LOS HOMBRES SE HAN OLVIDADO DE DIOS"
El secreto para curar los males de
nuestro siglo estriba en la diaria elección
que debe hacer el individuo del bien sobre el mal; en la restauración de
la fe religiosa que hemos perdido.
POR ALEXANDER SOLYENITSIN
DICIEMBRE
DE 1986
ALEXANDER
SOLYENITSIN, novelista ruso emigra-do, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1970.
CUDANDO comencé a asistir a la escuela,
en Rostov del Don,
otros chicos incitados por varios miembros de la Komsomol ( nombre de la Organización de la Juventud
Comunista, en Rusia), se burlaban de mí por acompañar a mi madre a la única iglesia
que aún quedaba en la
población, y llegaron a arrancarme la cruz
que llevaba colgada al cuello. Pocos
años después, oí que varias personas de edad avanzada explicaban así los enormes desastres que se habían abatido sobre Rusia: "Los hombres se han olvidado
de Dios; por ello ha sucedido todo esto".
Desde entonces, he dedicado cerca de 50 años a trabajar en la
historia de la Revolución rusa; en esta labor he reunido cientos de testimonios personales, he leído cientos de libros y he
aportado ocho volúmenes de mi creación personal. Pero si hoy se me pidiera formular, tan
concisamente como fuera posible, la causa principal de la ruinosa revolución que segó la vida de 60 millones de rusos, no podría expresarlo más certeramente que
repitiendo: "Los hombres se han
olvidado de Dios".
Es más: si
me solicitaran identificar el rasgo principal de todo el
siglo xx, no podría encontrar nada más
preciso que reflexionar una vez más sobre cómo hemos perdido contacto con nuestro Creador. Los yerros de la
conciencia
humana, privada de sus dimensiones divinas,
han sido un factor determinante en todos los grandes
crímenes cometidos en este siglo
Dostoievski nos advirtió que podrían sobrevenir grandes sucesos, y que nos hallarían intelectualmente impreparados.
Y eso es justamente lo que ocurrió. Al siglo xx lo ha engolfado
el vórtice del ateísmo y la
autodestrucción. Esta caída en el abismo es un proceso universal, tan-to en
Oriente como en Occidente,y presenta aspectos que no depen-den de ningún sistema político ni de tal o cual nivel de desarrollo económíco o
cultural
Fue también Dostoievski quien dijo de la Revolución
francesa, y del odio
ardiente de ella por la Iglesia,
que "toda revolución debe iniciarse, necesariamente, con el ateísmo". Pero jamás había conocido el mundo un ateísmo tan organizado, tan militarizado ni tan tenazmente malévolo como el que practica
el marxismo. Dentro del sistema
filosófico de Marx y Lenin, y en el
meollo de su psicología, el odio hacia Dios constituye la
principal fuerza propulsora; el ateísmo militante, su eje central. Para lograr sus
fines el comunismo necesita controlar una poblacion desprovista
de todo sentimiento religioso
El grado hasta el cual aspira el mundo ateo a aniquilar la religión, hasta
qué punto se le atraganta la religión, quedó demostrado por la red de intrigas que rodeó el atenta- contra la vida del papa Juan Pablo II, en
1981
No obstante, en Rusia, donde se han arrasado muchos templos;
decenas de miles de sacerdo‑tes, monjes y religiosas fueron torturados, asesinados a balazos en sótanos, o confinados en bestiales campos de
concentración; donde el ateísmo triunfante ha arrollado sin freno durante dos tercios de siglo; en la
actualidad, todavía se condena a la
gente a trabajos fozados por su fe religiosa; no obstante, en Rusia, la tradición cristia-na sobrevive
En esto vemos una aurora de esperanza;
porque, a pesar de que el comunismo
aparece formidablemente erizado de
cohetes espaciales y de tanques, está condenado a no vencer
jamás al cristianismo.
Occidente no ha sufrido hasta ahora una invasión comunista: la religión sigue siendo libre en esta parte
del mundo. Mas también Occidente vive el deterioro de la conciencia
religiosa. A partir de los últimos años de la Edad Media, la marea del
secularismo ha venido inundando
progresivamente a los países occidentales. Esta gradual socavación de
fuerzas desde el interior constituye una
amenaza contra la fe, amenaza que tal vez sea más peligrosa que cualquier intento de
atacar
violentamente a la religión desde
el exterior.
En Occidente, el sentido de la vida ha dejado de verse como algo más elevado que la "busca
de la felicidad",
meta que incluso ha quedado
garantizada solemnemente en ciertas
constituciones. Los conceptos del bien
y del mal han sido desterrados del uso común desde hace mucho tiempo. Se ha convertido en algo
vergonzoso apelar a conceptos eternos, afirmar que el mal se finca en el individual
corazón humano, antes de entrar a formar parte
de un sistema político.
Si los derechos externos se consideran del todo irrestrictos,
¿por qué hemos
de hacer un
íntimo esfuerzo
por abstenernos de cometer actos innobles? ¿O por qué hemos de
abstenernos de sentir un odio profundo, cualquiera sea su base: raza, clase social o ideología? En verdad, este odio corroe
actualmente a muchos corazones, a medida que los
maestros ateos educan a la generación más
joven inculcándole el espíritu de odio contra su propia sociedad.
En realidad, cuanto más amplias son las libertades personales, cuanto más elevado es el nivel de prosperidad,
tanto más fuerte es, paradójicamente, este odio.
Ahora que graves sucesos mundiales se alzan ante nosotros como ingentes montañas, pudiera antojarse incongruente
recordar que la clave primordial de
nuestro ser, o de nuestro no ser, radica en todo corazón humano, en lo
individual, en la preferencia del corazón por el bien específico o el mal
específico. Sin embargo, es la clave más
confiable de que disponemos. Las teorías sociales
que tanto prometían han demostrado su total
fracaso, y nos han dejado
ante un callejón sin salida.
Todos los intentos que se hagan
por salir de la aflictiva situación del mundo actual resultarán inútiles, a menos que,
arrepentidos, volvamos a orientar nuestra conciencia hacia el Creador
de todos los seres. Los recursos que hemos reservado
para nuestro beneficio han quedado muy empobrecidos, para poder hacerlo. Deberemos reconocer primeramente el horror
perpetrado, no por alguna fuerza exterior, no por enemigos de clase o nacionales, sino en
lo íntimo de cada uno de nosotros, individualmente,
y en el seno de toda sociedad.
La vida no tiene como objetivo la persecución del éxito material, sino la busca de un valioso crecimiento espiritual. Toda nuestra existencia terrenal no es sino una etapa de transición hacia una vida superior. Las leyes materiales, por sí mismas, no explican qué es nuestra vida, ni le señalan
ninguna dirección. Las leyes de la física y de la fisiología jamás revelarán la forma innegable en que el Creador participa constantemente en la vida de todos y cada uno de nosotros. Y en la vida de nuestro planeta por entero, sin duda el Espíritu Divino obra con
igual energía. A las insensatas esperanzas de
los dos últimos siglos, solamente podemos
oponer la resuelta busca de la cordial mano de nuestro Creador; esa mano que hemos desdeñado tan irreflexivamente y con
tanta presunción.
Sólo de esta manera podremosabrir los ojos a los
errores de este desdichado siglo xx y
dedicarnos a la tarea de enmendarlos.
Nuestros continentes se hallan atrapados en una
vorágine. Pero es durante tales pruebas cuando los dones más altos del espíritu humano pueden
manifestarse.
OC 19133 POR ALEXANDER SOLYENITSIN. CONDENSADO DE "NATIONAL REVIEW-
(22-Vil-1983),
DE NUEVA YORK. NUEVA YORK
SELECCIONES DEL READER´S DIGEST
DICIEMBRE DE 1986
TÉCNICAS
DE MENTIR
PETER Fleming, corresponsal del Times de Londres que conocía y quería a Rusia tanto como
cualquier occidental, comentó conmigo que cada pueblo tiene su propia técnica de
mentir. "Los latinos y los
árabes mienten para agradar; los ingleses, para encubrir", observaba.
"Pero únicamente los rusos mienten sin ningún motivo discernible; a veces, en
perjuicio propio. Tal es
su manera de ser".
Poco después, estuve en Ucrania, de gira cultural. Nuestro itinerario abarcaba una granja colectiva, pero al
llegar a Kiev nuestra guía de Intourist nos dijo que esta visita se había cancelado. Las
expresiones de protesta en voz alta
suscitaron el primer extraño pretexto:
"Como pueden ver, ustedes son cultura, y esto es agricultura". Más gritos de protesta... ya
habíamos pagado por aquella interesante parte de la gira. Tras un largo conciliábulo con su colega guía, Doña Intourist
regresó con una segunda verdad incontestable: "Bueno, verán: hoy es sábado, y las granjas soviéticas no
trabajan los fines de semana". Un treinta por ciento del grupo —moradores
urbanos, y desconocedores de la incidencia de mastitis entre las vacas que dejan de ordeñarse— aceptó mansamente esta excusa.
Si, por otra parte, los rusos nos hubiesen dicho: "Miren, hemos sufrido la sequía más grave de que haya memoria (lo cual era verdad), el maíz se ha secado en los tallos y preferimos que no lo vean", la gran mayoría de nosotros, occidentales sensibles, nos habríamos ido satisfechos, y hasta
condoliéndonos de las dificultades soviéticas. —Alistair Horne, en Tbe Spectator (Inglaterra) SELECCIONES DEL READER´S DIGEST
DICIEMBRE DE 1986