II LIBRO VIENTO SOLLOZANTE ( Parte 9)
MI CORAZÓN
INQUIETO 101
—¡No! —gruñó.
—Yo fui a la tuya —le dije.
—Nosotros nos casamos por amor, i no era un acuerdo de negocios! —dijo irritado.
—Trata de comprender ...
—Lo comprendo, ¡te has vendido! —dijo bajando la voz. —¿Por qué se quiere casar
contigo?
—No lo sé —le contesté con sinceridad.
—Vale más que lo pienses. ¿Qué, es lo que persigue? Me preparé para recibir el mismo discurso que
había oído durante toda mi vida.
—Viento Sollozante, tu aspecto no es agradable,
tienes la nariz grande, los dientes torcidos y las orejas sobresalientes y eres
demasiado flaca y ni siquiera eres una buena cocinera. ¡Un hombre tendría que estar loco para querer casarse contigo!
—A lo mejor el Hombre con el que me voy a casar lo
está.
Ya estaba harta. —Mira Pedernal, ha dicho que se casaría conmigo y, como tú
mismo has dicho, no puedo ser exigente. Si me tiene
durante un mes nada más, por lo menos conoceré a alguien que me quiso durante
un mes. Si acabo con un bebé ya no estaré sola, así que no tengo nada
que perder.
Cuando me marché me sentía más deprimida que cuando
había llegado y otra vez, gracias a mi tío, me daba cuenta de todas mis
faltas y me preguntaba a mí misma ¿por qué querría casarse conmigo el
hombre de Alaska?
Los próximos días pasaron volando. Habíamos salido solamente por quinta vez y
Don me acompañó a la puerta de mi casa.
—Bueno, mañana es el día —me dijo. —Si todavía quieres hacerlo.
Me sonrió y me dijo: Te amo.
Yo sabía que debería de decir "yo también te amo", pero no podía, así
que le dije "gracias" y le di la mano. —Te veré mañana en la iglesia
—y con esas palabras le di las buenas noches al hombre que al día siguiente
habría de ser mi esposo.
Era un día frío y ventoso. Me desperté y
sentí
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que el temor que invadía mi corazón se
extendía hacia mis dedos, que temblaban de una manera tan espantosa que no
podía sujetar una taza de café sin desparramarla.
Hoy es el día de mi boda. Hoy voy a contraer matrimonio con Don Stafford de
Alaska, me dije a mí misma.
—i Oh, no, no voy a hacerlo! me contesté y salí dando un portazo.
Fui a un establo cercano, donde tenían caballos para montar, y alquilé un
caballo.
—¿Cuánto tiempo
estarás ausente? —preguntó el dueño del establo.
Mi boda estaba fijada para las dos. —Volveré a las
cuatro —le dije. Hinqué mis pies en los flancos del caballo y galopé
en dirección a las montañas.
El caballo estaba gordo y era lento, pero al menos era un caballo y el cabalgar
es siempre mejor que caminar.
'M1 CORAZÓN INQUIETO
Un buen paseo a caballo siempre levanta los ánimos, pero hoy, cuanto más lejos
cabalgaba, peor me sentía. Me imaginaba constantemente a Don Stafford a la
puerta de la iglesia esperando a que yo apareciese y las personas mirando a la
puerta, esperándome a mí...
No, no, apuesto a que Don tampoco va a presentarse.
No se iba realmente a casar conmigo, había sido una broma más. Me
sonreí pensando en que sería gracioso. ¿No se quedaría toda la gente
sorprendida al, ver que ni la novia ni el novio se presentaban a su boda? ¡ Sin
duda sería la primera vez que le pasase semejante cosa al Rdo. McPherson! Yo
deseaba poder ver la expresión en su rostro cuando tuviese que explicarle a las
personas reunidas que no iba a celebrarse la boda porque los novios habían
cambiado de opinión.
¿Pero qué sucedería si el hombre de Alaska se presentaba? ¿Qué pasaría si en
esos mismos momentos estuviese allí, esperándome? ¡Qué vergüenza para él, qué
humillante! ¡Qué crueldad de mi parte!
Mi corazón se sintió angustiado. Tendría que
regresar. Había dicho que me casaría con él y tendría que hacerlo.
Le di la vuelta al caballo y me
dirigí hacia el establo. El aire se estaba volviendo más frío y tenía las manos
rígidas y torpes al guiar al caballo por el camino hacia abajo.
Cuando me colé por la puerta de atrás de la iglesia eran las dos menos diez
minutos, y encontré a Sally y a Audrey en la cocina preparando la bebida y los
platos.
Sally levantó la vista y me preguntó: —¿Dónde has estado? ¡No estás ni siquiera
vestida! ¡ Tienes paja en el pelo!
Dio rápidamente la vuelta alrededor de la mesa y me agarró por la mano y entre
ella y Audrey me llevaron a una pequeña habitación, donde me esperaba un
vestido de novia prestado.
—¿Se ha presentado? ¿Está aquí Don? —pregunté.
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MI CORAZÓN INQUIETO
—¡ Claro que está aquí! ¡Lleva más de una hora
aquí!
Audrey me colocó el vestido de puntilla blanca por la cabeza mientras que Sally
me desataba los mocasines y me ponía unos zapatos blancos. —¿Dónde has estado?
—Montando a caballo —le dije.
—¿Montando a caballo el día de tu boda? —dijo Sally levantando la vista.
—No creí que fuese a presentarse —dije, encogiéndome de hombros.
—¡ Cielo santo! —gruñó Audrey. En cuestión de unos minutos me vistieron, me
peinaron y me pusieron un velo en la cabeza y me empujaron hacia la puerta.
Las dos me dijeron apresuradamente: —¡Que Dios te bendiga! —y me abrazaron,
desapareciendo en el santuario.
Miré a la puerta de salida y pensé quizás podría salir por esa puerta y
marcharme a casa y ...
—¿Estás
lista?
La voz del Rdo. McPherson me hizo pegar un salto.
—Supongo que sí. ¿Ha venido alguno de mis tíos?
—No —me
contestó.
—No creí que fuesen a venir —dije, encogiéndome de hombros.
—Estás muy hermosa. ¿Puedo dar en
matrimonio a la novia? —dijo sonriendo y agarrándome por el brazo.
Comenzó la música y entramos en el santuario. Cuando entramos vi a todos mis
amigos de la iglesia y se me hizo un nudo en la garganta y las lágrimas me
quemaron los ojos. Al frente, sobre el altar, las velas parpadeaban y allí
estaba el joven de Alaska, contemplándome y sonriéndome.
Durante toda la ceremonia y la recepción me sentí aterrorizada y me moví como
un robot, con una sonrisa inmutable en mi rostro.
En menos de tres horas estuvimos listos para comenzar nuestra vida como marido
y mujer.
MI CORAZÓN
INQUIETO 105
Pasamos por un mal momento cuando llegó la hora de firmar el certificado de
matrimonio.
—No quiero cambiarme el nombre. ¿Si me convierto en la señora de Don Stafford
qué va a suceder con Viento Sollozante? —pregunté.
—No vas a cambiarte el nombre, sino a añadir otro. Significa solamente que
perteneces a alguien y ahora eres Viento Sollozante
Stafford.
El Rdo. McPherson me entregó la pluma y firmé.
Se cerró la puerta del coche una vez que me hube metido en él y todo el mundo
se puso alrededor del coche agitando las manos y tirándonos arroz. Audrey y
Sally estaban llorando y el Rdo. McPherson parecía
preocupado. Al arrancar el coche me di cuenta una vez más de que me
marchaba con un extraño.
Miré en dirección suya, pero no quitó la vista de la carretera, sino que dijo:
—Todo va a ir bien, te prometo que no te arrepentirás.
Condujo una cuadra más y metiéndose la mano en el bolsillo sacó de él un sobre
y me lo entregó.
—Ahí hay un billete de cien dólares. El
Rdo. Me Pherson me lo dio cuando nos disponíamos a irnos y dijo que era de tus amigos de la iglesia. Guárdalo
es tuyo. Llámalo dinero de escape y si alguna vez
te sientes infeliz, puedes tomar el dinero y regresar junto a tus amigos.
Tomé el dinero y lo escondí en mi bolso, lo cual me hizo sentirme mejor. Dinero
de escape, eso me agradaba. Ahora podría marcharme cuando quisiese.
Así fue como empecé mi vida como mujer de Don Stafford. Me había casado con un
extraño, poco hablador, al que hacía solamente unos días que había conocido. Me
acosté en la cama matrimonial con lágrimas en los ojos, con temor en mi corazón
y sabiendo que me había casado con un hombre al que no amaba, mientras que guardaba aún
recuerdos de Relámpago Amarillo en mi corazón
CAPITULO ONCE
Nos encontrábamos de camino y los kilómetros volaban
bajo las ruedas y quedaban muy atrás ... lejos. Ciento treinta kilómetros,
seiscientos cincuenta. En pocos días estaríamos en Alaska a miles de kilómetros
de mi hogar y de mis amigos.
¿Ibamos a vivir en un iglú? ¿Nevaba durante todo el año? ¿Qué sucedería si
decidía que yo no le agradaba y me echaba? Miré en su dirección, pero estaba
profundamente sumido en sus propios pensamientos. ¿Lamentaba haberse casado
conmigo?
Nos detuvimos a comer y miró la lista. —¿Qué quieres? —me preguntó.
—Nada, no tengo hambre —le dije, pues estaba demasiado asustada como para poder
comer o beber. Me sentía como un animal salvaje al que de repente han metido en
una jaula.
Cruzamos la frontera entre los Estados Unidos y el Canadá y vi cómo la bandera
americana se perdía en la distancia y estuve segura de que nunca más volvería a
ver mi hogar, porque me marchaba al fin del mundo.
Desde que nos habíamos casado no había comido más que unos cuantos bocados,
pero cuando llegamos a Yukón el hambre pudo más que todo lo demás y empecé a
comer con voracidad, con gran alivio de Don. La región del Yukón era la más
agreste y hermosa que yo había visto jamás y
durante horas fuimos sin ver ni un solo coche ni una casa. La fauna salvaje era
abundante y vimos alces, zorros y ciervos. Junto a un lago encontramos más de
cien águilas, cayendo en picado sobre el agua para coger los peces pequeños.
En una ocasión nos detuvimos para ex-
CORAZÓN INQUIETO 107
plorar un campamento, desierto desde hacía mucho tiempo, de la Real Policía
Montada del Canadá y vi un oso de tres patas. Don
me agarró y corrimos al coche, mientras murmurábamos algo sobre un oso de tres
patas, que era todavía más rápido que una muchacha con dos piernas y cómo le
iba a explicar al Rdo. McPherson que había permitido que me comiese un oso.
Era ya tarde y los dos estábamos cansados y hambrientos cuando nos detuvimos a
cenar una noche en una pequeña cafetería. Nos sentamos en una cabina y se
acercó una camarera a nuestra mesa con un menú, que le entregó a Don.
—Lo lamento señor, pero a ella no la atendemos
—le dijo.
Don levantó la vista del menú. —¿Qué quiere decir?
La muchacha hizo un gesto con el pulgar en mi dirección y repitió: —No servimos a los indios, ella tendrá que marcharse.
Entonces apuntó en dirección a la ventana donde había un cartel que decía:
NO SEPERMITEN INDIOS
Cuando Don le devolvió a la camarera el menú sus
ojos eran fríos como el pedernal. Me tomó de la mano y nos fuimos.
Condujimos sin hablar durante varios kilómetros y entonces decidí que sería
mejor que dijese algo.
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—No tiene en realidad importancia, olvidémoslo. —¡Son unos estúpidos! —dijo Don
más alto de lo que acostumbraba.
—Ya lo sé. ¿Volvemos y les arrancamos la caballera? —le pregunté.
Una sonrisa borró la dureza de su rostro y me dijo:
-Lo
siento, Viento Sollozante.
—Es más duro para ti porque yo he vivido con
ello toda mi vida —le dije.
—¿Quiere decir eso que estás acostumbrada a que te
traten de esa manera? —me preguntó.
—No --le respondí tranquilamente. No, una no se acostumbra nunca a ello,
sencillamente lo soporta.
Don había probado por primera vez lo que se
sentía el estar casado con una india y le había enfurecido. Yo
me preguntaba si podría resistirlo o si decidiría que resultaba demasiado duro y me dejaría por una mujer de pelo rubio.
Llegamos a Alaska un día muy tarde, por la noche. La única habitación que
pudimos encontrar estaba encima de un bar y costaba cincuenta dólares por
noche. El ruido y los sonidos de las peleas se filtraban en nuestro cuarto de
una manera tan espantosa como el olor del whisky y del tabaco. Los dos miramos
al pequeño cuarto sucio y luego nos miramos mutuamente.
—Hace demasiado frío para dormir en el coche y esa es la única habitación que
queda —me explicó. —Solamente espero que esos
indios borrachos no nos tengan despiertos toda la noche ...
—Está bien —le dije.
—Voy a ir a ver si puedo conseguirnos algo de comer. Asegúrate de cerrar bien la puerta y no abras hasta que te diga que soy yo.
—No dejes que ningún indio te arranque la cabellera —le advertí y cerré la puerta tras de él.
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