Cuando trajimos a casa a Tormenta Primaveral del hospital Don me dijo: —Has tenido cuatro bebés en cuatro años en cuatro estados diferentes. A mí no me importa si tú quieres guardar recuerdos de los lugares donde has estado, pero ¿no podrías coleccionar platos o saleros como hacen otras mujeres?
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MI CORAZÓN INQUIETO
PARA TORMENTA PRIMAVERAL
Jesús, mi pastor, bendice mi camita,
Pon un ángel en mi almohada, donde pongo mi soñolienta cabecita.
Bendice a mis hermanos, a mamá y papá.
Y danos en esta noche dulces sueños y descanso. Guárdanos y está con nosotros,
Hasta que nos despertemos en la eternidad del cielo. Amén.
UN DESEO PARA TORMENTA PRIMAVERAL
Petirrojos, cielos azules y mariposas
Son las cosas que quiero para ti.
Que cada amanecer, cada día nuevo y especial,
Te brinde amor y risas y se cumplan tus sueños.
Brille siempre
el sol en tu camino
Y la vida te colme de hermosas sorpresas como la Navidad.
De repente me encontré con una vida tremendamente ocupada. Parecía que el día
no tuviese suficientes horas para hacer siquiera la mitad de cosas que
necesitaba hacer.
Una noche acababa de poner la mesa para cenar cuando miré por casualidad por la
ventana y vi a los patos dirigiéndose al estanque y suspiré. ¿Cómo se habían
salido esos patos de sus jaulas? Debía de haberme dejado la puerta sin cerrar
después de haberles alimentado. Tendría que perseguirlos hasta que volviesen a
sus jaulas. Estaba ya oscuro y si les dejaba fuera toda la noche un zorro los
mataría antes de la mañana.
Pequeño Antílope y Ciervo estaban distraídos jugando con sus bloques y los dos
bebés estaban en sus cunas, así que salí sin hacer ruido, por la puerta de la
cocina, y corrí hacia el estanque. Tan pronto como los patos me vieron salieron
corriendo en diferentes direcciones, cacareando y moviendo las alas.
MI CORAZÓN INQUIETO 189
Los perseguí dos veces alrededor del estanque y finalmente los acorralé donde
la hierba estaba alta y agarré a dos de ellos. Los llevé a su jaula, los metí y
cerré la puerta con el candado. Cuando estaba persiguiendo a los otros dos me
di cuenta de lo oscuro que estaba ya. Tenía la esperanza de que los niños no se
estuviesen haciendo travesuras, pues el perseguir a los patos me estaba
llevando más tiempo del que yo me había esperado. Al final logré agarrar a los
otros dos, les encerré en su jaula y volví a la casa.
Cuando entré en la cocina me encontré un silencio inesperado. Los niños no
acostumbraban estar tan callados, así que me dirigí rápidamente a la sala de
estar.
La sangrienta visión que presenciaron mis ojos hizo que se me nublase la vista y
se me doblaron las rodillas, cayendo paralizada al suelo.
Antílope estaba sobre el sofá, con los ojos abiertos de par en par. Agarrado en su pequeña mano estaba un cuchillo de cocina y
alrededor de la boca tenía sangre y la parte de delante de su camisa estaba
empapada en sangre como si tuviese el estómago abierto y la sangre
formaba un charco a sus pies. Ciervo estaba sentado en
el suelo, cubierto de sangre. —¡ Oh Dios mío, no permitas que se mueran.
Intenté ponerme de nuevo en pie, pero no podía moverme y mi corazón había
dejado de latir. Mis hijos habían estado jugando con
cuchillos mientras yo perseguía a unos patos tontos y ahora estaban los
dos heridos. ¡ Yo sabía que con toda la sangre que ya había perdido no era
posible que viviese Antílope!
Empecé a gritar: —¡Don, Don, Don!
Le había visto alimentando a los conejos colina abajo. Tan lejos' no era
posible que me oyese, pero yo había tenido en poco mi capacidad para gritar,
pues un cuestión de segundos apareció por la puerta, respirando con dificultad
por la carrera que se había dado cuesta arriba.
MI CORAZÓN
INQUIETO 190
Apunté al otro lado de la habitación, a donde estaba Antílope. No había dejado
aún de gritar: —¡Se ha abierto el estómago! ¡Se está
muriendo!
Don corrió hacia él. —¡ Si puedo apretar la arteria que
está cortada, quizás consiga detener la hemorragia hasta que le podamos llevar
al hospital! —dijo metiendo sus dedos en la mancha roja sobre el pecho
de Antílope y preguntó: —¿ Cómo es que no está llorando ?
—¡Porque está en estado de shock! —le dije,
luchando por ponerme en pie, pero siendo aún incapaz de dar un paso.
—¡Se está muriendo! —dije sollozando.
Don apartó su mano, se miró a los dedos y se los frotó. Extendió su mano otra
vez y tocó la camisa de Antílope y olió la cosa roja en sus manos.
—¡Pero si esto no es sangre! —dijo— mirando a su alrededor. Entonces se inclinó
y recogió algo que estaba al lado del sofá y me lo enseñó.
—No es sangre.
¡ Antílope se acaba de tragar una cuarta parte de
la lata de la jalea de fresa! —dijo Don— quitándole el cuchillo a
Antílope y dejándolo caer, con un sonido metálico, en la lata que estaba vacía.
Comenzaron a rodarme por las mejillas lágrimas de alivio al acercarme
rápidamente y ver que la sangre y la mancha eran
solamente jalea roja. Mientras yo había estado persiguiendo a los
patos, Antílope se había subido a la mesa, había tomado un cuchillo y se había
"servido la cena", dándole también al hermano.
Tanto Don como yo caímos sobre el sofá, debilitados. No nos importaba que
también ahora estuviésemos nosotros cubiertos de jalea de fresa. Los dos nos
echamos a reír y continuamos riendo, de pura alegría, al darnos cuenta de que
el hijo que creíamos que habíamos perdido, estaba vivito y coleando.
Antílope y Ciervo estaban sentados en el suelo, contemplando asombrados cómo
sus padres se reían hasta dolerles los costados.
MI CORAZÓN INQUIETO 191
Yo recordaba la jugarreta que me habían hecho Pedernal
y Kansas años atrás y me reí más todavía. ¡Había caído dos veces en la misma
trampa!
Me puse a limpiar todo lo que se había manchado y mientras metía la ropa de los
niños en la lavadora les miré otra vez. Teníamos suerte porque podía haber sido
sangre. El cuchillo había sido de verdad y yo había estado demasiado tiempo
fuera de la casa. La pesadilla podría haber sido una realidad, pero gracias a
Dios, en lugar de una terrible tragedia se había convertido en una broma, en un
relato que contaríamos a los niños cuando se hiciesen mayores. Ellos querrían
oírlo una y otra vez diciendo: —¡Mamá, cuéntanos otra vez lo de aquella noche
que te creíste que nos habíamos matado!
—Gracias, Dios mío —le dije— mientras
le echaba lejía a la lavadora. —Gracias por
haber protegido mis hijos mientras yo estaba intentando proteger un
puñado de patos.
CAPITULO
VEINTITRÉS
—¿Hay algo interesante en el correo? —preguntó Don mientras hojeaba al montón
de facturas.
—El Rdo. McPherson nos ha enviado hoy una
tarjeta. Me pregunta que cuándo voy a
escribir mi libro —le dije riendo.
Don levantó la vista de la factura de la luz. —¿Qué
libro?
—Es una broma entre nosotros. Siempre
acostumbraba decirme que debería escribir un libro acerca de lo que
significa ser india —le respondí.
—Esa es una buena idea. ¿Por qué no lo haces?
—me preguntó.
—Yo no sé escribir un libro —le contesté— encogiéndome de hombros.
—¿Cómo lo sabes? Tú has leído cientos de libros y sabes lo que
suena bien y lo que suena mal. Creo que deberías hacerlo. Puede que ayudase a muchos indios y quizás también a algunos blancos.
—¿Tú crees de verdad que podría hacerlo? —le pregunté. —Ojalá pudiese ayudar a
la gente a que se enterase de la verdad en cuanto a
lo que significa ser indio.
—Si quisieses hacerlo de verdad podrías. Pídele a Dios
que te ayude a escribirlo —me dijo y siguió leyendo la
correspondencia.
Tal vez no fuese realmente una broma y hasta era
posible que yo pudiese escribir un libro. Quizás pudiese empezar al
día siguiente.
A la mañana siguiente volví a recordar las palabras
del Rdo. McPherson: "¿Cuándo vas a
empezar tu libro?"
194 MI CORAZÓN INQUIETO
Miré por la ventana y vi que soplaba un viento inquieto y que hacía frío afuera.
—Hoy —dije en voz alta. —¡Hoy voy a empezar el libro!
Fui rápidamente al armarito y empecé a buscar una antigua máquina de escribir que una amiga había desechado hacía unos años. Yo la había recogido de su basura y me la había llevado con sus mejores deseos. Busqué entre viejas botas para la nieve, decoraciones de Navidad y algunas caretas hasta que la encontré. La máquina de escribir estaba llena de polvo y le faltaba la cinta, pero no me desanimé, sino que me llevé mi tesoro a la cocina y la puse con todo cariño sobre la mesa.
Llena de entusiasmo me fui a la ciudad con el coche y compré una nueva cinta para la máquina de escribir, un paquete de papel carbónico y otro de dos mil hojas de papel para máquina.
Puse todas las cosas bien ordenadas sobre la mesa y le eché un vistazo al reloj, viendo que eran las doce del mediodía. Me quedaban todavía cuatro horas para escribir una novela antes de que mi esposo regresase a casa del trabajo.
Me llevó un rato averiguar cómo se ponía la cinta y me di cuenta que el tipo de la letra L no funcionaba, pero eso no tenía importancia, haría uso del tipo del número 7 hasta que la pudiese arreglar. Tendría sencillamente que acordarme de que un siete era una L al revés e invertida.
Escribí a máquina mi primera frase.
"Don me 77evó junto a él y sus 7abios tocaron los míos ligeramente."
Me eché para atrás en mi silla y leí lo escrito. Hasta ahí la cosa marchaba bien. Sería una preciosa historia de amor. Ahora todo lo que necesitaba era un argumento, unos personajes y algo que rellenase del principio al clímax. Me gustaba la palabra clímax, era una palabra de un buen escritor, pues una persona corriente hubiese dicho "de principio a fin", pero una escritora como yo diría "clímax".
MI CORAZÓN INQUIETO 195
Miré el reloj y decidí meter el asado en el horno para que se hiciese mientras yo creaba.
Volví al trabajo. Veamos, ¿dónde estaba yo? —"Don me 77evó junto a él y sus 7abios tocaron los míos ligeramente". ¡ Quién sabe, quizás este libro se convertiría en un best-seller!
A lo mejor podía sonar mejor. Lo volví a escribir de otra manera. Todos nosotros, los autores famosos, tenemos que volver a escribir los manuscritos. Esa era otra palabra que utilizaban los buenos escritores, manuscritos, tenía que recordarlo.
"Los brazos varoniles de Don me rodearon el cuello, y su beso ligero selló nuestro amor."
¡ A eso le llamo yo escribir!
Y a eso le llamo yo humo!
Se había quemado el asado. Me había llevado toda la tarde componer esa frase. Oh, bueno, Lo que el viento se llevó no fue escrito en un solo día y una vez que le tomase la vuelta podría ir más deprisa.
Oí que el coche de Don llegaba junto a la casa.
En fin, por ese día había ya escrito lo suficiente. Saqué mi "manuscrito" de la máquina de escribir, lo doble, y me lo guardé en el bolsillo del delantal, poniendo de nuevo la máquina de escribir en el armarito.
Se me había quemado el asado y no tenía nada más descongelado. Podía hacer tortitas para la cena y no había lavado los cacharros porque con tanto crear no me había quedado tiempo. Tendríamos que usar platos de cartón para la cena. Ojalá que el almíbar no empape los platos. A lo mejor si comíamos de prisa
Sonreí, dándole una palmadita al bolsillo de mi delantal, donde descansaba mi manuscrito. ¡ La próxima vez que el Rdo. Me Pherson me preguntase que cuándo iba a escribir un libro podría decirle que ya lo había empezado!
Necesitaría un seudónimo, pues nadie leería jamás un libro escrito por una persona llamada Viento Sollozante. Utilizaría un nombre que fuese típico de una mujer blanca, algo así como Gwendolyn Lovequist.
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