domingo, 16 de octubre de 2022

II LIBRO "MI CORAZON INQUIETO" (Parte 7)

 II LIBRO "MI CORAZON INQUIETO" (Parte 7)

MI CORAZÓN INQUIETO    79
No se tenían noticias de que ningún indio hubiese robado a la misión jamás, pues los indios en general no roban. Si un indio se lleva algo casi siempre es comida o un animal que pueda matar para comérselo.
El Rdo. Bell no era el único que cometía esos lamentables errores en su trato con los indios, casi todos los misioneros del sector eran igualmente culpables. Todos ellos eran personas blancas que trataban con el piel roja, al que no comprendían ni poco ni mucho. Casi la mitad de los misioneros no hablaban ni una palabra de navajo y algunos de ellos no estaban haciendo más que pasar el tiempo hasta que se les abriesen las puertas para un campo de misión más fascinante en China, la India o en Sur América. Los Bells querrían haber servido en Africa, pero habían sido rechazados y habían escogido los navajos como segunda opción. Nunca se repusieron de su decepción y se veía claramente en su actitud.
Después de haber estado un año con los Bells me di cuenta de que el sistema de la misión no cambiaría nunca hasta que los predicadores indios tuviesen su propia misión. Al hombre blanco no le sería jamás posible alcanzar al indio, al menos mientras se empeñase en verle como a un inferior, un ser que no es digno de confianza y como unos seres infantiles. Los cobertizos llenos de ropa que se pudría y las colchas me preocupaban, y mi corazón estaba dolorido por la manera que los misioneros trataban a los indios.
No quería marcharme de la misión, porque amaba a los indios cristianos, pero me sentía demasiado intranquila como para quedarme y sabía que había llegado el momento de ir a otro lugar. Había crecido en mi vida cristiana y me había ido bien estar rodeada de cristianos durante un año. Siempre recordaría estos días como días felices y continuaba mi amistad con el Rdo Bell y con Lola, a pesar de nuestras diferencias sobre la política de la misión.
La última noche que pasé en la misión me quedé totalmente inmóvil contemplando al otro lado del desierto el sol rojo que se hundía en la arena. En esos momentos no era más que una tira escarlata y en un segundo desaparecería. Me sentí tan sola que me entraron ganas de llorar. Podía oír a Lola y al Rdo. Bell que hablaban en la casa; hablaban como marido y mujer preguntándose si ella se había acordado de pagar el recibo de la luz y si él se había dado cuenta de que la gata iba a tener gatitos. Eran cosas insignificantes, sin importancia, pero cosas que van tejiendo dos vidas juntas.
¿Tendría yo alguna vez una persona con la cual pudiese charlar de cosas insignificantes? Lo dudaba. ¿Qué tenía yo que ofrecer a nadie? Mi familia me llamaba Doblemente Fea porque era dos veces más fea que ninguna otra persona. Ningún hombre se iba a casar con una muchacha llamada Doblemente Fea y yo deseaba que hubiese alguna manera para poder volverme hermosa. Seguía esperando "florecer" como lo hacían otras muchachas, pero en lugar de florecer parecía marchitarme. Yo no me iba a volver más guapa, para mí no iba a existir la historia de la Cenicienta. Cuando me miraba al espejo me acobardaba. Si tan sólo hubiese tenido alguna facción agradable que pudiese aprovechar al máximo, pero no era así y mis tíos tenían razón, yo era Doblemente Fea.
—Dios ...
Casi pregunté ¿por qué no me hiciste hermosa? Pero eso no tenía mucho sentido, así que le dije: No me permitas desear aquellas cosas que no puedo tener. Sé que nunca tendré un hogar ni un marido ni una familia, así que enséñame a no desearlo y enséñame a estar satisfecha solamente contigo.
Al caminar de regreso a la misión, por el camino polvoriento, por última vez me sentí culpable. Dios debía ser suficiente para cualquiera. ¿Por qué quería yo más? Después de todo, hace poco no tenía nada. ¿Era yo egoísta? ¿Me satisfaría algo alguna vez ?
CAPITULO OCHO
El regreso junto a Audrey y el Rdo. McPherson se convirtió en una gozosa bienvenida. Hablamos durante horas e intentamos recuperar todo un año en un solo día. Una vez más me quedé en su casa hasta que pudiese encontrar trabajo y un departamento.
Fui a visitar a mi tío Pedernal y me encontré con que tenía un hijito. Nube estaba también casado y tenía una hijita. Los dos parecían satisfechos con sus nuevas vidas y los dos se estaban convirtiendo en cristianos dedicados.
El hogar, la esposa y el bebé habían puesto una sonrisa en el rostro de Pedernal. Trabajaba intensamente en un nuevo empleo y había realizado muchos planes para el futuro de su hijo. Tenía paz con Dios, consigo mismo y, por fin, con el resto del mundo.
Yo conseguí un trabajo en una papelería. Era un trabajo sencillo y me agradaban las personas con las que trabajaba. Hice una nueva amistad con una muchacha llamada Daisy, que también era cristiana, y pasábamos mucho tiempo riendo, charlando y orando juntas.
Yo sentía como si todo el mundo se hubiese casado menos yo. Leía libros acerca de cómo permanecer soltera y ser feliz, libros sobre cómo vivir sola e incluso libros sobre cómo atrapar un marido, pero nada me ayudaba.
Me pasaba horas enteras hablando con el Rdo. Me Pherson y todas las conversaciones sonaban igual.
—Me siento sola —comenzaba.
Lo sé —me contestaba él.
 

—Quiero casarme —continué.

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Me sonrió y me dijo: —El simple hecho de casarte no te curará la soledad, algunas de las personas más solitarias que yo conozco están casadas.
—Cualquier cosa sería mejor que esto —dije, encogiéndome de hombros.
No, estás equivocada, podrías estar mucho peor. Créeme, cada semana vienen a mi oficina una docena de personas que se encuentran atrapadas en matrimonios desgraciados y que darían cualquier cosa por volver a estar solteras.
Yo asentí con la cabeza, pues sabía que tenía razón y conocía a muchas mujeres casadas que eran desgraciadas.
Tú eres joven y es un instinto natural buscar a un compañero, pero ten paciencia. Si ahora cometes una equivocación, podría arruinar el resto de tu vida.
—¿Me imagino que no conocerá usted a ningún mestizo que esté buscando una mujer que le caliente su tepee? —dije bromeando, pero no tuvo gracia y no se sonrió.
—¿Quieres casarte con un hombre que sea medio indio y medio blanco? Siempre se había negado el Rdo. McPherson a utilizar la palabra mestizo.
—No sé qué otro hombre podría quererme. Un indio pura sangre no se casaría conmigo.
—¿No te gustaría realmente volver a vivir en la reserva verdad?
—No —le contesté rápidamente. Allí había demasiada pobreza y hambre. Nunca más volvería, pues no quería vivir en una cabaña de una sola habitación con el suelo de tierra. Quería una casa de verdad, con electricidad y con agua.
Debes casarte con un hombre cristiano. Asegúrate de que lo es antes de casarte con él, porque hay muy pocas probabilidades de que cambie sus costumbres una vez que se hayan casado.
—Primero tengo que encontrarle —le dije.
—No tengas prisa, puede que se encuentre detrás de la próxima esquina —dijo haciendo una pausa. —0 tal vez Dios quiera que permanezcas soltera.

MI CORAZÓN INQUIETO    83
—¡ Debe de quererlo, de lo contrario no me habría hecho de esta manera! —me dije lamentándome.
¡Viento Sollozante tú no eres una vieja solterona! Eres muy joven y todavía te queda tiempo para buscar y segurarte de que consigues el hombre indicado, deja que Dios te guíe.
Eso es fácil decir porque usted no está solo, tiene a Audrey.
Sí, eso es cierto, algunas veces resulta excesivamente fácil el aconsejar.
Se quedó un rato callado y luego dijo: —Solamente te digo que no hagas nada que te perjudique —y el nombre de Relámpago Amarillo, aunque no había sido mencionado, estaba en el aire.
Regresé a mi departamento caminando, cerré la puerta y me quedé en la oscuridad. La soledad invadía todo mi cuerpo, dejándome fría y tiritando como si hubiese sido el hielo del invierno.
Pronto sería el Día de San Valentín, el Día de los Enamorados. ¡Cómo odiaba ese día! Era un doloroso recordatorio de que me encontraba sola. No había recibido nunca una tarjeta el Día de los Enamorados, y probablemente nunca la recibiría.
En una librería encontré una tarjeta muy bonita. Tenía un enorme corazón rojo y decía: "Para ti, cariño, todo mi amor, toda mi vida". La tuve en mis manos y la estudié, leyendo de nuevo la inscripción un par de veces. Siguiendo un impulso me la puse en el bolso y la pagué cuando Daisy no estaba mirando.
Esa noche la coloqué sobre mi mesa y la contemplé mientras cenaba. Cómo deseaba recibir algún día una auténtica tarjeta del Día de San Valentín. ¡Qué gran diferencia puede hacer un tonto pedazo de papel con un corazón sobre él!
Daisy vino a visitarme y no tardó en darse cuenta de la tarjeta que había sobre la mesa y la tomó.
—¡Oh, Viento Sollozante, es tan bonita la tarjeta! ¿De quién es? —dijo abriendo la tarjeta. —¡Pero no tiene firma!
Contuve el aliento.

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¡De un admirador secreto! —dijo extasiada. —¡Qué emocionante! ¿Sabes quién es? —dijo colocando de nuevo la tarjeta sobre la mesa.
Yo quería pasar por alto el tema, pero Daisy era una amiga demasiado buena como para engañarla. —La compré para mí misma —le confesé.

  —¡Qué estúpida soy! —dijo, pidiéndome perdón.
Cuando se hubo marchado, tomé la tarjeta, la miré una vez más, y la tiré a la papelera. ¡ Odiaba el Día de los Enamorados!
Los meses pasaron lentamente y yo sólo pensaba en el día de hoy, sin permitirme a mí misma pensar en el futuro. No faltaba nunca a la iglesia, pero había perdido algo del gozo que había sentido cuando había encontrado a Dios por primera vez.
Los cielos parecían siempre tormentosos y soplaba un viento gris y en mi mundo no había color alguno 

  CAPITULO NUEVE
Iban a refaccionar la tienda así que nos concedieron tres días de permiso. Yo había hecho planes para dormir tarde y leer mucho, pero el teléfono sonó temprano y me despertó de un sueño profundo. Era Daisy que me había llamado para hablarme acerca de una excursión.
No quiero ir, estoy demasiado cansada —le dije bostezando. —La próxima vez iré.
—No, contamos contigo. Te despertarás tan pronto como te saquemos al aire fresco de la montaña. Estaremos ahí a recogerte dentro de quince minutos, estate preparada —me dijo y colgó.

Yo colgué el teléfono y me acomodé nuevamente en la cama. Podía volverme a dormir y cuando viniese no le haría caso, pero mis ojos se abrieron de nuevo. No podía hacer caso omiso de Daisy, ella golpearía la puerta hasta que yo contestase, así que más me valía levantarme. Esta vez iría, pero nunca más. Me sentía irritada y estaba cansada. Lo último que deseaba hacer era ir de excursión a la montaña. Me puse unos viejos pantalones vaqueros remendados y una vieja y desteñida camisa que había pertenecido a uno de mis tíos. Apenas me había pasado el cepillo por el pelo cuando oí en la calle una bocina. Salí casi tambaleándome entré al coche y me dejé caer en el asiento de atrás al lado de otras dos muchachas.
—Tengo sueño —dije refunfuñando. Daisy, su tío y las otras chicas se echaron a reír y comenzaron a gastar bromas mientras yo miraba por la ventanilla y deseaba encontrarme de nuevo en la cama.

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—Mi tío Dan pensó que podría venir y pescar un rato mientras nosotras preparábamos la comida —dijo Daisy por encima del hombro.
Yo empecé a temblar. ¡Mira que un pescador! El pensar en pescado me ponía la carne de gallina. Para mi pueblo el pescado era algo inmundo y tenían en ellos los espíritus de mujeres malignas. ¡Mi gente jamás comía pescado! Sin duda ése no era mi día.
Después de viajar por carreteras llenas de curvas durante una hora llegamos al paso alto de la montaña y Daisy dijo: —¡Hemos llegado! Que se baje todo el mundo. Cada uno se hizo cargo de la comida y las mantas y Dan, tío de Daisy, agarró su caña de pescar y se dirigió al río cercano, donde había carpas.
Yo extendí una manta, que habría de servirme de mesa, y ayudé a colocar sobre ella la comida.
No había pasado mucho tiempo cuando Daisy y sus amigas se colocaron junto a Dan sobre las rocas, y comenzaron a ofrecerle sugerencias sobre cómo pescar. Yo las observé a distancia durante un rato, pero me aburrí estando a solas, así que me dirigí hacia el río para reunirme con las demás.
Las chicas se reían y le hacían chistes a Dan, pero él les tenía paciencia. Yo me puse a reír y empecé a alegrarme de haber venido.
Muchachas, ¿por qué no van a ayudar a ese pescador de ahí y me dejan a mí en paz para que pueda pescar de verdad? —dijo, intentando librarse de nosotras.
Me fijé, por primera vez, que había otro pescador un poco más abajo. Estaba demasiado lejos como para que pudiese verle con claridad, pero me di cuenta de que era joven, alto y de aspecto fuerte.
Daisy miró río abajo. —Podríamos ir allí y preguntarle si ha pescado algo y qué utiliza como carnada.
Y con estas palabras ella y las otras muchachas se dirigieron hacia el otro pescador, pasando junto a los sauces y las rocas.
Me senté sobre una roca y me apoyé sobre un árbol, contemplando cómo se deslizaba la corriente.

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Dan dejó su caña en el suelo y dijo algo de que tenía que volver al coche para buscar más carnada y me quedé sola.
Me quedé mirando la caña de pescar que estaba a mi lado. Nunca había ido de pesca. Después de todo, ¿para qué iba a querer pescar algo que no pensaba comerme? No, el pescado era sucio y no era digno de comerse. A pesar de que ahora era cristiana y sabia que no había espíritus malignos en los pescados, no podía aún hacerme a la idea de comerme uno. Moví la caña de pescar con mi pie. Qué cosa tan extraña, un hilo y un anzuelo en un palo. No parecía difícil de usar y yo me preguntaba por qué la gente alardeaba tanto.
Miré hacia el coche y vi que Dan buscaba algo en el maletero y me daba la espalda. A las muchachas no se las veía por ninguna parte, así que siguiendo un impulso repentino agarré la caña y la tuve en mis manos. Me puse de pie y eché el anzuelo al agua. ¡Qué gracia tendría si lograba agarrar un pescado grande! Sonreí para mí misma, ¡Eso sería hacerles una buena broma a todos! Tendría que echar el anzuelo donde el agua era más profunda, tal y como lo había hecho Dan. Veamos, hay que empujar esta cosa redonda, y luego se echa la caña para atrás y se echa al agua y el anzuelo cae en el fondo.
¡ Algo andaba mal! ¡El anzuelo no había ido a parar al agua! Me di la vuelta y miré a mis espaldas. Había lanzado el anzuelo en dirección a los árboles y se había enganchado alrededor de una pequeña rama. Tiré de ella un par de veces, pero la caña se dobló. Miré hacia el coche y vi que Dan se había sentado sobre la manta y se estaba bebiendo una taza de café, pero no me vio. Tiré nuevamente de la caña, pero el hilo se negaba a moverse y entonces sentí pánico. Había arruinado la caña de pescar de Dan y me había puesto en ridículo. Me preguntaba si me podría subir al árbol para desenredarla. No, ese no era la clase de árbol al que se podía una subir. ¿Qué iba a hacer? Me quedé parada, mirando al árbol y no oí pasos a mis espaldas.

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—Ahí arriba no hay peces —dijo una voz de hombre.
La caña se deslizó de mis manos, me di la vuelta y me encontré mirándome en unos ojos grises de un rostro tosco.
Extendió su mano y desenredó la caña de pescar de la rama y le dio vueltas a la manivela hasta que se hubo enrollado de nuevo. Me dio la caña y yo respiré aliviada y la volví a dejar allí donde Dan la había puesto.
Podía sentir que los ojos grises me contemplaban pero yo quería que se marchase. En ese momento oí a Daisy y a las otras muchachas abriéndose camino entre los matorrales. Daisy apareció la primera, quitándose hojas del pelo.
Oh, ya veo que has conocido a Don —me dijo. —Le hemos invitado a comer con nosotros.
Daisy pasó junto a nosotros con las otras muchachas que le seguían muy de cerca. —¿Te ha dicho que es de Alaska? Está aquí solamente de vacaciones —me dijo y se dirigió por el camino hacia donde estaba la comida.
Yo la seguí apresuradamente y me preguntaba si Ojos Grises le iba a decir a todo el mundo que me había rescatado, pero no lo mencionó,
El tío Dan, el pescador y las muchachas charlaban con facilidad acerca de las montañas y de la pesca, pero las muchachas le hacían principalmente preguntas acerca de Alaska. Era fácil darse cuenta de que amaba lo desértico de su hogar norteño.
Me senté en un rincón de la manta e intenté comer la comida, pero cada vez que levantaba la vista de mi plato Ojos Grises me estaba observando, hasta ponerme tan nerviosa que casi no podía tragarme la comida.
Cuando hubimos recogido la comida y los platos, Dan sugirió que todos diésemos un paseo por la colina y contemplásemos la catarata. Yo me entretuve doblando la manta, hasta que vi que todos se encontraban de camino y les seguí a bastante distancia.
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No intenté darles alcance hasta que hubieron llegado a la catarata. Estaban hablando acerca de cruzar la corriente y subir a la cima del acantilado. Había que dar un salto de cerca de un metro sobre la rápida corriente. Dan fue el primero en saltar y lo logró fácilmente. A continuación saltó Daisy, perdiendo casi el equilibrio y tuvo que hacer un esfuerzo por recuperarlo. Las dos muchachas saltaron al otro lado y Ojos Grises cruzó fácilmente con sus largas piernas. A continuación todo el mundo se volvió y esperó a que yo siguiese. Yo me acerqué al borde de las rocas y miré hacia abajo a las aguas arremolinadas y no las tenía todas conmigo al pensar en cruzar la corriente.
—Venga, Viento Sollozante —me animó Daisy.
El hombre de Alaska se inclinó sobre el agua y me extendió su mano. —Oye, agárrate de mi mano, yo te ayudaré a cruzar —me dijo.
Yo dudé. No quería agarrarme a su mano, pero temía caerme al agua si no lo hacía.
—Confía en mí, no voy a permitir que te caigas —me dijo el joven de Alaska.
Respiré profundamente y me agarré de su mano y sus dedos fuertes rodearon los míos y tiraron de mí, hacia el otro lado del agua, pero cuando me encontré al otro lado, a salvo, no me soltó. Yo comencé a tirar para soltarme, pero me tenía agarrada con fuerza, aunque con delicadeza también y Ojos Grises me condujo camino arriba, a la cima del acantilado, no dejándome de la mano hasta que no hubimos llegado a lo alto.
Daisy y las otras muchachas estaban recogiendio flores silvestres y Dan estaba sentado sobre una roca, intentando recuperar el aliento.
El joven de Alaska se inclinó y arrancó una flor y la tuvo un momento en su mano.
—¿Puedes hablar? —me preguntó.
Yo asentí con la cabeza.
Me sonrió y me entregó la flor.
—Es bonita —le dije.
—Como tú —me dijo con voz baja.

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Le miré para ver si estaba bromeando, pero no se estaba riendo. Se me fue el corazón a los pies, y luego me recuperé. Me aparté situándome junto a Daisy para estar protegida. Cuando miré hacia atrás estaba hablándole a Dan y parecía haberse olvidado de mí por completo.
¿Por qué no podía volver a su pesca y dejarnos a nosotros en paz? ¡Después de todo era nuestra excursión, no la suya

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