María
Historia real por Jorge Isaacs
CAPITULO VII
Cuando hizo mi padre el último viaje a las
Antillas, Salomón,
primo suyo á quien mucho había amado desde la niñez, acababa de
perder su esposa. Muy jóvenes habían venido juntos á Sur-América;
y en uno de sus viajes se enamoró
mi padre de la hija de un español, intrépido capitán de navio, que después de haber dejado el servicio por
algunos años, se vio forzado en 1819 á tomar nuevamente las armas en defensa de
los reyes de España, y que murió fusilado en Majagual el veinte de mayo de 1820.
La madre de la joven que mi padre amaba exigió por condición para dársela por esposa que renunciase él á la religión judaica.
Mi padre se hizo cristiano á los veinte años de edad.
Su primo se aficiono en aquellos días
á la religión católica, sin ceder por eso á las
instancias para que
también se hiciese bautizar, pues sabía que lo que hecho por mi padre, le daba la esposa que deseaba, á él le impediría ser aceptado por la mujer á quien amaba en Jamaica.
Después de algunos años de separación volvieron
á verse, pues, los dos amigos, Ya era viudo Salomón.
Sara, su esposa, le había dejado una niña que tenía á
la sazón tres años. Mi
padre lo encontró desfigurado moral y físicamente por el dolor, y entonces su nueva
religión le dio consuelos para su primo, consuelos que en vano habían buscado los
parientes para salvarlo.
Instó á Salomón para que le diera su hija á fin de educarla
á nuestro lado; y se atrevió á proponerle que la haría cristiana. Salomón aceptó diciéndole
: " Es verdad que solamente mi hija me
ha impedido emprender un viaje á la India, que mejoraría mi espíritu y remediaría
mi pobreza : también hasido ella mi único consuelo después de la muerte de Sara;
pero tú lo quieres, sea hija tuya.
Las cristianas
son dulces y buenas, y tu esposa debe ser una santa madre. Si el cristianismo da en las desgracias
supremas el alivio que tú me has dado, tal vez yo haría desdichada á mi hija dejándola judía. No lo digas á nuestros parientes, pero cuando
llegues á la primera costa donde se halle un sacerdote católico, hazla bautizar
y que le cambien el nombre de Ester en el de María. " Esto decía el infeliz derramando
muchas lágrimas.
Á pocos días se daba á la vela en la bahía
de Montego la goleta que debía conducir á mi padre á las costas de Nueva Granada.
La ligera nave ensayaba sus blancas alas, como una garza de nuestros bosques las
suyas antes de emprender un largo vuelo. Salomón entró á la habitación de mi padre,
que acababa de arreglar su traje de á bordo, llevando á Ester sentada en uno de
sus brazos, y pendiente del otro un cofre que contenía el equipaje de la niña
: ésta tendió los
bracitos á su tío, y Salomón, poniéndola en ios de su amigo, cayó sollozando sentado sobre
el pequeño baúl. Aquella criatura, cuya cabeza preciosa acababa de bañar con
una lluvia de lágrimas el bautismo del dolor antes que el de la religión de Jesús,
era un tesoro
sagrado; mi padre lo sabía bien, y no lo olvidó jamás.
A Solomón le fué recordada por su amigo, al saltar éste á la lancha que iba á separarlos,
una promesa, y él respondió con voz ahogada : " Las oraciones de mi hija por
mí y las mías por ella y su madre, subirán juntas á los pies del Crucificado."
Contaba yo siete años cuando regresó mi padre,
y desdeñé los juguetes preciosos que me trajo de su viaje, por admirar aquella niña tan bella, tan
dulce y sonriente. Mi madre la cubrió de caricias, y mis hermanas la agasajaron con ternura, desde
el momento que mi padre, poniéndola en el regazo de su esposa, le dijo : "
ésta es la hija de Salomón, que él te envía."
Durante nuestros juegos infantiles sus labios empezaron á modular acentos
castellanos, tan armoniosos y seductores en una linda boca de mujer y en la risueña de un niño.
Habrían corrido unos seis años. Al entrar yo
una tarde al cuarto de mi padre, le oí sollozar : tenía los brazos cruzados
sobre la mesa, y en ellos apoyaba la rente;
cerca de él mi madre lloraba, y en sus rodillas reclinaba María la cabeza, sin comprender
ese dolor y casi indiferente á los lamentos de su tío : esa que una carta de
Kingston, recibida aquel día, daba la nueva de la muerte de Salomón. Recuerdo solamente
una expresión de mi padre en aquella tarde :
" si todos me van abandonando, sin que
pueda bir sus últimos adíoses, ¿ á qué volveré yo á
mi país?"
¡ Ay ! ¡ sus cenizas debían descansar en tierra extraña, sin que
los vientos del Océano, en cuyas playas retozó siendo niño, cuya inmensidad cruzó
joven y ardiente, vengan á barrer sobre la losa de su sepulcro las flores secas
de los aromos y el polvo dé los años!
Pocos eran entonces los que conociendo nuestra familia, pudiesen sospechar que María no era hija de
mis padres. Hablaba bien nuestro idioma, era amable, viva é inteligente. Cuando mi madre le acariciaba la cabeza, al mismo tiempo que á mis hermanas y á
mí, ninguno hubiera podido adivinar cuál era allí la huérfana.
Tenía nueve años. La cabellera abundante,
todavía de color castaño claro, suelta y
jugueteando sobre su cintura fina y movible; los ojos parleros; el acento con algo de melancólico que no tenían nuestras
voces; tal era la
imagen que de ella llevé
cuando partí de la casa paterna : así estaba en la
mañana de aquel triste día,
bajo las enredaderas de las ventanas
de mi madre.