jueves, 20 de abril de 2017
LA REFORMA EN ANDALUCIA-- RODRIGO DE VALERA
HISTORIA
DE
LA
INQUISICIÓN Y
LA
REFORMA EN ESPAÑA
SAMUEL VILA
ESPAÑA
Capítulo
XVIII
La
Reforma en Andalucía
1.
Rodrigo de Valera.
De la obra
reformada que se desarrolló en Sevilla y aledaños poseemos mayor número de datos que sobre la de
Valladolid, gracias a que algunos de los convertidos de allí escaparon a
tiempo de la catástrofe y se refugiaron en territorio seguro. Disponiendo de los escritos
de hombres como González de Montes y Cipriano de Valera, podemos contrastarlos con
las áridas
actas inquisitoriales y las reseñas de historiadores católicos coetáneos, para así,
neutralizada la pasión de entrambas partes, obtener una visión más fidedigna de los
hechos.
El primero a
quien encontramos defendiendo ideas reformadas en las fértiles márgenes
del Guadalquivir es Rodrigo de Valera, ya antes, incluso, de que se
convirtiera Sanromán.
Había nacido en
Nebrija (Andalucía), hijo de una familia acomodada. En su juventud se había entregado a
la molicie y a la disipación, hábitos frecuentes
entre los jóvenes de las clases pudientes de aquellos tiempos, pero, de
pronto, sin explicación satisfactoria aparente, cambió su modo de vida y, renunciando
a todos
sus antiguos amigos
y placeres, encerrado en sus habitaciones,
dedicaba noche y día al estudio de una versión latina de
la Biblia
que se había
procurado. Una reclusión voluntaria tan austera habría comprendida de haberla hecho en un
monasterio, pero, quedándose en su propio hogar, muchos consideraron que se había
desequilibrado. La causa inmediata
de esta conversión
sorprendente de Rodrigo de Valera fue la lectura de
uno de los tratados de edificación
escritos por Juan de Valdés, obras que circulaban clandestinamente en España.
Pero Rodrigo
tenia sus planes. Cuando hubo pertrechado su mente y su corazón con la doctrina
bíblica, salió de su encierro
para anunciarla a sus conciudadanos, y así, en calles,
plazas y encrucijadas, dondequiera que se encontrara
alguien que quisiera escucharlo, predicaba el Evangelio de acuerdo con
sus convicciones
reformadas.
Especialmente buscaba a frailes y sacerdotes, a quienes trataba de persuadir de
que la Iglesia
Romana
se había
apartado de la pura doctrina de Jesucristo y de que no encontrarían la salvación
sino volviendo a ella. No podían ser agradables
a los oídos de los sacerdotes tan drásticas amonestaciones para que abandonaran
vicios y errores, y menos aún siendo públicas y su censor un lego. Si alguno de los oyentes le preguntaba por
quién
había sido mandado
a predicar no siendo él sacerdote, respondía con firmeza que por Dios mismo, y por la inspiración de su Santo Espíritu, y que Cristo mismo
había elegido a hombres sencillos y sin ilustración que, demostrando su
ceguera a los orgullosos sacerdotes que componían el Sanedrín, habían esparcido la
luz por el mundo. Denunciado, al fin, Rodrigo al Santo Oficio como propagador
de herejías
luteranas, los inquisidores hicieron poco caso considerando que se trataba de un loco, a
consecuencia de su extraordinaria audacia, pero ante
el éxito de sus sermones y su vida
ordenada y virtuosa, se convencieron de que iban descaminados. Así que detenido en 1540.
En presencia de
sus jueces, no perdió Rodrigo de Valera su presencia de ánimo, sino que argumentó valerosamente
sobre los puntos de que se le acusaba de herejía. la naturaleza de la Iglesia de
Cristo, la justificación por la fe, la
autoridad del papa, etc. Al parecer,
personas influyentes defendieron al acusado,
entre ellas,
posiblemente, Egidio, él canónigo
magistral de Sevilla, que había abrazado secretamente la Reforma.
Valera salió libre del Santo
Oficio; tan sólo sus bienes fueron
confiscados. Se le ordenó cesara en sus predicaciones, pero si bien por algún tiempo moderó su
ardor propagandístico, ya que sólo hablaba en privado en casas de
amigos, donde explicaba la Santa Escritura a sus oyentes, Rodrigo, antes de
poco, se lanzó
otra vez a
la calle con renovado celo.
Preso de nuevo,
entre los años
1541 a
1545 (aunque no se sabe con exactitud la fecha), ya no salió esta vez tan bien
librado, puesto que se le condenó a prisión perpetua con uso de sambenito.
Escapó de la hoguera porque, según dijeron los inquisidores, había abjurado en la cárcel.
No podemos
desmentir esta aserción; pero, en todo caso, esta abjuración no seria, de haberse
producido, tan
franca y sincera como hubieran deseado sus perseguidores, si tenemos en cuenta
la siguiente circunstancia que hasta los
anales del mismo Santo Oficio reseñan: algunos prisioneros de la Inquisición -y entre ellos
Valera estaban obligados a asistir en los días festivos a las, ceremonias públicas del
culto católico. En más de una ocasión, si Valera había considerado que la doctrina expuesta por el
sacerdote no era
bíblica,
había alzado el
inflexible penitente su voz en la iglesia, contradiciendo al sacerdote y
rectificando sus palabras. No podían consentir los inquisidores tales
libertades por mucho tiempo, por lo que finalmente trasladaron sus prisiones a
la soledad de un monasterio del pueblo de Sanlúcar. Allí murió, a la edad de cincuenta y siete años,
siendo
totalmente ignorado en qué circunstancias. Su sambenito fue colgado en la catedral de
Sevilla, y llamaba la atención por su gran tamaño. Llevaba la inscripción: «Rodrigo de Valera, ciudadano de Nebrija y
Sevilla, apóstata y falso apóstol, que pretendió ser enviado de Dios
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