El Consejo Mundial de Iglesias tiene que decidir:
¿CON KARL MARX, O CON JESUCRISTO?
POR JOSEPH HARRIS
1982
UNAS MUJERES de la tribu de los masa¡, que blandían biblias y se adornaban con collares rituales de abalorios, barbados obispos de la Iglesia Ortodoxa rusa y mujeres de SrI Lanka ataviadas con sus saris, figuraban entre la colorida muchedumbre de delegados que asistieron a la más reciente Asamblea General del Consejo Mundial de Iglesias ( CMI), que se llevó a cabo en Nairobi (Kenia), en 1975.
Casi la mitad de los delegados allí reunidos procedían de países del Tercer Mundo, y los discursos que pronunciaron reflejaron una militante hostilidad hacia Occidente. Michael Manley, a la sazón primer mínistro de Jamaica, fue objeto de aplausos cuando pidió que las democracias populares sustituyeran a los Estados capitalistas.
La conferencia, que duró 18 días, manifestó su decidido apoyo al Programa para Combatir el Racismo del CMI, que entrega dinero a una gran variedad de organismos políticos, entre ellos, a movimientos revolucionarios de guerrillas. Instó a la creación de un programa para oponerse a las empresas trasnacionales, acusadas de explotar al Tercer Mundo, y denunció la intervención de Sudáfrica en Angola, aunque pasó por alto el hecho de que, en esos días, la Unión Soviética estaba propiciando la llegada de miles de soldados cubanos a Angola.
En todo y por todo, el organismo ecuménico, con sede en Ginebra, expresó con toda claridad su preocupación principal por las cuestiones sociales, con prioridad sobre las puramente religiosas. Demostró que su enfoque para remediar los males del mundo debe tanto al marxismo como al cristianismo.
Sin embargo, innumerables simpatizantes del CMI se escandalizaron cuando, en agosto de 1978, ese organismo anunció que su Programa para Combatir el Racismo (PCR) había dado 85.000 dólares al Frente Patriótico, agrupación de guerrilleros marxistas que entonces combatía contra el régimen de Rhodesia, dominado por blancos. En la época de este donativo, el Frente Patriótico ya había asesinado a 207 civiles blancos y a 1.712 negros; sólo unas cuantas semanas antes, había perpetrado la matanza de nueve misioneros blancos, junto con los hijos de estos. El diario londinense Daily Express puso este encabezado a la noticia: "Dinero sanguinario: los rhodesianos asesinos de misioneros reciben ayuda pecuniaria, por cortesía del Consejo Mundial de Iglesias". El Ejército de Salvación, miembro fundador del CMI, suspendió su afiliación, y luego se retiró del organismo, igual que la Iglesia Presbiteriana irlandesa, que calificó el donativo como "racismo al revés".
Grandes esperanzas. El Consejo Mundial de Iglesias, que hoy representa a 400 millones de creyentes, se fundó en 1948, con la esperanza de unir a la fragmentada comunidad cristiana; pero su cada vez más activa participación en política y en el apoyo económico de la violencia lo ha convertido en factor de división, más que de unión.
La ironía de este caso es trágica, pues el CMI es capaz de hacer mucho bien. El Consejo Mundial ha ayudado a millones de víctimas de las guerras y de los desastres naturales. Más de dos millones de refugiados han encontrado un nuevo hogar gracias al CMI.
Pero la atención del Consejo se ha centrado cada vez más en asuntos políticos. Este cambio puede atribuirse a dos causas principales: primera, su meta inicial de buscar la unidad cristiana, se ha marchitado al paso de los años, conforme las diferencias doctrinales entre las distintas iglesias se fueron tornando irreconciliables, y cuando la Iglesia Católica, la más numerosa de las iglesias cristianas, se negó a formar parte de este organismo.
Luego, el organismo derivó hacia el "ecumenismo secular". Los dirigentes del Consejo Mundial sostenían que se favorecería la unidad de las iglesias al pugnar por superar los problemas económicos, raciales, educativos y otros males sociales que aquejan a la humanidad.
La segunda razón de tal cambio es la composición alterada del CMI. En su asamblea constitutiva, celebrada en Amsterdam, los eclesiásticos del Tercer Mundo formaron sólo un pequeño porcentaje de los delegados con voz y voto; en Nairobi, llegaron a casi la mitad.
El punto de vista del Tercer Mundo lo encarna Philip Potter, secretario general del CMI, metodista antillano, de 61 años. Potter, que dirige a casi 300 representantes de unos 40 países, no oculta su actitud antioceídental y anticapitalista en sus escritos y discursos. Es muy afecto a citar a los escritores marxistas, y también admira. a los voceros del Poder Negro, _como Stokely Carmichael y Malcolm X.
Como era de esperarse, muchos altos funcionarios del CMI comparten los puntos de vista de Potter. El uruguayo Emilio Castro, director, de su Comisión de Misiones y Evangelización Mundiales, declaró hace poco: "La base filosófica del capitalismo es perversa; diametralmente contraria a los Evangelios".
El resultado lógico de la evolución del CMI hacia el pronunciado activismo social es el Programa para Combatir el Racismo, que el año pasado tenía un presupuesto de un millón de dólares. Un funcionario de este Programa es el norteamericano Prexy Nesbitt, que llegó al organismo procedente del Instituto de Estudios Políticos de Washington, centro de investigaciones de tendencia izquerdista, dedicado a tratar de cambiar radicalmente la vida política y económica de Estados Unidos.
Las subvenciones del fondo especial del Programa para Combatir el Racismo, al que los donantes otorgan contribuciones destinadas especialmente a tal fin, se supone que se utilizarán en actividades humanitarias. Ahora bien, desde 1970, este Programa ha aportado más de cinco millones de dólares para más de 130 organismos que ostensiblemente combaten el racismo en unos 30 países. Pero casi la mitad de este dinero ha ido a dar a grupos de guerrilleros que buscan el derrocamiento violento de regímenes blancos en Sudáfrica.
Entre tales grupos figuran: el Movimiento para la Liberación de Angola, respaldado por los soviéticos ( que ha recibido 78.000 dólares), el marxista Frente de Liberación de Mozambique (120.000) y el SWAPO, de Namibia ( 823.000 ), al que abastece Rusia y adiestran consejeros cubanos.
La vista gorda. África no es la única región favorecida con el maná del PCR para atizar la -agitación social organizada. El dinero del Fondo Especial se ha destinado también a aborígenes de Australia, esquimales de Canadá, coreanos residentes en Japón, maoríes de Nueva Zelanda, marroquíes asentados en Francia y haitianos, chicanos y braceros que viven en Estados Unidos.
Aunque parezca increíble, ni un solo centavo del dinero del PCR se destina a grupos disidentes de la Unión Soviética, donde el Gobierno practica la abierta represión de las minorías étnicas y religiosas, como los lituanos, ucranianos, musulmanes y cristianos evangélicos. Los gobiernos marxistas, en general, y la Unión Soviética, en particular, son tratados con guante de seda por el CMI.
Por lo común, el CMI —tan congruente acerca de los derechos humanos— hace la vista gorda ante la aflictiva situación de Etiopía, en donde el Gobierno marxista ha ejecutado sumariamente a más de 10.000 personas por motivos políticos, y cerrado más de 200 iglesias. Cuando el Comité Ejecutivo del CMI se decidió por fin a mencionar la invasión soviética de Afganistán, dos meses después de los hechos, se limitó a declarar que esa medida había "acrecentado la tensión"; en el mismo comunicado, salió de su habitual cautela hasta el punto de expresar su "grave preocupación" por la decisión de la OTAN de instalar nuevos proyectiles teledirigidos en Europa.
Los funcionarios del CMI prefieren no criticar públicamente las violaciones soviéticas de los derechos humanos y sostienen que, tratándose del Kremlin, lo mejor es ventilar esas cuestiones en privado. La realidad es que las escasas solicitudes corteses de informes que el CMI ha enviado a Moscú, por ejemplo, acerca del enjuiciamiento de disidentes religiosos rusos, no han surtido ningún efecto visible.
El Consejo arguye también que abstenerse de criticar a Rusia le asegurará que la Iglesia Ortodoxa rusa no tenga que retirarse del CMI, como protesta por tales críticas.
Pero ser amable con el Kremlin es el alto precio que ha de pagarse para que siga afiliada la delegación de la Iglesia Ortodoxa rusa. Como preguntó Bernard Smith, jefe de la Campaña de Afirmación Cristiana de Inglaterra: "¿Es esto reconocer que el CMI es objeto de chantaje por parte de los rusos, y se calla por tal motivo? ¿O significa que el CMI es el socio anuente de algún convenio privado, mediante el cual los delegados rusos se comprometen a seguir perteneciendo al Consejo, siempre y cuando no se critique a la Unión Soviética?" En uno u otro caso, la afiliación de los rusos neutraliza eficazmente las críticas que pudiera hacer el CMI a los países socialistas.
Aun antes de que se admitiera a los rusos en el CMI, en 1961, Martin Niemóller, uno de los principales teólogos de Alemania Occidental, que participó en las prolongadas negociaciones de esta admisión, preguntó: "¿Hay allí una verdadera Iglesia, o sólo un instrumento de propaganda? ¿Es la Iglesia rusa, ante todo, sirviente de Stalin o. de Jesucristo?"
Tras años de negarla, el Kremlin dio su autorización para que la Iglesia rusa ingresara en el CMI, cuando estaba en su apogeo la férrea persecución de los cristianos rusos, que ordenó Khruschev, una de las peores en la historia de la Unión Soviética, y cuando se clausuraron por la fuerza más de 10.000 templos ortodoxos. Permitir que la Iglesia rusa se afiliara al CMI tuvo el doble propósito de camuflar esa acción, y prevenir las protestas del exterior. A juzgar por los resultados, fue aquella una astuta jugada.
Tiempo de examen de conciencia.
El CMI se enfrenta ahora a una creciente reacción en contra, violenta, la cual iniciaron los laicos protestantes, quienes desde hace años han estado "votando con abstenciones" y cerrando sus billeteras. La Iglesia Presbiteriana Unida, que da más por cabeza que ningún otro afiliado norteamericano del CMI, ha perdido cerca de un millón de afiliados en el último decenio. "Nos enteramos de que muchos de nuestros miembros guardan un profundo resentimiento contra el CMI", dice un alto funcionario del Comité Laico Presbiteriano. "Nuestros seglares opinan sencillamente que el CMI está dominado por gente de ideología izquierdista".
La reacción violenta inicial gana ahora el apoyo de varios teólogos y clérigos profesionales. El teólogo luterano Richard John Neuhaus, declara, por ejemplo: "El CMI se ha vuelto un organismo casi antíecuménico, al aplicar criterios sociales y políticos para distinguir entre los buenos y los malos. Esto crea muchas más divisiones enconadas en las iglesias, que las que suscitaron los antiguos problemas denominacionales religiosos y doctrinarios".
Peter Beyerhaus, director de la Liga Cristiana Internacional, de Alemania Occidental, opina: "Si no logramos que el CMI vuelva al rumbo que representa su verdadera vocación, sería mucho más conveniente que, de plano, lo disolviéramos".
Actualmente se está preparando la, Sexta Asamblea General del CMI; programada para julio de 1983, en Vancouver. Ha llegado el momento, dicen muchas autoridades eclesiásticas, de que el Consejo Mundial de Iglesias haga un examen de conciencia y redescubra su propósito ecuménico. Esta vez, las iglesias afiliadas al organismo necesitan tomar la iniciativa, y no dejar a la bien atrincherada burocracia del CMI en libertad para determinar los resultados anticipadamente.
Hoy, los cristianos del mundo concuerdan, en general, en que la Iglesia debe estar presente como testigo del conflictivo panorama internacional. Sin embargo, para encontrar el mejor ejemplo de cómo hacerlo, los funcionarios del CMI no necesitan volver los ojos hacia Karl Marx, sino hacia Jesucristo.
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Diciembre de 1982
No hay comentarios:
Publicar un comentario