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Aquellos que piensan
que el infierno está aqui en la tierra, es verdad, lo está! El infierno se encuentra en el centro
de la tierra, y allí hay almas en tormento día y noche. No hay fiestas en el infierno. No hay amor.
No hay compasión ni descanso. Solamente es un lugar de increíbles dolores
Siento una voz en esa casa y en mi corazón. Me llama desde el fondo de los años: Mamá está aquí, hijo. Mamá está en casa ... para siempre.
MAMÁ ESTÁ EN CASA
El "¿Donde está mamá?"es un estribillo que padres e hijos reconocen al instante. Aquí mientras la pregunta llega como un eco a través de los años, damos al lector conmovedora respuesta de un hijo cuya madre vivirá siempre en su memoría y en su corazón.
Por James Mc Cracken
Selecciones del Reader´s Digest
Agosto de 1980
No tenía objeto que nos volviéramos a acostar. Hablamos de mi madre, de mi padre, muerto unos años antes. De una familia de ocho personas, quedaban cuatro: Jean, Herbert, Martha y yo. Nos separaban grandes distancias y rara vez nos veíamos. Esta iba a ser una reunión de familia.
Cerramos la casa y partimos.
Cruz en llamas
MI MENTE saltó hasta Sewickley, población de 5.000 habitantes enclavada 20 kilómetros al noroeste de Pittsburgo. Allí nacimos los seis hermanos. Recuerdo los cálidos anocheceres estivales en el porche de nuestra casa. Mi madre se mecía suavemente en la hamaca. Mi padre fumaba en pipa en su silla favorita, una mecedora. Sentados allí veíamos pasar a los vecinos.
BAJO LOS neumáticos del automóvil corren los kilómetros. A medida que avanzamos, encabezamos una procesión. No una procesión fúnebre, que esta vendría en uno o dos días. Era una procesión de recuerdos atrás y adelante de nosotros. Hemos pasado por este camino muchas veces, y hablamos de sucesos triviales. ¿Recuerdas que por aquí se nos pinchó un neumático? Poco después de casarnos, cuando vivíamos en Sewickley, íbamos a Nueva York en Navidad a pasar unos días con los padres de Betty; o, cuando residíamos en Nueva York, íbamos a Sewickley los días festivos o los aniversarios de familia.
En un paroxismo de alegría y orgullo maternal, mamá recorrió los 90 metros por el borde del campo y llegó a la meta unas cuantas yardas detrás de mi hermano. ¡No llevaba pelota; de lo contrario, se habrían logrado dos tantos! De haber sabido cómo se regocijan hoy los que marcan esos tantos, creo que le habría quitado la pelota a mi hermano para "clavarla" en la meta. Su vitalidad y entusiasmo no tenían límites.
Tiesos y cansados tras .el largo viaje, salimos de la carretera y detuvimos el auto. Nos apeamos para estirar las piernas y contemplar las colinas, que parecían azules en la niebla.
Mis Ojos se alzaron hasta la línea más distante del horizonte, hacia el norte. ¿Será esa la montaña Nittany, sede de la Universidad del Estado de Pensilvania, de la que John fue alumno y donde, con una capacidad de que pocos atletas gozan, desperdició el tiempo y las oportunidades? Andrew estudió en Amherst (en el estado de Massachusetts); Herbert en la Universidad de Pittsburgo; John en la del Estado de Pensilvania y yo en el Colegio Alleghany, en Meadville (Pensilvania); Andrew se graduó y con el tiempo obtuvo un doctorado en la Universidad de Chicago. Llegó a ser ministro de la Iglesia Congregacional y luego director de publicaciones de la misma. Hombre ilustrado. Herbert destacó en el aula y en el campo de juego. En algún momento contribuyó a fundar una gran empresa editora de revistas. ¿John? Fue la suya una larga marcha cuesta abajo, desde la Universidad del Estado de Pensilvania hasta la desintegración y la muerte por cáncer a los 52 años. Jean se graduó de maestra, luego se casó y fundó una familia. Otra hermana, Martha, se quedó en casa. Nunca salió de Sewickley. Se casó, se divorció, crió un hijo y lo vio morir. Yo llegué a ser redactor de una revista. Todos hijos de buen padre y de madre intrépida.
Una familia sin dinero, hijos de un inmigrante irlandés. ¿Cómo lo conseguimos? ¿Cónio pudimos ir a la universidad? Madre. unapalabra. Una mujer. Por medio de sus hijos conquistó el medio en que vivía, su mundo. El universo de papá era pequeño. . Habría quedado satisfecho si hubiéramos ido a trabajar a la acería de Pittsburgo y entonces, tal vez, abrirnos paso allí. Hubiera sido un trabajo honrado, ¿no? Eso ocurría antes de los días de la asistencia social. Trabajar o pasar hambre. Trabajo pesado, honrado. Fue todo lo que conoció mi padre. Trabajar duro. Ser honesto. Ese era el camino del éxito.
No para mamá. Deben ir a la universidad, insistía. Deben hacerlo. No tenemos dinero. Tendrán que ir y mantenerse con sus propios medios. 'Trabajar de camareros, ¡ugar al fútbol, lavar platos, hacer cualquier cosa, pero tienen que ir a la universidad. Y así lo hicimos.
Por fin en casa
La Iglesia Subterránea se reunía en casas particulares, en los bosques, en los sótanos; dondequiera que pudiera hacerlo. Allí, en secreto, a menudo se preparaban los trabajos que se harían en forma abierta. Bajo el régimen comunista pusimos en práctica un plan de reuniones de predicación en plena calle, pero con el tiempo llego a ser demasiado peligroso. Sin embargo, por ese medio llegamos a muchas almas que de otro modo no habríamos podido alcanzar. Mi esposa era muy activa en esto. Algunos cristianos se reunían silenciosamente en las esquinas y comenzaban a cantar. Al escucharlos, mucha gente se reunía para oír el hermoso canto, y entonces mi esposa aprovechaba para entregarles el mensaje. Abandonábamos el lugar antes que llegara la policía.
Cómo la
Iglesia de Dios Universal encontró la pura verdad del evangelio
La
historia del dramático cambio de la iglesia fundada por Herbert W. Armstrong
contada por sus líderes
por Dan Wooding
El periodista
internacional Dan Wooding entrevista a los líderes de la Iglesia de Dios
Universal en Pasadena, California, para conseguir sus visiones únicas sobre cómo
su iglesia cambió de lo que algunos consideraron ser una secta, a encontrar la
‘pura verdad’ del evangelio y emerger del ‘velo’ del legalismo a un nuevo
encuentro con la libertad en Cristo.
H
|
a sido una
peregrinación increíble para Joseph Tkach, hijo, Pastor General de la Iglesia de
Dios Universal en Pasadena, California. Él ha seguido los pasos de su valeroso
padre en conducir a la iglesia de lo que algunos consideraron ser una secta,
fuera del ‘velo’ del legalismo a un nuevo encuentro con la libertad en Cristo.
“El
viaje que hemos hecho se parece mucho al que usted leerá en el libro de Hechos”
dijo Joseph Tkach, hijo, quién reemplazó a su padre después de su muerte en 1995
de cáncer al colon. “Nos movimos de Jerusalén a Antioquía. Los mismos
forcejeos de la iglesia inicial. Las mismas batallas. En ese sentido hemos
recreado la historia.”
La Iglesia de
Dios Universal, antes conocida como la Iglesia de Dios Radial, se fundó en 1934
por ‘el profeta de los negocios’ Herbert W. Armstrong, que propagó su mensaje a
través de la revista “La Pura Verdad” y los programas de radio y televisión “El
Mundo de Mañana”. Este vendedor vuelto predicador tenía una manera maravillosa
de utilizar las palabras y pronto generó seguidores alrededor del mundo que se
unieron a la que Armstrong llamó ‘la única verdadera iglesia’.
Pero,
irónicamente, fue el propio Armstrong quien realmente empezó el giro asombroso
de sus propias ‘enseñanzas inspiradas’ cuando hizo un comentario poco antes de
su muerte acerca de cambiar las enseñanzas de la iglesia sobre la sanidad. “Una
de las cosas que Herbert Armstrong le dijo a mi padre en algunos momentos
privados antes de que muriera fue que había algunas cosas que enseñó que
necesitaban ser revisadas, específicamente el asunto de la sanidad”, dijo el
Pastor General. “Herbert W. Armstrong había escrito un folleto que declara una
situación ideal de que usted se dirige a Dios, se unge, y se sana. Es una
promesa, dijo, y fue idealizada así de forma que ir a un doctor era una falta de
fe e incluso visto quizás como un pecado por muchos en la iglesia.
“Y aquí estaba
el Sr. Armstrong, con problemas del corazón, tomando píldoras de trinitrina. De
hecho, durante los últimos siete años de su vida, estaba tomando diecisiete
medicamentos diferentes. Frecuentemente llamaba a mi padre cuando estaba
teniendo algún dolor serio de angina y mi papá oraba por él, lo ungía y, después
de esto, su dolor se calmaba.
“Un día mi
padre le dijo, ‘Usted sabe, muchos de nuestros ministros no ungirían a alguien
que fuera al médico y aquí usted no solo va a uno, sino que va a dos y también
está tomando diecisiete medicamentos.’
“Así que aquí
había un asunto y antes de que muriera, dijo, ‘Eso necesita ser revisado como
probablemente algunas otras cosas también’. Herbert Armstrong no dio detalles
de cuáles eran aquellas cosas. Apenas dijo, ‘Usted las examinará y cuando el
tiempo llegue, Dios lo guiará.’”
Greg
Albrecht, jefe de redacción de La Pura Verdad, quien se había unido con nosotros
para la entrevista, explicó entonces, “no había ninguna reexaminación doctrinal
o incluso preguntas de cualquier clase bajo Herbert Armstrong, a menos que
vinieran de su iniciativa. Creía que solo él ponía la doctrina. Creía que solo
él era el apóstol y que los ministros y miembros simplemente debían llevar a
cabo y seguir sus instrucciones. Había pocas oportunidades para alguna clase de
diálogo doctrinal.”
El fundador de
la Iglesia de Dios Universal, quien murió poco después de hacer sus comentarios
sobre reexaminar la doctrina, nunca pudo comprender hasta adonde llegarían sus
palabras. Pero siguiendo las instrucciones de Armstrong, Joseph Tkach, padre,
invitó a un círculo íntimo de ministros superiores y estudiosos a la sede
principal para darle una primera mirada a la sanidad a la luz de las Escrituras.
Pudo dejar simplemente las cosas como estaban, pues bajo su liderazgo, la
iglesia en 1988 alcanzó su pico en ingresos y miembros. Había 145,000
integrantes y 800 congregaciones en aproximadamente 100 países. Él pudo haber
escogido dejar las cosas en paz, pero sabía que necesitaba tomar alguna acción.
“Escribimos
un folleto explicando que lo que la iglesia había enseñado en el pasado no era
completamente preciso, y las razones del por qué, y entonces ese tema se
normalizó,” dijo Joseph Tkach, hijo, “Eso causó un murmullo a lo largo de toda
la denominación porque las personas tenían que enfrentar el hecho que Herbert W.
Armstrong podría estar equivocado sobre algo. Diría que 95 por ciento de la
membresía supieron que éste era un cambio bíblico y era correcto y lo aceptaron
sinceramente, pero cinco por ciento no lo hicieron. Ellos no se fueron, pero no
les gustó, mas el otro 95 por ciento hizo un murmullo sobre eso.”
Pero entonces
vinieron otros cambios. Joseph Tkach, hijo, declaró que algunas de las
creencias de Armstrong que habían salido del “movimiento de santidad del siglo
19” fueron examinadas entonces por varios ayudantes del Sr. Tkach, padre,
quiénes vinieron a ser conocidos como la “Banda de los Cuatro”.
Siguió,
“Teníamos normas que las mujeres no debían llevar maquillaje o usar pantalones y
algunos de esos estrictos tipos de artículos. Esas cosas cambiaron y dijimos
que ahora estaba bien que las mujeres usaran cosméticos, etc.”
Pero entonces
un pilar de la doctrina de la iglesia estaba en estudio. “Herbert W. Armstrong
había enseñado cosas que estaban en desacuerdo con lo que la Escritura en
realidad dice, como el nacer de nuevo,” dijo Joseph Tkach, hijo, “Él había dicho
que realmente no hemos nacido de nuevo hasta que Cristo retorne. Usted sólo fue
concebido. Creyó que todo lo que la cristiandad enseñó sobre este tema estaba
equivocado. Diría que ellos tenían razón sobre la experiencia de la conversión,
pero que usted no ha nacido de nuevo, sólo está ‘concebido’. Bajo el liderazgo
del Sr. Armstrong, dimos mucha importancia a este asunto.”
“Después de que
cambiamos nuestro enfoque sobre ‘nacer de nuevo’, empezamos a dirigirnos a otros
asuntos. La reacción en cadena fue sólo una sucesión continua de temblores cada
vez que ocurría un cambio hasta que finalmente en 1989, un ministro se fue
siguiéndole aproximadamente 3000 personas. Dijo: ‘Estos cambios están
equivocados. Herbert Armstrong, el apóstol del tiempo del fin, tenía razón en
estas cosas’. Ésa fue la primera escisión grande que habíamos tenido desde
1978, cuando Garner Ted, el hijo de Armstrong, se fue a Texas y empezó su propio
grupo. Tomó a aproximadamente 3000 personas con él.”
El presente
Pastor General dijo que su padre empezó a luchar con el hecho que Herbert W.
Armstrong había enseñado que ellos eran la “única verdadera iglesia”. Su padre
sentía que el Cuerpo de Cristo tenía que ser mucho más grande que simplemente su
denominación. “La idea completa que Dios permite que 99 por ciento de la
población de la tierra sea engañada y menos de 1 por ciento sean los verdaderos
creyentes, empezó a molestarlo”, dijo Joseph Tkach, hijo. “Él leía artículos
sobre misioneros dando sus vidas y decía, ¿‘Cómo podemos decir que somos los
únicos verdaderos cristianos? Ellos han puesto en juego sus vidas por el
Evangelio.’
“Mi padre se
convenció que había cristianos en otras iglesias y que había auténticos
ministros en otras denominaciones. Pero cuando empezó a dirigirse a eso, eso
fue un sismo que atravesó a la iglesia.
“Ese
reconocimiento llevó a más estudios de las escrituras los cuales resultaron en
más cambios”.
Un
ambiente lleno de rumores
“Por entonces
estábamos con un ambiente lleno de rumores,” continuó. “Parecía que si uno de
nosotros (la Banda de los Cuatro) fuera visto leyendo un libro sobre doctrina o
estudios bíblicos, el próximo rumor sería que, cualquier tema que fuera, eso era
lo que llevaba al próximo cambio.”
El Pastor
General recordó cómo este grupo pequeño se había puesto en el papel de contestar
las preguntas desafiantes a la teología sistemática de Armstrong. “Nos estaban
llegando preguntas que nunca nos habían dirigido, desafíos que nunca antes
habíamos recibido,” dijo Joseph Tkach, hijo, “Podíamos comparar las notas porque
supimos que teníamos que dar una única respuesta y esa dinámica nos obligó a
juntarnos para hablar. Pero lo que es interesante sobre ello, es que no fue muy
cómodo hacerlo. Pensé que Mike (J. Michael Feazell ahora editor ejecutivo de la
Pura Verdad y Director Administrativo de la Iglesia) casi se había ido puesto
una fiera, porque compartió algunos pensamientos conmigo sobre su propio estudio
de la trinidad y el nuevo pacto.
“Comenzamos
estudiando y para empezar vimos que habíamos enseñado una versión falsa de la
historia. Puedo ver ahora, por la manera como explicamos las cosas, que
habíamos estado sacando unos versículos de un contexto más grande y simplemente
habíamos permitido a la Escritura decir o apoyar lo que quisimos. Así que
empezamos a volver a poner las cosas en el contexto más amplio. Con ese tipo de
experiencia, empezamos extendiendo la mano los unos a los otros después de
cierto punto. Llevábamos estas preguntas y respuestas para mi papá para la
aprobación final y vía que tenían razón y decía: ‘Ya hemos hecho tres o cuatro
cambios importantes; cada nuevo cambio es como un terremoto.’
“Estaba muy
preocupado porque vio que estas nuevas enseñanzas eran correctas y quería que
todos supieran cuál era la verdad, pero no quiso hacerlo tan rápidamente o sólo
descargar un cambio después de otro en las personas pues eso desestabiliza.
Pero nunca tuvimos una agenda que inventáramos. Ninguno de nosotros fue lo
bastante perspicaz para ver todas las ramificaciones.”
Siguió: “La
trinidad fue el único tema que produjo una fisura y verdaderamente puso un
límite a la gente. Como Mike Feazell dijo una vez, creciendo en nuestra iglesia
pensaba que ‘doctrina-trinidad-falsa-pagana’ era una palabra, pues apenas oía la
palabra ‘trinidad’ en algún otro contexto. La única ‘agenda’ era de contestar
las preguntas honestamente. La pregunta llegaría, la investigaríamos y la
contestaríamos e intentaríamos explicarla.
Escribíamos
artículos, dábamos sermones y enseñábamos. Algunos podían leerlos y veían si
eran correctos. Otros los leían y los combatían. Todos los tipos de teorías de
conspiración surgieron. En un ambiente rico en rumores, cada matiz se
interpreta. Había todos los tipos de intriga. Los rumores y teorías de
conspiración hicieron más difícil de articular la verdad. Mi papá, aunque quiso
que las cosas fueran despacio, realmente no tenía control alguno en cuán rápido
ocurrían los cambios.
La
inmensidad de los errores
“La inmensidad
de los errores que de repente la gente estaba comprendiendo se volvió sumamente
estresante para mi papá. El ritmo de nuestros cambios estaba siendo fijado, en
efecto, por las preguntas de nuestra membresía y el ministerio. No podíamos
decir entonces, ‘No vamos a contestar sus preguntas’. Las preguntas estaban
haciéndose en todo el país por ministros y miembros. Nuestra meta era responder
honestamente y bíblicamente.”
“Fue en
diciembre de 1994 que Joseph Tkach, padre, tomó una acción que finalmente selló
el futuro de la iglesia.” Dio un sermón en que explicó que no estábamos más
bajo el Antiguo Pacto, sino en el Nuevo Pacto, y prosiguió a través de las
ramificaciones de lo que eso significa,” dijo su hijo. “El sábado, el guardar
el sábado no era más una prueba de fidelidad. Las carnes limpias e impuras no
eran una prueba de fidelidad. El fracaso de dar 10 por ciento de sus ganancias
brutas, dijo, no significan que usted morirá quemado en el lago de fuego y
azufre. Dio este sermón en una de nuestras congregaciones en Atlanta, en
nuestro campus universitario en Texas, así como en nuestra congregación de la
sede principal en Pasadena, y en una conferencia ministerial. El sermón se
grabó en video para nuestras congregaciones alrededor del mundo, y también fue
publicado.
“Eso fue el
colmo, por lo que no mucho después, una gran escisión ocurrió y se formó la
Iglesia de Dios Unida. Inicialmente, en los EE.UU. un grupo de 20,000 personas
salió con ellos. Su número ha caído desde entonces, pero entiendo que tienen
aproximadamente 13,000 en los Estados y aproximadamente 20,000 alrededor del
mundo. Ellos, como todos nuestros otros grupos disidentes, tienen una teología
de Armstrong. Se organizaron oficialmente sólo un par de meses después de ese
sermón”.
Greg Albrecht
entonces intervino para decir, “Así como Martín Lutero, Joseph Tkach, padre,
clavó el sermón en la puerta. Ese sermón, en diciembre de 1994, fue nuestra
aceptación de la salvación por la gracia mediante la fe. Hasta ese punto hubo
algunas pocas personas en nuestra hermandad, pastores y miembros que esperaban
que este grupo pequeño de consejeros que estaban influyendo en el Sr. Tkach
pudieran de algún modo ser sacados fuera del camino, destruidos, muertos
prematuramente, o cualquier cosa, y el Sr. Tkach pudiera ser guiado a su buen
sentido por Dios.
“Pero
cuando dio ese sermón, no había duda alguna en cualquiera qué creía. Creía en
Jesucristo y él crucificado. En el Nuevo Pacto. Y en ese punto, las personas
comprendieron, ‘De acuerdo, esto es donde él está. Esto es donde la iglesia
está yendo”.
Cuando este
forcejeo interior estaba ocurriendo, sólo unos pocos observadores de la Iglesia
de Dios Universal estaban dándose cuenta del cambio histórico que tomaba lugar.
“Alguna vez, podría salir un libro sobre las sectas y podría contener nuestras
viejas doctrinas y así podríamos avisarles para que se actualicen en nuestra
presente posición y enseñanza, mas ese fue el alcance de nuestra presentación
pública”, dijo Michael Feazell.
Joseph agregó,
“yo habría pensado que estos grupos cristianos de vigilancia de las sectas
deberían haber reconocido lo que estaba pasando y extendido una mano de ayuda y
ser amables y delicados; en cambio algunos de ellos hicieron el viaje el doble
de difícil y aumentaron los cambios de bando y disidencias que estaban
ocurriendo. Nuestra credibilidad fue impactada. Unos grupos de vigilancia de
sectas constantemente eran la segunda estimación de nuestra sinceridad, nuestra
autenticidad y así dañaron nuestra credibilidad, particularmente entre nuestra
propia gente”. Entonces le pregunté a Joseph ¿cómo, en retrospectiva, ve a su
padre? “Lo veo como valeroso. Pienso que cumplió lo que Dios quería que
hiciera”.
¿Por qué
mantener el nombre?
Me pregunté,
entonces, ¿por qué ellos decidieron continuar llamándose la Iglesia de Dios
Universal cuándo su teología era ahora tan diferente a la del fundador? “Es
parte de nuestra identidad”, dijo Joseph. “Ésa era una de las cosas que se
rumoraba que íbamos a cambiar, por lo que dijimos: ‘No, no vamos a cambiarlo’.
Cuando usted está registrado bajo ese nombre en cada estado y en 100 países
diferentes, es considerable trabajo cambiarlo.
“Con respecto a
cambiar el nombre de la Pura Verdad. Hablamos sobre ello. Consideramos
diferentes pensamientos e ideas, pero sólo seguíamos regresando al hecho que tal
es un buen nombre. También comprendimos que estaríamos diciendo la pura verdad
finalmente.
“Ahora en
realidad unas pocas personas que nos dejaron en el momento sienten y han dicho,
‘No, ellos no son la Iglesia de Dios Universal. Nosotros somos la Iglesia de
Dios Universal. Porque la Iglesia de Dios Universal es Herbert Armstrong y
estamos aceptando eso con nosotros. Ellos han, de hecho, secuestrado a la
Iglesia de Dios Universal y la han hecho sólo otra iglesia protestante’. Así el
tema de cambiar el nombre para nosotros fue decidido. Nuestro nombre ayuda a la
gente a entender que nosotros, la Iglesia de Dios Universal, somos un testimonio
viviente de que Dios nos ha reformado. Somos una nueva iglesia, transformada
por Jesús. Somos un testimonio del hecho que Dios puede hacer algo.
“De los 110 a
120 grupos disidentes de la Iglesia de Dios Universal desde 1934, cuando Herbert
Armstrong la fundó, todos ellos enseñan una marca de Armstrongismo. Pueden
enseñar Armstrongismo de 1957, o de 1942 o de 1978, pero todos se adhieren a una
foto de lo que Herbert Armstrong enseñó en un momento particular en la historia.
Con una excepción, la iglesia fundadora, la Iglesia de Dios Universal. Somos
totalmente ortodoxos y totalmente cristianos. Ésa es la ironía.
“La única
iglesia que lleva el nombre que Armstrong le dio es la única iglesia que no
enseña sus errores. Y para nosotros, eso muestra la belleza de la soberanía de
Dios.”
Entonces reveló
la tensión que ha estado bajo la cabeza de la iglesia. “El correo de odio ha
sido a veces increíble de los miembros antiguos”, reveló, “Se han apagado
algunos, pero he recibido incluso amenazas de muerte. Generalmente los recibo
aquí en la oficina, pero una vez recibí uno en casa y había querido aislar a mi
esposa y niños de ese tipo de cosas.”
Yo
le pregunté si ¿no hubiera sido más fácil de haber cerrado sus ojos y continuar
como había estado en los días de Herbert Armstrong? “No, no podría hacer eso”,
dijo.
Dijo que
personas como Hank Hanagraaf del Instituto de Investigación Cristiano han sido
como “una respiración de aire fresco comparada con todos los otros grupos de
observadores de sectas”. Agregó, “Y realmente no se ve asimismo como un grupo
observador de sectas y es realmente diferente. Fue singularmente diferente.” Tkach
dijo que Ruth A. Tucker, profesor visitante de la Escuela Evangélica de la
Trinidad, quien ha escrito dos artículos sobre la iglesia para
Christianity
Today
(Cristiandad hoy), y el personal de la escuela de graduados de teología en la
Universidad Azuza Pacífico en California del Sur, también han sido muy
comprensivos. Estaban entre los primeros en reconocer que Dios estaba
orquestando el milagro.
“Había estado
tomando estudios para graduados allí e inmediatamente extendieron la mano
derecha de compañerismo y fueron sumamente comprensivos, alentadores,” explicó
Mike Feazell. “No tenían reparos en darnos cualquier ayuda, sobre todo en
oración, que necesitábamos. No nos presionaron en absoluto o esperaron algo de
nosotros, sino quisieron ayudar donde sentíamos que lo necesitábamos. No se
preocuparon por su reputación. Fueron justamente hermanos cristianos desde el
principio”.
¿Qué piensa
Joseph que Herbert Armstrong diría si estuviera en este cuarto y escuchara esta
conversación? “Me gustaría pensar que habría visto algunos de estos errores”,
dijo. “Sé con seguridad que sabría que su enseñanza anterior sobre la sanidad
sería cancelada. Me gustaría creer que habría dicho: ‘es bueno que ustedes
hicieran estos cambios y qué vergüenza de todas aquellas personas que
salieron’”.
Le pregunté
entonces a Joseph: ¿si estuviera cara a cara con los líderes de los Testigos de
Jehová o los mormones, que les diría? “Les diría que necesitan reexaminar
algunas de las cosas que todavía están enseñando, como exigir verdades
exageradas e historia falsa”, dijo. “Los desafiaría a empezar el camino de la
reforma. Sin embargo,”agregó, “no sé si escucharían”.
¿Cuál sería su
mensaje a la comunidad evangélica? “Continúen siguiendo la guía del Espíritu
Santo para derribar las barreras y paredes denominacionales. Pienso que
necesitamos abrazarnos como hermanos y hermanas. Algunos en la amplia comunidad
cristiana así como algunos de nuestros grupos disidentes han dicho que hicimos
estos cambios sólo para ser aceptados por la comunidad evangélica. No hicimos
los cambios para agradar a ninguna denominación o líder o individuo cristiano.
Lo hicimos porque Dios nos llevó a hacerlo; vemos que él tiene razón. Es
bastante humillante decirle a las personas que hemos estado llamándolos
‘paganos’, o ‘engañados por el diablo’, o ‘falsamente llamados cristianos’
durante 50 años”.
¿Qué le
gustaría que se inscriba en su lápida? “Vivió para Jesús” dijo firmemente.
Greg Albrecht
agregó, “Nos esforzamos con nuestro papel. Nos preguntamos lo que podríamos
hacer bien. Pero no hay un libro de texto escrito dando paso a paso la
instrucción basada en la Biblia acerca de salir de las enseñanzas sectarias
hacia la histórica, ortodoxa fe cristiana. Deseamos que hubiera habido un libro
de texto. Agradecemos a Dios por su misericordia y su gracia. Algunos dirán,
‘Oh, es una vergüenza que hayamos perdido tantos miles de miembros’. La otra
cara de eso es que es un milagro que algunas miles de personas han encontrado a
Cristo en nuestra hermandad. Es un milagro”.
La Iglesia de
Dios Universal actualmente cuenta con aproximadamente 58,000 miembros en más de
100 naciones con más de 800 congregaciones locales internacionalmente.
El ‘Mundo del Mañana’ está ciertamente pareciendo diferente estos días para la
Iglesia de Dios Universal. Porque ellos han ido de la marginalidad al redil.
¿Quién dice que la era de los milagros ha terminado?
jueves, 16 de junio de 2016
PERDÓNANOS
NUESTRAS DEUDAS
por Joseph
Tkach
Como los que
visitan
este sitio web
regularmente saben, la Iglesia
de Dios Universal (Worldwide
Church of God),
patrocinadora de la revista, Plain Truth
(La Pura Verdad),
ha cambiado
su posición en un numero de creencias que hemos tenido por largo tiempo,
durante los pasados últimos años. Al centro de esos cambios ha sido el aceptar
que la salvación es por gracia por medio la fe. Aunque esto se predicaba en el
pasado, siempre estaba acompañado con el mensaje que Dios nos debía una
recompensa por nuestras obras que edificaban santo y justo carácter. Por
décadas, nosotros considerábamos la adherencia escrupulosa a la ley como la base
de nuestra justicia. Intentábamos relacionarnos con Dios por medio de las reglas
y regulaciones del antiguo pacto en nuestro deseo ferviente de complacerle.
En su
misericordia, Dios nos ha demostrado que las obligaciones del antiguo pacto no
se aplican a
los
cristianos
que están bajo el nuevo pacto. Él nos ha guiado a las riquezas de su gracia y
a
una
relación renovada con Jesucristo. Él ha abierto nuestros corazones y nuestras
mentes al gozo de su salvación. Las escrituras nos hablan con un significado
fresco, y nos regocijamos diariamente en la relación personal que tenemos con
nuestro Señor y Salvador. Al mismo tiempo estamos muy conscientes de nuestra
historia
pasada.
El Espíritu
Santo esta obrando hoy en el cuerpo de Cristo para sanar heridas históricas y
restaurar
las
buenas
relaciones entre los ofensores y los ofendidos. Es mi dolorosa responsabilidad
el reconocer que la Iglesia de Dios
Universal
ha
estado entre los ofensores. Nuestro imperfecto entendimiento doctrinal nubló el
simple evangelio de Jesucristo y nos guío a una variedad de conclusiones
erróneas y prácticas
que no eran bíblicas. Tenemos mucho de que arrepentirnos y de que disculparnos.
Éramos
farisaicos y juzgábamos, condenando a otros cristianos, llamándoles “así
llamados cristianos” y dándole apelativos de “engañados” e “instrumentos de
Satanás.”
Imponíamos
sobre nuestros miembros una manera de vivir un cristianismo orientada en obras.
Requeríamos adherencia a regulaciones pesadas del código del antiguo testamento.
Nosotros practicábamos una manera muy legalista de como gobernar a la iglesia.
Nuestra
manera de pensar basada en el antiguo pacto producía actitudes de exclusivismo y
superioridad en vez de la enseñanza del nuevo pacto de unidad y hermandad.
Nosotros le dábamos demasiado énfasis a
las
predicciones
proféticas y especulaciones proféticas, haciendo menos el verdadero evangelio de
salvación por medio de Jesucristo.
Estas
enseñanzas y practicas son una fuente de pena suprema. Estamos dolorosamente
conscientes del dolor de corazón y sufrimiento que ha resultado de estos. Estábamos
en error. Nunca hubo intención de engañar a alguien. Estábamos
tan enfocados en lo que creíamos que hacíamos para Dios que no reconocíamos el
camino en el cual estábamos.
Intencionalmente
o no, ese camino no fue el camino bíblico. Al mirar atrás, nos preguntamos como
es que pudimos estar tan equivocados. Lo sentimos de corazón por todos aquellos
a quienes nuestras enseñanzas les desviaron en las escrituras. No menospreciamos
su desorientación espiritual y su confusión. Sinceramente deseamos su
entendimiento y perdón. Reconocemos que la profundidad de la alienación puede
hacer la reconciliación difícil. En nivel humano, a menudo la reconciliación es
un proceso largo y difícil. Sin embargo oramos diariamente por ello,
reconociendo que el ministerio de sanidad de Cristo puede cerrar aun las más
profundas heridas. No hacemos ningún esfuerzo
por
cubrir nuestros errores bíblicos o doctrinales en nuestro pasado. No es nuestra
intención el cubrir las fracturas simplemente con papel. Estamos afrontando
firmemente nuestra historia y confrontando las faltas y pecados que encontramos.
Estos siempre permanecerán como parte de nuestra historia, sirviendo como un
recuerdo perpetuo de los peligros del legalismo.
Pero no
podemos vivir en el pasado. Tenemos que sobreponernos del pasado. Tenemos que
seguir hacia adelante. Decimos con el apóstol: “olvidando
ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante,
prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
(Filipenses
3:13-14)
Hemos
establecido nuestros corazones y nuestras mentes en Jesucristo y confiamos
solamente en él. ¡Yo nunca he estado más emocionado acerca del estado de nuestro
compañerismo! Estamos reuniendo nuestras energías y procediendo adelante en
predicar el evangelio por todo el mundo y equipando
a
nuestras
congregaciones locales
para
que sean
ejemplos saludables del cuerpo de Cristo. Estamos utilizando los dones
espirituales que se nos han dado y capitalizando en una intensa dedicación a
Jesucristo – la cual por largo tiempo a caracterizado a nuestra iglesia--
ahora
encauzada
correctamente . Así es que hoy estamos parados a los pies de la cruz -
el símbolo principal de toda la reconciliación. Es el terreno común adonde los
alienados y los apartados pueden reunirse. Como cristianos todos nos
identificamos con el sufrimiento que se llevo a cabo allí, y esperamos que esa
identificación nos unifique.
Deseamos
reunirnos allí con cualquiera que nosotros hayamos
herido. Es solo por la sangre de la cruz y el poder del Espíritu que podemos
poner las heridas del pasado detrás
de nosotros y movernos hacia adelante a nuestra meta común. Yo he expresado este
sentimiento en sermones y cartas en los recientes meses, pero quiero
reiterarlos. Así es que para todos los miembros, los que anteriormente eran
miembros, colaboradores y otros – todos los que han sido víctimas de nuestros
pecados pasados y errores en doctrinas – yo les extiendo mis disculpas de todo
corazón. Y yo les invito que se unan a nosotros en proclamar el verdadero
evangelio de Jesucristo por todo el mundo – como ahora Dios nos esta bendiciendo
con renovado crecimiento y vigor en su servicio.
Joseph Tkach,
Presidente
lunes, 23 de mayo de 2016
NO HAY FIESTAS EN EL INFIERNO by Mary Katherine Baxter
Una
Revelacion Divina
del Infierno
by Mary Katherine Baxter
Queda Muy Poco Tiempo!
del Infierno
by Mary Katherine Baxter
Queda Muy Poco Tiempo!
Copyright
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fair use for purposes such as criticism, comment, news reporting, teaching,
scholarship, and research. Fair use is a use permitted by copyright statute
that might otherwise be infringing. Non-profit, educational or personal use
tips the balance in favor of fair us
by Mary Katherine Baxter
Capítulo
1
Camino
al infierno
En marzo de 1976
mientras oraba en mi hogar, tuve una visita del Señor Jesucristo. Había estado orando en el Espíritu
por varios días cuando de pronto sentí la presencia real y verdadera de Dios. Su poder y gloria
llenó la casa y una luz brillante iluminó el cuarto donde estaba orando y un sentimiento agradable
y maravilloso vino sobre mi.
Habían luces que
fluían en ondas, rodando y doblándose sobre y fuera de si. Era una vista espectacular! Luego la
voz del Señor me comenzó a hablar. El me dijo, “Soy Jesucristo, tu Señor, y quiero darte una
revelación con el fin de preparar a los santos para mi venida y para
restaurarlos a mi justicia. Los
poderes de las tinieblas son reales y mi juicio es verdadero.
Hija mía, te llevaré
al infierno por mi Espíritu y te enseñaré muchas cosas que quiero que el mundo conozca. Yo me
manifestaré muchas veces a quí, sacaré tu Espíritu de tu cuerpo, y te llevaré directamente al
infierno.
Yo quiero que escribas
un libro y relates las visiónes y todas las cosas que te revelaré. Tu y yo juntos caminaremos por
el infierno. Haz un registro de estas cosas que fueron, son y están por venir. Mis palabras son
verdaderas, fieles y de confianza. Yo soy el que soy, y no hay otro después de
mi.”
“Querido Señor,” le
grité, “ qué quieres que yo haga?” Todo mi ser quería gritarle a Jesús, para
reconocer su
presencia. La mejor manera de describir lo que me pasó, fue como que su amor
vino sobre mí. El amor que
sentí fue el amor más hermoso, sereno, lleno de gozo y un poder que jamás había experimentado.
Comencé a alabar a
Dios. De momento, quería darle toda mi vida para que El la usara, para así ayudar a salvar a la
gente de sus pecados. Sabía, por medio de su Espíritu, que el que estaba conmigo en mi cuarto
era realmente Jesús el Hijo de Dios. No puedo encontrar palabras para expresar su presencia
divina. Pero yo se, y estoy segura que era el Señor.
“He aqui, Hija mia,”
dijo Jesús, “te voy a llevar al infierno por mi Espíritu para que puedas hacer
un registro de su
realidad; para que digas a toda la tierra que el infierno es real y para que
traigas a los perdidos de las
tinieblas a la luz del evangelio de Jesucristo.”
Instantáneamente, mi
alma fue tomada de mi cuerpo. Jesús y yo ascendimos fuera de mi cuarto hacia el cielo. Yo me
daba cuenta de todo lo que estaba aconteciendo a mi alrededor. Miré hacia abajo y vi a mi esposo
y a mis niños dormidos en nuestro hogar.
Era como que había
muerto y mi cuerpo había quedado en la cama mientras que mi espíritu iba con Jesús hacia arriba a
través del techo de la casa. Parecía como que todo el techo había sido enrollado hacia atrás
y yo podía ver a mi familia dormida en sus camas. Sentí el toque de Jesús mientras decía, “No
temas; ellos estarán seguros.” El conocía mis pensamientos.
Hasta donde mis
habilidades me permitan, trataré de contarles paso a paso lo que ví y sentí.
Algunas de las cosas
no las entendí, pero el Señor Jesús me dijo el significado de La mayoría de ellas, mientras que
otras no me fueron reveladas.
Yo estaba conciente de
lo que sucedía en aquel entonces, y ahora estoy convencida de que estas cosas verdaderamente
ocurrieron y que solamente Dios me las pudo haber enseñado. Alabado sea su santo nombre.
Pueblo, créanme, el infierno es real. Yo fuí conducida alli por el Espíritu,
muchas veces aún durante la
preparación de este reporte.
Pronto estábamos alto
en los cielos. Me dí vuelta y miré a Jesús. El estaba lleno de gloria y poder,
y una gran paz emanaba
de El. El tomó mi mano y dijo:” “Yo te amo; no temas, porque yo estoy contigo.”
Luego, comenzamos a
subir aún más alto dentro del cielo,y ahora podía ver la tierra desde arriba.
Saliendo de la tierra
habían embudos esparcidos en muchos lugares girando en vueltas hasta un punto central y
regresando otra vez. Estos se movían en las alturas de la tierra y se veían
como un tipo de resorte de
hierro sucio y gigantesco que se movía constantemente. Estos subían de todas las partes de la
tierra. “Qué son son éstos?” le pregunté a mi Señor Jesús al acercarnos a uno
de ellos. “Estas son las
entradas al infierno,” me contestó. “Nosotros entraremos al infierno por uno de ellos.”
Inmediatamente,
entramos en uno de los embudos. Por dentro, se parecía a un túnel, girando
alrededor y regresando
otra vez como un trompo.
Una profunda oscuridad
descendió sobre nosotros y con la oscuridad vino un olor tan terrible que me dejó sin aliento. A
los lados de este túnel habían formas vivientes de un color gris oscuro incrustadas en las
paredes, las formas se movieron y nos gritaron mientras pasábamos. Yo sabía que eran malignas sin
que nadie me lo dijera.
Estas formas se podían
mover pero se quedaban pegadas en las paredes al mismo tiempo que un un olor terrible
emanaba de ellas, mientras que nos gritaban en forma terrible. Yo sentí una
fuerza maligna invisible
dentro de los túneles.
Alguna veces en la
oscuridad se podían reconocer estas formas que en la mayoría eran cubiertas por una neblina sucia.
“Señor, qué son estos?” le pregunté mientras me agarraba fuerte de la mano de Jesús. El contestó,
“Estos son espíritus malignos listos para ser escupidos sobre la tierra cuando satanás de las
ordenes.” Mientras ingresábamos
al túnel, estas formas malignas se rieron y nos llamaron. Ellos trataron de tocarnos, pero no
pudieron debido al poder de Jesús. El aire estaba putrificado y sucio y
solamente la presencia de Jesús
evitó que gritara de tanto horror.
Oh si, yo tenía todos
mis sentidos puestos podía oir, oler, ver, sentir y aún percibir la maldad en
este lugar. Es más, mis
sentidos se habían intensificado y el olor sucio casi me enfermó.
El aire estaba lleno
de gritos al llegar cerca de la base del túnel. Gritos punzantes se oyeron por
el túnel oscuro al
acercarse a nosotros. Sonidos de toda clase llenaban el aire. Yo podía sentir
temor, muerte y pecado
alrededor mio.
El peor olor que yo
jamás había olido llenaba el aire. Era el olor de carne putrefacta que parecía venir de toda
dirección. Yo jamás había sentido tanto maldad y/o escuchado tales gritos de desesperación en la
tierra. Pronto iba a darme cuenta de que se trataban de los gritos de los muertos y que el
infierno estaba lleno de sus llantos.
Yo sentí un viento
maligno y una pequeña fuerza de succión delante de nosotros. Unas luces como relampagos punzantes
penetraban en la negra oscuridad y lanzaban sombras grises sobre las paredes. Yo podía
reconocer escasamente la forma de algo delante mío. Impresionada me eché hacia atrás, cuando me
di cuenta que era una culebra larga que se movía delante de nosotros.
Cuando seguí mirando
observé que habían culebras horribles que se deslizaban por todos lados.
Jesús me dijo, “Pronto
entraremos a la pierna izquierda del infierno. Mas adelante vas a ver grande dolor, tristeza
patética, y horror indescriptible. Quédate cerca de mi, y yo te dare fuerza y
protección mientras pasamos por
el infierno.”
“Las cosas que estás
por ver son una advertencia” El me dijo. “El libro que vas a escribir va a
salvar muchas almas del
infierno. Lo que estás viendo es real. No temas, porque yo estaré contigo.”
Al fin, el Señor Jesús
y yo estábamos en el fondo del túnel y entramos al infierno. Yo voy a tratar hasta donde mis
habilidades me lleven a contarles lo que ví, y lo contaré en el orden en que
Dios me lo dió.
Delante de mi, hasta
donde podía ver, habían objetos volando, saltando de aquí para allá. En el aire se sentían sonidos de
quejas y gritos dignos de pena. Delante de mi ví una luz opaca y comenzamos a caminar hacia
ella. El camino era seco, seco como polvo. Pronto llegamos a la entrada de un túnel
pequeño y oscuro. Algunas cosas no las puedo escribir pues son demasiado horribles para
hacerlo. El temor en el infierno se podía hasta saborear, y yo sabía que si no hubiese andado al lado de
Jesús no hubiera podido salir de allí. Al escribir todo esto no he podido
entender algunas de las cosas
que ví, pero el Señor quien conoce todo me ayudó a entender la mayor parte de lo ocurrido.
Déjeme advertirle para
que no vaya a ese lugar. Es un lugar horrible, de tormentos, dolor cruel y tristeza eterna. Su
alma siempre estará viva. El alma vive para siempre. Es el verdadero Ud. y su alma ira al cielo o al
infierno.
domingo, 22 de octubre de 2017
LA MADRE, LA MEJOR OBRA DE DIOS-Por ERMA BOMBECK
LA MADRE, LA MEJOR OBRA DE DIOS
Por ERMA BOMBECK
Selecciones del Reader´s Digest
Mayo de 1979
DIOS QUE estaba ocupado en crear „a las madres, llevaba ya seis días
trabajando horas extraordinarias cuando un ángel se le presentó y le
dijo:
—Te afanas demasiado, Señor. Y el Señor repuso:
—¿Acaso no has leído las especificaciones que debe llenar el pedido? Esta criatura tiene que ser lavable de pies a cabeza, pero sin ser de plástico; llevar 180 piezas movibles, todas remplazables, funcionar a base de café negro y de las sobras de la comida, poseer un regazo que desaparezca cuando se ponga de pie, un beso capaz de curar todo, desde una pierna rota hasta un amor frustrado, y seis pares de manos ...
Y el ángel, confundido, observó: —¿Seis pares de manos? Eso no es posible.
—No son las manos el problema —agregó el Señor—, sino los tres pares de ojos.
—¿Y eso es para el modelo normal? —inquirió el ángel.
El Creador asintió.
—Uno 'para ver a través de la puerta siempre que pregunte: "¡Niños! ¿Qué andan haciendo ahí dentro?" aunque ya lo sepa muy bien. Otro detrás de la cabeza para-ver lo que más le valiera ignorar pero que precisa saber. Y, desde luego, los de adelante, para M'irar' a un niño en apuros y, decirle, sin pronunciar siquiera una palabra: "Ya entiendo, hijo, y te quiera mucho".
El ángel le tiró de la manga y advirtió mansamente:
—Vale más que te vayas a la cama, Señor. Mañana será otro día...
—No puedo. Y, además, me falta poco. Ya hice una que se cura por sí sola cuando enferma, que, es capaz de alimentar a una familia, de seis personas con sólo medio kilo de carne molida y, de persuadir a un chiquillo de nueve años para que se esté quieto hijo la ducha.
Lentamente el ángel dio la vuelta en torno de uno de los modelos maternales.
—Me parece demasiado delicada —comentó con un suspiro.
—¡Pero es muy resistente! —aseguró Dios, emocionado— No tienes idea de lo que es capaz de hacer y de sobrellevar.
—¿Podrá pensar?
—Claro. Y razonar y transigir.
Por último, el ángel se inclinó y pasó un dedo por la mejilla del modelo.
—¡Tiene una fuga!
—No es fuga. Es una lágrima. —¿Y para qué sirve?
—Para expresar gozo, aflicción, desengaño, pesadumbre, soledad y orgullo.
—Eres un genio, Señor.
Y DÍOS, con un perfil de tristeza, observó:
—Yo no se la puse.
—Mamá, mamá —llama con voz aguda—. ¿Dónde está mamá?—¿Acaso no has leído las especificaciones que debe llenar el pedido? Esta criatura tiene que ser lavable de pies a cabeza, pero sin ser de plástico; llevar 180 piezas movibles, todas remplazables, funcionar a base de café negro y de las sobras de la comida, poseer un regazo que desaparezca cuando se ponga de pie, un beso capaz de curar todo, desde una pierna rota hasta un amor frustrado, y seis pares de manos ...
Y el ángel, confundido, observó: —¿Seis pares de manos? Eso no es posible.
—No son las manos el problema —agregó el Señor—, sino los tres pares de ojos.
—¿Y eso es para el modelo normal? —inquirió el ángel.
El Creador asintió.
—Uno 'para ver a través de la puerta siempre que pregunte: "¡Niños! ¿Qué andan haciendo ahí dentro?" aunque ya lo sepa muy bien. Otro detrás de la cabeza para-ver lo que más le valiera ignorar pero que precisa saber. Y, desde luego, los de adelante, para M'irar' a un niño en apuros y, decirle, sin pronunciar siquiera una palabra: "Ya entiendo, hijo, y te quiera mucho".
El ángel le tiró de la manga y advirtió mansamente:
—Vale más que te vayas a la cama, Señor. Mañana será otro día...
—No puedo. Y, además, me falta poco. Ya hice una que se cura por sí sola cuando enferma, que, es capaz de alimentar a una familia, de seis personas con sólo medio kilo de carne molida y, de persuadir a un chiquillo de nueve años para que se esté quieto hijo la ducha.
Lentamente el ángel dio la vuelta en torno de uno de los modelos maternales.
—Me parece demasiado delicada —comentó con un suspiro.
—¡Pero es muy resistente! —aseguró Dios, emocionado— No tienes idea de lo que es capaz de hacer y de sobrellevar.
—¿Podrá pensar?
—Claro. Y razonar y transigir.
Por último, el ángel se inclinó y pasó un dedo por la mejilla del modelo.
—¡Tiene una fuga!
—No es fuga. Es una lágrima. —¿Y para qué sirve?
—Para expresar gozo, aflicción, desengaño, pesadumbre, soledad y orgullo.
—Eres un genio, Señor.
Y DÍOS, con un perfil de tristeza, observó:
—Yo no se la puse.
Siento una voz en esa casa y en mi corazón. Me llama desde el fondo de los años: Mamá está aquí, hijo. Mamá está en casa ... para siempre.
MAMÁ ESTÁ EN CASA
El "¿Donde está mamá?"es un estribillo que padres e hijos reconocen al instante. Aquí mientras la pregunta llega como un eco a través de los años, damos al lector conmovedora respuesta de un hijo cuya madre vivirá siempre en su memoría y en su corazón.
Por James Mc Cracken
Selecciones del Reader´s Digest
Agosto de 1980
UNA LLAMADA telefónica a medianoche. . Mi mente emergió poco a poco de los abismos del sueño. Ansiaba volver a ellos, pero el teléfono seguía sonando machaconamente.
—James —dijo la voz en la oscuridad de la noche y desde muy lejos—. Mamá se ha ido.
¿Mamá se ha ido? ¿A dónde? Recuerdo instantáneo. Vuelven a mi memoria escenas de la infancia, cuando retornaba a casa de la escuela, de jugar, de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Lo más probable es que irrumpiera por la puerta principal. No importaba quién estuviera allí, la primera pregunta siempre era:
—¿Dónde está mama?
Algunas veces respondían:
—Salió.
—James —dijo la voz en la oscuridad de la noche y desde muy lejos—. Mamá se ha ido.
¿Mamá se ha ido? ¿A dónde? Recuerdo instantáneo. Vuelven a mi memoria escenas de la infancia, cuando retornaba a casa de la escuela, de jugar, de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Lo más probable es que irrumpiera por la puerta principal. No importaba quién estuviera allí, la primera pregunta siempre era:
—¿Dónde está mama?
Algunas veces respondían:
—Salió.
Al
pueblo, de compras; a la iglesia para ayudar a preparar la cena para un
grupo de damas; a visitar a la señora McBride, que estaba enferma.
Sin embargo, esto no ocurría a mentido. Porque mamá siempre estaba allí.
Sin embargo, esto no ocurría a mentido. Porque mamá siempre estaba allí.
Pero
ahora ha muerto. Lo habíamos visto venir desde hacía mucho tiempo.
Después de todo, tenía 96 años. Cuatro de los últimos los había pasado
en cama o en silla de ruedas en una residencia para ancianos. Pero no
era propio de ella partir sin despedirse de todos. "James, dale saludos a
Betty. No trabajes demasiado". Antaño hubiera dicho: "Ahora tengo que
despedirme. Ya es tarde. Si me demoro, enciende el horno, pon las papas a cocer y da de comer al perro". Siempre hacía estas recomendaciones. Mas esta vez se había escabullido. Ni una palabra a sus hijos, ni una palmadita, ni un beso de despedida.
Y, ¿dónde se encuentra ahora? Bueno, si alguien está enfermo en el cielo (¡pero eso es imposible!), allí la verán, sentada junto a la cama estrechando una mano o refrescando la frente febril con un paño húmedo. O si a alguien le duele la soledad, mamá habrá ido a hacerle compañía. O tal vez esté hablándole al Señor de su maravilloso mando y de sus -eis hermosos hijos.
__¿James¿
Volví a la realidad.
—Sí, sí Martha.
Mi hermana Vive en lo que fue nuestro hogar.
—¿Cuándo vendrás?
—Hoy, por supuesto. Como hay más de 500 millas (800 kilómetros) de Connecticut a Sewickley (en el estado norteamericano de Pensilvania), llegaremos algo tarde. .
La llamada concluyó. El silencio. podía palparse. Del reloj eléctrico que estaba junto a mí salía un zumbido leve que nunca había notado. Los latidos de mi corazón me llegaban hasta los oídos.Ñada más. Mi madre había muerto y el mundo dormía. Encendí una lámpara y eché un vistazo al reloj. Eran las 3:40 de la madrugada. Miré a mi mujer. Tenía los ojos abiertos.
—¿Tu madre? —insinuó con voz queda.
—Sí.
Nos levantamos. Mi esposa me abrazó, me besó, y murmuró algo suave a mi oído.
—Si no te importa —dije—, me agradaría ir en automóvil. En adelante no vamos a volver muy a menudo. Me gustaría ver los montes Alleghanys otra vez, y recorrer la autopista de Pensilvania.
Ella asintió con la cabeza. Por alguna razón, siempre comprendía.Y, ¿dónde se encuentra ahora? Bueno, si alguien está enfermo en el cielo (¡pero eso es imposible!), allí la verán, sentada junto a la cama estrechando una mano o refrescando la frente febril con un paño húmedo. O si a alguien le duele la soledad, mamá habrá ido a hacerle compañía. O tal vez esté hablándole al Señor de su maravilloso mando y de sus -eis hermosos hijos.
__¿James¿
Volví a la realidad.
—Sí, sí Martha.
Mi hermana Vive en lo que fue nuestro hogar.
—¿Cuándo vendrás?
—Hoy, por supuesto. Como hay más de 500 millas (800 kilómetros) de Connecticut a Sewickley (en el estado norteamericano de Pensilvania), llegaremos algo tarde. .
La llamada concluyó. El silencio. podía palparse. Del reloj eléctrico que estaba junto a mí salía un zumbido leve que nunca había notado. Los latidos de mi corazón me llegaban hasta los oídos.Ñada más. Mi madre había muerto y el mundo dormía. Encendí una lámpara y eché un vistazo al reloj. Eran las 3:40 de la madrugada. Miré a mi mujer. Tenía los ojos abiertos.
—¿Tu madre? —insinuó con voz queda.
—Sí.
Nos levantamos. Mi esposa me abrazó, me besó, y murmuró algo suave a mi oído.
—Si no te importa —dije—, me agradaría ir en automóvil. En adelante no vamos a volver muy a menudo. Me gustaría ver los montes Alleghanys otra vez, y recorrer la autopista de Pensilvania.
No tenía objeto que nos volviéramos a acostar. Hablamos de mi madre, de mi padre, muerto unos años antes. De una familia de ocho personas, quedaban cuatro: Jean, Herbert, Martha y yo. Nos separaban grandes distancias y rara vez nos veíamos. Esta iba a ser una reunión de familia.
Cerramos la casa y partimos.
Cruz en llamas
UNA FAMILIA de raza negra vivía frente a nuestra casa. Se apellidaba Butler. El señor tenía una heladería y la familia, tan numerosa como la nuestra,
vivía en la parte alta de la tienda. Basil Butler era dos años menor
que yo. Podía correr y jugar a las canicas. Eramos amigos íntimos. Tan
íntimos, en realidad, que un hermano mío me dijo un día,' señalando una
oscura marca de nacimiento en mi cuello.
—¿Ves esa marca de color castaño en tu cuello?
Me llevó frente a un espejo. El lunar tenía dos centímetros de diámetro.
—¿Sabes por qué te ha salido eso? —mi hermano era un bromista y yo muy joven entonces para advertirlo—. Juegas tanto con Basil, que te estás ennegreciendo.
Lo miré pasmado. Cinco hermanos, un padre y una madre, todos blancos. ¿Yo de color?
-Dónde está mamá?
La encontré planchando. Las planchas se calentaban en el horno de nuestra cocina.
—¡Mamá! ¡Mírame el cuello! Me estoy ennegreciendo. ¡Voy a ser negro como Basil Butler!
Sus ojos se dilataron.
—¿Quién te dijo semejante tontería? ¿John?
Conocía a sus hijos.
—Sí. Me aseguró que por jugar tanto con Basil voy a ser también negro.
Mamá se sentó. Me atrajo hacia ella:
—¿Has notado alguna marca blanca en la piel de Basil ?
Sorprendido por la pregunta, reflexioné:
—Por lo que he visto, no. ¿Le pregunto si las tiene? Tal vez no lo haya notado.
—No,
tonto —sonrió marná Basil no va a convertirse en blanco por jugar
contigo, ni tú en negro. Ese lunar es de nacimiento. Tu abuela tenía uno
igual. Puede que tus nietos lo tengan también.
Se levantó y siguió planchando.
—Juega con Basil. Es tu mejor amigo. Nunca pienses en el color de la piel. Voy a hablar con John. ¡Dios mío!, esta plancha está ya muy caliente. Ve a buscar a Basil. Yo hablaré sin falta con John.
Debe de haberlo hecho, puesto que mi hermano, nunca volvió a tocar el tema.
EL
CEME'NTERIOde Sewickley está en una colina que domina el pueblo. Un día
comenzaron a circular rumores. Esa noche, a eso de las 9, teníamos que
mirar hacia el cementerio. ¿Fantasmas, No importa. mirábamos, El rumor
corrió.
Llegó
la noche y con ella la oscuridad. Era verano. Nosotro aguardábamos en
el patio. Los insectos zumbaban en nuestros oídos. la gente andaba por
las aceras o esperaba en los patios de sus casas con la mirada fija
allá arriba, en cementerio. Llegaron y pasaron las 9. Vi a la familia
Butler en las ventanas de su casa.
De pronto se alzó una llamarada amarillenta en lo alto de la colina. Quedamos atónitos. Era una cruz en llamas. Conocíamos su significado: el Ku Klux Klan. En eso sentí las manos de mi madre en los hombros. Temblaban. Mamá estaba asustada , Asustada, como yo. Pero no, no era miedo.
—Es un ultraje —repitió una y mil vez.
Las llamas se apagaron. Nos sentamos en el porche de la casa a cuchichear. Mi madre estaba furiosa, Mi padre intentó calmarla. La quema de la cruz era censurable, pero él juzgaba el incidente menos apasionadamente que mi madre.
Nuestra casa estaba en la calle principal del pueblo. Era un placer vivir allí. Se oían los cascos de los csballos que tiraban de los carruajes y carretas; se oía pasar a los amigos por la acera; se oía el ruido de unos pocos Íautomóviles. Fuera de esto, quietud, pues era Aquella una época tranquila.
Pero esa noche andaba por allí Un numero poco común de gente Que comentaba lo ocurrido. Se alzaba en la noche una voz estrídente, que luego se desvanecía.
Desde el porche observábamos y ecuchábamos. Luego callaron las voces. La gente señalaba calle abajo. Por la calle subía un hombre vestido de túnica y capucha blancas. Llevaba una antorcha. Tras él, otra figura de blanco y luego otra y otra; quizá una docena, en fila india y silenciosamente.
De pronto mamá saltó de la silla. Oímos sus pasos en la acera. Un ruido de cólera. Al" llegar al borde de la acera se detuvo y observó. Luego habló. Su voz era tranquila, pero temblaba de indignación:
—No sé quiénes son ustedes, que se esconden bajo esas ignominiosas sábanas; pero. estoy segura de que los conozco a todos. Converso con ustedes en la calle y en las tiendas. Hasta en la iglesia. Y ahora les digo: No son más que unos cobardes. ¡No hay un solo hombre entre todos ustedes!
Se volvíó y corrió acera arriba. Entró a casa pisando con fuerza. La puerta principal se cerró como un balazo que perforara el silencio. Nosotros, desde el porche, sentimos admiración, temor y orgullo. El desfile terminó y la calle quedó desierta.
HABRÁ ALGUNA MANERADe pronto se alzó una llamarada amarillenta en lo alto de la colina. Quedamos atónitos. Era una cruz en llamas. Conocíamos su significado: el Ku Klux Klan. En eso sentí las manos de mi madre en los hombros. Temblaban. Mamá estaba asustada , Asustada, como yo. Pero no, no era miedo.
—Es un ultraje —repitió una y mil vez.
Las llamas se apagaron. Nos sentamos en el porche de la casa a cuchichear. Mi madre estaba furiosa, Mi padre intentó calmarla. La quema de la cruz era censurable, pero él juzgaba el incidente menos apasionadamente que mi madre.
Nuestra casa estaba en la calle principal del pueblo. Era un placer vivir allí. Se oían los cascos de los csballos que tiraban de los carruajes y carretas; se oía pasar a los amigos por la acera; se oía el ruido de unos pocos Íautomóviles. Fuera de esto, quietud, pues era Aquella una época tranquila.
Pero esa noche andaba por allí Un numero poco común de gente Que comentaba lo ocurrido. Se alzaba en la noche una voz estrídente, que luego se desvanecía.
Desde el porche observábamos y ecuchábamos. Luego callaron las voces. La gente señalaba calle abajo. Por la calle subía un hombre vestido de túnica y capucha blancas. Llevaba una antorcha. Tras él, otra figura de blanco y luego otra y otra; quizá una docena, en fila india y silenciosamente.
De pronto mamá saltó de la silla. Oímos sus pasos en la acera. Un ruido de cólera. Al" llegar al borde de la acera se detuvo y observó. Luego habló. Su voz era tranquila, pero temblaba de indignación:
—No sé quiénes son ustedes, que se esconden bajo esas ignominiosas sábanas; pero. estoy segura de que los conozco a todos. Converso con ustedes en la calle y en las tiendas. Hasta en la iglesia. Y ahora les digo: No son más que unos cobardes. ¡No hay un solo hombre entre todos ustedes!
Se volvíó y corrió acera arriba. Entró a casa pisando con fuerza. La puerta principal se cerró como un balazo que perforara el silencio. Nosotros, desde el porche, sentimos admiración, temor y orgullo. El desfile terminó y la calle quedó desierta.
MI MENTE saltó hasta Sewickley, población de 5.000 habitantes enclavada 20 kilómetros al noroeste de Pittsburgo. Allí nacimos los seis hermanos. Recuerdo los cálidos anocheceres estivales en el porche de nuestra casa. Mi madre se mecía suavemente en la hamaca. Mi padre fumaba en pipa en su silla favorita, una mecedora. Sentados allí veíamos pasar a los vecinos.
Mi
padre había emigrado de Irlanda cuando tenía sólo 16 años. No conocía a
nadie en Estados Unidos; pero sabía que allí se le iban a presentar
oportunidades que no encontraría en su patria. Vino, pues, en un velero.
Corría el año 1880, en una estación de violentas galernas con olas más
altas que los mástiles. La tormenta arrancó el timón y el buque quedó al
garete. Un carpintero que iba a bordo hizo con la ayuda de unos pocos
un nuevo timón, precario sustituto del original.
El
velero era viejo, torpe y, para colmo, hacía agua. Las semanas formaron
un mes, luego. dos. La comida se tornó rancia y la gente enfermó.
Algunos murieron. Pero se completó la travesía. Mi padre fue a
inmigración, su primer escalón hacia la nacionalidad norteamericana.
En
aquel entonces Pittsburgo era una urbe floreciente, ávida de placeres.
El hollín, el polvo, la mugre y los pulmones ennegrecidos pregonaban que
en ella había dinero. Mi padre se colocó allí como cochero de un
magnate de la industria del hierro. ¡Tenía trabajo!
Algunos años más tarde, llevó al magnate a su oficina, en una gran acería.
—George, ¿nunca has visto un horno de hogar abierto? —preguntó el hombre.
—No, señor, nunca.
—Entonces, ven conmigo. Te voy a mostrar la primera etapa en la fabricación del acero.
Se
abrieron paso a través de la nieve hasta un edificio bajo y largo de
ladrillo rojo. A intervalos la fachada tenía puertas de hierro, enormes y
ennegrecidas, frente a cada una de las cuales charlaban dos o tres
hombres harapientos. Un techado de hojalata los protegía de la lluvia y
la nieve, pero no del frío brutal.
—Esos
son los hornos —dijo el patrono—, en cualquier momento una de esas
cuadrillas va a hacer una nueva hornada. Ven, vamos a observar.
Como obedeciendo una orden, un individuo del grupo más cercano se acercó a la enorme puerta de hierro que estaba frente a él
y
con una barra en forma de gancho la abrió de golpe. El interior del
horno parecía el infierno en una mañana muy fría. Los obreros tomaron
unas palas de largos mangos y empezaron a alimentar a la' bestia voraz
con carbón, mineral de hierro, magnesio y otros minerales.
Se
quitaron el abrigo, la chaqueta, un suéter, la camiseta. En unos
minutos quedaron desnudos hasta la cintura. Sus cuerpos sudorosos
brillaban con el resplandor del horno. Por fin el fuego tomó forma y la
bestia quedó saciada momentáneamente. Los hombres recogieron su ropa,
todavía sudando a chorros. Hasta la próxima carga, su trabajo había
terminado. En cuestión de instantes la abrasadora temperatura bajó a 12°
C. bajo cero.
La
traspiración se les congelaba en el cuerpo mientras se acurrucaban
junto a la puerta del horno. La enorme puerta irradiaba un po- quito de
calor, sólo un poquito.
—¡Señor —dijo por fin mi padre—, creo que van a morir de pulmonía!
—Muchos mueren de hecho, George, pero hay quien los supla.
Cuando
mi padre contaba la anécdota, se notaba por el tono de voz que le
intrigaba el episodio y que le provocaba admiración. Aquel hombre, el
del hierro, era fuerte. Estaba levantando Estados Unidos, y una fortuna
para él. Mi padre era gentil y apacible, de profundas raíces irlandesas.
El único provecho que obtuvo de la, vida fue una familia y
respetabilidad.
Eso fue todo, pero le bastaba.
Mis padres se casaron el 10 de noviembre de 1896. El
nombre de soltera de ella era Anne Eliza Vance. Era menuda, pulcra y
bonita; tenía el pelo negro, dividido por la mitad como se acostumbraba.
¿Sus ojos? Azules: del tinte efímero y evasivo de un azulejo.
Sus
progenitores habían nacido en Irlanda. Mi abuelo llegó a ser jefe de
jardineros de una enorme propiedad en el elegante extremo oriente de
Pittsburgo.
Cultivó dalias altas y jactanciosas, y sus verdolagas adornaron los
senderos de sus jardines de piedras. Bajo el ejemplo paterno, creció el
gusto y la gracia de mi madre, y las flores llegaron a ser también para
ella su pasión. Las rores y la familia. A todos nos amaba, Y bajo sus
cuidados prosperamos.
Muchos
de los que, amasaron grandes fortunas en Pittsburgo se instalaron en
Sewickley, en la zona llamada de los Altos. Se formó una sociedad de
castas. Ellos vivían en los Altos de Sewickley;
nosotros, los vecinos del pueblo, habitábamos en el valle. En mi época,
los dos grupos rara vez estaban en el mismo pie de igualdad.
Cierto que nunca caímos en una pobreza penosa, pero teníamos poco dinero. A diferencia del común de hoy que expresa: "Eramos pobres, mas nunca lo supimos", nosotros lo fuimos y lo supimos. Nosotros en el valle; ellos en los Altos.
Siempre soñamos en que algún:día, algún día ... Nuestra madre alimentaba esa esperanza.
Sus
palabras encierran hoy tanta determinación como el día en que las
pronunció: "Si papá y yo pudiéramos ayudarlos de alguna manera, lo
haríamos, bien lo saben; pero también saben que no podemos. No tenemos dinero. Mas si tienen fe y decisión llegarán a la universidad por su propio esfuerzo. Deben instruirse".
Pequeño milagroBAJO LOS neumáticos del automóvil corren los kilómetros. A medida que avanzamos, encabezamos una procesión. No una procesión fúnebre, que esta vendría en uno o dos días. Era una procesión de recuerdos atrás y adelante de nosotros. Hemos pasado por este camino muchas veces, y hablamos de sucesos triviales. ¿Recuerdas que por aquí se nos pinchó un neumático? Poco después de casarnos, cuando vivíamos en Sewickley, íbamos a Nueva York en Navidad a pasar unos días con los padres de Betty; o, cuando residíamos en Nueva York, íbamos a Sewickley los días festivos o los aniversarios de familia.
Aniversarios. Sonreí al pensar en ellos y me volví hacia mi esposa: —Betty, ¿recuerdas las bodas de oro de mis padres?
¡Vaya si lo recuerda! Mueve la cabeza maravillada.
Tanto los familiares que vivían lejos como los que estaban cerca, se habían reunido para el gran día. Saludaban a papá con palmadas en el hombro y besos, y a mamá con besos y abrazos. Y llevaban regalos. "¡Oh!, querida, no deberías haber hecho esto. Es demasiado'.
Durante la primera parte del día la cocina hirvió de actividad. Y mi madre también. Cualquier día de fiesta, cumpleaños u otro aniversario significaba comida, montañas de comida. "¿Ir a un restaurante a cenar? ¿Nuestra cena de aniversario? De ninguna manera".
Mamá revolvió, batió y coló ingredientes. Los aromas de 20 platos distintos se difundieron por toda la casa. Era su fiesta. Años atrás había preparado para nosotros miles y miles de comidas. Ahora volvía a hacerlo.
Recorrimos la casa hablando entre nosotros de tiempos pasados. "Recuerdas cuando ..." Mi padre, en su silla, escuchaba o vagaba en la bruma de sus propios recuerdos. Ya pasaba de los 80. El trabajo y los años lo habían hecho aflojar el paso. "¡Oh!, sí", solía responder. "Sí, recuerdo".
Se oyó un tintinear en el comedor. ¿Una campanita para llamar a cenar? Mamá nunca la había usado antes. En ese instante apareció en el vano de la puerta con una campanita en la mano. Era de plata, pequeña.
—Fue de mi madre —anunció sonriente.
¡Ah, sí, por supuesto! Años atrás la campanita había aparecido en la mesa en ocasiones muy especiales.
—Vamos ya. La cena está en la mesa. Ven a cenar, papá.
Los que se hallaban cerca de la puerta siguieron a mi madre al comedor. Esperamos de pie en torno de la mesa. Todos estábamos allí, menos papá.
—¡Padre! —llamó mamá—. Te estamos esperando.
Pero no acudió. Alguien volvió a la sala. Un jadeo:
—¡Papá!, ¡papá!
Corrimos en tropel a la sala. Allí estaba, en su silla, con la cabeza inclinada hacia un lado. No podía estar dormido con todo ese ruido. ¡Dios mío! No puede ... en el día de sus bodas de oro. Uno de mis hermanos corrió a su lado y le puso los dedos a ambos lados del cuello.
—El pulso es firme. Probablemente débil.
—Que alguien llame a un médico. Lo llevamos hasta el sofá. Mi madre se inclinó sobre él, lo observó y lo besó en la mejilla; luego se irguió:
—Pasemos todos a cenar, por favor.
La miramos y nos miramos unos a otros. ¿Qué le había pasado? ¿Había perdido contacto con la realidad?
—¡Mamá! —observó Andrew—. ¡No puedo sentarme a cenar mientras papá yace allí! ¡Voy a llamar al médico!
Mi madre le cerró el paso.
—Papá estará bien. Por favor.
Y nos hizo pasar al comedor.
Era como una escena de locura en una pieza teatral de dementes. Nuestro padre había tenido un ataque cardiaco, un derrame cerebral, una apoplejía, o lo que fuera, e iba a morir mientras estábamos sentados a la mesa del comedor. Pero entramos. De pie ante nuestros asientos, intercambiamos miradas de preocupación. Algunos tomamos asiento. Los otros nos imitaron.
La silla de papá estaba vacía. La de mamá también. Así que allí quedamos, con la mirada fija en el pavo, el jamón, el puré de papas, los guisantes, las zanahorias, el pan.
"Tenemos que hacer venir a un médico".
Alguien hizo el intento de abandonar la mesa... pero permaneció en su lugar.
Escuchábamos la voz de mamá, suave, canturreante. A través de ella parecía estar haciéndole el amor. Ella se enderezó después de haberse hincado junto al sofá. Luego otro sonido.
"Debo haberme quedado dormido", musitó papá. Tras un momento apareció, pálido y con las piernas temblándole un poco. Mamá se hallaba a sus espaldas, rodeándole ligeramente la cintura con los brazos.
Lo condujo hasta su asiento, a la cabecera de la mesa. Y él pidió a Andrew que bendijera la mesa.
Todos sentimos que se había realizado un pequeño milagro. Nuestra madre, parecía, había levantado a Lázaro de su tumba. Miré a papá. El color ya retornaba a su rostro; estaba sirviéndose comida. Sin duda, un milagro.
Mucho más tarde, mamá, Betty y yo pasamos a la sala. El resto se había marchado a un motel o a la casa de algún amigo. Mi madre parecía agotada, pero sonreía. Había sido un maravilloso día. Para satisfacción de todos se había decidido que lo de papá era sólo un desmayo. Las voces, la emoción, los abrazos ... resultaron demasiado para él. Simplemente se había ausentado un rato de la reunión. Pero, ¿cómo lo supo ella ?
—Mamá —pregunté por fin—, ¿por qué no nos dejaste llamar al médico?
Siguió un largo silencio. —Tenía miedo.
Betty y yo nos miramos. Su respuesta no tenía sentido.
—¿Miedo de llamar al médico? —quise saber—.¿ Y si a papá le hubiera ocurrido algo terrible... un derrame cerebral, por ejemplo? —De eso precisamente tenía miedo, supongo —fijó sus ojos en mí—: Y si el médico hubiera venido, lo habría mandado al hospital. Se lo hubieran llevado en una ambulancia ... tal vez para siempre ... Su voz,iba apagándose.
Que nosotros sepamos, papá nunca volvió a desmayarse. Ni una ocasión en los 93 años de su vida. Mi madre se ocupó de que así fuera.
El tanto de mamá
SEGUÍAMOS conduciendo hacia casa, el hogar de mi madre.
—¿Por qué sonríes? —me preguntó Betty.
Sur pregunta me sorprendió. ¿Sonreía? ¡Oh, sí! Estaba pensando en algo. En la época en que uno de mis hermanos mayores jugaba en el equipo de fútbol de la Escuela Secundaria Sewickley. Los pocos aficionados se alineaban cerca del borde del campo para seguir mejor la acción y para que los jugadores los oyeran vitorear.
El equipo de Sewickley había retrocedido hasta su portería, para obtener un tanto sus jugadores tenían que correr casi 100 metros. Era una situación desesperada. De pronto, la figura que llevaba la pelota se separó velozmente del grupo y comenzó a correr hacia el otro extremo del campo. ¡Era mi hermano! Al instante salió de entre la multitud otra figura que empezó a correr a su lado con las faldas levantadas.
¡Vaya si lo recuerda! Mueve la cabeza maravillada.
Tanto los familiares que vivían lejos como los que estaban cerca, se habían reunido para el gran día. Saludaban a papá con palmadas en el hombro y besos, y a mamá con besos y abrazos. Y llevaban regalos. "¡Oh!, querida, no deberías haber hecho esto. Es demasiado'.
Durante la primera parte del día la cocina hirvió de actividad. Y mi madre también. Cualquier día de fiesta, cumpleaños u otro aniversario significaba comida, montañas de comida. "¿Ir a un restaurante a cenar? ¿Nuestra cena de aniversario? De ninguna manera".
Mamá revolvió, batió y coló ingredientes. Los aromas de 20 platos distintos se difundieron por toda la casa. Era su fiesta. Años atrás había preparado para nosotros miles y miles de comidas. Ahora volvía a hacerlo.
Recorrimos la casa hablando entre nosotros de tiempos pasados. "Recuerdas cuando ..." Mi padre, en su silla, escuchaba o vagaba en la bruma de sus propios recuerdos. Ya pasaba de los 80. El trabajo y los años lo habían hecho aflojar el paso. "¡Oh!, sí", solía responder. "Sí, recuerdo".
Se oyó un tintinear en el comedor. ¿Una campanita para llamar a cenar? Mamá nunca la había usado antes. En ese instante apareció en el vano de la puerta con una campanita en la mano. Era de plata, pequeña.
—Fue de mi madre —anunció sonriente.
¡Ah, sí, por supuesto! Años atrás la campanita había aparecido en la mesa en ocasiones muy especiales.
—Vamos ya. La cena está en la mesa. Ven a cenar, papá.
Los que se hallaban cerca de la puerta siguieron a mi madre al comedor. Esperamos de pie en torno de la mesa. Todos estábamos allí, menos papá.
—¡Padre! —llamó mamá—. Te estamos esperando.
Pero no acudió. Alguien volvió a la sala. Un jadeo:
—¡Papá!, ¡papá!
Corrimos en tropel a la sala. Allí estaba, en su silla, con la cabeza inclinada hacia un lado. No podía estar dormido con todo ese ruido. ¡Dios mío! No puede ... en el día de sus bodas de oro. Uno de mis hermanos corrió a su lado y le puso los dedos a ambos lados del cuello.
—El pulso es firme. Probablemente débil.
—Que alguien llame a un médico. Lo llevamos hasta el sofá. Mi madre se inclinó sobre él, lo observó y lo besó en la mejilla; luego se irguió:
—Pasemos todos a cenar, por favor.
La miramos y nos miramos unos a otros. ¿Qué le había pasado? ¿Había perdido contacto con la realidad?
—¡Mamá! —observó Andrew—. ¡No puedo sentarme a cenar mientras papá yace allí! ¡Voy a llamar al médico!
Mi madre le cerró el paso.
—Papá estará bien. Por favor.
Y nos hizo pasar al comedor.
Era como una escena de locura en una pieza teatral de dementes. Nuestro padre había tenido un ataque cardiaco, un derrame cerebral, una apoplejía, o lo que fuera, e iba a morir mientras estábamos sentados a la mesa del comedor. Pero entramos. De pie ante nuestros asientos, intercambiamos miradas de preocupación. Algunos tomamos asiento. Los otros nos imitaron.
La silla de papá estaba vacía. La de mamá también. Así que allí quedamos, con la mirada fija en el pavo, el jamón, el puré de papas, los guisantes, las zanahorias, el pan.
"Tenemos que hacer venir a un médico".
Alguien hizo el intento de abandonar la mesa... pero permaneció en su lugar.
Escuchábamos la voz de mamá, suave, canturreante. A través de ella parecía estar haciéndole el amor. Ella se enderezó después de haberse hincado junto al sofá. Luego otro sonido.
"Debo haberme quedado dormido", musitó papá. Tras un momento apareció, pálido y con las piernas temblándole un poco. Mamá se hallaba a sus espaldas, rodeándole ligeramente la cintura con los brazos.
Lo condujo hasta su asiento, a la cabecera de la mesa. Y él pidió a Andrew que bendijera la mesa.
Todos sentimos que se había realizado un pequeño milagro. Nuestra madre, parecía, había levantado a Lázaro de su tumba. Miré a papá. El color ya retornaba a su rostro; estaba sirviéndose comida. Sin duda, un milagro.
Mucho más tarde, mamá, Betty y yo pasamos a la sala. El resto se había marchado a un motel o a la casa de algún amigo. Mi madre parecía agotada, pero sonreía. Había sido un maravilloso día. Para satisfacción de todos se había decidido que lo de papá era sólo un desmayo. Las voces, la emoción, los abrazos ... resultaron demasiado para él. Simplemente se había ausentado un rato de la reunión. Pero, ¿cómo lo supo ella ?
—Mamá —pregunté por fin—, ¿por qué no nos dejaste llamar al médico?
Siguió un largo silencio. —Tenía miedo.
Betty y yo nos miramos. Su respuesta no tenía sentido.
—¿Miedo de llamar al médico? —quise saber—.¿ Y si a papá le hubiera ocurrido algo terrible... un derrame cerebral, por ejemplo? —De eso precisamente tenía miedo, supongo —fijó sus ojos en mí—: Y si el médico hubiera venido, lo habría mandado al hospital. Se lo hubieran llevado en una ambulancia ... tal vez para siempre ... Su voz,iba apagándose.
Que nosotros sepamos, papá nunca volvió a desmayarse. Ni una ocasión en los 93 años de su vida. Mi madre se ocupó de que así fuera.
El tanto de mamá
SEGUÍAMOS conduciendo hacia casa, el hogar de mi madre.
—¿Por qué sonríes? —me preguntó Betty.
Sur pregunta me sorprendió. ¿Sonreía? ¡Oh, sí! Estaba pensando en algo. En la época en que uno de mis hermanos mayores jugaba en el equipo de fútbol de la Escuela Secundaria Sewickley. Los pocos aficionados se alineaban cerca del borde del campo para seguir mejor la acción y para que los jugadores los oyeran vitorear.
El equipo de Sewickley había retrocedido hasta su portería, para obtener un tanto sus jugadores tenían que correr casi 100 metros. Era una situación desesperada. De pronto, la figura que llevaba la pelota se separó velozmente del grupo y comenzó a correr hacia el otro extremo del campo. ¡Era mi hermano! Al instante salió de entre la multitud otra figura que empezó a correr a su lado con las faldas levantadas.
En un paroxismo de alegría y orgullo maternal, mamá recorrió los 90 metros por el borde del campo y llegó a la meta unas cuantas yardas detrás de mi hermano. ¡No llevaba pelota; de lo contrario, se habrían logrado dos tantos! De haber sabido cómo se regocijan hoy los que marcan esos tantos, creo que le habría quitado la pelota a mi hermano para "clavarla" en la meta. Su vitalidad y entusiasmo no tenían límites.
Tiesos y cansados tras .el largo viaje, salimos de la carretera y detuvimos el auto. Nos apeamos para estirar las piernas y contemplar las colinas, que parecían azules en la niebla.
Mis Ojos se alzaron hasta la línea más distante del horizonte, hacia el norte. ¿Será esa la montaña Nittany, sede de la Universidad del Estado de Pensilvania, de la que John fue alumno y donde, con una capacidad de que pocos atletas gozan, desperdició el tiempo y las oportunidades? Andrew estudió en Amherst (en el estado de Massachusetts); Herbert en la Universidad de Pittsburgo; John en la del Estado de Pensilvania y yo en el Colegio Alleghany, en Meadville (Pensilvania); Andrew se graduó y con el tiempo obtuvo un doctorado en la Universidad de Chicago. Llegó a ser ministro de la Iglesia Congregacional y luego director de publicaciones de la misma. Hombre ilustrado. Herbert destacó en el aula y en el campo de juego. En algún momento contribuyó a fundar una gran empresa editora de revistas. ¿John? Fue la suya una larga marcha cuesta abajo, desde la Universidad del Estado de Pensilvania hasta la desintegración y la muerte por cáncer a los 52 años. Jean se graduó de maestra, luego se casó y fundó una familia. Otra hermana, Martha, se quedó en casa. Nunca salió de Sewickley. Se casó, se divorció, crió un hijo y lo vio morir. Yo llegué a ser redactor de una revista. Todos hijos de buen padre y de madre intrépida.
Una familia sin dinero, hijos de un inmigrante irlandés. ¿Cómo lo conseguimos? ¿Cónio pudimos ir a la universidad? Madre. unapalabra. Una mujer. Por medio de sus hijos conquistó el medio en que vivía, su mundo. El universo de papá era pequeño. . Habría quedado satisfecho si hubiéramos ido a trabajar a la acería de Pittsburgo y entonces, tal vez, abrirnos paso allí. Hubiera sido un trabajo honrado, ¿no? Eso ocurría antes de los días de la asistencia social. Trabajar o pasar hambre. Trabajo pesado, honrado. Fue todo lo que conoció mi padre. Trabajar duro. Ser honesto. Ese era el camino del éxito.
No para mamá. Deben ir a la universidad, insistía. Deben hacerlo. No tenemos dinero. Tendrán que ir y mantenerse con sus propios medios. 'Trabajar de camareros, ¡ugar al fútbol, lavar platos, hacer cualquier cosa, pero tienen que ir a la universidad. Y así lo hicimos.
Por fin en casa
EL
DÍA de Año Nuevo la Asociación Cristiana de Jóvenes estaba abierta para
todos y se realizaban partidos de baloncesto y carreras de natación.
Cuando era niño practicaba la natación y, la verdad sea dicha, no lo
hacía mal. En otras palabras, podía mantenerme a flote, agitar los
brazos, golpear el agua con las piernas e ir de un extremo al otro de la
piscina. La Asociación organizaba pruebas para nadadores de todas las
edades y tamaños. Sabía que podía ganar la mía, la de los "enanitos" de
ocho. años.
El 31 de diciembre me acosté temprano para descansar. Sin embargo, en vez de hacerlo, convertí el lecho en montículos y olas para practicar las brazadas. Al día siguiente hubo partidos de baloncesto, exhibiciones de gimnasia, bizcochos y ponche.
Por fin llegaron las pruebas de natación. El público se aglomeró a ambos lados de la piscina. El calor y la humedad eran abrumadores. Nuestra carrera fue la primera. Nos pusimos en posición, tres niños a cada lado del trampolín. Mi madre me saludaba con la mano Y sonreía.
"¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera!", anunciaron.
Me zambullí, v a los tres metros yo iba adelante. Seguía a la cabeza a los diez. Pero en ese momentotragué agua. Comencé a toser. Tragué más agua y por el rabo del ojo vi cómo me rebasaban mis cinco adversarios. En los seis metros finales llegué no sólo hasta el fondo de la piscina, sino hasta el de mi alma. ¡Había perdido! ¡Había llegado el último!
Volví a casa. La encontré vacía, silenciosa; sólo se oían mis sollozos y resuellos.
Se abrió la puerta del frente. Mamá se detuvo en el vano de la puerta y me dijo:
—Estoy muy orgullosa de ti. ¡Orgullosa de mí! No había visto mi derrota ante unos niños que apenas podían nadar.
—Estoy orgullosa de ti porque terminaste la carrera. Te sobraban motivos para claudicar, pero no lo hiciste. Terminaste la carrera.
Su amor reanimaba cuerpos magullados y espíritus ofuscados. Tenía una luz interior que no se extinguía, cualesquiera que fuesen las tribulaciones o los afanes. Madre, madre, nunca nos abandonaste. Salvo en las tormentas de truenos. Cuando los chubascos rodaban valle abajo y los relámpagos estallaban, sabíamos dónde encontrar a mamá: en el rincón más oscuro de la casa.
Si no estaba allí, mirábamos tras el toallero giratorio de la cocina. La toalla no la cubría por completo, pero ese era su refugio privado. Como el pollito corre a cobijarse bajo las alas de la gallina, mi madre corría hacia el toallero.
Cuando la tormenta amainaba, salía de allí y se sentaba unos instantes. Entonces recobraba la energía. ¡Fuerza! Tenía cosas que hacer. Se levantaba de la silla, indemne, impávida, lista para reanudar su actividad. Había pasado el momento de debilidad.
Quedaban a nuestras espaldas muchos kilómetros. El día llegaba a su fin y el Sol palidecía tras el parabrisas. Las poblaciones pasaban volando. Yo no quería que se fueran. ¡Había en ellas tantas remembranzas! Los buenos tiempos y los buenos amigos de esas poblaciones.
Por último, Sewickley. El hogar. La jornada había terminado. Betty y yo estábamos fatigados. Reduje la velocidad cuando entramos en la calle Beaver. Nos esperaba mucha actividad. La gente, las condolencias... Pronto íbamos a llegar y saludaríamos, diríamos cosas apropiadas, encontraríamos a viejos conocidos y vendrían las reminiscencias. "Recuerdo una vez, cuando tuve un fuerte resfrío", suspiraría alguien, "y tu madre vino y .. ."
Algunas de las casas que conocí cuando muchacho estaban todavía allí. Reduje aun más la velocidad pues nadie me seguía. Allí, junto a donde ahora se alza una gasolinera, aguardaba nuestro hogar. Puedo ver todavía los viejos ladrillos, cubiertos por varias capas de pintura entre blanca y amarilla. Un chiquillo llega corriendo y sube al porche de dos en dos escalones. Abre la puerta de un empujón y se detiene en el vestíbulo.
—Mamá, mamá —llama con voz aguda—. ¿Dónde está mamá?
Siento una voz en esa casa y en mi corazón. Me llama desde el fondo de los años: Mamá está aquí, hijo. Mamá está en casa ... para siempre.
El 31 de diciembre me acosté temprano para descansar. Sin embargo, en vez de hacerlo, convertí el lecho en montículos y olas para practicar las brazadas. Al día siguiente hubo partidos de baloncesto, exhibiciones de gimnasia, bizcochos y ponche.
Por fin llegaron las pruebas de natación. El público se aglomeró a ambos lados de la piscina. El calor y la humedad eran abrumadores. Nuestra carrera fue la primera. Nos pusimos en posición, tres niños a cada lado del trampolín. Mi madre me saludaba con la mano Y sonreía.
"¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera!", anunciaron.
Me zambullí, v a los tres metros yo iba adelante. Seguía a la cabeza a los diez. Pero en ese momentotragué agua. Comencé a toser. Tragué más agua y por el rabo del ojo vi cómo me rebasaban mis cinco adversarios. En los seis metros finales llegué no sólo hasta el fondo de la piscina, sino hasta el de mi alma. ¡Había perdido! ¡Había llegado el último!
Volví a casa. La encontré vacía, silenciosa; sólo se oían mis sollozos y resuellos.
Se abrió la puerta del frente. Mamá se detuvo en el vano de la puerta y me dijo:
—Estoy muy orgullosa de ti. ¡Orgullosa de mí! No había visto mi derrota ante unos niños que apenas podían nadar.
—Estoy orgullosa de ti porque terminaste la carrera. Te sobraban motivos para claudicar, pero no lo hiciste. Terminaste la carrera.
Su amor reanimaba cuerpos magullados y espíritus ofuscados. Tenía una luz interior que no se extinguía, cualesquiera que fuesen las tribulaciones o los afanes. Madre, madre, nunca nos abandonaste. Salvo en las tormentas de truenos. Cuando los chubascos rodaban valle abajo y los relámpagos estallaban, sabíamos dónde encontrar a mamá: en el rincón más oscuro de la casa.
Si no estaba allí, mirábamos tras el toallero giratorio de la cocina. La toalla no la cubría por completo, pero ese era su refugio privado. Como el pollito corre a cobijarse bajo las alas de la gallina, mi madre corría hacia el toallero.
Cuando la tormenta amainaba, salía de allí y se sentaba unos instantes. Entonces recobraba la energía. ¡Fuerza! Tenía cosas que hacer. Se levantaba de la silla, indemne, impávida, lista para reanudar su actividad. Había pasado el momento de debilidad.
Quedaban a nuestras espaldas muchos kilómetros. El día llegaba a su fin y el Sol palidecía tras el parabrisas. Las poblaciones pasaban volando. Yo no quería que se fueran. ¡Había en ellas tantas remembranzas! Los buenos tiempos y los buenos amigos de esas poblaciones.
Por último, Sewickley. El hogar. La jornada había terminado. Betty y yo estábamos fatigados. Reduje la velocidad cuando entramos en la calle Beaver. Nos esperaba mucha actividad. La gente, las condolencias... Pronto íbamos a llegar y saludaríamos, diríamos cosas apropiadas, encontraríamos a viejos conocidos y vendrían las reminiscencias. "Recuerdo una vez, cuando tuve un fuerte resfrío", suspiraría alguien, "y tu madre vino y .. ."
Algunas de las casas que conocí cuando muchacho estaban todavía allí. Reduje aun más la velocidad pues nadie me seguía. Allí, junto a donde ahora se alza una gasolinera, aguardaba nuestro hogar. Puedo ver todavía los viejos ladrillos, cubiertos por varias capas de pintura entre blanca y amarilla. Un chiquillo llega corriendo y sube al porche de dos en dos escalones. Abre la puerta de un empujón y se detiene en el vestíbulo.
—Mamá, mamá —llama con voz aguda—. ¿Dónde está mamá?
Siento una voz en esa casa y en mi corazón. Me llama desde el fondo de los años: Mamá está aquí, hijo. Mamá está en casa ... para siempre.
miércoles, 26 de abril de 2017
TORTURADO POR CRISTO-Richard Wurmbrand
Una
relación de los sufrimientos y testimonio
de la Iglesia Subterránea en los países tras
la Cortina de Hierro.
Traducido
y adaptado por
CARLOS A.
MORRISMi ministerio con los rusos
El remordimiento de mi pasado ateo me hizo anhelar desde el primer día de mi conversión el testificar de mi fe a los rusos. Ellos son un pueblo criado desde la infancia en el ateismo. Mis deseos de alcanzar a los rusos para Cristo se han cumplido. Su cumplimiento comenzó en los años del Nazismo, pues había muchos prisioneros de guerra rusos en Rumania, entre los cuales podíamos hacer nuestra obra.
Fue una
labor conmovedora y dramática. Jamás olvidare mi primer encuentro con un
prisionero ruso, quien me contó que era ingeniero. Le pregunte si creía en
Dios. Si me hubiera dicho “no”, no me habría importado tanto, pues que cada
hombre tiene el derecho de creer o no creer. Pero ante mi pregunta si creía en
Dios levanto sus ojos sin comprender y me respondió: “Mis superiores militares
no me han dado ninguna orden para creer. Si tuviera una orden, creería”.
Las
lágrimas corrieron por mis mejillas, y sentí como si el corazón se destrozara
dentro de mí. Allí, frente a mi, había un hombre cuya mente estaba como muerta.
Un hombre que había perdido el don más preciado que Dios concede al ser humano:
tener su propia personalidad. Era solo un instrumento, con el cerebro lavado,
en manos de los comunistas, dispuesto a creer o no, según se lo ordenaran. No
tenia capacidad de pensar por si mismo. ¡Era un ruso típico después de tantos
años de dominación comunista! Después del impacto de ver lo que el comunismo
había hecho con los seres humanos, prometí a Dios dedicar mi vida a esos
hombres, para ayudarles a recuperar su personalidad y llevarles a la fe en Dios
y en Jesucristo.
No
necesite ir a Rusia para alcanzar a los rusos.
A partir
del 23 de agosto de 1944, un millón de soldados rusos entraron en Rumania, y
poco después los comunistas llegaron al poder en nuestro país. Entonces comenzó
la horrenda pesadilla, ante la cual el sufrimiento bajo el Nazismo parecía poca
cosa.
En ese
momento en Rumania, que ahora tiene diecinueve millones de habitantes, el
Partido Comunista tenía solamente mil miembros. Sin embargo, Vishinsky,
Ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, irrumpió en la oficina
de nuestro muy amado rey Michael I, golpeo en la mesa con los puños y dijo:
“Ud. debe nombrar comunistas para el gobierno” Nuestro ejercito y policía
fueron desarmados y así, por la violencia, y odiados por casi todos, los
comunistas llegaron al poder. Esto sucedió con la pasiva cooperación de los
gobernantes ingleses y norteamericanos de aquel tiempo.
Los
hombres son responsables ante Dios no solamente por sus propios pecados sino
también por los de su nación. La tragedia de todos los países cautivos
constituye una responsabilidad en los corazones de los cristianos ingleses y
norteamericanos. Los norteamericanos deben saber que en algunas oportunidades
han ayudado, sin darse cuenta, a que los rusos nos hayan impuesto regimenes de
terror y muerte. Los norteamericanos deben expiar estas faltas, ayudando a los
pueblos cautivos para que llegue hasta ellos la luz de Cristo
Una vez que
los comunistas estuvieron en el poder, habilmente pusieron en práctica sus
métodos de seducción para conquistarse la iglesia. El idioma del amor y de la
seducción son idénticos. Tanto el que desea a una joven para hacerla su esposa,
como el que solo la desea para tenerla una noche y después desecharla, dicen:
“Te quiero”. Jesús nos enseño a distinguir entre el lenguaje de la seducción y
el del amor, como también a discernir a los lobos con piel de oveja de las
verdaderas ovejas.
Cuando
los comunistas consiguieron el poder, miles de sacerdotes, pastores y ministros
no supieron distinguir entre ambas voces.
Los
comunistas convocaron un Congreso de todos los grupos cristianos, en el
edificio de nuestro Parlamento. Asistieron unos cuatro mil sacerdotes y pastores
que eligieron nada menos que a ¡Jose Stalin como Presidente Honorario de dicho
Congreso! Al mismo tiempo el era el Presidente del Movimiento Mundial Ateo, y
un asesino en mesa de los cristianos. Uno tras otro, obispos y pastores se
levantaron en aquel recinto para declarar que el comunismo y el cristianismo
fundamentalmente son lo mismo y que por lo tanto podían coexistir. Un ministro
tras otro ensalzo al comunismo y aseguro al nuevo gobierno que podría contar
con la lealtad de la Iglesia.
Mi esposa
y yo estábamos presentes en el Congreso. Ella, que estaba sentada cerca de mi,
me dijo: “¡Richard, levántate y limpia la cara de Cristo de tanta vergüenza!
Están escupiendo en su cara”. Le dije: “Si lo hago, pierdes a tu esposo”. Ella
respondió: “No deseo tener a un cobarde por esposo”.
Entonces
me levante y hable a los congresistas, alabando no a los asesinos de
cristianos, sino a Dios y a Su Hijo Jesucristo, afirmando que nuestra lealtad
se debía en primer lugar a El. Los discursos de aquel Congreso eran difundidos
por radio, así es que se pudo escuchar el mensaje de Cristo en todo el país,
proclamado desde la misma tribuna del Parlamento Comunista. Después tuve que
pagar por semejante temeridad, pero había valido la pena.
Los dirigentes de las Iglesias
Protestantes y Ortodoxa competian entre si en su afán de ceder al comunismo. Un
obispo ortodoxo coloco el emblema de la hoz y el martillo en sus vestiduras
eclesiásticas y solicito a sus sacerdotes que no se dirigieran mas a el como
“Su Señoría”, sino como “Camarada Obispo”. En otra oportunidad asistí al
Congreso Bautista en el pueblo de
Resita, que se efectuó bajo la sombra de la bandera roja, donde todos se
pusieron de pie al entonarse el himno nacional de la Unión Soviética. El
presidente de los Bautistas declaro que Stalin no hizo más que cumplir con los
mandamientos de Dios, y lo alabo como un gran maestro de la Biblia.
Algunos
sacerdotes, como Patrascoiu y Rosianu fueron
más directos, convirtiéndose en miembros de la Policía Secreta. Rapp obispo auxiliar de la Iglesia Luterana en
Rumania, comenzó a enseñar en el seminario teológico que Dios había dado tres
revelaciones: una a Moisés, otra a través de Jesús, y una tercera a través de
Stalin que superaba aun a la anterior.
Debo
aclarar que los verdaderos bautistas, por quienes siento un verdadero aprecio,
no estaban de acuerdo y mantuvieron intacta su fe en Cristo, sufriendo mucho a
causa de ello. Sin embargo, los comunistas “eligieron” a sus dirigentes y los
bautistas no tuvieron mas remedio que aceptarlos. La misma condición se
mantiene hoy en las altas esferas de dirección religiosa.
Aquellos
que se convirtieron en siervos del comunismo en lugar de siervos de Cristo,
comenzaron a denunciar a los hermanos que no se unían a ellos.
Así fue como los cristianos rusos formaron una Iglesia
Subterránea después de la revolución rusa. La ascensión al poder del comunismo
y la traición de fatuos dirigentes de la Iglesia
Oficial nos obligo a fundar también en Rumania una Iglesia Subterránea que
fuera fiel a su fe, que predicara el Evangelio y que ganara a los niños para
Cristo. Los comunistas prohibieron todo esto y la Iglesia Oficial consintió.
Junto con
otros comencé una obra secreta. Exteriormente yo mantenía una posición bastante
respetable que nada tenia que ver con mi verdadera obra clandestina, pero que
me servia de pantalla para ocultarla. Yo era pastor de la Mision Luterana
Noruega y al mismo tiempo era el representante del Consejo Mundial de Iglesias
para Rumania. (Cabe destacar que en Rumania no teníamos la más remota idea que
esa organización algún día podría cooperar con el comunismo. Por aquel entonces
se dedicaba a mantener programas de ayuda en nuestro país.) Estos dos títulos
me dieron una buena reputación ante las autoridades, que nada sabían de mi obra
clandestina.
La misma
tenia dos facetas
La
primera era nuestro ministerio secreto entre el millón de soldados rusos.
La
segunda faceta era nuestro ministerio subterráneo al esclavizado pueblo rumano.
miércoles, 3 de mayo de 2017
UNA NACION ESCLAVIZADA- RICHARD WURMBRAND
Una
relación de los sufrimientos y testimonio
de la Iglesia Subterránea en los países tras
la Cortina de Hierro.
Traducido
y adaptado por
CARLOS A.
MORRISNuestro ministerio subterráneo a una nación esclavizada
La segunda faceta de nuestra obra era nuestro trabajo misionero subterráneo entre los propios rumanos. Muy pronto los comunistas se quitaron sus mascaras. Al principio usaron la seducción para ganar a los dirigentes cristianos, pero luego comenzó el terror. Miles fueron arrestados. Ganar un alma para Cristo comenzaba a ser una cosa dramática para nosotros también, como lo había sido por tanto tiempo para los rusos.Yo mismo estuve mas tarde en prisión junto a otras almas a las cuales Dios me había ayudado a ganar para Cristo.
Estaba en
la misma celda con uno de ellos, que había dejado a sus seis hijos, y que ahora
estaba en prisión por su fe cristiana. Su mujer y sus hijos se hallaban
desamparados y hambrientos. Probablemente nunca más los vería. Le pregunte:
“¿Siente Ud. algún resentimiento hacia mi por haberle traído a Cristo,
considerando que su familia ahora esta en la miseria?” Me dijo: “No tengo palabras para expresarle mi
gratitud por haberme traído a este maravilloso Salvador. No quisiera que
hubiera sido de otra manera”.
Predicar
a Cristo bajo las nuevas condiciones no era tarea fácil. Logramos imprimir
varios folletos, pasándolos a través de la severa censura de los comunistas.
Presentábamos al censor un folleto que tenia en su portad el retrato de Carlos
Marx, el fundador del comunismo. Llevaba el titulo “La religión, Opio de los
Pueblos”, u otros parecidos. Este los consideraba literatura comunista y colocaba
el sello aprobatorio en ellos. Después de unas pocas paginas llenas de citas de
Marx, Lenin y Stalin, con las cuales agradábamos al censor, dábamos el mensaje
de Cristo.
La
Iglesia Subterránea lo es solamente en parte. Al igual que un témpano una pequeña
parte de su obra es visible. Íbamos a las reuniones comunistas y distribuíamos
esos folletos “comunistas”. Estos, al ver el retrato de Marx, competían por
comprarlos. Para cuando llegaban a las páginas que realmente nos interesaban y
se daban cuenta que hablaba de Dios y de Jesús, estábamos muy lejos.
Resultaba,
en cierto modo, difícil predicar entonces. Nuestro pueblo estaba muy oprimido.
Los comunistas les quitaron todo a todos. Al agricultor le quitaron tierras y
ovejas. Al peluquero o sastre le quitaron su pequeño negocio. No solamente
sufrían los “capitalistas”, sino también los pobres. Casi todas las familias
tenían algún familiar en prisión, y la pobreza era extrema. Por eso la gente
preguntaba: “¿Cómo es que un Dios de amor permite el triunfo del mal?”
Tampoco
les hubiera sido muy fácil a los primeros
apóstoles predicar a Cristo el Viernes Santo, cuando Jesús moría en la cruz,
pronunciando las palabras: “Dios mío, Dios mío ¡porque me has desamparado?”
Pero el
hecho de que nuestro trabajo fuera realizado
probaba que era de Dios y no de nosotros. La fe cristiana tiene una respuesta
para tales preguntas.
Jesús nos
contó la historia del pobre Lázaro, oprimido en su tiempo como nosotros éramos
oprimidos, aunque al final los àngeles lo llevaron al “seno de Abraham”.
Como la Iglesia Subterránea trabajo parcialmente en
forma abiertaLa Iglesia Subterránea se reunía en casas particulares, en los bosques, en los sótanos; dondequiera que pudiera hacerlo. Allí, en secreto, a menudo se preparaban los trabajos que se harían en forma abierta. Bajo el régimen comunista pusimos en práctica un plan de reuniones de predicación en plena calle, pero con el tiempo llego a ser demasiado peligroso. Sin embargo, por ese medio llegamos a muchas almas que de otro modo no habríamos podido alcanzar. Mi esposa era muy activa en esto. Algunos cristianos se reunían silenciosamente en las esquinas y comenzaban a cantar. Al escucharlos, mucha gente se reunía para oír el hermoso canto, y entonces mi esposa aprovechaba para entregarles el mensaje. Abandonábamos el lugar antes que llegara la policía.
Una
tarde, mientras me encontraba en otro lugar, mi esposa entrego el mensaje
delante de miles de trabajadores, a la entrada de la gran fabrica Malaxa, en la
ciudad de Bucarest. Les hablo de Dios y de la salvación. Al día siguiente
muchos obreros de la fábrica fueron fusilados después de rebelarse en contra de
las injusticias de los comunistas. ¡Habían escuchado el mensaje muy a tiempo!
Éramos
una Iglesia Subterránea, pero al igual que Juan el Bautista, hablábamos
abiertamente de Cristo a los hombres y gobernantes.
En cierta
oportunidad, en las escalinatas de uno de nuestros edificios públicos, dos
hermanos se abrieron paso hasta donde se encontraba nuestro Primer Ministro Gheorghiu Dej. En los pocos instantes que tuvieron
testificaron a el de Cristo instándole a que se arrepintiera de sus pecados y
persecuciones. Los hizo encarcelar por su temerario testimonio. Años mas tarde,
cuando el mismo Ministro Gheorghiu Dej estaba muy enfermo, la semilla del Evangelio que aquellos hombres habían sembrado años
atrás, y por la cual habían sufrido enormemente, dio su fruto. En su hora de
necesidad, el Primer Ministro recordó las palabras que le habían dicho y que
eran como la Biblia afirma: “viva y eficaz, y mas cortante que toda espada de
dos filos”. Ellas penetraron la dureza de su corazón, y se entrego a
Jesucristo. Confeso sus pecados, acepto a su Salvador y comenzó a servirle en
su enfermedad. Al poco tiempo murió, pero fue para estar con su recién
encontrado Salvador, porque dos cristianos estuvieron dispuestos a pagar el
precio. Ellos son un típico ejemplo de los cristianos valerosos en los países
comunistas de hoy.
Así, la
Iglesia Subterránea no solamente trabaja en reuniones secretas, haciendo
actividades clandestinas, sino también en forma abierta, con valentía
proclamando el evangelio en las calles y a los dirigentes comunistas. Había un
precio, pero estábamos dispuestos a pagarlo. La Iglesia Subterránea sigue
dispuesta a pagarlo hoy también.
La
Policía Secreta persiguió mucho a la Iglesia Subterránea, porque reconocía que
esta era la única resistencia efectiva que quedaba, y precisamente una clase de
resistencia, la espiritual que si no era combatida terminaría por socavar su
poder ateo. Reconocieron, como solo el diablo puede hacerlo, que representaba
una amenaza inmediata para su seguridad. Sabían que si un hombre cree en Cristo
jamás llegara a ser un objeto sumiso, sin voluntad propia. Sabían que podían
encarcelar a los hombres, pero no podrían encarcelar su fe en Dios. Por eso
luchaban tanto en su contra.
Pero la
Iglesia Subterránea también tiene sus simpatizantes o
miembros aun en los gobiernos comunistas y la Policía Secreta.
Dimos
instrucciones para que algunos cristianos ingresaran a la Policía Secreta y se
pusieran el uniforme mas odiado y despreciado por nuestro país, y de esta
manera pudieran comunicarnos sus actividades. Por eso varios hermanos de la
Iglesia Subterránea se enrolaron, manteniendo oculta su fe. No es fácil sufrir
el desprecio de la familia y amigos por usar el uniforme comunista, sin poder
decirles su verdadera misión. Pero lo hicieron. Tan grande era su amor por
Cristo.
Cuando
fui secuestrado en plena calle y mantenido por años en el mas estricto secreto,
un medico cristiano se hizo miembro de la Policía Secreta. Como medico de esta
tenia acceso a las celdas de los prisioneros y de este modo esperaba poder
encontrarme. Todos sus amigos lo despreciaron, creyendo que se había hecho
comunista. Lucir el uniforme de los torturadores es un sacrificio mucho mayor
por Cristo que usar el uniforme de prisionero.
El medico
me encontró en una mazmorra oscura y subterránea y pudo comunicar que aun me
encontraba vivo. ¡Fue el primer amigo que pudo verme durante esos terribles
primeros ocho años y medio! Gracias a el se supo que yo estaba vivo y cuando se
libertaron a presos políticos a raíz de la amnistía concedida después de la
conferencia entre Eisenhower y Kruschev, en 1956, los cristianos clamaron por mi
libertad también. Entonces me libertaron por un poco de tiempo.
Si no
hubiese sido por la valerosa acción de aquel medico cristiano al enrolarse en
la Policía Secreta con el propósito específico de localizarme, jamás hubiera
sido liberado. Es posible que todavía estuviera en la cárcel (o en la tumba).
Aprovechando
su posición en la Policía Secreta, estos miembros de la Iglesia Subterránea nos
advirtieron de peligro muchas veces, y fueron de gran ayuda. La iglesia
Subterránea todavía cuenta con la ayuda de esos miembros suyos infiltrados en
la Policía Secreta. Algunos ocupan altas posiciones en los círculos comunistas,
ocultando su fe. Un día, en el cielo, podrán hacer pública su proclama de
Cristo, a quien ahora sirven en secreto.
Sin
embargo, muchos miembros de la Iglesia Subterránea fueron descubiertos y
encarcelados. Entre nosotros también teníamos nuestros propios “Judas”, que
informaban a la Policía Secreta. Los comunistas usaron los golpes, las drogas,
las amenazas y el chantaje con el fin de lograr que nuestros ministros y laicos
informaran sobre sus hermanos.
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