sábado, 15 de octubre de 2022

VIENTO SOLLOZANTE 1 LIBRO-186- 195

 VIENTO SOLLOZANTE

  1 LIBRO-186- 195

tas cosas ahora — tantas cosas que me habían venido conduciendo hasta llegar a este preciso momento.

— ¿Quieres orar? — me preguntó el reverendo McPher­son con voz suave.

—No sé qué decir.

— Di lo que tengas en el corazón.

—Dios. . Dios ...Dios, ¿puedes oírme? ¿Sabes quién soy? Yo soy Viento Sollozante. Antes pertenecía al viento, pero ahora pertenezco a ti . . . si me quieres.

Y entonces comenzaron a fluir las lágrimas. Yo seguía hablando y llorando, pero no recuerdo lo que dije. El tiempo no tenía sentido para mí mientras le estaba hablando a Dios por primera vez. Casi era demasiado para aceptarlo todo de una sola vez. ¡Dios me amaba... amí..' a mí! ¡Jesús murió por mí. . . por mí! Ahora era salva. ¡Era cristiana, hija de Dios!

Levanté la vista y miré al reverendo McPherson. Estaba sonriendo y secándose los ojos con el pañuelo.

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— Alabado sea Dios — dijo en voz baja —. Alabado sea su santo nombre. En este mismo momento el nombre de Viento Sollozante resuena por todo el cielo. Audrey y yo hemos orado por ti tantas veces. Ahora ha sido contestada nuestra oración. Dios tiene algo grande y maravilloso preparado para tu vida. Fuiste tan rebelde. Tuvo que esforzarse tanto para conquistar tu alma, que seguramente tendrá tareas para encomendarte.

— ¿Qué me deparará el futuro ahora? — dije, sintiendo, por primera vez en la vida, que verdaderamente tenía un futuro por delante.

— No sé lo que te deparará el futuro, pero sé quién tiene tu futuro — dijo.

Seguimos hablando un rato, y luego me dejó en la iglesia y se fue a buscar a Audrey. Me llevaron a casa en el, auto. Ahora había una nueva riqueza en nuestra amistad ahora ya era realmente un miembro de la familia de ellos. Pocas horas atrás no tenía nada; ahora lo tenía todo.

Entré a mi departamento y me di cuenta de que todo era diferente. Ya no vivía sola allí, sino que Jesús vivía allí conmigo. ¡Ya nunca volvería a estar sola!

Estuve leyendo la Biblia hasta que no podía tener abiertos los ojos. Me acosté y me quedé pensando en mi abuela, lamentando no haberle podido hablar acerca de Jesús. Luego pensé en mi madre y en mi padre, y descubrí que ya no tenía amargura en el corazón. No me quedaba nada de odio. Esas ardientes llamaradas de la lucha habían sido apagadas y no volverían a encenderse. Esto era bueno. Mi cansada e inquieta alma había encontrado la paz y el descanso, por fin.

Me dormí y esa noche dormí como un bebé en brazos de su madre. Cuando me desperté a la mañana siguiente, el mundo me pareció nuevo y renovado, y era cierto. El sol brillaba, y la vida nunca me había parecido tan hermosa. Encontré que tenía una sonrisa permanente y que estaba cantando villancicos de Navidad, porque eran los únicos 188               Viento Sollozante

himnos cuyas palabras conocía.

Comencé a buscar trabajo. Ahora quería trabajar. Quería quedarme donde estaba, cerca de mi iglesia y de mis nuevos amigos. Dediqué la mañana a buscar empleo, sin éxito alguno. A mediodía entré a un restaurante a comer un sandwich y a tomar algo fresco, y también a descansar. Mientras comía, noté que un hombre me es­taba mirando fijamente. Cada vez que levantaba la vista, el hombre me estaba mirando. Justo cuando estaba a punto de irme, se levantó de su mesa y se acercó.

   Perdóneme, señorita, sé que la he estado mirando demasiado, y le pido disculpas, pero estaba admirando ese hermoso collar de cuentas. Quería saber dónde lo había comprado.

   Lo hice yo – le dije.

– ¿Lo hizo usted, en serio? Es hermoso. Yo tengo una joyería a una cuadra de aquí. Vendo joyería indígena, principalmente platería y turquesa navaja, pero también de otros tipos. Ya no se ven buenos trabajos con cuentas. – Volvió a mirar el collar –. ¡Supongo que no tendrá otros para vender!

– Bueno, la verdad es que sí tengo un par de collares ... – dije. Me estaban volviendo las esperanzas.

– ¿Le parece que me los podría traer al negocio para que los viera? – preguntó, mientras sacaba una tarjeta del bolsillo para entregarme.

– Sí. ¿Le parece que me los podrá comprar? – le pre­gunté –. Yo solía venderle trabajos al traficante.

– Si sus demás trabajos son tan lindos como éste, le aseguro que los voy a querer comprar. – Sonrió y se volvió para alejarse. Súbitamente se detuvo y se volvió.

– Acabo de pensar algo ... se me acaba de ocurrir –dijo–. ¿Supongo que no andará necesitando em­plearse?

Me quedé con la boca abierta: – Pues sí, es justamente lo que estoy haciendo hoy, buscando trabajo.

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¿Sabe? Es una cosa sumamente extraña. Mi esposa y yo tenemos la joyería. Además de joyas, vendemos cua­dros indígenas y alfombras navajas. Y hace meses que vengo tratando de conseguir algún platero indígena que venga a trabajar con nosotros, pero no hemos conseguido a nadie. Nuestra idea era que nos podía ayudar a atender a los clientes, y cuando no hubiera mucho movimiento podía trabajar haciendo artículos de joyería. Hace un mo­mento yo estaba pensando: "En lugar de un platero na­vajo, ¿por qué no una muchacha indígena que haga tra­bajos con cuentas?" – Interrumpió para recuperar el aliento –. ¿Por qué no viene a conversar con mi mujer? Ella le puede indicar todo.

Estaba tan emocionada que no podía hablar, así que me limité a acompañarlo al negocio.

En la hora que transcurrió, la mujer me llevó por la joyería mostrándome lo que tendría que hacer. ¡Era un milagro! Vendería las cosas que tanto amaba y entendía, en lugar de estar vendiendo cacerolas y loza. Vendería hermosas alfombras y joyería indígena. Cuando hubiera poco movimiento, haría artículos con cuentas, y me los venderían allí mismo en el negocio. ¡Esta vez la gente me quería contratar porque era india y no a pesar de serlo! Parecían sentirse felices de poder darme el empleo, y yo estaba feliz de poder aceptarlo. Parecía algo perfecto. Acordamos que empezaría al día siguiente. Tan pronto como salí del negocio les hablé por teléfono al reverendo McPherson y a Audrey.

¿Quieren enterarse de un milagro? – les pregunté. Les conté lo que Dios había hecho por mí en el primer día de mi vida cristiana.

Esa noche fui a la iglesia. Fue una reunión de oración pequeña e informal, y después varios de los presentes se quedaron a conversar.

Sally estaba allí, y le conté las buenas nuevas de que  pronto me iba a hacer miembro de la iglesia. Estaba en­cantada.

Una señora que estaba al lado de nosotras dijo: –Nos alegramos de que hayas resuelto unirte a nuestra iglesia, pero es una lástima que tengas que darle las espaldas a tu cultura y tu herencia. Siempre he pensado que los indios son 'hijos de la naturaleza' y que la religión india es her­mosa. Después de todo, ¿acaso no han adorado siempre al Gran Espíritu? ¿No es ese espíritu el mismo Dios que tenemos nosotros?

Me retorcía en el asiento, porque quería hablar, pero tenía miedo. Pero en ese momento vi que Audrey y Sally y el reverendo McPherson me sonreían alentadoramente, y así me armé del coraje necesario para hablar.

– La religión de los indios es hermosa únicamente para los de afuera, Para los que conocemos el terror, la deses­peranza, el temor, no es hermosa. Tengo presente a un joven que perdió a su esposa, y acudió al curandero en busca de ayuda. Recuerdo cómo corría en medio de la noche, gritando aterrorizado. Nadie volvió a verlo jamás. Si la religión india es hermosa, ¿por qué es que la propor­ción de indios que se suicidan es superior a la de cualquier otra raza? ¿Por qué es que hay más indios alcohólicos? El gran espíritu al que yo invocaba no era el verdadero Dios. La gente dice que no importa con qué nombre llamamos a Dios, pero sí tiene importancia, porque de lo contrario Dios no hubiera dicho: "En ningún otro nombre hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos". –Miré a mi alrededor. Todos me estaban mirando. Había dicho de­masiado.

La mujer volvió a hablar:

– ¿Pero no hay alguna forma de salvar la cultura india incorporándola al cristianismo? ¿No podrían los indios tener una iglesia y usar sus símbolos y transformar las leyendas en verdades bíblicas? ¿No te parece que eso  haría que muchos de ellos se sintieran más cómodos den­tro del cristianismo?

– No, creo que sería un error. Yo no puedo ver los símbolos peyote sin pensar en la droga peyote que ellos representan. No puedo pensar en las leyendas y símbolos indios sin pensar en el pasado. La gente tiene que estar dispuesta a volver las espaldas al pasado y a cambiar para hacerse cristiana. Los símbolos y los ornamentos hechos con cuentas para las ceremonias peyote no son simples decoraciones, representan a los dioses falsos. El indio tiene que estar dispuesto a ceder. Dios cedió a su Hijo. La herencia es importante, pero no es más importante que la salvación. Preservar el pasado es importante, pero no es más importante que el lugar donde vamos a pasar la eternidad.

– Sí, veo que tienes razón – dijo –. En realidad no comprendía bien antes. ¿Podrías venir al Círculo Misio­nero Femenino a contarles lo que me acabas de decir a mí– No, no podría hacer eso. No me atrevería jamás a hablar ante un grupo de personas – respondí.

– Acabas de hacerlo – dijo Sally –, y lo hiciste maravi­llosamente. Si nos enseñaras lo que sabes acerca de tu pueblo, tal vez nosotros podríamos ayudarles mejor. Arreglamos para que le hablara al Círculo Misionero Femenino el jueves siguiente por la noche. ¡Una oportu­nidad para ayudar a mi gente!

Esa noche me acosté sintiéndome una persona feliz. Me daba la impresión de que hasta ese momento mi vida había sido un capullo seco en un tallo moribundo. Luego alguien había derramado agua rebosante de vida sobre mí, y el capullo se estaba abriendo en flor.

No me explicaba cómo había reunido el coraje sufi­ciente para hablar en público en la iglesia, pero estaba segura de que las palabras me las había dado Dios.

Gracias, Jesús – oré –. Gracias, Amigo.

Capítulo Catorce

EL SEÑOR MEGEL y su esposa eran buenos patrones, y no me resultó difícil aprender el trabajo. Realmente me gustaba. No podían haber salido mejor las cosas. Todas las mañanas me despertaba feliz y con ganas de comenzar el día. Estaba siempre anhelosa de comenzar el trabajo. Tenía ganas de ver a los clientes y demostrarles las cosas hermosas que podían hacer los indios. A veces, si el cliente mostraba interés, le relataba alguna leyenda o le daba información sobre las tribus que hacían las alfombras o los artículos de joyería. Parecía gustarles. Mi vida estaba llena de contenido. No faltaba a la iglesia. Con frecuencia Sally o algún otro de los miembros de la iglesia pasaba a visitarme en el departamento.

No volví a ver a Pedernal. Después de esa última noche, desapareció completamente. Llamé a su departamento pero me dijeron que se había mudado, y no sabían adónde. Lo extrañaba. Sabía que le pesaba lo que había hecho y dicho, y quería decirle que no le guardaba rencor y que lo comprendía y lo había perdonado.

Pensaba mucho en Nube, y deseaba saber dónde es­taba. Ya hacía más de un año que se había ido. Seguía esperando que volviera o que se comunicara conmigo, pero a medida que pasaba el tiempo, me parecía menos probable que volviese a tener noticias de él. A lo mejor había muerto. Esperaba que no; no quería pensar que se  hubiera muerto. Quería contarle acerca de Jesús y los cambios operados en mi vida, Oh, Nube, ¿por qué tenías que irte?

Un día al volver del trabajo encontré una carta en el buzón. Apenas vi esa escritura simple, redonda, supe que era de Nube. La dirección del destinatario en el sobre indicaba que estaba en Oregón. Yo estaba tan emocio­nada que cuando abrí el sobre arranqué una esquina de la carta.

La carta decía así: Querida Sollozo;

Espero que estés bien y que me perdones por ha­berme ido y haberte dejado sola. Tenía que escri­birte para contarte algo que me ha ocurrido. Des­pués que te dejé, anduve dando tumbos por mucho tiempo y vine a parar aquí, en Oregón. Conocí a una chica. Era tan hermosa y tan buena. Y bueno, me hablaba constantemente de este hombre llamado Jesús. Al principio yo no la escuchaba, pero ella me seguía diciendo que debía entregarle mi corazón a este Jesús, y luego un día comprendí que ella tenía razón. No puedo escribir las palabras que quiero hacerte entender, pero la religión antigua es todo mentiras. Está equivocada. Hay un solo Dios. Sollozo, hay tantas cosas que quiero contarte. María, esta chica, y yo nos vamos a casar este verano.

Encontré todo lo que alguna vez anduve buscando. Hasta tengo un buen empleo aquí. Trabajo ense­ñando a los aficionados a pescar y a cazar. Soy guía, también. Mi vida es buena y estoy feliz. Quiero compartir esta felicidad contigo, Sollozo. Te mando un libro llamado la Biblia. Te ruego que lo leas. Hazlo por mí. ¿Sabes dónde está Pedemal? Escrí­beme y cuéntame cómo estás. Con amor, Nube

Puse la carta cerca de mi corazón, y lágrimas de gozo corrieron por mis mejillas. ¡Nube había hallado a Cristo, también! ¡Era un milagro! Andábamos buscando algo, a la búsqueda de algo, y habíamos partido en direcciones diferentes. ¡Luego, casi al mismo tiempo, separados por miles de kilómetros, los dos habíamos hallado a Dios! Me senté a contestar la carta de Nube de inmediato, para contarle la historia de mi milagro personal. Me ima­ginaba su cara sonriente cuando leyese mi carta. Durante cientos de años no había habido ni un solo cristiano en nuestra familia. ¡Ahora, en cuestión de pocas semanas, éramos  dos¡

Manteniamos largas conversaciones, pero ambos evítábamos cuidadosamente mencionar la iglesia o la discusión.

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