sábado, 29 de julio de 2023

AVE SIN NIDO Págs. 152-160

  AVE SIN NIDO

DOCTOR HORACIO GALINDO CASTILLO

HUEHUETENANGO

  Págs.  152-160

 Doblaba entonces los brazos apoyando en ellos la cabeza y contemplaba sin cansarse, el grandioso panorama de la cordillera, así bañada en los pálidos oros del atardecer.Fíjate —decía— en esa cresta formidable que tenemos exactamente al frente. Sigue hacia el ocaso, la dislocación de las azules vértebras. Aquella depresión que ves a la izquierda, es El Boquerón; ciclópleo hachazo que parte en dos la cordillera para dar paso al río Selegua. ¡ Y en medio de qué paisaje! ¡No existe en el país sitio alguno de tan impresionante y sobrecogedora belleza!

Pues bien; entre uno y otro punto, hay más de cuarenta leguas. Si ves ahora hacia el Levante, tu vista abarca otras cuarenta leguas de distancia. ¿No te parece admirable que sin movernos de este sitio podamos contemplar un panorama de tal magnitud que en el supuesto de que hubiese un camino recto encima de la montaña, un jinete sólo podría recorrerlo, en cuatro largos días de cabalgata?

Apenas llueve en las mesetas de la sierra, se hace visible desde la ciudad cabecera, el nacimiento del río Selegua. Se le ve como un hilito de plata que bajara de las altas cumbres, trazando en la ladera su oblicuo zigzag de brillo metálico y resplandeciente. Ello maravillaba. siempre a Elíseo. ¡ Cosa tan rara y asombrosa! ---decía—:; ¿por qué ese río que nace en la vertiente sur de la cadena montañosa más elevada de Centro América y que lógicamente debiera desembocar en el Pacífico, tiene de pronto el capricho de volverse al norte; se abre paso a través de la aplastante muralla y va a verter sus aguas al golfo de México; es decir, en el océano de la vertiente opuesta?

 Observa —proseguía— esa multitud de tonos y sub-tonos ; esa rica gama de matices que asoma por en medio de la alfombra oscura de los bosques seculares. ¿Has visto en parte alguna tal riqueza de colorido? Mira encima de los cerros de Chiantla ese gris metálico en que parece enfriarse alguna fundición de plata; mira esos sienas empalidecidos, aquellos rojos carmíneos y esos cadmios que detonan casi por la viveza de su fulgor; observa el oro encendido en que maduran los trigales.

Y la sombra que lentamente va asentándose en lo profundo de las rugosas estrías. No es la sombra negra y compacta que vemos corrientemente en los rincones oscuros; es una sombra violeta o azul que parece llena de la rarefacción luminosa de la atmósfera.

¡ Te digo, Simeón, que es un espectáculo maravilloso!

Cierta tarde en que como de costumbre nos quedamos viendo por horas de horas la montaña, Eliseo dijo de pronto:

—Esa montaña tiene voz : es un murmullo ; un habla confusa ; un clamoreo.

—Quizá —insinué por decir algo— sea simplemente que nos devuelve el eco de los rumores del valle.

—No. Te aseguro que es una voz propia y formidable que aunque no llegue a ti como una vibración acústica, se siente y repercute en el fondo del alma.

Recuerda que son siete, las notas fundamentales de la música, como siete son los colores diáfanos del iris.

¿No habrá alguna relación entre el color y el tono?

Puesto que aquí vibran todos los matices, ¿por qué no han de vibrar también todas las notas?

A partir de esa tarde, siempre trajo consigo algunas hojas de papel pautado. Y algo escribía en ellas, con aquel "punto" nervioso y disparejo que tanta semejanza tuvo siempre con los palotes que hacen los niños al aprender la escritura.

Por esos días, tuve que ausentarme de la ciudad, viajando a la capital donde tenía que arreglar algunos asuntos y comprar un poco de mercadería para resurtir la tienda. Se acercaba por cierto la feria de El Carmen (en la actualidad Fiestas Julias) y por tal razón dejamos de vernos unas dos semanas.

Pero como buen huehueteco, regresé justamente la víspera del primer día de las fiestas.

—¿Hay alguna novedad? —pregunté a Eliseo, apenas le vi de nuevo.

—Sí ; que los muchachos de "La Andina", han tenido que trabajar mucho, aprendiendo un nuevo vals que escucharás mañana.

Para que puedas comprender lo que voy a referirte —continuaba don Simeón—, es preciso que recuerdes lo que eran aquellas memorables fiestas de El Carmen y no pienses en lo que son ahora tus famosas Fiestas Julias. La diferencia es esta: hoy, por ejemplo, como auténtico huehueteco que eres, estrenas para la feria un traje nuevo ; nuevos son también los zapatos ; impecable la camisa y muy vistosa la corbata que luces con el mejor de tus prendedores. Pues bien; cometes la garrafal imprudencia de meterte en uno de los turbulentos ríos humanos que van por las angostas callejuelas bordeadas de mamparos y chinamas. De repente, ya no vas por tus pies sino que te lleva en vilo el oleaje del gentío, que en un santiamén te deja sin uno de los zapatos ; te retuerce y te voltea y va llevándote quieras que no al azar de su capricho, hasta expelerte por fin, en medio de una explosión de transeúntes, justamente por el lado opuesto al rumbo que intentabas seguir.

Y como por arte de magia, tu traje ha envejecido un año; no llevas ya corbata y se te han saltado todos los botones de la camisa. Todo ello, felizmente en medio de gran concurso de sonrisas y empellones acompañados de su correspondiente excusa. Oyes de pronto la campana que anuncia una carrera de caballos ; supones que será como en tus buenos tiempos. Haces un rodeo huyendo al mismo tiempo de cien juegos mecánicos que te embisten y atropellan y, sobre todo, de la estridente algarabía de docenas y docenas de altoparlantes que a todo volumen y juntos a la vez, te rompen los tímpanos con el mareante asedio de su horrible propaganda.

¿Y los caballos? —te preguntas recordando aquellos soberbios potros de Chancol, La Libertad o Cuilco.

Pues allí están —te dice alguno.

Y entonces ves hasta media docena de ratones, si es que puedes verlos bajo la bola inmensa de igual número de jokeys que los montan vestidos de payaso.

No. Las fiestas de aquel tiempo, eran otra-cosa.

No se apretujaba entonces a cinco mil personas, en espacio aún más reducido que aquel en que se holgaban quinientas. No se había quitado al campo, un tercio de su extensión para instalar allí un estadio de fútbol que no sirve absolutamente para nada y que en todo caso pudo construirse mejor en otro sitio. Tampoco se le había despojado de otra buena porción, para hacerla propiedad privada del Club de Tennis.

No. Aquella gran extensión engramillada, se destinaba exclusivamente al solaz y entretenimiento del pueblo. De ahí, que por todas partes te rodeara esa agradable sensación de espaciosidad luminosa y ese aire siempre fresco que pasaba saturado del grato aroma del campo. ,

Pero veo que te estoy llevando demasiado lejos de aquel inolvidable. primer día de la feria.

Pues bien: recordarás que había entonces hasta cuatro espaciosas galeras de bastiones, levantadas en el propio campo de la feria. En una de ellas, el "chimeco" Gálvez,(chimeco- en Huehuetenango, alguien de cabello rubio) famoso por sus chistes y sus bromas que hasta el día ponen no pocas risas en la tradición, había acondicionado como todos los años, su famoso restaurante, desde luego, provisto de un magnífico servicio de cantina. Los parales del techo estaban adornados con crepitantes cordeles de papel de china, vistosos farolillos y profusión de banderolas. Todos los pilares se veían revestidos de grandes espejos, hojas de pacaya y buen adorno de cartuchos y claveles. Sobre el piso había una espesa alfombra de pino fresco y oloroso y en una de las esquinas, desde luego, estaba "La Andina" todavía cubierta por su funda de franela.

Cuando Elíseo acompañado de Tonita y yo del brazo de mi esposa, entramos a sentarnos junto a una de las mesas, oímos del lado en que se encontraban tus padres, los alegres "taponazos" de unas cuantas botellas de champagne.

Y al punto se presentó uno de los sirvientes, con la bandeja llena de espumantes copas. "La señora ruega a ustedes, se sirvan compartir con ellos el almuerzo".

Y allá se levantaba don Rafael, para ayudarnos a juntar las mesas.

Pero esta invitación fue hecha igualmente a los ocupantes de todas las otras mesas, conforme a éstas iban aproxiimándose, la familia de don Eustaquio Herrera con su esposa, Chabelita, Elena, Piedad y Herminia; la del doctor Polanco que llegaba en compañía de doña Isabel, Efraín, Urbano y sus bellas hijas, el doctor Mazariegos y su esposa, don Rafael García y don Tomás del Cid. Poco después llegó acompañada de su madre, Angelina Fernández, entonces soltera y que siempre fue el cascabelito de todas las fiestas, lo mismo que Meches Chávez y Nicolasita Gálvez que en ese instante llegaban con sus padres y hermanas. Tu primo Gonzalo, se dejó ver pronto en unión de tus lindas primas ; y en fin, llegaron tantas, pero tantas personas más, que en un instante estaba reunida la gran familia que siempre fue la sociedad de Huehuetenango.

i Qué grato convivio de cordialidad y alegría!

Recordarás que a tu madre, siempre le encantaron las oberturas.

La oí perfectamente, cuando inclinándose hacia Elíseo murmuró a su oído :

—¿Y la obertura, don Elíseo?

Entonces éste se puso, en pie y dijo alzando su copa de champagne :

—A ustedes, queridos amigos, dedico el vals que escucharemos en seguida. Me he inspirado en este ambiente de cariño y de confianza y también en eso que tenemos enfrente.

Y señaló hacia la montaña.

Al punto se oyó sobre el teclado de "La Andina", el trino sostenido con que se inicia la introducción de ese vals inolvidable.

Enmudecieron todas las conversaciones; se apagó el rumor de los cuchicheos. Y sin darnos cuenta de ello, fue envolviéndonos la música, en su delicada redecilla de abstracción y recogimiento.

Pues bien : todo esto que te estoy contando, era lo que había en esa música maravillosa :

El campo de la feria con su gramilla olorosa y esponjada; los colorinescos mantelillos regados a profusión sobre la paz del llano y en torno a los cuales familias jubilosas de albañiles y campesinos, hacían también honor al almuerzo sencillo, escuchando al mismo tiempo, la música que a nosotros nos deleitaba.

Doquier la paz y la alegría; nosotros en aquel convivio fraternal y placentero y si quieres. . . hasta una que otra burbuja de champagne.

Y ante todo ... ante todo la montaña :

¡ Toda la montaña que parecía aproximarse a nuestra mesa, tal y como estaba en ese instante : bañada por la luz vertical del sol; enhiesta; grandiosa y a la vez, ¿cómo decírtelo?, amistosa y serenísima. Sí, más bella y amada que nunca, bajo aquel cielo azul de luminosidad cegadora.

Todo eso fue lo que vi, al escuchar por primera vez el vals que Elíseo había compuesto en esos días y cuyo nombre habrás adivinado naturalmente :

"Ecos de la Sierra".

Prendió en el acto, en la imaginación de todos. Decían los muchachos de "La Andina", que por lo menos lo habían tocado unas doscientas veces en el curso de aquella alegre feria provinciana. Eso fue, si mal no recuerdo, el año 1917.

Pero te agradará conocer el final de aquel almuerzo campestre tan ameno y tan feliz, durante el cual "Ecos de la Sierra" fue estrenado.

Al despedirnos de tus padres y agradecer a don Rafael por aquel suntuoso almuerzo, me dijo un tanto confundido :

—Pues no tienen ustedes que agradecerme nada don Simeón, absolutamente nada. Figúrese usted que ahora, "El Chimeco" me resulta con que alguien se me adelantó a pagar la cuenta. Además, somos nosotros quienes a ustedes tenemos que agradecérselos todo :

¡Qué tarde maravillosa nos han brindado!
¡Qué vals, don Simeón!
¡ Es lo más bello que don Eliseo ha compuesto !

Así eran la cordialidad, el desprendimiento y la confianza que unían a la gran familia huehueteca.

Y así fue como ese vals de alegre intención, de armoniosísimo ritmo ; el más dulce y hermoso ; el más descriptivo acaso del paisaje huehueteco, fue estrenado a la vista de su inspiradora excelsa :

La gran cordillera.

 

SOY UN SOLDADO

SOY UN SOLDADO

Autor desconocido

Soy un soldado en la armada de Dios.

El Señor Jesucristo es mi Comandante en Jefe.

La Santa Biblia es mi código de conducta.

Fe, Oración, y la Palabra son mis armas de Guerra.

He sido enseñado por el Espíritu Santo, entrenado por la experiencia,

probado por la adversidad, probado por el fuego.

Soy un voluntario en su armada, y estoy enlistado para la eternidad.

Seré o retirado de la armada, o moriré en esta armada.                                Pero, no saldré de ella, no me venderé, no traicionare, ni seré presionado.   Soy leal, confiable, capaz y dependiente.

Si mi Dios me necesita, estaré ahí.

 Soy un soldado.  No un bebé.

No necesito ser consentido, mimado, alimentado, reconocido, o alentado. 

Soy un soldado.

Nadie tiene que llamarme, recordarme, escribirme, visitarme, lisonjearme o tentarme.

 Soy un soldado.  No un cobarde.

Estoy en puesto, saludando a mi Rey, obedeciendo Sus órdenes,

exaltando Su nombre, y construyendo Su Reino!

Nadie tiene que enviarme flores, regalos, comida, tarjetas o donaciones. 

No necesito ser acurrucado, mecido, atendido o satisfecho.

Estoy comprometido.  Mis Emociones no pueden ser tan dañadas como para hacerme devolver.

 No puedo ser lo suficientemente desalentado como para hacerme a un lado.

No perdida suficiente para hacerme huir.

Cuando Jesús me llamó a su Armada, yo no tenía nada.

Si termino con nada,  saldré como quiera, ganando.

Mi Dios suplirá todas mis necesidades.  Soy más que vencedor. Siempre triunfaré. Puedo hacer todas las cosas a través de Cristo.  El Diablo no  puede vencerme.  La gente no puede desilusionarme.  El clima no puede fatigarme.  La enfermedad no puede detenerme. Las batallas no me pueden atenuarme.  El dinero no puede comprarme.  Los gobiernos no pueden silenciarme, y el infierno no puede agarrarme!

Soy un soldado.

Aun la muerte no puede destruirme.                                                                      Para cuando mi Comandante me llame desde este campo de batalla,         El me promoverá a capitán.                                                                                

Soy un soldado, en la Armada, estoy marchando, proclamando la Victoria. 

No me rendiré. No me volveré. Soy un soldado, marchando destino al Cielo

 

jueves, 27 de julio de 2023

AVE SIN NIDO Hhuehuetenango Págs .98-107

 AVE SIN NIDO

DOCTOR HORACIO GALINDO CASTILLO

HUEHUETENANGO 

Págs .98-107

neutralizándose al mismo tiempo, el efecto óptico de reducir su grosor y mostrar su perfil ligeramente cón­cavo por efecto de esa misma ilusión óptica.

Podrá preguntárseme, qué objeto tiene esta por­menorización fatigante y si no resulta obvio enume­rar esta serie de detalles en los que el observador no repara por cierto.

Es porque, gracias a tan acabada ejecución, estas columnas se nos muestran en toda su impresionante belleza. De tener un defecto, éste saltaría a la vis­ta disminuyendo el placer que su contemplación nos causa.

Queremos hacer notar por otra parte, que cada uno de los recursos arquitectónicos empleados, fue objeto de un estudio concienzudo, y también, que muchos de de sus aparentes errores obedecieron a un  propósito bien calculado y en todo caso previsto.

Veamos, por ejemplo, la disposición del entablamen­to. Observemos que el arquitrabe tiene cuatro moldu­ras planas y horizontales, ligeramente proyectadas fuera de la perpendicular del friso, en toda cuya exten­sión está grabada con mayúsculas latinas la definición dogmática de Pío IX referente a la concepción de la Virgen María.

Fijemos nuestra atención en este entablamento y particularmente en su cornisa. Sigamos la fila de dentículos (en número de quince para el par de co­lumnas exteriores y de doce para el par de columnas interiores) y observemos de paso, las ocho piñas pri­morosamente esculpidas que rematan los vértices de todos los ángulos de la fachada; esto sí es una gracia, una travesura del artista, que atenúa la clásica gravedad del conjunto, dándole alero de informal y lige

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ro, del mismo modo que sobre el rostro de una estatua y para mitigar su hieratismo, el escultor hubiera cin­celado una sonrisa.

Al punto nos damos cuenta que la altura del enta­blamento se ha exagerado con relación a sus propor­ciones convencionales. Tiene, en efecto, que ser de un cuarto de la altura de la columna, midiendo su eleva­ción desde el extremo superior del ábaco al cimacio de la cornisa. Por otra parte, también se ha exagerado la proyección del salidizo de la moldura en escocia in­versa. Se la ha proyectado hacia afuera, en más de un tercio de su saliente normal. Pero ni una ni otra de tales alteraciones, son un capricho o un error del arquitecto:

La fila de mótulos cuadrados supera el friso y lo hace aparecer más alto.

La proyección de la cornisa se suma a tal supera­ción y aísla la plataforma en que han de asentarse las dos torres cuadrangulares de los extremos.

Sin este recurso (sin este paso de malabarismo esta­mos tentados de escribir) la fusión de dos órdenes tan diversos habría sido catastrófica para el, conjunto: este períptero octástilo sólo habría podido admitir encima de su paramento, un triángulo isósceles, un tímpano flanqueado por su cornisa y sus molduras y tras él, una cúpula y no un techo horizontal como lo tiene.

Pero es obvio que con ello, en vez de una iglesia cristiana, se habría construido un templo pagano.

Merced a lo que estábamos tentado de llamar un truco de malabarismo, el arquitecto asentó sin esfuer­zo, las dos torres de tan diferente estilo y acrecentó su belleza recurriendo a otra alteración no menos in­geniosa:

Cortó en ángulo diedro el entablamento de cada par de columnas exteriores; echó atrás el pórtico, acoplan­do en escuadra su paramento al del peristilo ; talló encima el tímpano con su triángulo isósceles flanquea­do de cornisa y molduras, manteniendo todavía la exa­geración del salidizo. Y para darle aún más vistosidad, dispuso encima del cimacio de la cornisa, los muros oblicuos que son ya parte del ático.

Con este sistema de ángulos entrantes y salientes, repitió a ambos lados la mitad correspondiente del isósceles del tímpano, alzando encima del doble par de columnas interiores, la pestaña en escocia inversa, las molduras y los módulos cuadrados, inclinándolo todo en ángulo de 35' de abertura.

Con ello, dio a la fachada esa asombrosa armonía, esa gravedad solemne que hoy tiene y esa airosa ele­gancia que todo el mundo admira, al par que fundió dos estilos diferentes, en una maravillosa unidad de conjunto.

Temo haber cansado al lector con esta serie de enu­meraciones prolijas; mas ha de perdonarme si abuso un poco más de su paciencia, invitándolo a que contem­plemos juntos, las dos torres simétricas; las del nuevo estilo que más tiene de herreriano que ete romano o ateniense. Hago la salvedad que al referirme a este gé­nero que yo también llamo herreriano, aludo al que tanto se prodigó en algunas iglesias coloniales de Méji­co, notablemente en la de Santa Rosa de Querétaro y que evidentemente se derivó del barroco. Tal es así, que en el revestimiento de nuestros campanarios podemos ver esos ramos de olivo, esos capiteles campani­formes que tan grato aspecto dan a la estructura, así como también los copones de gres que adornan a dife­rentes alturas los inclinados muros del ático.

Estas torres están formadas por cuatro arcos escar­zanos abiertos a los cuatro puntos del horizonte. Bajo cada uno de los arcos, se ve el yugo de una gran cam­pana. Sobre el friso y la cornisa sin ornamento alguno y flanqueado en sus cuatro ángulos extremos por un pedestal rematado por ánfora de gres, se ha dejado una balaustrada de columnillas, de idéntico torneado que las del deambulatorio del cimborrio.

La cubierta de estas torres, como si quisiera for­mar una bóveda de aristas cupuliformes, se eleva sol­dando sus cuatro lados en suave parábola que a un tercio de altura invierte su convexidad para rematar en la sección cuadrangular de un primer salidizo.

A partir de esta altura toma forma piramidal; ad­mite un segundo salidizo y alcanza el ápice rematándolo en un cuadrado de doble cornisa.

Sin embargo, al llegar a este punto, tenemos que cerrar los ojos, para no ver, para ignorar, el par de cruces monstruosas y horribles que desde hace más de treinta años, algún ignorante hizo empotrar en el tope mismo de los campanarios. Ver este par de adefesios, equivale a imaginar una estatua de mármol tocada con el andamiaje de un rehilete. Sobre estas graciosas torres, no es pertinente poner una cruz,ni motivo ornamental de otra clase. La cruz (y una sola), debe ponerse exactamente sobre el pedestal que aparece encima y atrás del ángulo del tímpano.

 

Mas, ¿cuándo acabaremos de lamentarnos de tan­tas "modificaciones" que no son otra cosa que irreve­rentes barbaridades perpetradas a diario contra el buen gusto y la integridad de los pocos monumentos realmente hermosos que la posteridad nos ha legado?

¿No estamos viendo el caso (inútilmente denunciado por algunos órganos de prensa del país) de la torre del Hospital Departamental, cuyo último piso fue echa­do abajo para poner en su lugar una repugnante caseta de carreras de caballos?

Pero olvidemos por un instante estos burdos pale­tazos de lego y observemos en el muro lateral (el que mira al norte), la disposición de los contrafuertes, cuya misión no es otra que repartir las cargas de la nave abovedada, igual que hacen los arbotantes de las igle­sias medievales.

Este muro ha sido provisto (igual que su homólogo que mira al sur), de seis ventanas hexagonales. Ve­mos, además, las siete vidrieras de colores cuyo recor­te se ha vaciado en los cóncavos muros de la nave central.

Su objeto no es otro que asegurar en toda su visto­sidad posible, la iluminación del templo.

¿Por qué son hexagonales las ventanas?

Porque el hexágono es la figura inscrita más amplia que el cuadrado y también más resistente. Casi es una transición entre la ventana trapezoidal y la arma­dura de una crujía.

Exagero evidentemente al suponer que la ventana hexagonal haya sugerido la ojiva, porque con ello po­dría hacérseme decir que también pienso en el vitral y en su mágico faceteo de pedrería y oro y puntas de

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tizones encendidos y que aunque no lo exprese aquí, estoy calcando en mi imaginación, sobre el hueco de uno de esos paneles, la alucinante vidriera con sus máximos desbordamientos; con sus embriagueces su­perlativas; con esa ardiente locura de los cinabrios y los cobaltos, los lilas y los granates por entre cuyos punzantes destellos, perfilaran su rastreo, negras hebras de una noche de adviento.

Y no; claro está que eso no quiero decirlo aunque insista en afirmar que por eses lucernas entran según las horas del día, el oro cegador de los meridianos, el azul violáceo de la enhiesta cordillera, el ópalo traslúcido de las tardes estivales, con los gual­das desvanecidos y los murientes lilas de los crepúscu­los. ¡Esa policromía, en fin, radiante y esplendorosa, que vibra siempre en el cielo incomparable de Huehuetenango!

Porque, ¿acaso no lo afirmé ya?, son los ojos de la Catedral por los que ella mira a la plaza; como son tam­bién los ojos por los que el cielo mira al interior del templo; de día, con las siete pupilas deslumbradas del iris y de noche con el faceteo parpadeante de sus lu­ceros.

Hexágono en la arquitectura, es hexámetro en la poesía.

Pero entramos al templo y quedamos clavados por la desolación y el desencanto: ¡se han tapiado todas las, ventanas poligonales del muro meridional, con lo que se ha hecho oscura y triste esta Catedral que fue nido perenne de luminosidad y alegría! y, ¡colmo del desen­fado y el mal gusto y la ignorancia inconcebible! icasi no puede creerse !—, ¡se echó abajo la bóveda de cañón, remplazándosela por un tejado de cobertizo, igual que el de una capilla evangélica pobre!

El efecto de los burdos travesaños de madera; los ti­rantes y puntales de tosco palo y el enjabelgado ¡ en gris! de ese techo ignaro y palurdo, es realmente es­pantoso, repelente y horrible.

Con este ingrato tejado de cobertizo, es como si se apretara, aprisionándolo, el pensamiento que se eleva a las alturas.

Es como si la inspiración chocara destrozándose con­tra las asperezas de un obstáculo ; y herida y lastimada por tanta vulgaridad, rebotase desolada, para venirse al suelo con las alas rotas.

Y ello, no es exceso de fantasía, ni tampoco un mero alarde de sensibilidad.

En todas las catedrales del mundo se extremó el cuidado de embellecer y ensanchar esas perspectivas de espaciosidad y altura ; esas vertiginosas profundi­dades a las que el creyente eleva la mirada, buscan­do algo que le recuerde el cielo.

De ahí esas portentosas naves ojivales de crucería, en que se expande el interior de las catedrales góti­cas; de ahí esos losanges primorosamente esculpidos; esos nidos de abeja; esos encajes de madera policro­mada, con que los mudéjares calaron sus increíbles artesonados.

Podrá decírseme, que tales desaciertos no fueron hechos con mala intención; que incluso, llevaron el in­tento de un propósito utilitario, o lo que es igual, que no fueron perpetrados con conocimiento de causa.

101 Ningún inconveniente tengo en creerlo. La institu­ción Maryknoll que ahora preside el gobierno eclesiás­tico del departamento, se ha prodigado, en obras de, utilidad para Huehuetenango ; ha construido nuevas iglesias, excelentes hospitales y muy eficientes escue­las. Ha luchado y está luchando a corazón abierto, por mejorar la vida de las comunidades campesinas; ha elevado el nivel material y espiritual del pueblo; ha hecho, en fin, obra benemérita y meritísima, que alabo y aplaudo sin regateo alguno.

Mas, entonces, ¿por qué no preguntaron antes de ordenar tales demoliciones a quienes algo pudiesen in­formarles acerca de estas cuestiones? Desde luego, y no sin sobresalto, me apresuro a afirmar (y lo hago enfática y rotundamente), que en ningún caso estoy pensando que a mí hubieran debido preguntarlo. Pero tuvieron alguien que sí pudo esclarecer estos proble­mas y orientarlos con eficiencia insuperable: tuvieron a don Carlos Rigalt, máxima autoridad nacional en cuestiones de arte antiguo y moderno.

Fue él quien restauró el altar mayor de la iglesia de Chiantla (¡y qué obra maravillosa realizó con ello!). Fue él quien pintó los magistrales y emblemáticos mu­rales de la misma iglesia. Fue él, en fin, quien restauró las viguetas musárabes del ábside y reavivó el esmalte de los salidizos. Se preparaba a restaurar (tras largo y meticuloso estudio, diagramación y verificaciones prolijas), el artesonado de la nave; aquel precioso artesonado mudéjar que tantas veces admiré en mi infan­cia no sin un sobrecogimiento de estupor y maravilla.

Pues bien : en este punto, el artista fue despedido. ¿ Por qué hicieron eso? ¿Por qué no se detuvieron a pensen lo que tal "geniada" iba a costarnos? ¿Por qué, al menos, no dejaron el artesonado tal como estaba?

Pero no. Confiaron la "restauración" a un apren­diz del maestro. Les salió barato —es evidente—, pero a nosotros nos resultó carísimo.

El honrado operario dio de sí exactamente cuanto pudo.

Y el resultado fue, que para siempre y sin remedio, se haya perdido el único ejemplar auténtico de arteso­nado mudéjar que había en la República.

Quiero terminar lo antes posible con la para mí do­lorosa enumeración de estas depredaciones. Espero que el lector no vea en ella, solamente un propósito de crítica mordaz sin lógica ni justicia. Con toda since­ridad lo digo y espero que el lector sereno y ponderado así lo admita.

Me sobra la razón para subrayar enfática y honrada­mente esta protesta, siquiera por lo que de oportuno y constructivo pueda haber en su planteamiento.

Porque, al menos en lo que toca a la bóveda de cañón cambiada en cobertizo, Maryknoll puede y debe hacer enmienda honorable reconstruyéndola. Puede también devolverle a nuestra iglesia, la luz que le ha quitado ; puede reponer los candelabros de almendrones que ser­vían para iluminar el templo en los oficios nocturnos.

Esas pantallas de cartón con que se ha pretendido reemplazarlas, estarían muy bien sobre el mostrador de un bar, pero resultan inadmisibles en el interior de un templo cristiano,

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Puede asimismo reconstruirse el altar mayor con­sumido por el fuego en 1956 y quitarse el templete grie­go que, además de cojear de la columna frontal izquier­da, nada tiene que ver con el orden neoclásico del peristilo. Puede y debe reponerse el órgano de platea­dos tubos que se dejó perder por incuria.

Puede, en fin, hacer quitar los letreritos impíos que se ven a profusión a todo lo largo de los muros y que dicen:

"Dios le agradece su limosna".

Dios omnipotente que es dueño de todo cuanto existe, no tiene por qué agradecer la limosna de un pobre pe­cador, porque al agradecerla, reconocería implícita­mente que la necesita y la ha hedido.

Y por lo tanto, ¡qué suposición más absurda!; ¡que codicia la infeliz moneda que yo pongo en su alcancía!

Esos irreverentes letreros debieran decir: "La Iglesia le agradece su limosna”

Con ello, sí estaríamos de acuerdo.

Y por último: debe reinstalarse en el sitio que ha ocu­pado siempre bajo el arco derecho del coro, el retrato del padre don Vicente Domingo Castañeda, retirado de allí en un gesto insufrible de ingratitud y injusticia.

ENTRADA DESTACADA

LOS AMOTINADOS DEL BOUNTY; *1-9- *1855*

  ALECK,   Y LOS AMOTINADOS DEL BOUNTY ; O, INCIDENTES EMOCIONANTES DE LA VIDA EN EL OCÉANO.   SIENDO LA HISTORIA DE LA ISLA ...