miércoles, 19 de octubre de 2022

II LIBRO VIENTO SOLLOZANTE Parte 18

CORAZÓN INQUIETO
Trinidad Nube de Nieve, nuestro tercer hijo, nació un domingo del mes de enero. ¡ Cómo nos gozamos viendo que estaba sano y que era normal, a pesar de que no pesó más que dos kilos, setecientos   trein ta gramos.
Pocos minutos después de su nacimiento noté una sensación en mi pierna y la espalda dejó de dolerme. Estaba muerta de hambre y media hora después del nacimiento del bebé me trajeron la cena. Comí sin cesar durante los primeros días, mientras descansaba en el hospital. Mi vista era normal y no podía acordarme de haberme encontrado jamás tan fuerte.
El médico dijo que estaba mejor, pero no quiso decir que yo estaba bien hasta no haber realizado algunos análisis.
Cuando salí del hospital parecía como si nada saciase mi apetito, llegando a comer seis veces al día durante las dos semanas siguientes. Al cabo de un mes regresé al médico para que viese cómo andaba de salud. Nube de Nieve era pequeño, pero tenía una salud estupenda. Mis últimos análisis de sangre no mostraban nada malo, solamente un poco de tensión baja y azúcar. Las extrañas y malformadas células que habían aparecido en todos los análisis durante los últimos seis meses habían desaparecido.
El médico sonrió y dijo: "No sé lo que ha sucedido. Ha estado usted muy enferma, sin que yo lograse averiguar cuál era el motivo y no sé por qué está usted bien ahora. Quiero que le hagan a usted un análisis de sangre cada seis meses, pero por lo que veo ahora, vivirá usted y podrá ver a sus nietos."
Continuaron realizándome los análisis de sangre, pero el problema no volvió a aparecer nunca más. El médico no logró tampoco averiguar qué era lo que había causado el problema o por qué había desaparecido. Yo no tenía respuesta para las dos primeras preguntas, pero estaba segura de que la oración había sido la respuesta a la última.
Ahora que sabía lo frágil que era la vida, ésta resultó mucho más dulce.
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NUBE DE NIEVE
ojalá la vida te brinde en su camino cosas hermosas.
Puestas de sol doradas a la caída de la tarde

 Un hogar tranquilo entre los altos árboles,

 Un alma reposada, un corazón en calma.
tu vida se llene de horas felices,

De buenos libros, de colinas llenas de flores.
De amigos en los que confiar durante el año entero, 

Y que nuestro dulce Jesús te bendiga ricamente              .Pag176

CAPITULO VEINTIUNO

Estaba tan ocupada cuidando a mis tres niños pequeños que me aislé del resto del mundo y durante seis meses no hablé con nadie más que con Don y los niños
Finalmente Don me preguntó: —¿Es que no quieres ver a otras mujeres? ¿No quieres ir a visitar a algunas vecinas o algo así? ¿Es que no necesitas charlar ?
Yo me encogí de hombros y le contesté: —Estoy contenta con mi familia y mi casa, no necesito a nadie de afuera.
—Creo que te haría bien salir, ir a alguna parte y ver a alguien. Creo que mañana deberías de llevar a los niños en el coche para ir a la ciudad a comprar alimentos.
—Pero si tú siempre compras la comida y lo que necesito lo mando a pedir del catálogo. No quiero ir a la ciudad.
Tenía la sensación de que ya había perdido el argumento y que Don ya se había decidido antes de mencionar la visita a la ciudad.
—Te irá bien y no tendrás ningún problema. Ve solamente a la ciudad y lleva a Nube a la clínica para su examen médico, compra un poco de comiday luego te vienes a casa. ¿Qué podría salir mal? —razonó.
Esa noche apenas si dormí, preocupándome al pensar en todas las cosas que estaba segura de que me sucederían, como pudiesen ser ruedas pinchadas, el perderme o chocar; esos eran algunos de los más leves problemas que esperaba.

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—No te preocupes, te irá muy bien —me dijo mi esposo a la mañana siguiente, al cerrar la puerta de un portazo y entregarme las llaves.
—Todavía sigo deseando que vinieses con nosotros. ¿Qué sucederá si tengo problemas? —le supliqué. —No tendrás ningún problema. Todo lo que vas a hacer es comprar la comida, ir al médico y regresar a casa. ¿Qué es lo que te podía suceder? —Supongo que tienes razón —le dije poniendo el coche en marcha. Era la primera vez que salía sola con los niños desde el nacimiento de Nube y no estaba segura de poder arreglármelas con los tres, conducir y hacer las compras, pero sonreí para mí misma. Don tenía razón, ¿qué es lo que podía salirme mal?
Al llegar a la ciudad vi un letrero que decía LAVE SU COCHE CON UNA VARITA MAGICA y decidí lavarlo para darle una sorpresa a Don. No había lavado nunca el coche, pero había visto cómo lo hacía Don y me parecía bastante sencillo.
Me metí con el coche donde lo tenía que lavar y me subí a la acera. Cuando el coche dio contra la acera el pito del coche pitó de manera estridente. Salí del coche y tomé con una mano la varita mágica y con la otra metí la moneda en la ranura. Comencé a echarle agua al coche y los niños empezaron a dar grititos y a saltar en los asientos de atrás del coche y entonces  me di cuenta de que las ventanillas estaban todavía abiertas y el jabón y el agua habían empapado el asiento de atrás y a los niños.
—¡ Cierren las ventanillas! —les grité y dirigí el chorro de agua al maletero del coche.
—¡No puedo! —gritó Antílope— ¡la manija está cubierta de jabón!
Cuando intenté abrir la puerta para ayudarle, se me resbaló de la mano la varita mágica y dio sobre el techo del coche. Yo corrí alrededor del coche, intentando agarrarla, pero golpeaba sin control, de manera que no me era posible acercarme a ella. Salté al interior del coche y arranqué a toda velocidad, antes de que la manguera pudiera destrozar el cris                                 178    MI CORAZÓN INQUIETO

tal de adelante. Dejé al monstruo retorciéndose en donde se lavaban los coches, pegando contra las paredes y echando jabón y agua por todas partes. Cuando me encontraba a una cuadra de allí todavía podía oír la manguera golpeando el suelo, preguntándome cuánto tiempo duraban los veinticinco centavos.
Me preguntaba si Don se daría cuenta de que el coche estaba a medio lavar y tenía la esperanza de que se les secase la ropa a los niños y a mí el vestido antes de que llegásemos al mercado.
El viaje al mercado se realizó sin acontecimientos, a excepción de los catorce repollos que salieron rodando por el pasillo después de que Antílope tirase uno de abajo.
Finalmente todo lo que me quedaba por hacer era llevar a Nube a la clínica para su examen médico y después podría dirigirme a casa.
La sala de espera estaba llena y todos los asientos ocupados. Yo me situé al lado de la pared, con Nube en mis brazos, mientras que Antílope y Ciervo andaban rondando por la sala. No tardaron en atraer la atención de todos los presentes, muy ocupados, haciendo amistades.
Una señora, que llevaba alrededor de sus hombros un chal color blanco, empezó a hablarle a Antílope. De repente, sin el menor aviso, Antílope tomó una esquina del chal y se limpió la nariz con él y a continuación salió corriendo por el pasillo con Ciervo detrás de él.
Yo creí que la señora se iba a desmayar y me acerqué a la pobre mujer, que se había quedado horrorizada. Le pedí perdón por lo acontecido y me ofrecí a ocuparme de la limpieza de su chal, pero se negó murmurando algo respecto a no volverle a decir nunca más a ningún niño que usase un pañuelo.
De repente un terrible grito hizo que todo el mundo dirigiese su atención en dirección a la sala de emergencias. Una enfermera dejó su escritorio y salió en esa dirección. Una señora que estaba a mi lado dijo que le parecía que estaban tratando a un niño al que le había atropellado un coche
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El ruido que procedía de la sala de emergencia se hizo más intenso.
—¡Es terrible! ¿Por qué no hacen algo por aliviarle el dolor a ese niño? —dijo una señora.
Yo busqué con la vista a mis hijos, pero no los vi por ninguna parte, así que me fui por el pasillo a buscarles. Al pasar junto a la sala de emergencia vi cuál era la causa de todo el ruido y toda la confusión. Ciervo y Antílope corrían alrededor de la mesa de exámenes y detrás de ellos iba una enfermera y un médico.
Yo entré en la sala, les agarré y les obligué a sentarse en una silla, mientras yo les tenía agarrados por el cuello de la camisa.
—¡Esos son los niños más rápidos que jamás he visto! —decía el médico jadeante. —Había dos pacientes más antes de usted, pero creo que les recibiré ahora.
Al cabo de unos minutos me aseguró que Nube gozaba de una excelente salud y que no había necesidad de que regresásemos antes de un año. Metí a los tres niños en el coche y me dirigí hacia casa.
De camino a casa me di cuenta de que justo delante de mí había un coche negro muy grande. De repente las ruedas de mi coche pasaron por un profundo charco y el coche dio una sacudida violenta. La bocina comenzó a tocar. Tenía un corto circuito. Procuré que dejase de sonar, pero no pude. ¡Cuando levanté la vista, vi que el coche que tenía delante era una carroza fúnebre!
Traté de dar marcha atrás, pero el conductor del camión que venía detrás de mí me hizo señas para que siguiese hacia delante. La carretera era demasiado estrecha y llena de barro como para que me pudiese detener o echarme a un lado sin que se me atascase el coche.
No podía hacer nada, así que no me quedó más remedio que seguir a la carroza fúnebre, con el ruido constante de la bocina. Fuimos avanzando por la carretera llena de baches kilómetro tras kilómetro, la 

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carroza fúnebre, yo y mi bocina y el camión detrás de mí.
Por fin la carretera se ensanchó, permitiéndome detenerme junto a ella y dejando que el coche fúnebre siguiese su camino sin el acompañamiento de mi bocina y entonces salí para ver si encontraba la manera de poner fin a ese ruido.
El camión que me había estado siguiendo se detuvo también y se me acercó el conductor. —¿Por qué le tocaba usted la bocina a ese coche fúnebre? —gritó por encima de todo el ruido.
—¡ Es una antigua costumbre india que tiene como propósito alejar a los espíritus malignos! —le grité, levantando el capó. —¿Sabe usted cómo hacer para parar este ruido?
Pocos minutos después me dirigía tranquilamente a casa.
Cuando llegué al patio, Don salió de la casa a recibirme y para ayudarme con las bolsas de la comida. —¿Has tenido algún problema? —me preguntó, mientras tomaba algunas bolsas.
—No, ni mucho menos —le dije— siguiéndole a la casa. —Después de todo ¿qué podía haber ido mal?
Yo amaba a mis tres hijos, pero a Don y a mí nos hubiese gustado tener una hija. Yo oraba sobre tener otro niño y tenía la seguridad de que Dios me ayudaría a salir bien.
Cuando Nube de Nieve tenía seis meses teníamos otro bebé de camino. En esta ocasión mi salud fue estupenda y no tuve ningún problema. Desde el principio estuve segura de que tendríamos una hija y todo lo que iba comprando era de color rosa.
EL NUEVO BEBE
Un nuevo bebé para sostener en mis brazos, Un nuevo y pequeño bebé para tener a mamá despierta toda la noche.
Papá se limitó a sonreír y a decir:
'% Allá vamos otra vez!"
MI CORAZÓN INQUIETO    181
Dos niñitos corriendo hacia la puerta,
Un bebé en la cuna y otro andando a gatas,

 Cuatro niños pequeños, cuatro años tiene el mayor... 

Somos ricos en hijos, así que nunca seremos pobres.
Juguetes, mantas y pañales por todas partes;

 Puede que estemos cansados, pero hay una sonrisa en mi rostro.
"Id y multiplicaos" fue el primer mandamiento en el Gran Libro .. .
Puede que dijese mucho más, pero he estado 

demasiado ocupada como para haberlo leído.

CAPITULO VEINTIDOS
-- No me digas que estás esperando otro bebé! —me dijo mi amiga mirándome y meneando la cabeza. —¿Cuatro hijos en cuatro años? ¿Es que no has oído nunca hablar de planear una familia?
—Sí, he oído hablar acerca de planear una familia y yo había planeado tener una familia y la estoy teniendo —le contesté.
Ella se echó a reír. —¡ Debes de estar loca!
Estaba tan furiosa que estaba a punto de echarme a llorar, pues con ese comentario tan desconsiderado había echado a perder mi día y le había quitado el brillo al anuncio del nacimiento del bebé.
¿Por qué consideran algunas personas que es una equivocación tener un bebé? ¿Qué es lo que anda mal en este mundo donde se considera que un bebé es una carga en lugar de ser una bendición? ¿Por qué creen las madres que tienen que pedir perdón por tener bebés y por querer a sus familias? ¿Por qué se pone tanto énfasis en el trabajar fuera del hogar y llegar a ser "alguien" y tener una carrera? ¿Por qué no puede ser la maternidad una carrera?
Una hora más tarde me estaba mordiendo la lengua mientras colgaba la ropa que había lavado. —¡No lo comprendo! ¡No lo entiendo ni aunque me maten! —me dije a mí misma. Sabia que estaba mal ponerme tan furiosa, pero me sentía como una osa protegiendo a sus oseznos.
Mi amiga andaba buscando trabajo y yo escribí, en mi imaginación, un anuncio para un periódico y sabía que era la clase de anuncio al que ella jamás contestaría.
MI CORAZÓN INQUIETO    183
SE BUSCA: Mujer atractiva, de buena presencia, de educación esmerada y personalidad agradable. Debe ser sociable, alegre y estar dispuesta a trabajar durante veinticuatro horas al día, sin sueldo, sin vacaciones, sin días de enfermedad. Debe fregar los pisos, hacer comidas, limpiar la casa, lavar la ropa, planchar y hacer limpieza a fondo. Debe de ser capaz de estirar el dinero, llevar el mismo vestido durante cinco años y seguir teniendo un aspecto agradable. Debe tener tiempo libre para leer cuentos, para secar lágrimas, para besar un codo arañado, para hacer galletas y para jugar con los niños pequeños. Debe ser una compañera para su marido, su amiga, su esposa, su contable, su enfermera, su mujer de la limpieza y su jardinera. SE. BUSCA : UNA MADRE.
Había dejado de sentirme furiosa y sentía verdadera lástima de mi amiga, que no sabía ni podía comprender las ricas recompensas de una madre. Cuando regresé a la casa llamé a mis hijos: —Vengan y les daré leche y galletas.
Contestaron con grititos de emoción y entraron a la casa corriendo, tropezando al entrar por la puerta. Me pusieron sus bracitos gorditos y sucios alrededor del cuello y me hicieron perder el equilibrio, yendo los cuatro a parar al suelo, riéndonos a carcajadas.
—¡ Te queremos mami! —me dijeron y se acercaron a la mesa.
Mis hijos eran siempre una bendición, jamás una carga.
El bebé que llevaba en mis entrañas se movió. Gracias Dios mío, por mis hijos.
Durante tres horas habían salido advertencias de que había tornados. Cuando estalló la tormenta era media noche, el viento soplaba con furia abriendo las ventanas del dormitorio, empapando la cama con la lluvia. Yo puse una almohada contra la ventana y me senté al borde de la cama. Mi cuarto bebé estaba a punto de nacer y Don tardaría todavía horas en                                      184    MI CORAZÓN INQUIETO
llegar a casa y yo sabía que no podía esperar tanto tiempo.
No teníamos teléfono y yo no tenía coche y nuestro vecino más cercano estaba a un kilómetro y medio de distancia. Desperté a mis tres hijos, les puse los zapatos y les puse sus abrigos encima de sus pijamas. Tenían sueño y Nube de Nieve estaba tan flojo como un trapo, así que le tomé en mis brazos y le entregué la linterna a Antílope. Agarré a Ciervo por la mano y nos dirigimos a través del campo a buscar ayuda.
Antílope apuntaba con la linterna a todas partes, menos al camino lleno de barro frente a nosotros. Los relámpagos cruzaban el cielo, iluminando nuestro camino mejor que la errante linterna. Cuando llegamos a casa del vecino, los cuatro estábamos empapados hasta los huesos.
Yo golpeé la puerta y grité y al cabo de unos minutos nos abrió la puerta un hombre con cara de sueño.
—¿Me permitiría usted usar su teléfono? Tengo que llamar a mi esposo —le dije— empujando a los tres niños fuera de la lluvia.
Llamé al establecimiento donde trabajaba Don y el sereno me prometió que le daría el recado a Don.
—Me gustaría ayudarla, pero mi camioneta no funciona —me dijo el hombre bostezando.
—Estoy bien. Gracias por permitirme usar su teléfono —le dije y me llevé a los niños otra vez por la oscura y lluviosa noche. Tardamos más en andar el kilómetro y medio que nos separaba de la casa porque tenía que llevar a Nube en mis brazos y Ciervo iba sobre mis espaldas y el cuarto bebé me recordaba constantemente que no tardaría en reunirse con nosotros.
Cuando llegamos de nuevo a casa les puse a los niños ropa seca y yo misma también me cambié de ropa. Entonces recogí algunas mantas y almohadas para hacer una cama para los niños en el coche. Ha-
MI CORAZÓN INQUIETO    185                                                                        bía noventa y un kliómetros de distancia hasta el hospital y los niños podrían dormir en el asiento de atrás.
Normalmente le llevaba a mi marido una hora llegar del trabajo a casa, pero esa noche, a pesar de la lluvia, llegó en veinte minutos. Al meter a los niños bien tapaditos, en el coche me dijo: —Un tornado ha tocado tierra a dos kilómetros de aquí y no podremos cruzar el puente en Twin Oaks. Tendremos que cruzar el arroyo Spring y pasar por las colinas.
—No llegaré —le dije con los dientes apretados.
—Yo creo que sí —me dijo y las ruedas giraron al salir del jardín.
Durante noventa y un kilómetros tuvimos que pasar por charcos en los que el agua llegaba hasta el parachoques de la parte de delante, resbalar por el barro y pasar por carreteras llenas de curvas. Cruzamos la línea del estado y nos detuvimos bruscamente frente al hospital Siloam Springs, de Arkansas.
Cuando mi esposo me dejó en la sala de partos para regresar junto a los niños, a fin de cuidarse de ellos, que estaban acostados en la sala de espera, yo quería oír de él algunas palabras que me fuesen de ayuda, algo así como: "te amo" o "oraré por ti", pero en lugar de eso me miró y me vio morderme los labios y apretar los nudillos a causa del dolor y me, dijo: —Que te diviertas, querida.
Poco tiempo después nació nuestra única hija y ya habíamos decidido su nombre; le pusimos Tormenta Primaveral.
Una enfermera gordita me entregó a mi nuevo bebé, a mi preciosa niñita. Hacía solamente unas horas que había nacido y yo la abracé contra mi corazón, llena de felicidad.
Alcé la vista y me encontré que la enfermera estaba mirando cómo alimentaba a mi bebé.
—¿Tiene usted hijos? —le pregunté.
—Sí, tenía una hija pero la perdí —me contestó.

 —Lo lamento —le dije.

186    MI CORAZÓN INQUIETO
—No quiero decir que se muriese, sino que, por algún motivo, la perdí. Yo estaba tan contenta cuando nació, pero sentía que estábamos demasiado endeudados, así que cuando tenía seis meses me coloqué unas horas cada día, con la intención de que durase solamente un par de meses, hasta haber pagado algunas facturas. El trabajo de unas horas se convirtió en un trabajo de ocho horas diarias y los dos meses se convirtieron en años. Ahora tiene dieciocho años y se va a casar este mes y yo no la conozco ni poco ni mucho; somos dos extrañas y ahora se me ha ido. Cuando era pequeñita me suplicaba que le leyese cuentos a la hora de irse a la cama, pero yo estaba demasiado cansada o demasiado ocupada y nunca llegaba a hacerlo. Siempre le prometía "mañana", pero nunca llegaba ese mañana. ¿Sabe usted una cosa? Yo no podría enseñarle a usted ni una sola cosa que haya comprado con el dinero que me he ganado trabajando. La verdad es que no necesitaba trabajar, nos hubiéramos podido arreglar sin mis pequeños ingresos. Me he engañado a mí misma y a mi hija y ya no hay nada que pueda devolverme a mi bebé —dijo secándose los ojos.
Mi bebé estaba dormida y la enfermera la tomó con delicadeza para llevársela de nuevo a la sala de los bebés.
—Tiene usted una niñita preciosa, no la pierda usted —me dijo.
—No lo haré —le dije, y sentí dolor en mi corazón por aquella mujer. Al acostarme me prometí a mí misma que a mi niñita le leería muchas historias cuando se fuese a dormir para compensar a aquella otra niñita cuya madre había estado siempre demasiado ocupada para leerle a ella.

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