miércoles, 19 de octubre de 2022

II LIBRO "MI CORAZÓN INQUIETO" Parte 20

 

196    MI CORAZÓN INQUIETO
Me pasé el día sacando pedazos de bocadillo de mermelada y mantequilla de cacahuete de entre los tipos de la máquina de escribir, después de que Ciervo Perdido intentó aplanar su bocadillo con el rodillo para que se quedase "más planito".
Esa noche, a una hora más avanzada, mientras dormía la familia, comencé a escribir un libro que titulé Viento Sollozante.
"Mis pies metidos en los mocasines se deslizaban siguiendo el curso del arroyo seco . . ."
Al ir amontonando páginas e ir reviviendo el pasado se me llenaron los ojos de lágrimas. Pensé en la gloria de mi caballo Cascos de Trueno, en la muerte de mi abuela, en la larga búsqueda del verdadero Dios. Mientras realizaba grandes esfuerzos por poner mis pensamientos por escrito, me preguntaba si llegaría alguien a leer las palabras escritas por una mestiza sin estudios.
Pero no me había parado a pensar detenidamente en el plan que Dios tenía para mi vida.
CAPITULO VEINTICUATRO
Abrí los ojos de repente y me sentí invadida de espanto al darme vuelta y echarle un vistazo al despertador, pues ya era casi la hora de levantarme. Suspiré y volví a cerrar los ojos, deseando poderme olvidar del día porque era mi cumpleaños y yo odiaba los cumpleaños, precisamente porque me envejecían.
Suspiré, me levanté de la cama y me puse mi descolorida bata rosa y fui por el pasillo dando tropezones. Los niños dormían todavía así que a lo mejor Don y yo podíamos disfrutar juntos, para variar, del desayuno. Hice el café y preparé unos huevos revueltos. Cuando entró Don en la cocina las tostadas saltaron de la tostadora y él buscó una taza de café, dándome los buenos días.
Ni siquiera me había mirado. Yo no sabía si alegrarme o ponerme furiosa por habérsele olvidado mi cumpleaños.
Don se tomó a toda prisa el desayuno y agarró su cantina con la comida. Dándome un beso en la mejilla, se dirigió apresuradamente hacia la puerta de la cocina y salió dándole un portazo.
El portazo sonó como un disparo y oí un grito procedente de la habitación de los niños. El día había empezado oficialmente.
Se me cayó la azucarera de las manos, desparramando el azúcar por todos los rincones más distantes de la cocina. La torta que había hecho en el horno me quedó tan chata que parecía una torta frita con un agujero en el medio. Una lluvia repentina me llenó la ropa, que tenía tendida, de barro y de hojas antes de que la pudiese entrar y mi hijo tiró del mantel, llevándose consigo al suelo los platos y la comida.

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A mí me rodaron las lágrimas por las mejillas al fregar el suelo por tercera vez y me quejé: —¡Odio los cumpleaños!
Ciervo Perdido me tiró de la falda y me dijo: —Mamá, no llores, Jesús te ama.
¿ Cuántas veces le había dicho yo a él esas mismas palabras? Ahora él me las tenía que decir a mí.
Claro que Jesús me amaba, yo sabía que eso era cierto. Entonces ¿por qué me ponía yo tan irritada por cosas tan insignificantes?
Hice un repaso de lo que me había acontecido por la mañana. Me había levantado de mal humor y había sido por descuido propio que se me había roto el azucarero. ¿Había yo seguido la receta de la torta o había intentado adivinar las cantidades? Había visto las nubes que venían desde el norte y si les hubiese prestado atención me hubiese dado tiempo a quitar la ropa de la cuerda de tender y meterla en la casa antes de que empezase a llover. Podría haberme evitado todos mis problemas si hubiese empezado el día de mejor humor y si hubiese andado con más cuidado.
Las palabras de mi hijo habían servido para recordarme que incluso cuando yo ando alocada, Dios no lo está. Jesús me ama incluso cuando me quejo, cuando tengo un mal día e incluso cuando soy antipática.
Mi mente volvió a mi décimoquinto cumpleaños. Fue el día del accidente que le costó la vida a la abuela. Pocos días después se me murió mi maravilloso caballo y a continuación fui abandonada por mi tío favorito. Había sido un tiempo sombrío de mi vida y había echado a perder todos los cumpleaños posteriores.
Fui a mi dormitorio y levanté la pesada tapa de un antiguo cofre. Busqué por el fondo hasta que mis dedos tocaron una pequeña caja.
La saqué y levanté la tapa y en su interior había un pequeño caballo de porcelana. Las patas estaban rotas, pero lo que a mí me importaba era la cabeza. Yo había visto esta figurilla hacía años en una tienda y mi corazón se había acelerado al verla porque era
MI CORAZÓN INQUIETO    199
la viva imagen de Cascos de Trueno. ¡Cuánto me gustaba esa figurilla! Se había erguido orgullosa sobre una una estantería, con su pequeña melena de cristal, meneada por un viento invisible. El mirarla me había dado ánimo, pero un día uno de los niños la tiró y se le rompieron las patas. Yo había tirado a la basura los pedazos rotos, pero más adelante los había sacado y los había envuelto en un pañuelo. Ahora guardaba los pedazos rotos dentro de esta caja. En aquellos días en que me sentía inquieta sacaba la pequeña figurilla y miraba el rostro que tanto me recordaba al de Cascos de Trueno. Era un eslabón secreto con el pasado.
Pensé en mi madre y me pregunté si se acordaría ella que hoy era mi cumpleaños. Hoy me obsesionaban los recuerdos del pasado, preocupándome.
Cuando llegó Don a casa yo estaba todavía de mal humor.
—¡Se te ha olvidado mi cumpleaños! —dije lloriqueando. —¡ Y eso que soy la única esposa que tienes!
El se echó a reír y me dijo: ¿Se me ha olvidado alguna vez tu cumpleaños?
Abrió su lonchera y sacó un pequeño paquete y me lo dio.
Le quité con ansiedad el papel y me encontré con un precioso anillo de turquesa y me sentí avergonzada por haberle regañado por lo de mi cumpleaños.
Pasamos una velada ruidosa, luchando con los niños y jugando todos los juegos que se nos ocurrían. Cuando llegó la hora de ir a la cama estábamos todos agotados y una suave lluvia allá afuera hizo que la cama fuese algo grato, suave y cálido, incluso para los niños.
Las gotas de lluvia se hicieron más gruesas y comenzó a llover más rápido. Los relámpagos rasgaron el cielo con dentados rayos de luz y los truenos sonaron con tal fuerza que las ventanas retumbaron, despertando a la niña que empezó a llorar. La llevé a la habitación de al lado y la mecí hasta que se quedó dormida en mis brazos.

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Miré por la ventana del dormitorio y vi que seguía rugiendo la tormenta. Pero los truenos no eran más que un rumor distante y los relámpagos iluminaban las nubes lejanas.
Puse una manta más sobre el bebé y la arropé. —Papá, yo y el bebé somos tres —dije en voz baja, pero ahora había cuatro bebés. —Gracias Dios por mi maravillosa familia.
Juntos habíamos recorrido un largo camino, ¡cuánto me hubiese gustado volver a recorrerlo! ¡ Cuán-dulce podía ser la vida!
Cerré las cortinas y me metí en la cama. La tormenta había pasado y yo estaba agradecida porque mi cumpleaños había pasado y no volvería hasta dentro de un año.
Me dormí rápidamente, pero era un sueño intranquilo. Soñé con una voz que me llamaba una y otra vez, una voz familiar, pero que no lograba identificar. ¡De repente apareció en la oscuridad! Mi madre, Avecilla, estaba ante mí, llamándome por mi nombre. Yo fui corriendo hacia ella, pero alguien me agarró por el brazo y me detuvo diciéndome: —¡ Es muy tarde, está muerta!
Empecé a llorar diciendo: —¡Es muy tarde, es muy tarde!
El que me agarraba por el brazo lo hizo, con más fuerza y comenzó a sacudirme.
—¡ Querida, despiértate! —era la voz de Don y me estaba meneando. —Tienes otra pesadilla.
Mi almohada estaba empapada de lágrimas y me dolía la garganta. —¡ He visto a mi madre y me estaba llamando! —dije llorando.
Me acercó a él y me arropó. —Era solamente un sueño, vuélvete a dormir.
—¡No, la he visto, estaba aquí, en esta habitación! —Era un sueño —me dijo y se volvió a dormir.
Me levanté de la cama y encendí las luces. No había nadie más que Don y yo. Había sido solamente un sueño, ¡pero me había parecido tan auténtico!
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Repasé cada una de las palabras del sueño. ¿Qué pasaría si ella me estuviese realmente llamando desde alguna parte? ¿Qué sucedería si se estuviese muriendo y el sueño hubiese sido un aviso?
Me sequé las lágrimas y fui a mi escritorio a buscar un bolígrafo y un papel.
Iba a encontrar a mi madre, no iba a esperar hasta que fuese demasiado tarde, como lo había sido en mi sueño.
Desde que me había casado había perdido el contacto con mi familia, en parte por haberme hecho cristiana y en parte por haberme casado con un hombre que no era indio. No sería fácil regresar a ellos ahora
y pedirles ayuda para poder encontrar a mi madre. Era posible que ninguno de ellos supiese dónde estaba porque hacia mucho tiempo que ella había desaparecido.
Decidí escribirle a mi tía Cervatilla, pues estaba segura de que ella siempre había sabido más de lo que había dicho.
Mi carta fue breve: "Querida tía Cervatilla. ¿Puedes ayudarme a encontrar a mi madre? Todo mi cariño, Viento Sollozante".
Sellé el sobre, le puse la dirección y me lo metí en el bolsillo. Con una linterna en mis manos para ver el camino me abrí paso entre la lluvia hasta llegar al buzón. Sabía que si esperaba a que llegase la mañana seguramente no enviaría la carta y después de todos estos años temía esperar aún más tiempo.
Cuando la metí en el buzón estaba tiritando. —Por favor, no permitas que sea demasiado tarde —dije en oración y me fui rápidamente a la casa, acurrucándome junto a Don para calentarme.
Tenía paz en mi mente. Había dado el primer paso y ahora ya no estaba en mis manos, ahora le tocaba dar el próximo paso a mi tía Cervatilla y a Dios.
Pasó cerca de un mes antes de que obtuviese respuesta de mi tía Cervatilla. Había casi perdido la esperanza de tener noticias de ella y había decidido que mi búsqueda había acabado antes de empezar.

 202    MI CORAZÓN INQUIETO

 Querida Viento Sollozante:
Hace varios años que no tengo noticias de tu madre. Creo que ella estuvo trabajando para una señora y puede que ella sepa dónde está, así que aquí tienes la dirección,
Tía Cervatilla. P.S. Me he enterado que te has hecho muy religiosa
.
Me sonreí al leer eso de "que te has hecho muy religiosa". Probablemente toda la familia se había enterado de que Pedernal, Nube y yo nos habíamos hecho cristianos. Me apuesto cualquier cosa a que chismearon y menearon la cabeza al hablar acerca de nosotros. Le escribiría e intentaría explicarle lo que Dios había hecho por mí, pero en estos momentos quería escribirle a la mujer que había sido amiga de mi madre.
Su respuesta vino rápidamente.
Querida pequeña Viento Sollozante:
Tu madre habló con frecuencia de ti cuando estuvimos juntas, pero le perdí la pista cuando se marchó a Kansas. Te incluyo la última dirección que tenía de ella. Buena suerte,
Señora Murphy.
Sentía que estaba más cerca de enconatrar a mi madre ahora y la próxima carta que escribí fue a ella. Escribí una docena de cartas antes de decidirme a enviarle una nota breve.
Querida Avecilla:
Soy Viento Sollozante, tu hija. Ahora estoy casada y tengo cuatro hijos. Me gustaría tener noticias tuyas.
Viento Sollozante.

La envié a la dirección que me había facilitado la señora Murphy en su carta y escribí en el sobre "por favor, remitir" en caso de que se hubiese mudado.
Ahora comenzaba de nuevo la parte dura. Transcurrieron los días sin obtener respuesta y yo esperaba que a la postre me devolviesen la carta diciéndome
MI CORAZÓN INQUIETO    203
"dirección desconocida", pero una semana después llegó una carta

.Mi hija:
Gracias por escribirnos. Te pido que me perdones por todos los años que he derrochado. Cometí muchas equivocaciones y mi corazón sufre por causa de ellas. Me estoy haciendo vieja y he derrochado la mayor parte de mi vida.
Tu padre y yo estamos juntos de nuevo, después de haber estado separados durante todos esos años.
Los dos hemos conocido al Señor y ahora somos cristianos.
Quería encontrarte, pero pensé que era demasiado tarde porque tú no contestaste nunca a las cartas que te envié después de que te dejé con Shima Sani. Creí que me odiabas tanto ...
Hija mía, por favor escríbenos de nuevo. ¿Tienes alguna foto que me puedas enviar?
¿Necesitas ayuda? Por favor escribe.
Todo nuestro amor,
Mamá y papá.

Me senté sobre el suelo, me eché a llorar y leí la carta diez veces.
"Somos cristianos" decía, "tu padre y yo estamos juntos." ¡No podía creerlo! i Alis padres, que se habían odiado tanto que querían matarse el uno al otro estaban ahora juntos y habían conocido al Señor! ¡Eso era un milagro
!

Me quedé muy sorprendida al leer la línea que decía: "Tú no contestaste nunca todas las cartas que te envié" porque yo nunca había recibido ninguna carta de mi madre. ¿Era posible que Shima Sani me las hubiese ocultado? Había hecho muchas cosas serviles en su vida y ésta podría haber sido una de ellas.
Cuando llegó Don a casa le enseñé la carta.
—Así que has encontrado a tu madre —me dijo y me devolvió la carta. —¿ Cómo te sientes al respecto ?

 204    MI CORAZÓN INQUIETO
 —No lo sé, aunque estoy contenta de haberla encontrado. Estoy feliz de que mis padres sean cristianos, pero ha pasado tantísimo tiempo que no sé realmente lo que siento, pero quiero conocerla mejor.
En el rostro de Don se dibujaba la preocupación. —Ve con cuidado y ándate despacio —me aconsejó.
Yo asentí con la cabeza y le dije: —Iré con cuidado, no esperaré demasiado.
Contesté a su carta y le envié fotografías de todos nosotros.
En su próxima carta me envió una fotografía de ella y de mi padre y la miré cien veces. Mi madre tenía los ojos de mi abuela, negros, como de águila. Dentro de veinte años estaría tan vieja y tan arrugada como lo había estado la abuela y yo me preguntaba si yo me parecería a mi madre dentro de veinte años.
Parecía una criatura dulce y tímida, como un conejillo que se dispone a salir corriendo y esconderse. Me dolía ver el aspecto viejo y cansado de mi padre, pues yo no había pensado que mis padres fuesen a envejecer, en mi mente siempre me los había imaginado jóvenes.
Se habían casado demasiado jóvenes y los dos habían huido de un matrimonio desgraciado, dejándome con la abuela porque habían creído que sería lo mejor para mí.
Las cartas fueron de acá para allá. Nuestras cartas eran a veces torpes, a veces graciosas, con frecuencia tristes, pero esas cartas comenzaron a unirnos de nuevo.
Comenzaron a salir a la luz algunos hechos. Mi madre me dijo que había intentado volver junto a mí, pero la abuela le había prohibido regresar a la casa. Me dijo que me había escrito en muchas ocasiones, pero que le habían devuelto las cartas sin abrir.
Me dijo una y otra vez que había llegado a arrepentirse muchas veces de sus equivocaciones y a juzgar por sus cartas estaba claro que tanto ella como mi padre eran cristianos. Hacía nada más que un
año que habían encontrado a Dios, los dos la misma noche
, en una reunión de avivamiento en su pequeña ciudad.
Llevaría algún tiempo desenredar todos los nudos que había en nuestra relación porque no resultaba fácil vencer los sufrimientos y la soledad de tantísimos años.
—¿Quieres ver a tus padres? —me preguntó Don.
—Todavía no; creo que todos estamos de acuerdo en ir despacio. Necesitamos tiempo para acostumbrarnos los unos a los otros, porque no queremos cometer ningún error que estropee las cosas. Creo que ésta es la última oportunidad que tenemos para ser . . . bueno, amigos. Cuando pensemos que ha llegado el momento indicado, entonces nos reuniremos, pero por ahora las cartas son suficientes. Son más de lo que yo esperaba.
—¿Sabes una cosa? —me preguntó Don después de haber leído la última carta me dan la impresión de que son personas que me gustaría tener por amigos.
El tener padres después de tantos años era una extraña sensación, pues parecía que durante muchísimo tiempo hubiese estado sola en el mundo, pero entonces Dios me había dado amigos, un marido, unos hijos y ahora me daba a mis padres.
Nunca deja de maravillarme la manera en que Dios realiza lo imposible
.

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