jueves, 20 de octubre de 2022

EL ARPA MUDA DE MI SULAMITA

  EL ARPA MUDA DE MI SULAMITA

 EL ARPA MUDA DE MI SULAMITA


Enmudecido han tus arpas para Cristo,

Desde que decidiste dedicar tu canto en otra dirección.

Los valles y la naturaleza han sido cubiertos de gélida nieve,

Los alces vagan de aquí para allá,

Inquietos, buscando en vano tiernos retoños,

Los ríos se han endurecido como vidrio,

Pues ya el sol  no los hace correr

Libremente cantando entre piedras, musgo y praderas.

Las noches son más tristes, y borrascosas,

Las hogueras en las chozas apenas logran calentar  el hogar.

Las hojas rojas, y doradas del pasado otoño,

Hoy yacen quietas, enterradas bajo espesa nieve.

Los perros en las noches gimen y aúllan tristemente.

Regresa, Bella sulamita, regresa…

Ven a Cristo, esperándote con sus brazos abiertos,

Vendrá la primavera,

Los capullos de las flores se abrirán,

Nuevos aromas  de cafetales y de naranjos en flor,

Los azahares brillarán para ti,

Floceran en tu corazón,

y tu arpa ya no estará  muda para tu Creador,

cantarán  en las praderas, en los ríos y en el sol.

Regresa Sulamita, regresa…

La sulamita era una  moza de  esplendida belleza. El rey Salomón , siendo un “don Juan”, un “casanova”, “un chupaflor”, pronto quiso tenerla como amante. La hermosa sulamita no se rindió a los deseos del poderoso monarca, porque el dueño de su corazón era un humilde pastor. La linda sulamita poseía en su corazón los más puros, sagrados y elevados principios espirituales y morales de una gran fe y respeto a Dios.

 Esta fue la muralla sólida donde se estrelló la fama, belleza, poder del rey Salomón. Rechazó el lujo, fama, joyas, poder  y vida de riquezas que tendría como concubina o mujer del rey Salomón.

 Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado, Y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal Todos los días de su vida. Busca lana y lino, Y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; Trae su pan de lejos. Se levanta aun de noche Y da comida a su familia Y ración a sus criadas. Considera la heredad, y la compra, Y planta viña del fruto de sus manos. Ciñe de fuerza sus lomos, Y esfuerza sus brazos. Ve que van bien sus negocios; Su lámpara no se apaga de noche. Aplica su mano al huso, Y sus manos a la rueca. Alarga su mano al pobre, Y extiende sus manos al menesteroso. No tiene temor de la nieve por su familia, Porque toda su familia está vestida de ropas dobles. Ella se hace tapices; De lino fino y púrpura es su vestido. Su marido es conocido en las puertas, Cuando se sienta con los ancianos de la tierra. Hace telas, y vende, Y da cintas al mercader. Fuerza y honor son su vestidura; Y se ríe de lo por venir. Abre su boca con sabiduría, Y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa, Y no come el pan de balde. Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; Y su marido también la alaba: Muchas mujeres hicieron el bien; Mas tú sobrepasas a todas. Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, esa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, Y alábenla en las puertas sus hechos Prov. 31

 

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