AVENTURA EN BIRMANIA
SELECCIONES DEL R.D SEPTIEMBRE DE 1945
RALPH E. HENDERSON ha viajado mucho por el Lejano Oriente, y desde antes de la guerra, conocía bien las montañosas tierras de Birmania. En 1944 volvió allí, en calidad de corresponsal de guerra, y viajó con el primer convoy de camiones que fue desde Asara a la China por la entonces recién construida carretera de Stilwell. Ácompañado de un guía kachin, recorrió algunas de las trochas misteriosas que describe en este artículo, para visitar las bases avanzadas de los batidores, o pasar un rato con oficiales norteamericanos que habían descendido en paracaídas a la selva. Es significativo que su guía solamente supiera nombrar dos cosas en inglés: carabina y ración K (caja que contiene alimentos condensados y cigarrillos para varios días).
Un relato de la lucha en las selvas de Birmania,
mantenido hasta ahora en secreto.
POR RALPH E. HENDERSON
Los batidores kachines -norteamericanos (American-Kachin Rangers) han contribuido con excepcional eficacia al éxito de la campaña en el norte de Birmania. Operando siempre detrás de las líneas enemigas, su conocimiento perfecto de la selva les ha permitido desorganizar las comunicaciones de los japoneses y hostilizar las zonas de su retaguardia. No han dado respiro al enemigo ni siquiera allí donde podía considerarse más seguro. Las hazañas de estos batidores constituyen uno de los capítulos más pintorescos de la guerra en el Lejano Oriente.»
Teniente general Dan I. Sultan,
jefe de las fue as norteamericanas en el sector India-Birmania.
“Cuando. sentamos plaza de voluntarios para “servicios arriesgados ” , me dijo en Birmania el joven capitán de la barba cortada en punta, «no sabíamos que íbamos a venir aquí, y, por de contado, ignorábamos en absoluto que existiese una tribu llamada de los kachines. En cambio, ahora conocemos muy bien a esos amigos. Son los mejores guerreros selváticos del mundo. Ha sido una suerte que los norteamericanos les cayésemos en gracia».
Los batidores kachines-norteamericanos luchan detrás de las líneas japonesas. Esta circunstancia explica que se haya ocultado su existencia tras el velo de los secretos militares. Me ha sido dable, sin embargo, enterarme en parte de su asombrosa hoja de servicios.
Estos guerreros de la selva fueron la vanguardia protectora del general Wingate cuando en febrero de 1943, hizo con sus chindits el primer avance de importancia en tierras de Birmania.* *Véase Audaz incursión en Birmania en SELECCIONES de enero de 1944•*
A principios de 1944 prestaron igual ayuda al general Merrill guiando a sus merodeadores en la marcha de 1200 kilómetros a través de la selva para apoderarse de la zona aérea de Myitkyina. También actuaron de vanguardia en la carretera de Ledo, hoy de Stilwell, cuando los ingenieros que habían de construirla hacían aterrizajes violentos en las montañas, para abrir a través de aquel abrupto terreno un camino a la China.
A principios del año en curso volvieron a servir de avanzada, esta vez a las fuerzas del general Willey, en la operación que acabó de eliminar el poderío japonés en las montañas del norte de Birmania.
Bastante acción supone tan repetida ayuda. Pero todo eso es sólo una parte de las aventuras corridas y los frutos militares logrados por los audaces norteamericanos que descendieron detrás de las líneas japonesas para ponerse en contacto con una tribu salvaje.
«La forma en que se hizo el primer enganche de hombres para esta empresa», continuó el capitán, «fue muy semejante a la invitación para ingresar a un círculo de camaradas.
Varios oficiales del grupo recorrieron los campamentos de instruc ción de los Estados Unidos en busca de voluntarios. Abordaban a quien les parecía apto y charlaban un rato con él.
— ¿Le gustaría tomar parte en una campaña muy activa... y un tanto arriesgada?> —¿Tiene usted la habilidad necesaria para bastarse a sí mismo? Y luego una preguntita que le hacía a uno pensar dos veces antes de contestarla: “ ¿Estaría dispuesto a saltar en paracaídas detrás de las líneas enemigas—completamente solo ?”
«Tuve la primera sospecha del lugar a donde pensaban enviarme cuando me llamaron a una oficina de Wáshington y me pidieron que hiciera una lista de las cosas que creyese necesitar en caso de encontrarme solo en la selva. Sabiendo que generalmente el ejército no le da a uno sino la mitad de lo que pide, pedí con largueza: tres revólveres, dos cuchillos, dos linternas eléctricas, una ametralladora ligera, varias granadas, ropa para camuflaje y otras cuantas cosas que llenaban media página. Con gran asombro mío, trajeron en el acto cuanto había pedido, y me dijeron: “¡Lléveselo!”
Hube de cargar con toda la impedimenta y volver al hotel convertido en una especie (le camión militar humano. A mi paso por el vestíbulo, las damas nerviosas palidecieron de asombro, los hombres fornidos palidecieron de envidia, yo palidecí sintiendo que estaba haciendo el tonto... y en aquel momento y lugar, me enteré de que el tal equipo tenía por objeto que uno hiciese el tonto. Por eso le daban todo lo que pedía.
«Pocos días después me encontré a bordo de un buque. Sólo entonces un oficial me reveló mi destino.»
Las tierras montañosas de Birmania que limitan con Asam son una de las partes más salvajes del mundo. Vistas desde un avión, semejan alfombra de verde felpa tendida sobre un montón de rocas. En tierra no ofrecen, por regla general, perspectiva alguna. Son una masa de vegetación y sofocante. Las escasas veredas utilizadas por los montañeses parecen aumentar, más que disminuír, la sensación de impenetrabilidad que da la huraña selva inmensa.
Por estas veredas escaparon los aliados a principios de 1942 desde Birmania hasta Asam. A lo largo de ellas se emboscaron los japoneses que iban en su persecución, quitándoles así toda esperanza de retorno.
Cada sendero se convirtió en la entrada de un pequeño infierno verde, de un fortín japonés, secreto y bien armado
Además, la victoria japonesa había incomunicado a la China cerrando la carretera de Birmania. Si no se encontraba un nuevo camino para abastecerla, China estaba perdida. Así las cosas, se enromendó al general Joseph W. Stilwell la tarea de arrojar a los japoneses de las montañas septentrionales de Birmania, y asegurar una ruta de abastecimiento que tenía más de 1500 kilómetros de longitud.
Entre las fuerzas a las órdenes de Stilwell, se hallaban los batidores kachines-norteamericanos a quienes iba a corresponder la parte más aventurada y dificil de aquellas operaciones.
El 4 de jullo de 1942, un grupo reducido tomó la delantera para establecer en Asam el cuartel general de los batidores. Eran sólo veinte hombres. En apariencia, un curioso ejército diminuto de once oficiales y nueve soldados. En realidad, un selecto conjunto de especialistas que incluía no sólo oficiales duchos en las artes de la guerra sino, también, individuos cuyas habilidades parecían enteramente pacíficas: geógrafos, lingüistas, abogados y hasta un joyero, cuya destreza en el manejo de instrumentos de precisión fue realmente inapreciable para diseñar aparatos de radio pequeños y duraderos.
El plan de operaciones era sencillo; «loco», lo llamaron algunos militares apegados a lo tradicional.
Se sabía que la tribu guerrera de los kachines habitaba en las montañas dominadas por las fuerzas del lapón y detestaba a los nipones.
El plan consistía en que los voluntarios norteamericanos organizaran a los kachines en grupos de combate, les facilitaran armas y los dirigieran. Durante la noche, un voluntario norteamericano saltaría de un avión bien adentro del territorio dominado por los japoneses, en las proximidades de alguna aldea. Un segundo paracaídas le llevaría comida, armas, medicinas, algunos regalos para los indígenas y una pequeña radioemisora.
Desde el instante que se lanzaba en el paracaídas (con frecuencia por primera el voluntario contaba únicamente .Sigo mismo. Tenía que hacer amistades con los indígenas, cuyo lenguaje y costumbres le eran totalmente desconocidos. Tenía que convertirse en su jefe y confiar en que no le traicionarían por una crecida recompensa. Cuando se considerase seguro, los aviones le llevarían en vuelos nocturnos más alimentos, armas y suministros. Entonces había de iniciar su pequeña guerra personal, contra los japoneses en forma de emboscadas e irrup- ciones repentinas.
Ciertamente el plan no carecía de audacia. Hasta hubiera podido calificársele de temeridad descabellada a no ser por dos hechos de importancia que le daban base. Primero, la comarca era tan agreste y la selva tan densa que existían muchas aldeas remotas adonde no habían llegado ni siquiera las patrullas japonesas de avanzada. Segundo, varios refugiados kachines habían hecho reiteradamente la afirmación de que su tribu quería a los norteamericanos tanto como odiaba a los japoneses.
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