Como fueron hundidos los dos barcos de guerra más poderosos del mundo.
EL SECRETO
DE LOS SUPERACORAZADOS JAPONESES
(Condensado de «Life») Por Gilbert Cant
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST
Junio de 1947
EN 1934, el jefe de estado mayor dela armada japonesa ordenó a los
arquitectos navales del gobierno japonés que
construyeran los acorazados más potentes del mundo. Al cabo de ocho años se
habían construido dos, el Yamato y el Musashi. Aunque ciertos tratados
obligaban al Japón a no construir acorazados de más de 35.000 toneladas
inglesas, cada uno de estos dos, completamente cargado y listo para el combate,
desalojaba 72.809 toneladas, que era como 20.000
toneladas más que el desplazamiento del Missouri, el mayor de los acorazados de
los Estados Unidos. Ambos llevaban cañones de 18,1 pulgadas (460
milímetros), capaces de disparar contra el
blindaje de un barco enemigo granadas de 1460 kilogramos-50 por ciento más pesadas que las de los cañones de 16
pulgadas (406 milímetros) del Missouri.
Sólo ahora, doce años después que esos acorazados se proyectaron y construyeron
en el mayor secreto, se han venido a saber todos los detalles. El arsenal
japonés de Kure estaba rodeado por una cerca alta que impedía el espionaje, y detrás de ella vivían los obreros, a quienes nunca se les
permitía salir del recinto.
Ocho días después del ataque de Pearl Harbor por los japoneses, se botó el
Yamato, casi terminado. El Musashi se terminó en agosto de 1942•
Durante los dos años siguientes, en los acorazados estadounidenses del Pacífico
se habló y se conjeturó mucho acerca de los colosales buques de guerra que se
creía que el Japón había construido. El servicio de información de la armada de
los Estados Unidos no decía sino que, «según informes», aquellos buques
montaban cañones de 17,8 pulgadas (452 milímetros).
El primer estadounidense que vio un acorazado de la clase del Yamato fue el comandante E. B. McKinney,.del submarino Skate. Esto
ocurrió en la noche de Navidad de 1943• El Skate se hallaba a 18o millas
al norte de Truk. En el retículo del periscopio apareció la imagen de un buque
enorme. Se lanzaron contra él varios torpedos, dos de los cuales estallaron en
uno de sus costados; pero lo único que el comandante pudo decir luego en su
informe fue que había hecho blanco en un acorazado japonés moderno. No sabía
que el acorazado era el Yamato, que tuvo que
regresar al Japón a que lo repararan.
Los grandes fantasmas cenicientos de la armada japonesa no se volvieron a
verhasta que, el 21 de octubre de 1944, el Yamato y el Musashi salieron a
medianoche de Lingga, cerca de Singapur, como parte de la escuadra encargada de
abrirse paso por el estrecho de San Bernardino y demoler los frágiles barcos
estadounidenses de trasporte de tropas y de carga anclados cerca de las
defensas costaneras recién establecidas en la isla filipina de Leyte. En la mañana del 24, los portaviones del almirante Halsey,
de la armada de los Estados Unidos, atacaron
varias veces al Musashi con bombas aéreas y torpedos. Los cuatro primeros
ataques dejaron el acorazado muy maltrecho, haciendo agua en abundancia e
incapaz de navegar a más de 16 nudos por hora. Dos ataques más, durante los
cuales ascendió a diez el número total de torpedos que dieron en el blanco, terminaron
la tarea. El gran barco se ladeó hasta quedar tendido de costado, y pronto se
hundió por la proa. No había disparado
ni un tiro, salvo contra los aviones que lo bombardeaban.
Entre tanto, al Yamato le habían caído tres bombas, las cuales, sin embargo, no
causaron daño alguno en su cubierta. El barco hizo una finta hacia el oeste y,
engañando a Halsey, logró lanzarse luego por el traicionero estrecho de San
Bernardino y salir al otro extremo, poco antes de las siete de la mañana, donde avistó los seis portaviones convoyantes del
contralmirante C. A. F. Sprague. El Yamato
rompió el fuego a una distancia de 35.000 metros. Era la primera vez (y fue la
última) que cañones de tal calibre disparaban contra un barco
flotante.
La puntería no estuvo mala, si se tiene en cuenta que los japoneses se servían
de telémetros ópticos. Algunas de las granadas
enemigas pasaban por encima de los' barcos norteamericanos; otras no llegaban a
ellos. Sin embargo, varias estallaron
alarmantemente cerca, levantando enormes chorros de agua, que parecían
surtidores. A poco, el Yamato, quién sabe por qué, desistió del ataque y se retiró, sin haber acertado ni
un solo tiro.
Desde entonces, no volvió a aparecer hasta que los norteamericanos invadieron a
Okinawa y establecieron en la costa un 'centro de operaciones fortificado. Los
japoneses enviaron allí al Yamato en la que francamente declararon ser empresa
suicida. A
mediodía del 7 de abril de 1945 fue atacado por las poderosas fuerzas aéreas de
la armada de los Estados Unidos. Cinco bombas y diez torpedos lo alcanzaron. A poco casi todas sus máquinas estaban destruidas o
paralizadas, su velocidad se había reducido a diez nudos, y su casco
se había ladeado hasta exceder los veintidós grados de inclinación lateral que
los proyectistas habían fijado como límite de seguridad. A las dos de la tarde
se dio la orden de bajar los botes salvavidas y abandonar el buque. Veinte
minutos después el Yamato se fue a pique y estalló. De los hombres que llevaba,
280 se salvaron, y 2498 perecieron.
Sin embargo, los norteamericanos no sabían aún
lo que habían destruido ni la enorme pérdida que habían causado al enemigo.
Sólo después de la guerra se supo, por interrogatorios hechos al personal de la
armada japonesa, que el Yamato y los otros
acorazados de su clase eran en realidad los buques de guerra más potentes del
mundo. Tenían que ser de gran tamaño, a fin de que en ellos
pudieran erigirse plataformas estables para los
mayores cañones que hasta ahora ha montado un buque. Cada uno de estos superacorazados tenía nueve cañones de esa clase en
torres triples de tipo corriente. El tubo de cada cañón tenía 21,34
metros de largo y, con el mecanismo de cierre, pesaba más de 180 toneladas
métricas.
El alcance de los enormes proyectiles lanzados por estos cañones era de 23 millas marinas (42,6 kilómetros). El blindaje de los buques era de tiras metálicas dispuestas longitudinalmente, las más gruesas de las cuales tenían 41 centímetros de espesor. El espesor mínimo del blindaje de las torres era de 65 centímetros.
Quienes los proyectaron no tuvieron la culpa de que estos monstruos marinos fuesen hundidos antes que hubiesen acertado siquiera un tiro a los barcos ni a las defensas costaneras de los aliados. La culpa la tuvieron los jefes de la armada japonesa, que demoraron demasiado el poner los barcos en servicio, y no supieron aprovechar las oportunidades de emplearlos eficazmente.
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