MI CORAZON INQUIETO (Parte 14)
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—No, eso no es verdad. Es solamente que creo que puedes llegar a ser más de lo
que eres porque tienes una buena inteligencia.
Tú lees más libros en una semana que lo que leeré yo en toda mi vida.
Pensé que a lo mejor te gustaba estudiar y aprender más.
Al decir esto tiró un librito sobre la mesa. —Echale un vistazo a esto y luego
lo decides ¿de acuerdo?
Yo recogí el librito y pasé las hojas. Ofrecía veinticinco cursos y aunque no
sabía de qué se trataban la mayoría, vi uno que se llamaba "Antropología
India". Puede que eso fuese interesante, pues era un curso acerca de los
antiguos indios americanos. Se lo leí a Don en voz alta.
—¡Ese curso te vendría muy bien! ¿Por qué no te inscribes en él? —me dijo con
verdadero entusiasmo.
—Está bien —le contesté, pero estaba de mal humor al llenar el formulario de la
universidad. ¡ Si lo que quería por esposa era una graduada de la Universidad,
debería haberse casado con una!
Al cabo de una semana llegaron en el correo algunos libros y al poco tiempo les
siguió la primera lección. Estaba de nuevo en la escuela, lo que más había
odiado en mi vida. Era un curso por correspondencia, pero con todo y con eso
seguía estando relacionado con la escuela.
Me gustaba mucho leer los libros y las preguntas sobre las lecciones no eran
tan difíciles como yo me había esperado. Los libros decían que las personas
empezaron como viscosas células en el océano y que en unos cuantos millones de
años se convirtieron en monos. A continuación perdieron el pelo, cambiaron de
colores y se convirtieron en hombres. Se suponía que el curso durase un año,
pero yo tenía mucho tiempo libre y lo terminé en seis meses. Cuando recibí un
sobresaliente por el curso Don se puso loco de emoción.
—¡ Lo has hecho maravillosamente, ya sabía yo que lo lograrlas! Si quisieras
seguramente podrías obtener algún título, si trabajases en ello. ¿Qué
crees
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que vas a estudiar a continuación? —dijo, tomando un clavito y poniendo mi
certificado en la pared.
—¿Qué voy a estudiar? ¡Tú no me dijiste que tuviese que tomar más cursos! Creí
que si obtenía buenas notas en éste podría dejar de estudiar. ¡No quiero ir a
la escuela! ¿Por qué tienen tanta importancia estos papeles? Extendí la mano y
arranqué el papel de la pared, lo tiré al suelo y sal! corriendo hacia el
dormitorio, dando un portazo.
En unos pocos segundos Don me siguió con el papel en la mano.
—Lo lamento. Pensé que te gustaría estudiar ya que de todos modos lees siempre.
Creí que te gustaría proponerte una meta y que yo estaba ayudando. Nunca más
tienes que estudiar cursos —me dijo.
Dejé de llorar. —Me gusta leer y aprender cosas, pero no necesito un pedazo de
papel de nadie que me diga lo que he aprendido, porque ese pedazo de papel no
me hace más lista.
Yo estaba furiosa con Don. Por su culpa tenía un número de la seguridad social
del gobierno y un carnet de conducir y ahora había hecho un curso de una
escuela para aprender sobre los indios; una escuela que pensaba que los indios
tenían su origen en una célula en el océano, y que ni siquiera habían sido
creados por Dios.
Como le sucedía a la mayoría de los blancos, Don
pensaba que lo que estaba escrito en un pedazo de papel era importante. Y como
les sucedía a la mayoría de los indios yo no pensaba que nada que estuviese
escrito en un pedazo de papel tenía importancia.
Fueron pasando las semanas y los sufrimientos y desprecios conscientes e
inconscientes me deprimieron y me fatigaron. Decidí que ya había tenido
bastante de la vida de casada. Me divorciaría de Don y volvería al sur, donde
el sol calentaba y donde no estaría rodeada de papeles hasta el cuello. Don
Stafford podía quedarse aquí con sus papeles y con la nieve. ¡ Le iba a dar una
lección!
MI CORAZÓN INQUIETO 145
Corrí al armario, saqué toda su ropa y la puse en un montón. A continuación
vacié sus cajones y doblé todo cuidadosamente. Entonces
quité la manta de nuestra cama, la corté por la mitad y envolví su ropa en su
mitad de la manta. La saqué y la coloqué fuera de la casa, a la puerta.
Finalmetne coloqué sus zapatos al lado de la manta con la punta mirando en
dirección contraria a la puerta.
Volví a entrar en la casa y cerré la puerta. Nunca más volvería a verle.
Me senté y comencé a pintar sobre algunas pieles de conejo. A las cinco y media
en punto se abrió la puerta y entró Don con su manta y su ropa bajo un brazo y
los zapatos en la mano.
Yo me puse de pie. —¿Qué estás haciendo aquí?
¿Es que no sabía que me había divorciado de él? Cuando un hombre se encontraba
con su ropa a la puerta de su casa, y con la punta de los zapatos mirando hacia
afuera, recogía sus cosas y se marchaba, ¡pero no volvía a entrar con la ropa
bajo el brazo!
—¿Es esto para la tintorería o es que estabas limpiando los armarios? —me
preguntó, dejando caer toda la ropa sobre el sofá. A continuación levantó su
mitad de la manta rota y me preguntó: —¿Qué le ha sucedido a esto?
Yo me quedé parada, con las manos en las caderas. ¿Es que no sabía nada? Le
miré durante un momento y decidí que más valía olvidar el asunto por el
momento. Me acerqué y le quité la manta de las manos y me dirigí al dormitorio.
—¿Qué vas a hacer? —me preguntó.
—Voy a volver a coser la manta —le dije y me preguntaba cómo le había sido
posible sobrevivir hasta ese momento sin saber nada. Tendría que encontrar otra
manera de poner fin a nuestro matrimonio porque Don no
entendía las costumbres indias.
Todos los días Don me decía que me quería, pero yo había aprendido, desde muy
pequeña, a no confiar en nadie, así que no le crela. Estaba segura de que eso
era algo que él decía porque consideraba que 146 MI CORAZÓN
INQUIETO
así debía de hacerlo. Después de todo ¿qué trabajo le costaba hacerlo? Eran
solamente palabras y las palabras no costaban dinero. A pesar de eso yo no
conseguía decirle "te amo".
Yo me acordaba constantemente de lo que me había dicho Pedernal la última vez
que nos habíamos visto. —¿Que es lo que puede haber visto en ti? ¿Por qué iba
ningún hombre a querer casarse contigo?
A mí no se me ocurría ni una sola razón por la que pudiese amarme. Podría
haberse casado con muchachas mucho más bonitas, con muchachas que le hubiesen
podido decir "te amo" y que lo dijesen de verdad. Debía de haberse
dado cuenta ya de que había cometido una terrible equivocación y no tardaría en
dejarme para no volver jamás. ¿Qué sería de mí cuando él se fuese? Yo no
conocía a nadie en Alaska y estaba lejos de mi hogar. Seguramente me echaría a
la calle con lo puesto y me quedaría helada o me moriría de hambre.
Entonces decidí que era solamente cuestión de tiempo antes de que me
abandonase, así que lo mejor que podía hacer era abandonarle yo a él. Durante
toda mi vida habían sido los demás los que me habían abandonado y siempre había
acabado sin un centavo, asustada y sola, pero en esta ocasión iba a ser más
lista ¡ esta vez la que se iba a marchar iba a ser yo!
Yo sabía que había hecho una promesa solemne en la iglesia y ante Dios, según
la cual debía de amar, honrar y obedecer a este hombre hasta la muerte, así que tuve mucho cuidado de no pedirle a Dios su opinión en cuanto a lo que a mi idea se refería porque sabía que
no lo aprobaría. Así que me marcharía y una vez que me
encontrase a salvo en mi casa le pediría a Dios
que me perdonase, con la esperanza de que no me matase con un
relámpago.
Comencé a trazar mis planes, ahorrando el dinero que ganaba con mis pinturas y
planeé marcharme en unas pocas semanas. No se lo mencioné a Don, era mi
secreto. Don había sido amable conmigo y yo
le estaba agradecida
por ello, pero estaba segura de que las cosas estaban tocando a su fin para
nosotros y me sentía inquieta. Me anduve con sumo cuidado para que Don no tuviese la más mínima sospecha de
lo que yo iba a hacer y estaba segura de que no sabía nada.
Una semana antes de que pusiese en práctica mi plan de marcharme, Don trajo a
casa una caja de zapatos y me la entregó. Cuando la abrí me encontré con un
gatito monísimo y cubierto de pelusa, color negro.
—¡Es precioso! ¿Dónde lo has conseguido? —le pregunté.
—Había un anuncio en el periódico —me dijo—acariciando al gatito.
Yo puse la bolita de piel suave junto a mis mejillas. —¿Cómo se llama?
—No me dejes —me contestó.
Me miré en los ojos grises de Don y parecía penetrar en mi mente, leyendo mis
pensamientos. —¿Qué?
—Se llama No me dejes —me contestó. —Voy a buscarle un poco de leche —y con
esas palabras se fue a la cocina.
Puse al gatito sobre mi regazo. ¿Lo sabía Don? ¡No era posible! ¡Había ido con
tanto cuidado; tenía que ser pura coincidencia!
—No me dejes —repetí— cuando regresó Don. —Ese no es un nombre apropiado para
un gato.
—Pensé que sería un buen nombre. Tal vez le impedirá que se marche y se pierda.
Don le rascó al gatito detrás de la oreja y éste empezó a ronronear y a lamer
la leche del platito.
El gatito no tardó en apropiarse de nuestra cabaña y parecía pensar que él era
el dueño y nosotros sus animales domésticos. Yo me había propuesto no
encariñarme con él porque sabía que pronto me marcharía. Ya había preparado mi
maleta, metiendo en ella solamente unas cuantas prendas y la había puesto
debajo de la cama, escondiéndola de Don. Me llevaría 148 MI
CORAZÓN INQUIETO
solamente lo que había tenido antes de casarme y eso no era mucho, cabiendo
sobradamente en una maleta. Llegó la hora de marcharme. Durante todo el día
había estado evitando encontrarme con los ojos de Don, temiendo que pudiese ver
lo que estaba pensando. No estaba segura de lo que haría si se enteraba de que esa noche le iba a abandonar, así que
me entretuve limpiando la casa y cocinando. Le había hecho dos pasteles de
manzana al horno para que cuando yo me fuese tuviese algo que comer. Trataba de
no pensar en lo que estaba haciendo, porque si lo hacía me sentía confusa y
sabía que era algo realmente sencillo: estaba abandonando a Don antes de que él
me abandonase a mí.
Cuando estuve segura de que Don estaba dormido, me levanté de la cama
silenciosamente y fui de puntillas al cuarto de baño, donde me vestí
rápidamente y recogí las cosas del último momento para meterlas en mi maleta.
En una hora estaría en el avión, de camino a casa
y ya nada podría impedirme que me fuese.
Saqué la maleta con cuidado de debajo de la cama, esperando no despertar a Don.
La abrí para meter en ella las últimas cosas y me encontré en el interior un
pedazo de papel encima de la ropa. Lo tomé y leí en la penumbra: "Te
quiero, por favor no me dejes."
¡Don lo sabía! ¡Lo había sabido desde el principio! Me quedé en la oscuridad,
con las lágrimas que me caían silenciosamente por las mejillas. No me dejes se
estiró, dio la vuelta en su cajita y se volvió a dormir.
Si no me iba pronto perdería mi avión, pero si me quedaba ¿qué me sucedería?
¿Qué pasaría si Don me abandonaba y yo me quedaba sola?
Entonces oí la voz de Dios en mi corazón.
¡Don no es el que está ahí, junto a la maleta, marchándose
a escondidas a media noche como un ladrón! Don está en su cama
durmiendo, donde debe de estar. ¡No
va a ninguna parte! Me pediste que te diese un marido y lo hice. ¿No crees que yo sabía cuál era el
apropiado para ti?
MI
CORAZÓN INQUIETO 149
Cerré la maleta sin hacer ruido y la volví a meter debajo de la cama. Me quité
la ropa y me volví a meter en la cama a fin de no despertar a Don. A lo mejor
podía confiar en él, quizás me amase de verdad y no fuese a abandonarme.
—Está bien, Dios —le dije— me
quedaré.
Me quedé dormida apretando la nota entre mis manos, una nota que había sido
escrita con lápiz sobre un pedacito de papel y que decía: —Te amo, por favor no
me dejes.
CAPITULO DIECIOCHO
Ninguno de los dos mencionamos la nota que estaba en la maleta, fingiendo ambos
que no había sucedido absolutamente nada.
Yo decidí que no amaba a Don, pero que podía hacer como si le amase y si lo hacía lo suficientemente bien él nunca se daría
cuenta de la diferencia.
Empecé intentando cocinar las recetas del libro de cocina que me había comprado
Don y aprendí a coser su ropa en una máquina de coser, en vez de hacerlo con una
presilladora. Hice todo lo posible por controlar
mi terrible mal genio y por mantener nuestro hogar tranquilo y
cómodo, preguntándome a mí misma: ¿Si yo amase a
Don de verdad qué haría yo hoy por él? y entonces le sacaba brillo a sus
botas o le hacía una torta al horno. Yo
sabía que el engaño estaba siendo todo un éxito porque parecía mucho más feliz que nunca.
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