domingo, 16 de octubre de 2022

II LIBRO MI CORAZÓN INQUIETO (Parte 6)

 II LIBRO MI CORAZÓN INQUIETO (Parte 6)

MI CORAZÓN INQUIETO    75

Sharon se puso ambas manos sobre la cabeza, se puso rápidamente en pie y salió corriendo en dirección a la camioneta de la misión, donde se quedó, con las puertas. cerradas, hasta que fue hora de marcharnos.

Cuando nos alejamos del campamento dejó por fin de agarrarse el pelo con las manos. —¡ Nadie me había dicho que los indios echaban peste! —dijo a punto de echarse a llorar. —¡Esos paganos!

—Solamente reciben un litro de agua por persona por día de sus pozos casi vacíos y la necesitan para beberla, no pueden derrocharla lavándose. Huelen a polvo y al humo de las hogueras y a altamisa. Tú hueles a pasta de dientes, a desodorante, a perfume, a laca y a polvos. Ellos creen que tú hueles raro —le explicó el Rdo. Bell.

Antes de llegar a la misión nos encontramos con una tormenta de arena que nos dejó atragantados y frotándonos los ojos y rascándonos la piel que nos picaba mucho.

Sharon comenzó a rascarse la cabeza, pues la laca para el pelo había actuado como imán para el polvo y se le estaba irritando el cuero cabelludo. Cuanto más se rascaba más le picaba.

—¡ Qué día más horrible! —se quejó al llegar al terreno de la misión. —Me siento tan sucia! No entiendo lo que hace que me pique de esta manera.

—Espero que no sean piojos —dije secamente. —Ya sabes lo sucios que son esos paganos.

Sharon pegó un grito: —¡Piojos! Tengo piojos —y saltó de la camioneta antes de que el Rdo. Bell hubiese apagado el motor. Antes de que hubiésemos entrado en la casa se estaba lavando el pelo en la ducha y media hora después estaba todavía en la ducha.

—Quizás debes decirle que lo que hace que le pique es sencillamente el polvo —me sugirió Lola.

—Probablemente no me creerá. Después de todo yo soy una de ellos —le dije.

Lola dio con los nudillos en la puerta del cuarto                   76    MI CORAZÓN INQUIETO
de baño y logró finalmente convencer a Sharon para que saliese.
—¡Jamás me casaré con un misionero! —gritó Sharon. —Voy a casarme con un pastor que tenga una bonita y tranquila iglesia civilizada en el centro de Los Angeles.
Dos días después recogió sus cosas y se fue, justamente cuando nos disponíamos a visitar otro campamento navajo.
Yo la echaba de menos y cuando se hubo marchado me sentí culpable porque sabía que podía haberle facilitado la vida. La verdad es que no debería de haberla hecho rabiar con la cola de caballo que colgaba en la cabaña. ¿Cómo podía haber sabido que ella creía aún que los indios cortaban cabelleras? Esperaba que encontrase a su pastor y que éste tuviese una iglesia grande en la ciudad. Ella sería una buena esposa para un pastor y estaba segura de que tendría algunas historias interesantes que contarles a sus hijos acerca de las dos semanas que había pasado entre "salvajes".
Nos regocijábamos cuando los indios venían a Cristo y llorábamos cuando veíamos que aproximadamente la mitad de ellos regresaban a sus antiguas costumbres, yendo al brujo y participando en antiguas ceremonias, dándole la espalda a Jesús.
Un día Hierba Azul, una mujer que estaba considerada como nuestra más fiel cristiana, vino a la misión pidiendo ropa.
—¿Qué ha pasado con la ropa que te dimos la semana pasada? —le preguntó Lola.
Hierba Azul bajó los ojos, explicó que la había lavado, la había tendido para que se secase y que el demonio del viento había pasado por ellas, así que ahora tenía pequeños demonios en ella y le asustaba la idea de quitarla de la cuerda. Le iba a pagar al brujo con una oveja para que él quitara la ropa y la quemara por ella, a fin de protegerla de los espiritas del polvo.
Lola suspiró y le dio unas cuantas prendas más. —¿Les alcanzamos alguna vez?
MI CORAZÓN INQUIETO    77
Pony Boy Chee era un joven guerrero que causaba más problemas que ninguna otra persona del sector. Desinflaba las gomas de la camioneta de la misión, le tiraba piedras a nuestras ventanas y amenazaba con quemar la misión. Cuando robó un caballo que le pertenecía al brujo, todo el mundo esperó ansiosamente para enterarse de lo que le iba a suceder porque el brujo le había echado una maldición, diciendo que Pony Boy Chee se quemaría como la hierba seca.
El Rdo. Bell se daba perfecta cuenta de la batalla que se había desencadenado entre las fuerzas demoníacas y las de Cristo y decidió utilizar eso como tema para su sermón del domingo. Dijo que a pesar de que el poder maligno del demonio era muy real, no creía, de ningún modo, que la maldición que el brujo había echado sobre Pony Boy Chee se cumpliese y que Pony Boy Chee, a pesar de ser una persona despreciable seguramente viviría hasta una edad muy avanzada.
Ese mismo domingo por la tarde, pillaron a Pony Boy Chee intentando robar una sepultura en el campo santo y fue arrestado por la policía de los navajas. Cuando le llevaban a la cárcel de la ciudad en el coche se desencadenó una repentina tormenta y la lluvia comenzó a caer a torrentes de modo que la policía se vio obligada a pararse junto a la carretera para esperar que pasase la tormenta.
Pony Boy Chee vio su oportunidad y saltó del coche, echando a correr. Apenas había avanzado unos metros cuando un relámpago le dio y le dejó muerto allí mismo. La policía dijo que seguramente sus esposas habían atraído al relámpago, pero el brujo se sonrió maliciosamente y se aprovechó para ejercer su nuevo poder sobre aquellos que habían creído que la maldición que había echado sobre Pony Boy Chee se había cumplido.
A mí me encantaba trabajar en la misión y le tenía mucho cariño a Lola y al Rdo. Bell, pero había varias cosas que me dolían respecto de la manera en que se administraba la misión.

78    MI CORAZÓN INQUIETO
Cuando llegaba ropa para los indios, Lola examinaba detenidamente cada caja y cada barril y escogía lo mejor para sí misma y para el Rdo. Bell. . Yo me enteré de que muchos misioneros hacían eso, a pesar de que los misioneros peor pagados ganaban por lo menos ocho mil dólares al año y la mayoría de las familias indias, de seis miembros, ganaban mil dólares al año en aquel entonces. La ropa que sobraba la guardaban en cajas en una antigua casilla de madera.
—¿Por qué no podemos repartir toda la ropa tan pronto como llega? —les pregunté.
—Los indios no aprecian mucho la ropa, por eso es mejor dársela poco a poco —me contestaban. Yo comprendía que no se debía de abrumar a una familia con un exceso de ropa, pero no podía entender por qué las familias indias tenían que helarse de frío, mientras docenas de cajas enteras con ropa buena estaban metidas en la sucia casilla y se estaba poniendo mohosa o se la comían las ratas y las polillas y al final había que quemarla porque se había arruinado.
Grupos de señoras de muchas iglesias enviaban colchas para los indios, pero una vez más los misioneros no las daban de balde. Una mujer india tenía que ganarse una colcha asistiendo a la iglesia durante seis domingos seguidos, así que su familia temblaba de frío durante las frías noches hasta que se ganaba la colcha caminando muchos kilómetros en todo tipo de tiempo para poder asistir los seis domingos que se requerían de ella. Si asistía cinco domingos y no lo hacía el sexto tenía que empezar de nuevo. Parecía algo sin esperanza y las colchas se amontonaban en la casilla mientras los niños tenían que dormir pasando frío.
—No podemos permitir que los indios se aprovechen de nosotros —acostumbraba decir el Rdo. Bell cuando yo me quejaba de la política. —Y asegúrate de cerrar con candado todas las puertas; ya sabes cómo roban los indios —me decía, olvidándose de que también yo era india.


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