“JAMÁS LA
OLVIDARÉ”
Era una pareja extraordinaria,
atrapada en un mundo ordinario,
donde los convencionalismos sociales
importan más que el encuentro de dos almas gemelas.
importan más que el encuentro de dos almas gemelas.
" JAMÁS LA OLVIDARÉ"
Por Ray Bradbury
Cuento
CUANDO Ann Taylor llegó a
trabajar a la escuela de Green Town, el verano en
que cumplía veinticuatro años, Bob
Spaulding iba a cumplir catorce. Era una de esas maestras a la que
todos los niños deseaban llevarle de regalo naranjas enormes o flores rosadas. La veían siempre pasar por la calle los días en que la
sombra era verde bajo los túneles que formaban las frondas de los robles y los olmos. Como esos lozanos duraznos del estío entre las nieves del invierno, y
como leche fresca para el cereal del desayuno en una cálida mañana de
principios de junio. Y los raros días del
año en que el clima estaba en perfecto equilibrio, tan serenos cual una hoja
atrapada entre leves vientos que soplan con benevolencia, eran días como Ann
Taylor, y en el calendario debieron haberse llamado como ella.
Bob Spaulding, por su parte, era
el muchacho solitario que paseaba por el pueblo en cualquier atardecer de
octubre, seguido por un remolino de hojas, tal como una horda de ratones de
otoño. O se le podía ver, como un lento pez blanco, en las revueltas aguas
oscuras del riachuelo, u oír su voz en aquellas copas de los árboles donde el
viento dialogaba con las frondas, y allí acudía, solo, a contemplar el mundo.
Aquella primera mañana que la señorita Ann Taylor entró y escribió su propio nombre en
el pizarrón, ,-el aula pareció inundarse de luz, de pronto, como si
le hubiesen quitado el techo. Bob escondía en la mano una pelota de papel con
intención de arrojarla, pero la dejó caer al piso. Terminada la clase, Bob
Spaulding consiguió un cubo de agua y un trapo,y empezó a lavar el pizarrón.
—¿Qué haces? —le preguntó la
maestra, levantando la vista desde su escritorio, donde estaba corrigiendo unos
ejercicios de gramática. —El pizarrón está un poco sucio.
Supongo que debí pedirle permiso
—musi» el chico, sin acertar a completar la frase.
—Bueno, supongamos que lo pediste
—contestó Ann, sonriendo, y mientras ella sonreía, el muchacho
terminó a toda velocidad la
limpieza del pizarrón e hizo chocar entre sí los borradores tan furiosamente,
que el aire pareció de pronto llenarse de nieve.
A la mañana siguiente, Bob
apareció por casualidad frente al lugar en que se alojaba la maestra, en el
momento en que salía rumbo a la escuela.
—Pues ... ¡Hola!, aquí estoy —fue
el saludo del adolescente.
—¿Sabes qué? No me sorprende
verte.
—¿Puedo llevarle sus libros? —Sí,
gracias, Bob.
Caminaron juntos unos cuantos
minutos. Ella vio de reojo lo tranquilo que él se mostraba, lo feliz que
parecía. Al llegar a las inmediaciones de la escuela, Bob propuso:
—Más vale que la deje aquí. Los
muchachos no lo entenderían.
—Bueno ... creo que yo
tampoco lo entiendo —respondió la señorita Taylor.
—¡Vaya, somos amigos! —agregó
Bob, muy serio, como si fuera lo más natural del mundo.
La maestra empezó a decir: —Bob
—pero se interrumpió—: No . . . nada —y se alejó.
Y allí estuvo el muchacho en
clase, y después de clases, las dos semanas siguientes, siempre sin decir
palabra, limpiando el pizarrón mientras ella trabajaba. Y allí estaban el
silencio del Sol poniente en el cielo Tenso, y el leve ruido de los papeles y
el rasgueo de la pluma. En ocasiones el silencio se prolongaba casi hasta las
5, cuando la señorita Taylor levantaba la vista y lo veía en el último asiento,
contemplándola en silencio, esperando.
—Bueno, es hora de ir a casa
—anunciaba la maestra.
Entonces, el chico iba corriendo
por el sombrero y el abrigo de la joven. Caminaban lado a lado por el patio
desierto y hablaban de todo lo habido y por haber.
Por ejemplo:
—Bob, ¿a qué piensas dedicarte
cuando seas mayor?
—Seré escritor.
—¡Ah! ¡Ese es un sueño muy alto!
—Sí; lo sé. Pero voy a intentar
realizarlo. He leído mucho, y ... Se quedó pensativo un momento, y luego le
preguntó:
—¿Podría hacerme un favor,
señorita Taylor?
—Depende ...
—Todos los sábados paseo por el
río, hasta el lago. Hay allí muchas mariposas y cangrejos. ¿Le gustaría ir
conmigo?
—No; no podré ir. Tengo que hacer
.. .
El chico estuvo a punto de
preguntarle qué, mas no se atrevió. —Llevo emparedados de jamón y pepinillos y
refrescos, y regreso a casa alrededor de las 3. Me gustaría que usted fuera
allí conmigo este sábado.
—No, Bob; gracias. Quizá en otra
ocasión.
—No debí pedírselo, ¿verdad?
—Tienes todo el derecho a pedirme lo que quieras.
Pocos días después, la joven le
dio un ejemplar de Grandes
esperanzas, de Charles Dickens. Él pasó toda la noche leyéndolo, y a la mañana
siguiente comentaron la obra.
Cada día, Bob esperaba a la
maestra. Muchas veces, la señorita Taylor estuvo a punto de ordenarle que ya no
fuera a esperarla, pero no tuvo el valor de hacerlo.
Hablaban de Dickens, de Kipling y
de Poe, camino de la escuela y de regreso. Pero le era imposible intetrogarlo en
el aula. Vacilaba y pronunciaba otro nombre. Tampoco le dirigía la mirada
cuando caminaban. Pero varios atardeceres, mientras él movía los brazos ante el
pizarrón, borrando, los símbolos aritméticos, la maestra, inadvertidamente, lo
contemplaba breves segundos.
Luego, un sábado por la mañana,
Bob se hallaba en mitad del arroyo, con el pantalón remangado hasta las
rodillas, inclinándose para atrapar un cangrejo, cuando alzó la vista y la vio.
—Bueno,
aquí estoy —dijo Ann, riendo.
—¿Sabe qué? No me sorprende...
—Enséñame los cangrejos y
las mariposas.
Bajaron hacia el lago y se
sentaron en la arena, mientras una brisa tibia soplaba suavemente, agitando los
cabellos de ella y su blusa; el muchacho se acomodó a unos cuantos metros y comieron los bocadillos de jamón y pepinillos y
bebieron en actitud solemne el refresco de naranja.
—Nunca pensé que vendría a un día
de campo como este ...
__¿...con un muchacho de mi edad?
Hablaron muy poco el resto del
paseo.
—Todo esto está mal —comentó el
chico poco después—. Y no entiendo por qué. Sólo
caminamos juntos y atrapamos mariposas y cangrejos. Pero mis padres
se burlarían de mí sí se enteraran, y los muchachos también. Y los otros
maestros se reirían de usted, ¿verdad?
—Creo que sí. No me explico exactamente por qué vine.
Y eso fue todo lo que
hubo en la reunión de la señorita Ann Taylor y Bob Spaulding: dos
o tres mariposas monarca, un libro de Dickens, doce cangrejos, cuatro
emparedados y dos refrescos de naranja.
El lunes siguiente, aunque esperó
largo rato, Bob no la acompañó a la escuela. Ella se le había adelantado. Aquel
día, por la tarde, la maestra se ausentó más temprano, pues le dolía la cabeza.
Pero al día siguiente, después de
clases, volvieron a encontrarse en el aula silenciosa: él lavando el pizarrón
apaciblemente, y ella afanada con sus papeles, cuando de pronto el reloj del
tribunal dio las 5. Su gran clamor de bronce hacía estremecer a quienes lo
oían, y todo el mundo sentía haber envejecido en un minuto. La señorita Taylor
dejó la pluma en el escritorio y dijo:
—Bob, ven aquí.
—Sí, señorita —el muchacho dejó
el borrador y se le acercó.
Ami lo miró fijamente hasta que
él apartó la mirada de ella.
—Bob, no sé si sepas de qué
quiero hablar contigo.
—Sí —repuso el discípulo, luego
de breve reflexión—: acerca de nosotros.
—¿Cuántos años tienes, Bob?
—Voy a cumplir catorce.
—¿Sabes cuántos tengo yo?
—Sí, señorita Taylor: he oído
decir que tiene usted veinticuatro. Yo tendré veinticuatro dentro de diez. A
veces, me siento como de veinticuatro años.
—Sí; y a veces actúas como si los
tuvieras.
—¿De veras?
—Ahora, siéntate y escúchame. Es
muy importante que entendamos lo que está ocurriendo. Primero, reconozcamos que
somos los mejores amigos del mundo. Nunca he tenido un alumno como tú, ni jamás
he sentido tanto afecto por ningún muchacho.
Se ruborizó al oír esto. Ella
continuó:
—Y déjame hablar por ti: me
consideras la maestra más simpática que hayas tenido.
—i Ah! Más que eso ...
—Quizá más que eso. Pero hay
hechos a los que debemos enfrentarnos: el pueblo y su gente,,y tú y yo. He
pensado mucho en esto, Bob. No creas que no sé lo que siento. En ciertas
circunstancias, nuestra amistad sería extraña. Pero tú no eres un muchacho
común, y sé
que yo no estoy enferma, ni mental ni físicamente; que lo ocurrido aquí se debe
a una justa apreciación de tu carácter y de tu bondad. Pero estas
cosas no ocurren en este mundo, a menos que se refieran a un hombre de cierta
edad. No sé si estoy expresándome bien .. .
—Si yó tuviera diez años más y
cuarenta centímetros más de estatura, todo sería distinto.
—Ya sé que todo esto parece
tonto. Te sientes ya mayor, actúas con rectitud y no tienes nada de qué
avergonzarte. Quizá llegue el día en que la gente juzgue a la persona por su
intelecto, tan bien, que diga: "Este es un hombre, aunque su cuerpo sólo
tiene trece años, y como todo un hombre, conoce sus responsabilidades".
Pero, hasta entonces, hemos de seguir viviendo según las edades y estaturas, en
un mundo ordinario. —Eso no me gusta nada.
—Tal vez tampoco a mí, pero de
verdad no hay nada que podamos hacer al respecto.
—Sí; ya lo sé.
—Debemos decidir qué hacer. Puedo
solicitar que me cambien de esta escuela a otra ...
—No es necesario que lo haga.
Pronto nos mudaremos. Mi familia y yo iremos a vivir a otra parte.
—No tendrá que ver con todo esto,
¿verdad?
– No; no. Mi padre tiene un nuevo
empleo allá. Queda sólo a unos ochenta kilómetros de aquí. ¿Me
visitarla cuando venga al pueblo?
visitarla cuando venga al pueblo?
¿Crees que sería
conveniente?
No; supongo que
no—concluyó él,
Siguieron sentados un rato, en
aquella aula silenciosa.
—¿Cuándo pasó todo esto?
—preguntó el muchacho, en tono desconsolado.
—No lo sé. Nadie puede saberlo.
Nadie lo ha sabido desde hace miles de años. A veces ocurre que dos personas se
gustan, aunque no debieran gustarse. No podría explicarlo.
Por último, añadió:
—No olvides lo que te voy a
decir. Existen compensaciones en la vida. En este momento no te sientes bien, y
yo tampoco. Pero con el tiempo sucederá algo que
nos consolará. ¿De acuerdo?
—Me gustaría creerlo. Y ... ¿si
me esperara usted? —musitó. —¿Diez años
—Para entonces, ya tendré
veinticuatro.
—Sí; pero yo tendré 34, y tal vez
seré una persona muy diferente. No; no puede ser .. .
Bob permaneció sentado, en
silencio, un largo rato; luego sentenció: —Jamás la
olvidaré.
—Sí;
me olvidarás.
—Encontraré
la manera de recordarla siempre —concluyó el adolescente.
La maestra se levantó y fue a
borrar el pizarrón.
—Permítame ayudarla.
—No; no —protestó Ann con
firmeza—. ¡Vete a casa!
El muchacho salió de la escuela.
Mirando hacia atrás, vio por la ventana a la
señorita Taylor borrar lentamente el pizarrón.
A la semana él se mudó, y
estuvo lejos del pueblo dieciséis años. Aunque sólo distaba ochenta kilómetros
de allí, jamás volvió hasta que tuvo treinta
años y ya estaba casado. Un día de primavera, Bob y su esposa
pasaron en auto por el pueblo camino de otra ciudad, y se detuvieron a
descansar un día.
Bob instaló a su mujer en el
hotel, vagabundeó por el pueblo y, por último, preguntó por la señorita Ann
Taylor.
-¡Ah, sí! La maestra bonita.
Murió en 1936, no mucho después de que tú te fuiste.
-¿Sabe usted si se
casó?
-No, no; recuerdo que murió soltera.
-No, no; recuerdo que murió soltera.
Bob se dirigió al cementerio y
encontró su tumba, en cuya lápida leyó:"Ann Taylor. Nació en 1910.Falleció
en 1936". Y pensó: Veintiséis años de edad. ¡Vaya! Ahora tengo cuatro
años más que usted, señorita Taylor.
Más tarde, aquel
mismo día, los pueblerinos vieron a la esposa de
Bob caminar por las calles para reunirse con
él bajo los olmos y los robles. Era una mujer como
los más lozanos duraznos del estío en las nieves del invierno; como leche
fresca para el cereal del desayuno en una cálida mañana del principio del
verano. Y fue uno de los raros díasen que el clima estuvo equilibrado como una hoja entre
gratos vientos que soplan
con benevolencia; uno de esos días que deberían llamarse —todos estuvieron de
acuerdo—como la esposa de Robert Spaulding.
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST ABRIL DE 1983
CONDENSADO DEL LIBRO "A STORY OF
LOVE" 1951
Dom 10 de Abril de 2016
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