CAPITULO VEINTICINCO
—¡La
Editorial Vida me va a publicar el libro! —grité.
—Lo sabía, lo sabía —dijo Don haciéndome dar vueltas por toda la habitación.
—¡Te lo dije!
Le di las gracias a Dios por su gran
bendición, porque sabía que no poseía ningún talento propio y él era el responsable.
Cuando le dije al Rdo. McPherson que la
Editorial Vida iba a publicar mi libro Viento Sollozante, sonrió y
me dijo: —Lo sabía.
Yo me reí y le contesté: —Eso es lo que dijo Don.
—Don y yo teníamos fe en ti. Hemos recorrido juntos
un largo y duro camino.
Me tomó de la mano y oró para que el libro
fuese un éxito y para que tocase y salvase almas.
—Cuánto me hubiese gustado que Audrey pudiese
haber compartido este día con nosotros —me dijo.
—Quiero leerle a usted la dedicatoria —le dije y comencé a leer con voz
entrecortada:
"Para el Rdo. McPherson.
Porque él creyó en mí,
Yo aprendí a creer en mí misma"
Movió la cabeza y se le llenaron los ojos de
lágrimas.
—No puedo hablar, no puedo decirte ... gracias.
Llegaron de la Editorial muchas cartas amables y
que me animaban. Cuando me preguntaron si estaba dispuesta a
realizar un viaje con el libro les dije que no podía ir. —No tengo nada que
decir, además no puedo dejar a mi familia —les expliqué.
—Podríamos hacer arreglos para que los viajes fuesen de corta duración para que
no tenga usted
MI CORAZÓN INQUIETO 207
que estar separada de su familia más que unos pocos días a la vez. Sabemos que
la familia viene primero. Diga usted lo que tenga en su corazón, Viento Sollozante, dígale a la gente la verdad acerca de los
indios. Dígales que la religión de los
indios no es hermosa, que ninguna
religión lo es, a menos que tenga como centro al Dios viviente.
—No puedo hablar delante de la gente, me da miedo —dije, sintiéndome como
Moisés.
—No tiene usted que estar atemorizada, estará usted hablando para Dios y él la
ayudará a usted. Es necesario que alguien hable por
los indios, ¿por qué no ha de ser usted?
Miré a Don esperando que él me guiase.
—Es una oportunidad única en tu vida y yo puedo cuidar a los niños. Tienes que
ir, quiero que lo hagas —me dijo.
—Iré —le dije.
Oré a Dios pidiéndole ayuda para los meses próximos. Me iba a encontrar en un extraño mundo donde había aviones, viajes y
rascacielos. Dondequiera que fuese, tanto si era a una reserva en Nuevo México
como si era a un hotel en Nueva York, mi mensaje sería siempre el mismo: que el
indio necesita a Dios y también le necesitan los demás.
Difícil me resultaba creer que Dios fuese a tomar a una persona tan poco
importante como yo, ofreciéndole la oportunidad
de hablar acerca de mi historia a miles de personas por todo el país. No se sabe nunca lo que Dios puede hacer hasta que no le
entreguemos nuestra vida y dejemos que él se ocupe de ella.
209
MI CORAZÓN INQUIETO
CAPITULO VEINTISÉIS
Nuestra granja era un lugar precioso, pero a mí me asustaban los tornados y las
inundaciones. Tenía que estar constantemente vigilando porque había serpientes y perdí la cuenta de cuantas maté.
Cada día oraba diciendo: —Dios mío, protege a
mis hijos de las serpientes mientras juegan afuera.
Las tarántulas casi me provocaban el desmayo cuando las veía y los escorpiones
me hacían salir corriendo.
Echaba de menos las montañas y los bosques con sus pinos y sus álamos y también echaba de menos mi iglesia y a mis amigos.
Sentía añoranza y me pasaba la mayor parte del tiempo pensando en mis antiguos
amigos y en los viejos tiempos.
Una mañana, mientras colgaba la ropa a secar, la añoranza se apoderó de mí como
si hubiese sido una ola gigantesca y caí de rodillas clamando: —¡Quiero volver
a casa, quiero volver a casa!
Lo dije una y otra vez hasta que no fue más un deseo o un anhelo, sino una
oración desesperada.
Don no estaba tan contento con la granja como lo había estado antes y cuando le
dije lo mucho que deseaba volver a casa decidió vender la granja.
Abandonar la granja fue más difícil de lo que había pensado. Yo no me había
sentido satisfecha con ella, era como si algo hubiese siempre faltado, algo que
no podía expresar con palabras. No me había parecido nunca un hogar, pero
ahora, al hacer las maletas para marcharnos, sentí el dolor que hubiese sentido
al haber perdido a una amiga, pues estaba perdiendo algo. Aquí teníamos
recuerdos, nuestros hijos habían sido bebés aquí. ¿Qué sucedería si no
legrábamos encontrar otro hogar y teníamos que andar continuamente de un lado
para otro? Yo tenía miedo, mucho miedo, y me preguntaba si mi añoranza haría
que mi familia tuviese que pagar un espantoso precio. Significaría un nuevo
comienzo; Don tendría que encontrar un nuevo trabajo y los niños dejarían atrás
a sus amigos.
—Ayúdanos, Dios mío —pedí en oración al marcharnos en el coche, dejando atrás a
nuestra granja.
ORACION POR UN NUEVO HOGAR
Dios, danos una casita
De la que no nos vayamos nunca!
Una casita con sillas blandas,
Cuatro camitas tibias,
Con unos pocos acres de tierra,
Grandes árboles alrededor,
Montañas y rocas y un cielo azul
Muchas risas, mucho amor,
Que sople suave la brisa, que caigan suaves las lluvias,
Bendice Dios el hogar, la familia y todo lo demás, Gatitos, juguetitos, libros
y pelotas,
Un jardín con bellas flores,
Niños que a todas horas juegan y ríen.
Danos una casita y haremos lo mejor,
Para que seas nuestro huésped de honor.
Cuando llegamos a Colorado, encontramos un pequeño lugar que alquilar mientras
Don buscaba trabajo y yo buscaba una casita.
Pedernal y Nube tenían ya sus pequeñas haciendas en
las elevadas montañas. Pedernal y su esposa tenían dos hijos y Nube y su esposa
tenían dos hijas. Todos ellos llevaban
vidas tranquilas y cristianas.
Nube vino a vernos y le entregó a Pequeño Antílope el pequeño arco y las flechas
que había hecho con sus propias manos, diciéndole: —Toma, pequeño guerrero, ve
a matar un oso, mientras reía.
210 MI CORAZÓN INQUIETO
—¡Te mataré cien osos! —dijo presumiendo Pequeño Antílope y salió corriendo con
su nuevo juguete.
—Nube, ése es un regalo precioso. Te ha llevado bastante tiempo hacerlo y él lo
recordará aun cuando sea mayor —le dije, dándole las gracias.
Nube se encogió de hombros y dijo: —No es gran cosa —pero yo me daba cuenta de
que estaba orgulloso de su obra.
—Nube, he escrito un libro —le dije con timidez
. —¿Acerca de qué? —me preguntó.
Yo tragué saliva con dificultad y le contesté: —Acerca de nosotros.
Nube levantó la vista.
—He escrito acerca de nosotros, de nuestra familia,
de todo —le dije con timidez.
¿Todo? —me preguntó.
—Sí.
Se quedó un momento callado y luego sonrió —¡Muy bien hecho! —me dijo, dándome
una palmada en la espalda con tal vigor que me tambaleé. —Ya va siendo hora de
que alguien en esta familia hiciese algo, estoy orgulloso de ti.
A mí se me quitó un gran peso de encima y me sentí mejor.
Miró de nuevo a Pequeño Antílope, que estaba probando su nuevo arco.
—¿Sabes una cosa Viento Sollozante? Habrá quien
se ponga en tu contra y habrá algunos de la familia a los que no les gustará
que hables acerca de las costumbres indias y se pondrán furiosos contigo.
Puede que hasta sea peligroso y te insultarán. Dirán
que eres una mentirosa para quedar ellos mejor, así que va a ser
dificil para ti.
—Lo he pensado, pero siento en mi corazón que he hecho lo que debía hacer. Nuestro pueblo ha vivido ya tanto tiempo en tinieblas, con
demasiados secretos y con demasiado temor. Es hora de abrir las
ventanas de par en par y dejar que entre la luz en nuestra vida y barra las
telarañas que son nuestras antiguas costumbres —le
dije.
MI CORAZÓN INQUIETO 211
Estoy de acuerdo, Viento Sollozante, pero aquellos que andan por las viejas
sendas te combatirán ---me advirtió.
—Nube, si tú me apoyas podré enfrentarme con los demás —le dije.
No tardé en averiguar que en la familia existía
una clara línea divisoria; el
libro gustaba a los que se habían hecho cristianos, pero aquellos que seguían la antigua religión odiaban el
libro y me odiaban también a mí por haberlo escrito.
Si mi libro no lograba otra cosa, esperaba que al menos dijese la verdad a la
gente para que dejase de decir: La religión
india es hermosa, dejémosles en paz.
¿Debían dejarles en paz para que pudiesen vivir sin esperanza? ¿Dejarles en paz
para que no llegasen a conocer el perdón de
los pecados ni el amor de Dios? ¿Dejarles en paz para que pudiesen morir en tinieblas y dar con sus huesos en
una tumba sin Dios? ¿Qué tiene
eso de hermoso?
Don y yo vimos docenas de casas y las que tenían una gran extensión de terreno
eran excesivamente caras para nosotros, pero sabíamos que no seríamos felices
viviendo en la ciudad porque necesitábamos "espacio para respirar".
Un amigo nos envió, para que se encontrase con nosotros, a un agente de ventas
de casas. —¡Yo soy T. J. Calhoun y les voy a encontrar a ustedes una casa! —nos
dijo.
T. J. nos enseñó varios lugares, con un precio a nuestro alcance, pero nada
resultaba adecuado.
Yo me estaba desanimando y Don comenzaba a impacientarse, deseando
establecerse. Había encontrado un trabajo como camionero, haciendo entregas en
la ciudad, y a pesar de que las horas de trabajo eran largas y la paga era
escasa, estábamos agradecidos porque hubiese encontrado trabajo tan rápidamente
cuando había tantísimas personas desocupadas. Ahora todo lo que necesitábamos
era una casa, un auténtico hogar.
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