domingo, 31 de marzo de 2024

LA MADRE DEL JOVEN DEL TAMBOR

CHARLIE COULSON

EL MUCHACHITO QUE TOCABA EL TAMBORM.

 L. ROSSVALLY (1828-1892

 Falta contar la secuela de la historia de Charlie Coulson. Unos dieciocho meses después de mi conversión, asistí una noche a una reunión de oración en la ciudad de Brooklyn.

Era una de esas reuniones en que los creyentes testifican de la bondad y el amor de su Salvador. Después de que varios hubieran hablado, una anciana se puso de pie y dijo:  Queridos amigos, quizá esta sea la última vez que tengo el privilegio de testificar de Cristo. El médico me dijo ayer que mi pulmón derecho está prácticamente deteriorado y que el pulmón izquierdo está muy afectado, por lo que, en el mejor de los casos, tengo poco tiempo para estar con ustedes, pero lo que me queda pertenece a Jesús.

 ¡Oh, qué gozo es saber que encontraré a mi muchacho con Jesús en el cielo! Mi hijo no sólo fue un soldado de su patria, sino de Cristo. Recibió heridas en la batalla de Gettysburg, y cayó en manos de un doctor judío quien le amputó el brazo y la pierna, pero falleció cinco días después de la operación. El capellán del regimiento me escribió una carta y me envió la Biblia de mi hijo. En aquella carta me informaba que mi Charlie, en la hora de su muerte, mandó llamar al doctor judío y le dijo: “Doctor, antes de morir quiero contarle que cinco días atrás, mientras me amputaba el brazo y la pierna, oré pidiendo al Señor Jesucristo que salvara su alma”.

Al oír el testimonio de esta dama no pude seguir sentado. Me levanté de mi asiento, crucé la habitación y, tomándola de la mano le dije:

Dios le bendiga, mi querida hermana. La oración de su hijo fue oída y contestada. Yo soy el doctor judío por quien Charlie oró, y su Salvador es ahora mi Salvador.

20

Un fervor celestial cundió por toda la reunión ante el emocionante cuadro de un judío

y un gentil hechos “uno en Cristo Jesús”. Y vieron Su maravilloso poder en el hecho de utilizar a un muchacho moribundo, que tocaba el tambor, para manifestar el Espíritu de su Señor orando por los enemigos de la cruz; en la maravillosa respuesta a la oración del jovencito, en su lecho de muerte, y en la gloriosa esperanza de reunión de la gran multitud de redimidos que nadie puede contar, de toda raza, y lengua, y pueblo, y nación.

Y entre los que por fin fueron salvos,

Para siempre felizmente bendecidos,

La madre amada y el médico con el Salvador

Se encontrarán con el niño del tambor

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