sábado, 3 de junio de 2023

¿CON KARL MARX, O CON JESUCRISTO?

 El Consejo Mundial de Iglesias tiene que decidir:

¿CON KARL MARX, O CON JESUCRISTO?

POR JOSEPH HARRIS

1982

UNAS MUJERES de la tribu de los masa¡, que blandían biblias y se adornaban con co­llares rituales de abalorios, barba­dos obispos de la Iglesia Ortodoxa rusa y mujeres de SrI Lanka atavia­das con sus saris, figuraban entre la colorida muchedumbre de delegados que asistieron a la más reciente Asamblea General del Consejo Mun­dial de Iglesias ( CMI), que se llevó a cabo en Nairobi (Kenia), en 1975.

Casi la mitad de los delegados allí reunidos procedían de países del Tercer Mundo, y los discursos que pronunciaron reflejaron una militan­te hostilidad hacia Occidente. Mi­chael Manley, a la sazón primer mí­nistro de Jamaica, fue objeto de aplausos cuando pidió que las demo­cracias populares sustituyeran a los Estados capitalistas.

La conferencia, que duró 18 días, manifestó su decidido apoyo al Programa para Combatir el Racismo del CMI, que entrega dinero a una gran variedad de organismos políticos, entre ellos, a movimientos revolucionarios de guerrillas. Instó a la creación de un programa para opo­nerse a las empresas trasnacionales, acusadas de explotar al Tercer Mun­do, y denunció la intervención de Sudáfrica en Angola, aunque pasó por alto el hecho de que, en esos días, la Unión Soviética estaba pro­piciando la llegada de miles de sol­dados cubanos a Angola.

En todo y por todo, el organis­mo ecuménico, con sede en Gine­bra, expresó con toda claridad su preocupación principal por las cues­tiones sociales, con prioridad sobre las puramente religiosas. Demostró que su enfoque para remediar los males del mundo debe tanto al mar­xismo como al cristianismo.

Sin embargo, innumerables sim­patizantes del CMI se escandaliza­ron cuando, en agosto de 1978, ese organismo anunció que su Programa para Combatir el Racismo (PCR) había dado 85.000 dólares al Frente Patriótico, agrupación de guerrilleros marxistas que entonces combatía contra el régimen de Rhodesia, do­minado por blancos. En la época de este donativo, el Frente Patriótico ya había asesinado a 207 civiles blan­cos y a 1.712 negros; sólo unas cuan­tas semanas antes, había perpetra­do la matanza de nueve misioneros blancos, junto con los hijos de estos. El diario londinense Daily Express puso este encabezado a la noticia: "Dinero sanguinario: los rhodesia­nos asesinos de misioneros reciben ayuda pecuniaria, por cortesía del Consejo Mundial de Iglesias". El Ejército de Salvación, miembro fundador del CMI, suspendió su afi­liación, y luego se retiró del organis­mo, igual que la Iglesia Presbiteriana irlandesa, que calificó el donativo como "racismo al revés".

Grandes esperanzas. El Consejo Mundial de Iglesias, que hoy repre­senta a 400 millones de creyentes, se fundó en 1948, con la esperanza de unir a la fragmentada comuni­dad cristiana; pero su cada vez más activa participación en política y en el apoyo económico de la violencia lo ha convertido en factor de divi­sión, más que de unión.

La ironía de este caso es trágica, pues el CMI es capaz de hacer mucho bien. El Consejo Mundial ha ayudado a millones de víctimas de las guerras y de los desastres natu­rales. Más de dos millones de refu­giados han encontrado un nuevo ho­gar gracias al CMI.

Pero la atención del Consejo se ha centrado cada vez más en asun­tos políticos. Este cambio puede atribuirse a dos causas principales: primera, su meta inicial de buscar la unidad cristiana, se ha marchitado al paso de los años, conforme las diferencias doctrinales entre las distintas iglesias se fueron tornando irreconciliables, y cuando la Iglesia Católica, la más numerosa de las iglesias cristianas, se negó a formar parte de este organismo.

Luego, el organismo derivó hacia el "ecumenismo secular". Los diri­gentes del Consejo Mundial soste­nían que se favorecería la unidad de las iglesias al pugnar por superar los problemas económicos, raciales, edu­cativos y otros males sociales que aquejan a la humanidad.

La segunda razón de tal cambio es la composición alterada del CMI. En su asamblea constitutiva, cele­brada en Amsterdam, los eclesiásti­cos del Tercer Mundo formaron sólo un pequeño porcentaje de los dele­gados con voz y voto; en Nairobi, llegaron a casi la mitad.

El punto de vista del Tercer Mun­do lo encarna Philip Potter, secre­tario general del CMI, metodista antillano, de 61 años. Potter, que dirige a casi 300 representantes de unos 40 países, no oculta su actitud antioceídental y anticapitalista en sus escritos y discursos. Es muy afec­to a citar a los escritores marxistas, y también admira. a los voceros del Poder Negro, _como Stokely Carmi­chael y Malcolm X.

Como era de esperarse, muchos altos funcionarios del CMI com­parten los puntos de vista de Potter. El uruguayo Emilio Castro, director, de su Comisión de Misiones y Evan­gelización Mundiales, declaró hace poco: "La base filosófica del capita­lismo es perversa; diametralmente contraria a los Evangelios".

El resultado lógico de la evolu­ción del CMI hacia el pronunciado activismo social es el Programa para Combatir el Racismo, que el año pa­sado tenía un presupuesto de un mi­llón de dólares. Un funcionario de este Programa es el norteamericano Prexy Nesbitt, que llegó al organis­mo procedente del Instituto de Es­tudios Políticos de Washington, centro de investigaciones de tenden­cia izquerdista, dedicado a tratar de cambiar radicalmente la vida políti­ca y económica de Estados Unidos.

Las subvenciones del fondo espe­cial del Programa para Combatir el Racismo, al que los donantes otor­gan contribuciones destinadas especialmente a tal fin, se supone que se utilizarán en actividades humanitarias. Ahora bien, desde 1970, este Programa ha aportado más de cin­co millones de dólares para más de 130 organismos que ostensiblemente combaten el racismo en unos 30 paí­ses. Pero casi la mitad de este dinero ha ido a dar a grupos de guerrilleros que buscan el derrocamiento vio­lento de regímenes blancos en Sud­áfrica.

Entre tales grupos figuran: el Mo­vimiento para la Liberación de An­gola, respaldado por los soviéticos ( que ha recibido 78.000 dólares), el marxista Frente de Liberación de Mozambique (120.000) y el SWA­PO, de Namibia ( 823.000 ), al que abastece Rusia y adiestran conseje­ros cubanos.

La vista gorda. África no es la úni­ca región favorecida con el maná del PCR para atizar la -agitación social organizada. El dinero del Fondo Es­pecial se ha destinado también a abo­rígenes de Australia, esquimales de Canadá, coreanos residentes en Ja­pón, maoríes de Nueva Zelanda, ma­rroquíes asentados en Francia y hai­tianos, chicanos y braceros que viven en Estados Unidos.

Aunque parezca increíble, ni un solo centavo del dinero del PCR se destina a grupos disidentes de la Unión Soviética, donde el Gobierno practica la abierta represión de las minorías étnicas y religiosas, como los lituanos, ucranianos, musulma­nes y cristianos evangélicos. Los go­biernos marxistas, en general, y la Unión Soviética, en particular, son tratados con guante de seda por el CMI.

Por lo común, el CMI —tan con­gruente acerca de los derechos hu­manos— hace la vista gorda ante la aflictiva situación de Etiopía, en donde el Gobierno marxista ha ejecutado sumariamente a más de 10.000 personas por motivos polí­ticos, y cerrado más de 200 iglesias. Cuando el Comité Ejecutivo del CMI se decidió por fin a mencionar la invasión soviética de Afganistán, dos meses después de los hechos, se limitó a declarar que esa medida ha­bía "acrecentado la tensión"; en el mismo comunicado, salió de su ha­bitual cautela hasta el punto de ex­presar su "grave preocupación" por la decisión de la OTAN de instalar nuevos proyectiles teledirigidos en Europa.

Los funcionarios del CMI prefie­ren no criticar públicamente las violaciones soviéticas de los derechos humanos y sostienen que, tratándo­se del Kremlin, lo mejor es ventilar esas cuestiones en privado. La rea­lidad es que las escasas solicitudes corteses de informes que el CMI ha enviado a Moscú, por ejemplo, acerca del enjuiciamiento de disiden­tes religiosos rusos, no han surtido ningún efecto visible.

El Consejo arguye también que abstenerse de criticar a Rusia le ase­gurará que la Iglesia Ortodoxa rusa no tenga que retirarse del CMI, co­mo protesta por tales críticas.

Pero ser amable con el Kremlin es el alto precio que ha de pagarse para que siga afiliada la delegación de la Iglesia Ortodoxa rusa. Como preguntó Bernard Smith, jefe de la Campaña de Afirmación Cristiana de Inglaterra: "¿Es esto reconocer que el CMI es objeto de chantaje por parte de los rusos, y se calla por tal motivo? ¿O significa que el CMI es el socio anuente de algún conve­nio privado, mediante el cual los delegados rusos se comprometen a seguir perteneciendo al Consejo, siempre y cuando no se critique a la Unión Soviética?" En uno u otro caso, la afiliación de los rusos neu­traliza eficazmente las críticas que pudiera hacer el CMI a los países socialistas.

Aun antes de que se admitiera a los rusos en el CMI, en 1961, Martin Niemóller, uno de los principa­les teólogos de Alemania Occiden­tal, que participó en las prolongadas negociaciones de esta admisión, pre­guntó: "¿Hay allí una verdadera Iglesia, o sólo un instrumento de propaganda? ¿Es la Iglesia rusa, an­te todo, sirviente de Stalin o. de Jesucristo?"

Tras años de negarla, el Kremlin dio su autorización para que la Igle­sia rusa ingresara en el CMI, cuan­do estaba en su apogeo la férrea persecución de los cristianos rusos, que ordenó Khruschev, una de las peo­res en la historia de la Unión Sovié­tica, y cuando se clausuraron por la fuerza más de 10.000 templos orto­doxos. Permitir que la Iglesia rusa se afiliara al CMI tuvo el doble pro­pósito de camuflar esa acción, y pre­venir las protestas del exterior. A juzgar por los resultados, fue aque­lla una astuta jugada.

Tiempo de examen de conciencia.

El CMI se enfrenta ahora a una cre­ciente reacción en contra, violenta, la cual iniciaron los laicos protes­tantes, quienes desde hace años han estado "votando con abstenciones" y cerrando sus billeteras. La Iglesia Presbiteriana Unida, que da más por cabeza que ningún otro afiliado norteamericano del CMI, ha perdido cerca de un millón de afiliados en el último decenio. "Nos enteramos de que muchos de nuestros miembros guardan un profundo resentimiento contra el CMI", dice un alto fun­cionario del Comité Laico Presbi­teriano. "Nuestros seglares opinan sencillamente que el CMI está dominado por gente de ideología iz­quierdista".

La reacción violenta inicial gana ahora el apoyo de varios teólogos y clérigos profesionales. El teólogo lu­terano Richard John Neuhaus, de­clara, por ejemplo: "El CMI se ha vuelto un organismo casi antíecu­ménico, al aplicar criterios sociales y políticos para distinguir entre los buenos y los malos. Esto crea mu­chas más divisiones enconadas en las iglesias, que las que suscitaron los antiguos problemas denominaciona­les religiosos y doctrinarios".

Peter Beyerhaus, director de la Liga Cristiana Internacional, de Ale­mania Occidental, opina: "Si no lo­gramos que el CMI vuelva al rum­bo que representa su verdadera vocación, sería mucho más conve­niente que, de plano, lo disolvié­ramos".

Actualmente se está preparando la, Sexta Asamblea General del CMI; programada para julio de 1983, en Vancouver. Ha llegado el momento, dicen muchas autoridades eclesiásti­cas, de que el Consejo Mundial de Iglesias haga un examen de concien­cia y redescubra su propósito ecumé­nico. Esta vez, las iglesias afiliadas al organismo necesitan tomar la ini­ciativa, y no dejar a la bien atrin­cherada burocracia del CMI en liber­tad para determinar los resultados anticipadamente.

Hoy, los cristianos del mundo concuerdan, en general, en que la Iglesia debe estar presente como testigo del conflictivo panorama in­ternacional. Sin embargo, para en­contrar el mejor ejemplo de cómo hacerlo, los funcionarios del CMI no necesitan volver los ojos hacia Karl Marx, sino hacia Jesucristo.

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST         Diciembre de 1982

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