acaso del paisaje huehueteco, fue estrenado a la vista de su inspiradora excelsa :
La gran cordillera.