domingo, 23 de octubre de 2022

EL CIELO ES TAN REAL CHOO THOMAS –Parte 007

 EL CIELO ES TAN REAL

CHOO THOMAS –Parte 007

la arena. Todas las personas estaban paradas, cada una muy cerca de la otra, y noté que parecían estar desesperadas y solitarias, aunque estaban en medio de la multitud.

No tenía idea alguna de quiénes eran estas personas, pero sabía que el Señor contestaría mi pregunta acerca de ellas cuando Él considera­ra que estuviera lista. Me llevó hacia una pequeña cuesta que estaba salpicada con edificios blancos en ambos lados. Una cuerpo de agua separaba los dos lados, y había árboles que rodeaban el agua.

Delante de los edificios, vi a muchos adultos y niños quienes estaban llevando túnicas blancas, y algunos llevaban coronas. Estaban simplemente parados allí con expresiones de felicidad en sus rostros. Sentí que el Señor estaba enseñándome el contraste entre los que estaban felices y los que estaban tristes. Se suponía que los felices eran aquellas personas que habían entregado su corazón y vida al Señor Jesucristo.

La próxima parada en nuestro itinerario celestial fue la gran man­sión blanca donde Jesús me había llevado antes. De nuevo, noté que dentro de la gran sala había muchos hombres, pero pocas mujeres. "¿Quiénes son estas personas?", pregunté.

"Son personas que se han sacrificado por mí. »

Me pregunté cuántos de ellos serían los patriarcas de la Biblia, y me acordé de los héroes de la fe mencionados en Hebreos 11, aquellos grandes hombres y mujeres de fe como: Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara, y todo lo que ellos alcanzaron por la fe. Entonces recordé un versículo muy importante: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonados de los que le buscan" (Hebreos 11:6).

El sacrificio de Abel era mejor que el de Caín, porque fue pre­sentado en fe y obediencia. La disposición de Abraham de sacrificar a Isaac —su propio hijo— para ofrecer al Señor, confirmó su fe y deseo de agradecerle al Señor. Y ahora yo sé que Dios honra tales sacrificios. En realidad, Él nos llama a entregarle todo.

Al enseñarme esta sala llena de gente ataviada con preciosos vesti­dos y coronas con joyas, Jesús estaba presentando la importancia del sacrificio. Me acordé de las palabras de Pablo:

"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendi­miento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta."

— ROMANOS 12:1-2

LLAMADA PARA DECIRLE AL MUNDO

Mi corazón saltaba dentro de mí, mientras le entregaba todo a mi Señor y Maestro. Aprendí que esto era el sacrificio que Él requería de mí.

Después de ver todas estas escenas, fuimos al palacio blanco y nos pusimos las hermosas túnicas y coronas. Entonces, el Señor me llevó al pequeño lago donde habíamos pasado tantos momentos maravillosos de comunión. Esta vez sólo nos sentamos y hablamos.

Al instante, me percaté de que los únicos lugares donde el Señor realmente compartió su corazón conmigo fueron en la playa terrenal y este pequeño lago celestial. En otras ocasiones, me enseñaba diferentes aspectos del reino celestial, y raras veces hablaba. Me encantaban los tiempos relajados cuando podía decirme cosas que eran importantes para mí.

Continuó recordándome: "Estoy diciéndote todo esto y enseñandote estas cosas para que puedas decirlas al mundo" Entonces, me reiteró la importancia de todas estas experiencias al decir: "Yo que muchos de mis hijos creen que volveré por ellos en mucho tiempo. Algunos incluso piensan que nunca volveré por ellos, pero quiero que tú les digas que mi reino está listo para quienes estén preparados y esperando por mí. Vendré muy pronto':

Nuevamente, se sentía la urgencia en su voz. Cada vez que estoy en el cielo, el único que me habla es el Señor. Sus palabras son muy vitales. Tampoco el ángel que me ayudaba a cambiar de vestimenta me hablaba, pero sí sonreía constantemente para tranquilizarme.

El Señor me enseñó el mar de sangre sucio una vez más, y entonces concluyó aquella visita al cielo con estas palabras: "Yo nunca te dejaré. Estaré contigo para siempre. Guiaré todo lo que hagas. No tendrás que preocuparte de nada, porque yo estaré allí para hacerlo por ti. Estoy derra­mando mi poder sobre ti y en ti. Serás capaz de sanar a los enfermos y hacer las mismas cosas que yo hice cuando vivía en la tierra. La clave para estos dones es tu fe, hija mia".

Sus palabras, tan tiernas e inspiradoras, abrieron fuentes de  de lo profundo de mi alma. "No llores, hija mia, continuó. "Quiero que siempre recuerdes cuán preciada eres para mí. Hablaré contigo otra vez. ',

Desde aquel día en adelante, sentí que estaba viviendo más en el cielo que en la tierra. Mis visitas al cielo produjeron cambios per­manentes en mi vida. Incluso, no necesito dormir tanto como antes, porque siento energía sobrenatural que proviene del poder de lo alto. Verdaderamente, sé que el cielo es muy real, y eso lo cambia todo.

Capítulo 6

UN LUGAR UAMADO INFIERNO

Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía

a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y
refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.

Lucas 16:23-24

El 12 de marzo, el Señor me despertó a las tres de la mañana. Su visita duró tres horas. Como siempre, empezamos nuestro viaje cn la playa. Esta vez el Señor y yo caminamos un rato. Me pregunté a dónde me llevaría.

Noté que la colina con los árboles y arbustos estaba a nuestra dere­cha. Al pie de la colina, cerca de la arena, había muchas rocas grandes y pequeñas. Nos sentamos en una roca grande, y vi que el agua clara, de repente, se tornó en sangre. Siempre me conmovía al recordar el sacrificio del Señor, así que miré hacia arriba, girando mi cabeza en sentido opuesto al mar.

Justo en ese momento, noté que las montañas más cercanas estaban encendidas con llamas muy rojas. Esta escena me sorprendió. La luz del incendio pronto se cambió por una oscura y densa neblina que cubrió la escena entera.

Había gente que salía de un sitio desconocido y corría hacia la playa. Me di cuenta que algunas personas estaban desnudas, como si hubieran tenido que abandonar sus camas tan rápido que no tuvieron tiempo para vestirse. El pánico se veía en sus caras, y corrían tan rápido como les era posible. Algunas tropezaban, y la multitud corría por encima de ellas. Parecía como si estuvieran huyendo de algún mons­truo terrible.

Pronto la playa entera alrededor de nosotros estaba apiñada de gente espantada. El fuego del que ellos huían ahora rodeaba toda la zona. Lo más sorprendente era que las llamas empezaron a saltar desde el mar ensangrentado. Era como si el mundo estuviera llegando a su fin enfrente de mí.

Explosiones de llamas saltaron del mar como si fueran pequeños volcanes y empezaron a extenderse hacia la orilla. Era espantoso. Comencé a llorar mientras escuchaba los gritos de la muchedumbre que me rodeaba.

Anterior a eso, solamente nos habíamos sentado tranquilamente en la arena de esa playa. Ahora, la escena que se presentaba delante de mí era horrorosa y terrible. Sabía que el Señor tenía un propósito para enseñarme estas cosas. De repente, la escena volvió a cambiar a lo normal.

"¿Por qué estás enseñándome esto, Señor?", pregunté.

"Todas las cosas que ves van a suceder muy pronto. Hay tanta gente que no cree en mi Palabra, que te he escogido a ti para ayudarles a ver la verdad. Lo que te enseño, quiero que lo cuentes al mundo.

Había enojo en el tono de la voz del Señor.

Abandonamos la roca donde estábamos sentados y nos fuimos caminando por la arena. Jesús habló una vez más.

"Tengo que enseñarte más del reino", dijo.

Pasamos por los mismos lugares anteriores para llegar a donde íbamos. Tuve el privilegio, una vez más, de estar delante del trono del Señor con tantas otras personas que se postraban ante su presencia. Entré en la adoración con todos los que estaban experimentando este maravilloso tiempo de paz, adoración, gozo y bendición.

Mis visitas al trono del Señor abrieron mis ojos a la gran impor­tancia de la adoración en nuestra vida. Para esto fuimos creados, para adorar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Así es como vamos a pasar toda la eternidad.

La escena delante de mí era exactamente como fue descrita en Apocalipsis, donde Juan escribe: "Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspec­to a la esmeralda" (Apocalipsis 4:2-3). Cuán emocionante era para mí el disfrutar la misma experiencia que el apóstol Juan había contado en el último libro de la Biblia. El Señor le habló a él de la misma manera que a mí, "Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas" (Apocalipsis 4:1).

Yo sabía, por lo que el Señor me había dicho, que la gente no esta­ba haciendo caso a las palabras del Apocalipsis, y ahora quería que yo reiterara el mensaje para que la mayor gente posible llegara a creer en El verdaderamente.

FLORES, MANSIONES Y CASTILLOS

Jesús me tomó de la mano y me guió fuera de la sala del trono a un gran maravilloso jardín de flores. En contraste al horror que había visto n la playa, la paz de este inmenso jardín me llenó de amor. Empecé a cantar con gozo, y automáticamente me eché a reír. El Señor tomó una flor, algo similar a una rosa, y me la dio. La llevé conmigo todo el tiempo que duró esta visita al reino del cielo.

El jardín era tan vasto que no podía ver dónde terminaba. Era un verdadero paraíso de belleza, amor, gozo y paz. El aroma era más dulce que cualquiera que haya conocido. Esto era el cielo, y era más maravi­lloso de lo que jamás me hubiera imaginado.

Salimos del jardín y anduvimos por un estrecho camino serpentea­do que conducía a una montaña con vista a un valle verde y esplendo­roso. Podía ver animales de todo tipo que saltaban y jugaban entre los árboles. Observé particularmente a un ciervo espectacular que parecía muy fuerte y sano.

Me fijé que estos animales, normalmente considerados salvajes, estaban jugando los uno con los otros. Era como una escena de la pelí­cula Bambi de Walt Disney.

Cuando miré hacia otra dirección, vi un río precioso. A lo largo del río, había una muralla de piedras, y unas casas magníficas estaban situadas al lado izquierdo del río. Muchas de esas casas parecían casti­llos donde solamente los muy ricos vivirían.

El Señor dijo: "Estas son las casas para mis hijos especiales».                 

Tenía mucha curiosidad sobre este lugar, pero el Señor no me llevó más cerca. Él sólo me lo mostró desde la cima de la colina a lo lejos. Contemplando esta vista, recordé la verdad de su Palabra: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino" (Juan 14:2-4).

Hubo un tiempo cuando me pregunté si esto era solamente lengua­je figurado o cosas celestiales simbólicas. Ahora sé que estas mansiones y palacios son reales, y el Señor los ha preparado para nosotros. Aún más importante, Él quiere que estemos allá con Él para siempre.

EL ABISMO DEL INFIERNO

El Señor me guió a un área en las afueras del reino. Continuamos ascendiendo por la montaña, y mientras subíamos cada vez más alto, más difícil se tornaba el camino. Anduvimos ese estrecho camino por mucho tiempo y, finalmente, nos condujo a un túnel oscuro. Cuando salimos al otro lado del túnel, vi que subimos más alto aún. Me parecía muy extraño que el cielo tuviera un túnel tan oscuro y un camino tan accidentado y serpenteado.

Cuando llegamos a la cima, pude ver vapor y humo oscuro salir de un abismo profundo. Era como el cráter de un volcán, y se podían ver las llamas adentro que abrasaban a una multitud que gritaba y lloraba con tanta agonía, que sólo los que han sufrido quemaduras severas conocen.

La gente estaba desnuda, sin pelo, parada muy cerca la una de la otra, y se movía como gusanos. Las llamas abrasaban sus cuerpos. No había escape alguno para quienes estaban cautivos en el abismo. Las paredes eran demasiado altas como para que pudieran subir, y las ceni­zas de fuego ardiente cubrían todos los bordes.

Aunque el Señor no me lo dijo, yo sabía que estaba al borde del infierno. Era aún más horrible que la descripción dada por la Biblia: "Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego" (Apocalipsis 20:13-15). A través de los Evangelios y del libro de Apocalipsis, Jesús se ocupó de hablarnos sobre los horrores del infierno.

Las llamas saltaban por todas direcciones. La gente se movía tratando de evitar las llamas, y tan pronto pensaba que estaba segura, otro fuego estallaba. No había descanso para esas lamentables víctimas del pecado; estaban condenadas a pasar toda la eternidad ahí quemán­dose, mientras intentaban escaparse de las llamas del infierno.

"¿Quién es esta gente?", pregunté.

"Hija, esta gente no me conoció. "

Él hizo este comentario con voz apesadumbrada. Podía sentir que el Señor no era feliz por lo que veíamos ante nosotros; le molestaba profundamente. Yo sabía que Él no tenía control sobre los destinos de las personas que voluntariamente elegían rechazarlo. Estos eran los que estaban retorciéndose en la agonía y el sufrimiento en el abismo.

Yo sabía dos cosas de vital importancia que tenía que compartir con los demás. Por un lado, que el cielo es real; y por otro lado, el infierno es igual de real. Conozco muchas personas que no creen en ninguno de estos lugares, y sabía que llegaría a ser mi misión enseñarles la realidad de la vida más allá de ésta.

Sabía que mis padres nunca le habían entregado su corazón a Jesús, por lo que empecé a pensar en ellos.

"¿Señor, qué pasó con mis padres?", pregunté. "Sé que no eran salvos, pero eran buenas personas."

"Lo siento, hija. Nada puedo hacer por los que no me conocieron. "La voz de mi Señor Jesús sonó muy triste cuando dijo esto.

La importancia de sus palabras me intranquilizaba cuando me di cuenta que mi madre y mi padre tenían que estar entre los perdidos que vi en el abismo del infierno. Lloré durante todo el tiempo que me mostró estas escenas.

El Señor me tocó la cabeza, me tomó la mano y me llevó por un túnel oscuro. Salimos por otro camino difícil que corría muy lejos del borde del abismo. Este camino en la montaña pasaba por árboles altos y rocas grandes. Cuando llegamos a la cumbre, miré hacia un valle seco y sin vida. Estaba seco por todas partes. La zona entera parecía estar llena de hierba muerta.

Vi multitudes que llevaban túnicas amarillentas como la arena y vagaban sin un rumbo fijo, cerca de la boca abierta del abismo. Estaban cabizbajos, y parecían muy abatidos y sin esperanza.

"¿Quién es esta gente, Señor?", pregunté. Estos son cristianos desobedientes. "

"¿Cuánto tiempo tendrán que quedarse en ese lugar estéril y sin vida?"

Para siempre, hija mía. Los únicos que entrarán en mi reino son los de corazón puro, mis hijos obedientes. "

Él seguía explicando: 'Muchos que se llaman a sí mismos cristianos no viven por mi Palabra, y algunos de ellos piensan que ir a la iglesia una vez a la semana es suficiente. Ellos nunca leen mi Palabra, y persiguen cosas del mundo. Algunos de ellos, conociendo mi Palabra nunca tienen sus corazones dispuestos a mí".

El plan y propósito entero de Dios comenzó a aclararse dentro de mi mente. Me acordé de cómo Jesús había advertido que es difícil entrar en su Reino, y ahora tenía una idea de lo que eso significaba.

"Hija mía, mi Palabra dice que es difícil entrar en el reino de los cielos, pero muy poca gente realmente cree estoy entiende su importancia. Te estoy revelando esto para que puedas advertirle a la gente", explicó.

Como si estuviera reiterando la importancia de su mensaje, el Señor me llevó a los castillos preciosos que había visto antes. Mientras nos acercábamos a estas mansiones, pude ver que las calles estaban pavimentadas de oro brillante, y cada castillo estaba generosamente decorado con las más magníficas joyas. Es verdad —las calles del cielo están pavimentadas de oro sólido!

Yo deseaba entrar en uno de esos castillos, pero el Señor me detuvo diciéndome: "Te llevaré más adelante". Estaba desilusionada, pero a la vez me sentía muy privilegiada por haber visto esta ciudad donde los santos de todos los siglos habitarían juntos.

TODO El,QUE QUIERA

El Señor y yo regresamos al vestuario donde nos pusimos las hermosas túnicas y coronas. Entonces, fuimos al pequeño lago y nos sentamos en una roca. Realmente no podía apreciar la serenidad de la escena que tenía ante mí, porque mi mente estaba preocupada con los horrorosos recuerdos del infierno.

No podía dejar de pensar en mis padres; me dolía profundamen­te saber que mi madre y mi padre estaban ambos en el infierno. Me embargaba la tristeza. Ciertamente sabía que mis padres nunca cono­cieron a Jesús, porque nadie les había predicado.

Jesús supo lo que pensaba y dijo: "No estás feliz".

"Sí, Señor", respondí, reconociendo que Él conocía la razón de mi desánimo.

Pasó un tiempo de tierno silencio. Entonces dije: "Señor, nunca quiero dejarte". Su presencia era la única seguridad que jamás había: conocido.

«Hija, tienes mucho trabajo que hacer. Quiero que escribas un libro. Es un libro importante para los últimos días, y será traducido a muchos idiomas.

"Te escogí a ti para esta obra antes de que hubieras nacido, y por eso mi Espíritu Santo está siempre sacudiendo tu cuerpo, para derramar mi poder sobre ti. Si no tuvieras el poder del Espíritu Santo, no podría usarte.

"Tienes que recordar que mi poder comenzó a trabajaren ti la primera vez que me abriste el corazón. Tú eres la hija en la cual confió para hacer mi obra. »

"Señor, no sé nada."

"No tienes que saber. Yo estaré enseñándote y guiándote en todo. Di a todo el mundo que estoy listo para quienquiera que esté preparado y espe­rando por mí. Te amo, hija mía. »

Comencé a llorar, y el Señor tomó mi mano y dijo: «Te llevo de regreso':

Después de cambiarnos de vestimenta, regresamos a la playa y nos sentamos juntos un rato. El Señor me dijo: "Todavía tengo más para enseñarte, y quiero que me esperes".

"Pero planeamos ir a visitar a mi hija la semana que viene."

"Quédate en casa, bija. No quiero que viajes a ninguna parte durante un tiempo. Lo que estoy haciendo contigo es demasiado importante para mí y todos mis hijos, así que quiero que te concentres en todo lo que te enseño y digo hasta que todo esté cumplido. Sé paciente. "

"Haré cualquier cosa que me digas que haga", contesté. "Nada es más importante que tu obra."

«Gracias, hija mía. Todavía tengo mucho trabajo por hacer. Sé que estás cansada, así que descansa. "

Una vez se marchó, mi cuerpo dejó de temblar. Entonces, como siempre , escribí todo lo que había visto y oído.

El cristianismo es fundamentalmente tan sencillo, que a muchos se le escapa eso. Los seres humanos tienden a complicarlo todo, incluyen­do las cosas de la fe. Jesús simplemente quiere que la gente venga a Él

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