domingo, 2 de enero de 2022

FRUTOS OPIMOS DEL HUERTO «ABANDONADO» Junio de 1947

 FRUTOS OPIMOS DEL HUERTO «ABANDONADO»

(Condensadod¿

«Country Gentleman »)

Por Frank J. Taylor

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST

JUNIO DE 1947

 

HACE ya doce años que ni arado ni cultivadora tocan el suelo del huerto de perales de Rory A. Collins en Hood River, estado de Oregón. Las lozanas ramas de los árboles cuelgan sobre un suelo enmarañado, donde la maleza crece tanto y tan tupida en verano, que es casi impenetrable. Según los horticultores ortodoxos, el terreno no debería ser bueno ahora sino para devolvérselo a los indios. Sin embargo, es el huerto más productivo del estado.

Cuando a Collins le piden que explique su técnica, fundada al parecer en la pereza, hunde la pala en el suelo, saca un poco de tierra y enseña el rico mantillo que ha fabricado con su «abandono científico». Calcula que, poco más o menos, ha agregado otro tanto al mantillo que la naturaleza le dio, y duplicado así la productividad del suelo.

«Lo que la mayor parte de los agricultores necesitan », dice, «no son más fanegadas, sino más mantillo en las que tienen. »

Collins ideó su sistema hace unos quince años, durante un período aciago para los cultivadores de Hood River. Los horticultores estaban gastando grandes sumas de dinero prestado en podar y rociar los árboles, darles las labores y abonar el suelo. Los precios bajaron hasta diecinueve dólares y cincuenta centavos por tonelada métrica, que era menos de lo que costaba la producción de peras y manzanas. Fue entonces cuando Collins cerró sus libros de agricultura y echó por su propio camino.

«Es un disparate», dijo, disgustado con los métodos corrientes, «quitar con la poda los vástagos más nuevos y vigorosos, y arrastrar por el suelo arados cuyos discos cortan las raíces de los árboles. En mi tierra ya no hay poda, ni arado, ni labores.»

Hasta entonces, su huerto había tenido poco más o menos la misma apariencia que los otros. En él no había maleza. Los árboles estaban bien podados y todos tenían una misma altura. El primer año de «abandono científico», Collins dejó crecer la hierba y la maleza y sembró trébol, alfalfa y arveja. De una hacienda de ovejas llevó estiércol y lo extendió debajo de los árboles sobre la hierba, a razón de unas veintitrés toneladas métricas por hectárea, agregando como cuatro kilos de nitrato (salitre) por árbol. Otros horticultores le hicieron presente que eran la hierba y la maleza las que aprovechaban el abono, y no los árboles.

«Así está bien», contestó Collins. «Cuanto más abono aprovechen la hierba y la maleza, así como las plantas nacidas de las semillas que sembré, tanto más humus producirán después para los árboles.»

Todos los veranos, Collins echaba más estiércol alrededor de los árboles. Cada dos años agregaba superfosfatos para estimular el desarrollo de las siembras de abono (trébol, alfalfa, etc.). En el verano, antes de la cosecha, le pasaba al huerto una especie de aplanadera hecha de dos troncos en cruz y arrastrada por un tractor, para abatir las plantas de abono y las hierbas, que a veces eran más altas que Collins. Así permanecían verdes, al paso que, si eran cortadas, se secaban. Con el tiempo, las plantas de abono desalojaban las hierbas. En el invierno se podrían y se convertían en rico humus, en que las raíces de los árboles se extendían y multiplicaban, formando una gran red alimentadora.

«Estas raíces que llevan el alimento a los árboles son las que solíamos cortar con los discos del arado», dice Collins

La capa de mantillo formada por su sistema tiene unos treinta centímetros de espesor y absorbe toda el agua de riego como papel secante. Ni una gota se pierde por desagüe. Un año Collins, para aumentar el poder absorbente del mantillo, roció aserrín debajo de los árboles, formando una capa de varios centímetros de espesor. El aserrín contribuyó además a la formación de mantillo, el cual retenía el abono agregado al suelo hasta que se descomponía en sustancias solubles alimenticias.

«Si a un huerto de perales desmalezado y escarificado se le echaran los montones de abono que yo le echo al mío», dice Collins, «las hojas de los árboles se abrasarían. Pero obsérvense los de mi huerto. ~Dónde se vieron nunca árboles de mejor color? Es porque su alimento está almacenado en el mantillo, y las raíces lo toman cuando el árbol lo necesita.»

Toda la poda que hace Collins se reduce a cortar las ramas secas y las que han cesado de fructificar. Deja en el suelo las ramas cortadas, que se pudren y sirven de abono.

Collins no corta los renuevos que brotan en la copa de los árboles. Otros horticultores los cortan en sus podas, por la dificultad de coger las frutas que producen. Al cabo de un año, estos renuevos, cargados de peras, se doblegan hacia abajo hasta apoyarse en las otras ramas. Todas las peras están en la parte de afuera del árbol, donde les da el sol. Al principio, todo el mundo predijo que las ramas se quebrarían bajo el peso de las frutas; pero no se quebraron.

«Así fue como la naturaleza ordenó que los árboles crecieran y produjeran», dice Collins. «Dénseles a las ramas alimento apropiado y suficiente, y déjense crecer, sin temor de que se quiebren. Desmochando los árboles se forman junturas débiles.»

Algunas frutas pueden estar demasiado altas para cosecharlas fácilmente. Collins no las cosecha. Al año siguiente las ramas que las producen, habiendo crecido, se doblegan al peso de las peras hasta llegar a las ramas de abajo, donde las frutas pueden cogerse sin dificultad.

Los vecinos de Collins predijeron que sus árboles serían destruidos por insectos dañinos criados en los raigambres del suelo. Sin embargo, él no rocía sino cuatro veces al año, al paso que la mayor parte de los otros horticultores rocían más a menudo. En su huerto hay ahora menos insectos destructivos que cuando lo cultivaba por los métodos corrientes. «Actualmente debe de haber allí más bichos que se comen los bichos dañinos», dice.

Collins tiene seis hectáreas de árboles que ya producen, y dos hectáreas de árboles que aún no han empezado a fructificar. ¡Y qué árboles! Al fin del verano, cuando a los de los huertos vecinos empiezan a secárseles las hojas, los de Colins ostentan hojas lustrosas de color verde oscuro. A los cinco años de plantados en su nuevo huerto, los árboles tienen entre 3,7 y 4,6 metros de alto y están ya fructificando. Según Collins, a no ser por su método de «abandono científico», los árboles no llegarían en ese tiempo sino a la mitad de la altura a que ahora llegan.

Actualmente, Collins cosecha entre dos mil quinientos y tres mil setecientos cestos de peras por hectárea. Pero se propone continuar fabricando mantillo y«abandonando» su huerto hasta que produzca cuatro mil setecientos cestos por hectárea, o sea, tres veces más que lo que por término medio producen los mejores huertos de Oregón.

«No pretendo que mi método sea el único método eficaz de cultivar huertos de árboles frutales», dice Collins; «pero sí me parece que es un método racional.»

Y así me pareció a mí. Cuando visité su finca, calculé que el valor de la cosecha de 1946 ascendería a 40.000 dólares.

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