domingo, 14 de mayo de 2023

EL MENSAJE ESCONDIDO

   Dramas de la Vida cotidiana 

EL MENSAJE ESCONDIDO 

 



 Por Miss I. A. R. Wylie NACIDA en Australia, Miss I. A. R. Wylie pasó a vivir en Inglaterra donde comenzó a los 20 una carrera literaria de gran éxito. Desde entonces ha escrito cuentos, novelas y artículos para las principales revistas de In­glaterra y los Estados Unielos, además de unos 20 libros.

LA HISTORIA que voy a relatar, con unos pocos cambios nece­sarios, comienza en una pequeña al­dea de las montañas del sur de Italia.Lucía Gazzoni era una de las más alegres entre las muchachas del pue­blo, una belleza de pelo oscuro y ojos de azabache que tenía un gran en­canto y una extraordinaria vivacidad. Gozaba atormentando a los muchachos que le ponían a los pies todas sus esperanzas. Aceptaba las atenciones de alguno por unos pocos, y luego, alegremente, lo dejaba; pero así lo maltratase, jamás dejabaen él huella de resentimiento, y nin­guno de sus pretendientes cesó de adorarla.En cambio, si por algún motivo dejaban de adularla, se sentía a su vez herida en su amor propio. Por eso era inevitable que tarde o tem­prano pusiera los ojos en Giuseppe Silva, quien parecía inmune a sus encantos, para tratar de agregarlo al número de sus conquistas.En apariencia, Guiseppe no perte­necía al tipo romántico. Era corto de estatura y ancho de espaldas, y sólo el brillo chispeante de sus ojos salva­ba su rostro moreno de ser totalmen­te común; pero en el pueblo se le consideraba como el mejor partido entre los jóvenes porque además de ser el único sastre de la comarca, era relativamente acomodado. Muy há­bil para diseñar un traje, podía hacer lo que se le antojara con un par de tijeras, una aguja y un pedazo de tela. En el pueblo era parecer de to­dos que habría que ir hasta Nápoles para encontrar otro que se le pudiese comparar.En los primeros días tibios de la primavera comenzaron a levantarse en la plaza del pueblo las barracas para la feria anual. La víspera de la inauguración Lucía fue a la tiende­cilla del sastre, aparentemente para comprar unos hilos; pero después de haber hecho su compra, no se decidía a salir, mostrando aire de timidez.¿Por qué se resigna a vivir en un pueblucho como  éste?—preguntó al sastre—. Todo el mundo reconoce que usted es muy hábil, y si se fuera a Nápoles podría hacer fortuna ...—No necesito más de, lo que po­seo, señorita.—Usted no es hombre de aspira­ciones—le contestó Lucía despectiva­mente.—Me parece una tontería ambicio­nar lo que realmente no se desea o lo que nunca ha de poseerse.—¿Y qué es lo que usted de veras desea?Sin responder, siguió él haciendo su costura. De pronto ella le pregun­tó con brusca alegría:—¿ Quiere llevarme mañana a la feria?Otro hubiera saltado de gusto. El, con toda calma, le respondió:—Me encantaría, señorita.Ella tuvo que contentarse con esta fría aceptación.Al menos Giuseppe tenía sobre los- otros pretendientes una ventaja ,que no le faltaba dinero y que sabía gastarlo generosamente. Lucía le fue llevando sin resistencia de barraca en barraca y él le compró cuantos dulces y baratijas exigió su capricho.' Pero pensando quizás en que ya él era demasiado viejo para cosas seme­jantes, la dejó montar sola en el carrusel, y pacientemente la esperó' entre el grupo de los espectadores.Fue entonces cuando Lucía conoció a Roberto Bellini. Iba en el caballito que hacía pareja al de ella y reía de sus demostraciones de fingido te­rror, mientras que la sujetaba con mano firme. Ella lo conocía de nom­bre. Tenía parientes en el pueblo, a quienes venía a visitar en la época de las ferias, y se sabía que era un mozo de éxito, vendedor de vinos de los productores de Italia y de Fran­cia, y que había viajado por toda Europa.

C-Tocó en su inquieto corazón la idea de que Roberto podría ser el ca­mino para salir del hoyo del pueblo en que estaba metida ? Quizás. El caso es que se sintió feliz cuando al día siguiente fue él a su casa. Para Lucía, como para sus padres, era ob­vio á qué iba. Un joven así no hace una visita formal si no tiene serios propósitos.

Pocas semanas después Roberto hizo su propuesta de matrimonio. Salía para América como represen­tante de los productores de vinos, y quería llevarse consigo a Lucía.De la respuesta no podía dudarse. Los padres de Lucía sentían gran dolor viendo qué su hija se iba tan lejos de ellos, pero América era El Dorado para un aldeano de Italia y se felicitaban de que ella hubiese tenido tanta suerte.La noticia del compromiso se es­parció rápidamente. Cuando Giu­seppe la supo, fue a ver a los padres de Lucía y les preguntó si le permi­tían hacerle el traje de boda. Apre­suradamente agregó, para evitar ma­las interpretaciones, que ése sería su regalo. Lo aceptaron muy agrade­cidos, porque eran pobres, y el traje habría sido para ellos carga muy pesada.Así, diariamente y bien acompa­ñada, estuvo yendo Lucía al tallerci­to de Giuseppe. El se arrodillaba a sus pies e iba midiendo y probando la rica seda, tan fina y pesada que todos sabían que habría tenido que ir hasta Nápoles para comprarla. Cuando el traje estuvo terminado Lucía sonrió feliz al mirarse en el espejo. Nunca había sospechado que pudiera verse tan bella.El día de la boda fue brillante. A la noche, los padres de Lucía feste­jaron a todo el mundo en su casa. Hubo baile en la plaza, Sólo Giusep­pe estuvo ausente. Se dijo que le ha­bían llamado a ver a un pariente enfermo. Lucía estaba tan alegre y emocionada que no tuvo tiempo pa­ra pensar en él. Al día siguiente, con su marido, salió camino de América.En un principio el matrimonio anduvo tan maravillosamente como Lucía lo había soñado. Roberto era diez años mayor que ella y se mos­traba tan buen esposo como era buen negociante. Compraron una casita en los alrededores de Nueva York, y oportunamente Dios bendijo el ho­gar con dos chiquillas tan lindas y vivaces como su madre.Durante los primeros años Lucía escribió a su casa con toda regulari­dad; luego, cada vez menos. Sobre­vino la guerra. La pequeña aldea italiana fue borrándose gradualmen­te en la niebla de sus memorias infantiles. De Giuseppe no volvió a acordarse sino una vez: cuando guardó su traje de novia. Ya estaba pasado de moda, pero la tela era aún lindísima y cualquier día, quizás, le encontraría alguna aplicación.Luego, lenta e implacable, la ma­rea de la buena suerte fue bajando. Los negocios iban mal, y aunque Ro­berto era un buen vendedor, a poco sólo podía ofrecer una crecida cuenta de gastos a los productores. Después de una breve enfermedad le quita­ron las representaciones. Halló otro empleo, pero había perdido la con­fianza en sí mismo, y volvió a recaer, esta vez en términos de quedar in­habilitado para trabajar. Poco a poco fueron comiéndose sus ahorros. En un día trágico, murió de repente.Lucía no tenía a quién volver los ojos. Sus amigos estaban pasando por las mismas dificultades. Sus pa­dres habían muerto. Sus hijas, de sie­te y diez años, eran demasiado niñas para sostenerse a sí mismas.Atemorizada y descorazonada ven­dió la casa, alquiló unos cuartos en un lugar más barato y se ganaba apenas la vida enseñando italiano en una escuela de Nueva York y dando clases de inglés a los que llegaban de su patria. Muchas noches las pasaba en vela pensando en lo que seria de ellas si cualquier día caía enferma.Además, no faltaban pequeños problemas. Lucy, la menor, iba a hacer su primera comunión. Era el primer acontecimiento grande de su vida. «¿Qué traje me voy a poner, mamá?» Lucia comprendió la pre­ocupación que motivaba esta pre­gunta. ¿También en esta ocasión tendría la niña que avergonzarse de sus trapos viejos, como con tanta fre­cuencia le ocurría ?Entonces se acordó Lucía de su traje de bodas. Ahí estaba, fino y rico como siem­pre. Era increíble que teniendo una cosa tan bella, la hubiera olvidado. En seguida comenzó -a descoser el traje y a cortarlo a la medida de Lucy. Metido en el dobladillo del ruedo encontró, con gran sorpresa, un papelito cuidadosamente dobla­do. Un poco desteñido, pero visibles aún sus firmes rasgos, estaba allí un mensaje que la esperaba desde hacía cosa de 15 años: «Siempre te querré.»Lucía estuvo un largo rato entre­gada a sus recuerdos. Por primera vez, vio al hombre de piel tostada y anchas espaldas. Pensó en esa devo­ción sin palabras con que Giuseppe la había amado. Abrumada, lloró su soledad y su pena.Esa noche escribió una carta. Esta­ba dirigida a un hombre que podría ya haber muerto, y que en todo caso ya haría mucho tiempo la habría ol­vidado; pero íntimamente se sentía impulsada a decirle que al fin había visto su mensaje y que quería agra­decerle esa devoción de que ella ha­bía hecho tan poco caso. Más allá de contarle que ya su marido había muerto, no hacía referencia alguna a los infortunios que la aquejaban.Las semanas pasaron y no llegó respuesta alguna; ni ella la esperaba. Lucy hizo su primera comunión con su lindo vestido y, de todas las de la clase, ninguna estuvo tan orgullosa y feliz. Mirándola subir al altar, Lucía le daba gracias a Giuseppe por esa bondad suya. Como los viñedos en las colinas de su tierra, a través de los años seguía dando fruto.Poco después, un día, al volver a casa, encontró que un hombre la es­peraba en el oscuro vestíbulo. Al principio no le reconoció. Las anchas espaldas parecían ahora más anchas y un tanto encorvadas. El pelo, antes negro, ahora era gris. Luego, oyó suvoz: «¡Todavía es verdad, Lucía!»Aunque ella nada le había escrito' de sus infortunios, el amante cora­zón de Giuseppe los había adivinado y acudía presuroso por si ella necesi­taba de su ayuda.Esta historia termina como loscuentos de hadas. Giuseppe había reunido regular fortuna y pudo abrir su negocio de sastrería en el país que era segunda patria de la mujer ama­da y establecer para todos un hogar feliz.Selecciones del Reader Dígest Marzo 1954

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