miércoles, 19 de octubre de 2022

II LIBRO - MI CORAZÓN INQUIETO- Parte 19

Cuando trajimos a casa a Tormenta Primaveral del hospital Don me dijo: —Has tenido cuatro bebés en cuatro años en cuatro estados diferentes. A mí no me importa si tú quieres guardar recuerdos de los lugares donde has estado, pero ¿no podrías coleccionar platos o saleros como hacen otras mujeres?

188    MI CORAZÓN INQUIETO
PARA TORMENTA PRIMAVERAL
Jesús, mi pastor, bendice mi camita,
Pon un ángel en mi almohada, donde pongo mi soñolienta cabecita.
Bendice a mis hermanos, a mamá y papá.
Y danos en esta noche dulces sueños y descanso. Guárdanos y está con nosotros,
Hasta que nos despertemos en la eternidad del cielo. Amén.
UN DESEO PARA TORMENTA PRIMAVERAL
Petirrojos, cielos azules y mariposas
Son las cosas que quiero para ti.
Que cada amanecer, cada día nuevo y especial,

 Te brinde amor y risas y se cumplan tus sueños.

Brille siempre el sol en tu camino
Y la vida te colme de hermosas sorpresas como la Navidad.
De repente me encontré con una vida tremendamente ocupada. Parecía que el día no tuviese suficientes horas para hacer siquiera la mitad de cosas que necesitaba hacer.
Una noche acababa de poner la mesa para cenar cuando miré por casualidad por la ventana y vi a los patos dirigiéndose al estanque y suspiré. ¿Cómo se habían salido esos patos de sus jaulas? Debía de haberme dejado la puerta sin cerrar después de haberles alimentado. Tendría que perseguirlos hasta que volviesen a sus jaulas. Estaba ya oscuro y si les dejaba fuera toda la noche un zorro los mataría antes de la mañana.
Pequeño Antílope y Ciervo estaban distraídos jugando con sus bloques y los dos bebés estaban en sus cunas, así que salí sin hacer ruido, por la puerta de la cocina, y corrí hacia el estanque. Tan pronto como los patos me vieron salieron corriendo en diferentes direcciones, cacareando y moviendo las alas.
MI CORAZÓN INQUIETO    189
Los perseguí dos veces alrededor del estanque y finalmente los acorralé donde la hierba estaba alta y agarré a dos de ellos. Los llevé a su jaula, los metí y cerré la puerta con el candado. Cuando estaba persiguiendo a los otros dos me di cuenta de lo oscuro que estaba ya. Tenía la esperanza de que los niños no se estuviesen haciendo travesuras, pues el perseguir a los patos me estaba llevando más tiempo del que yo me había esperado. Al final logré agarrar a los otros dos, les encerré en su jaula y volví a la casa.
Cuando entré en la cocina me encontré un silencio inesperado. Los niños no acostumbraban estar tan callados, así que me dirigí rápidamente a la sala de estar.
La sangrienta visión que presenciaron mis ojos hizo que se me nublase la vista y se me doblaron las rodillas, cayendo paralizada al suelo.
Antílope estaba sobre el sofá, con los ojos abiertos de par en par. Agarrado en su pequeña mano estaba un cuchillo de cocina y alrededor de la boca tenía sangre y la parte de delante de su camisa estaba empapada en sangre como si tuviese el estómago abierto y la sangre formaba un charco a sus pies. Ciervo estaba sentado en el suelo, cubierto de sangre. —¡ Oh Dios mío, no permitas que se mueran.
Intenté ponerme de nuevo en pie, pero no podía moverme y mi corazón había dejado de latir. Mis hijos habían estado jugando con cuchillos mientras yo perseguía a unos patos tontos y ahora estaban los dos heridos. ¡ Yo sabía que con toda la sangre que ya había perdido no era posible que viviese Antílope!
Empecé a gritar: —¡Don, Don, Don!
Le  había visto alimentando a los conejos colina abajo. Tan lejos' no era posible que me oyese, pero yo había tenido en poco mi capacidad para gritar, pues un cuestión de segundos apareció por la puerta, respirando con dificultad por la carrera que se había dado cuesta arriba.

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Apunté al otro lado de la habitación, a donde estaba Antílope. No había dejado aún de gritar: —¡Se ha abierto el estómago! ¡Se está muriendo!
Don corrió hacia él. —¡ Si puedo apretar la arteria que está cortada, quizás consiga detener la hemorragia hasta que le podamos llevar al hospital! —dijo metiendo sus dedos en la mancha roja sobre el pecho de Antílope y preguntó: —¿ Cómo es que no está llorando ?
—¡Porque está en estado de shock! —le dije, luchando por ponerme en pie, pero siendo aún incapaz de dar un paso.
—¡Se está muriendo! —dije sollozando.
Don apartó su mano, se miró a los dedos y se los frotó. Extendió su mano otra vez y tocó la camisa de Antílope y olió la cosa roja en sus manos.
—¡Pero si esto no es sangre! —dijo— mirando a su alrededor. Entonces se inclinó y recogió algo que estaba al lado del sofá y me lo enseñó.
No es sangre. ¡ Antílope se acaba de tragar una cuarta parte de la lata de la jalea de fresa! —dijo Don— quitándole el cuchillo a Antílope y dejándolo caer, con un sonido metálico, en la lata que estaba vacía.
Comenzaron a rodarme por las mejillas lágrimas de alivio al acercarme rápidamente y ver que la sangre y la mancha eran solamente jalea roja. Mientras yo había estado persiguiendo a los patos, Antílope se había subido a la mesa, había tomado un cuchillo y se había "servido la cena", dándole también al hermano.
Tanto Don como yo caímos sobre el sofá, debilitados. No nos importaba que también ahora estuviésemos nosotros cubiertos de jalea de fresa. Los dos nos echamos a reír y continuamos riendo, de pura alegría, al darnos cuenta de que el hijo que creíamos que habíamos perdido, estaba vivito y coleando.
Antílope y Ciervo estaban sentados en el suelo, contemplando asombrados cómo sus padres se reían hasta dolerles los costados.
MI CORAZÓN INQUIETO    191
Yo recordaba la jugarreta que me habían hecho Pedernal y Kansas años atrás y me reí más todavía. ¡Había caído dos veces en la misma trampa!
Me puse a limpiar todo lo que se había manchado y mientras metía la ropa de los niños en la lavadora les miré otra vez. Teníamos suerte porque podía haber sido sangre. El cuchillo había sido de verdad y yo había estado demasiado tiempo fuera de la casa. La pesadilla podría haber sido una realidad, pero gracias a Dios, en lugar de una terrible tragedia se había convertido en una broma, en un relato que contaríamos a los niños cuando se hiciesen mayores. Ellos querrían oírlo una y otra vez diciendo: —¡Mamá, cuéntanos otra vez lo de aquella noche que te creíste que nos habíamos matado!
—Gracias, Dios mío —le dije— mientras le echaba lejía a la lavadora. —Gracias por haber protegido mis hijos mientras yo estaba intentando proteger un puñado de patos.

CAPITULO VEINTITRÉS
—¿Hay algo interesante en el correo? —preguntó Don mientras hojeaba al montón de facturas.
El Rdo. McPherson nos ha enviado hoy una tarjeta. Me pregunta que cuándo voy a escribir mi libro —le dije riendo.
Don levantó la vista de la factura de la luz. —¿Qué libro?
—Es una broma entre nosotros. Siempre acostumbraba decirme que debería escribir un libro acerca de lo que significa ser india —le respondí.
Esa es una buena idea. ¿Por qué no lo haces? —me preguntó.
—Yo no sé escribir un libro —le contesté— encogiéndome de hombros.
—¿Cómo lo sabes? Tú has leído cientos de libros y sabes lo que suena bien y lo que suena mal. Creo que deberías hacerlo. Puede que ayudase a muchos indios y quizás también a algunos blancos.
—¿Tú crees de verdad que podría hacerlo? —le pregunté. —Ojalá pudiese ayudar a la gente a que se enterase de la verdad en cuanto a lo que significa ser indio.
Si quisieses hacerlo de verdad podrías. Pídele a Dios que te ayude a escribirlo —me dijo y siguió leyendo la correspondencia.
Tal vez no fuese realmente una broma y hasta era posible que yo pudiese escribir un libro. Quizás pudiese empezar al día siguiente.
A la mañana siguiente volví a recordar las palabras del Rdo. McPherson: "¿Cuándo vas a empezar tu libro?"

194    MI CORAZÓN INQUIETO

Miré por la ventana y vi que soplaba un viento inquieto y que hacía frío afuera.

—Hoy —dije en voz alta. —¡Hoy voy a empezar el libro!

Fui rápidamente al armarito y empecé a buscar una antigua máquina de escribir que una amiga había desechado hacía unos años. Yo la había recogido de su basura y me la había llevado con sus mejores deseos. Busqué entre viejas botas para la nieve, decoraciones de Navidad y algunas caretas hasta que la encontré. La máquina de escribir estaba llena de polvo y le faltaba la cinta, pero no me desanimé, sino que me llevé mi tesoro a la cocina y la puse con todo cariño sobre la mesa.

Llena de entusiasmo me fui a la ciudad con el coche y compré una nueva cinta para la máquina de escribir, un paquete de papel carbónico y otro de dos mil hojas de papel para máquina.

Puse todas las cosas bien ordenadas sobre la mesa y le eché un vistazo al reloj, viendo que eran las doce del mediodía. Me quedaban todavía cuatro horas para escribir una novela antes de que mi esposo regresase a casa del trabajo.

Me llevó un rato averiguar cómo se ponía la cinta y me di cuenta que el tipo de la letra L no funcionaba, pero eso no tenía importancia, haría uso del tipo del número 7 hasta que la pudiese arreglar. Tendría sencillamente que acordarme de que un siete era una L al revés e invertida.

Escribí a máquina mi primera frase.

"Don me 77evó junto a él y sus 7abios tocaron los míos ligeramente."

Me eché para atrás en mi silla y leí lo escrito. Hasta ahí la cosa marchaba bien. Sería una preciosa historia de amor. Ahora todo lo que necesitaba era un argumento, unos personajes y algo que rellenase del principio al clímax. Me gustaba la palabra clímax, era una palabra de un buen escritor, pues una persona corriente hubiese dicho "de principio a fin", pero una escritora como yo diría "clímax".

MI CORAZÓN INQUIETO    195

Miré el reloj y decidí meter el asado en el horno para que se hiciese mientras yo creaba.

Volví al trabajo. Veamos, ¿dónde estaba yo? —"Don me 77evó junto a él y sus 7abios tocaron los míos ligeramente". ¡ Quién sabe, quizás este libro se convertiría en un best-seller!

A lo mejor podía sonar mejor. Lo volví a escribir de otra manera. Todos nosotros, los autores famosos, tenemos que volver a escribir los manuscritos. Esa era otra palabra que utilizaban los buenos escritores, manuscritos, tenía que recordarlo.

"Los brazos varoniles de Don me rodearon el cuello, y su beso ligero selló nuestro amor."

¡ A eso le llamo yo escribir!

Y a eso le llamo yo humo!

Se había quemado el asado. Me había llevado toda la tarde componer esa frase. Oh, bueno, Lo que el viento se llevó no fue escrito en un solo día y una vez que le tomase la vuelta podría ir más deprisa.

Oí que el coche de Don llegaba junto a la casa.

En fin, por ese día había ya escrito lo suficiente. Saqué mi "manuscrito" de la máquina de escribir, lo doble, y me lo guardé en el bolsillo del delantal, poniendo de nuevo la máquina de escribir en el armarito.

Se me había quemado el asado y no tenía nada más descongelado. Podía hacer tortitas para la cena y no había lavado los cacharros porque con tanto crear no me había quedado tiempo. Tendríamos que usar platos de cartón para la cena. Ojalá que el almíbar no empape los platos. A lo mejor si comíamos de prisa

Sonreí, dándole una palmadita al bolsillo de mi delantal, donde descansaba mi manuscrito. ¡ La próxima vez que el Rdo. Me Pherson me preguntase que cuándo iba a escribir un libro podría decirle que ya lo había empezado!

Necesitaría un seudónimo, pues nadie leería jamás un libro escrito por una persona llamada Viento Sollozante. Utilizaría un nombre que fuese típico de una mujer blanca, algo así como Gwendolyn Lovequist.

 

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