miércoles, 7 de mayo de 2025

AVENTURA EN BIRMANIA -SALVAJES KACHINES - 2 GUERRA MUNDIAL

 AVENTURA EN BIRMANIA

SELECCIONES DEL R.D SEPTIEMBRE DE 1945

RALPH E. HENDERSON ha viajado mucho por el Lejano Oriente, y desde antes de la guerra, conocía bien las montañosas tierras de Birmania. En 1944 volvió allí, en calidad de corresponsal de guerra, y viajó con el primer convoy de camiones que fue desde Asara a la China por la entonces recién construida carretera de Stilwell. Ácompa­ñado de un guía kachin, recorrió algunas de las trochas misteriosas que describe en este artículo, para visitar las bases avanzadas de los batidores, o pasar un rato con oficiales norteamericanos que habían descendido en paracaídas a la selva. Es significativo que su guía solamente supiera nom­brar dos cosas en inglés: carabina y ración K (caja que contiene alimentos condensados y cigarrillos para varios días).

Un relato de la lucha en las selvas de Birmania,
mantenido hasta ahora en secreto.

POR RALPH E. HENDERSON

Los batidores kachines -norteamericanos (American-Kachin Rangers) han contribuido con excepcional eficacia al éxito de la campaña en el norte de Birmania. Ope­rando siempre detrás de las líneas enemi­gas, su conocimiento perfecto de la selva les ha permitido desorganizar las comuni­caciones de los japoneses y hostilizar las zonas de su retaguardia. No han dado res­piro al enemigo ni siquiera allí donde podía considerarse más seguro. Las hazañas de estos batidores constituyen uno de los ca­pítulos más pintorescos de la guerra en el Lejano Oriente.»

Teniente general Dan I. Sultan,

jefe de las fue as norteamericanas en el sector India-Birmania.

“Cuando. sentamos plaza de voluntarios para “servicios arriesgados ” , me dijo en Birmania el joven capitán de la barba cortada en punta, «no sabíamos que íbamos a venir aquí, y, por de contado, ignorábamos en absoluto que existiese una tribu llamada de los kachines. En cambio, ahora cono­cemos muy bien a esos amigos. Son los mejores guerreros selváticos del mundo. Ha sido una suerte que los norteamerica­nos les cayésemos en gracia».

Los batidores kachines-norteamerica­nos luchan detrás de las líneas japonesas. Esta circunstancia explica que se haya ocultado su existencia tras el velo de los secretos militares. Me ha sido dable, sin embargo, enterarme en parte de su asom­brosa hoja de servicios.

Estos guerreros de la selva fueron la vanguardia protectora del general Win­gate cuando en febrero de 1943, hizo con sus chindits el primer avance de importancia en tierras de Birmania.* *Véase Audaz incursión en Birmania en SELECCIONES de enero de 1944•*

A princi­pios de 1944 prestaron igual ayuda al ge­neral Merrill guiando a sus merodeadores en la marcha de 1200 kilómetros a través de la selva para apoderarse de la zona aérea de Myitkyina. También actuaron de vanguardia en la carretera de Ledo, hoy de Stilwell, cuando los ingenieros que habían de construirla hacían aterri­zajes violentos en las montañas, para abrir a través de aquel abrupto terreno un ca­mino a la China.

 A principios del año en curso volvieron a servir de avanzada, esta vez a las fuerzas del general Willey, en la operación que acabó de eliminar el po­derío japonés en las montañas del norte de Birmania.

Bastante acción supone tan repetida ayuda. Pero todo eso es sólo una parte de las aventuras corridas y los frutos mi­litares logrados por los audaces norte­americanos que descendieron detrás de  las  líneas japonesas para ponerse en con­tacto con una tribu salvaje.

«La forma en que se hizo el primer en­ganche de hombres para esta empresa», continuó el capitán, «fue muy semejante a la invitación para ingresar a un círculo de camaradas.

Varios oficiales del grupo recorrieron los campamentos de instruc ción de los Estados Unidos en busca de voluntarios. Abordaban a quien les pare­cía apto y charlaban un rato con él.

— ¿Le gustaría tomar parte en una cam­paña muy activa... y un tanto arriesga­da?> —¿Tiene usted la habilidad necesaria para bastarse a sí mismo? Y luego una preguntita que le hacía a uno pensar dos veces antes de contestarla: “ ¿Estaría dispuesto a saltar en paracaídas detrás de las líneas enemigas—completamente solo ?”

«Tuve la primera sospecha del lugar a donde pensaban enviarme cuando me llamaron a una oficina de Wáshington y me pidieron que hiciera una lista de las cosas que creyese necesitar en caso de encontrarme solo en la selva. Sabiendo que generalmente el ejército no le da a uno sino la mitad de lo que pide, pedí con largueza: tres revólveres, dos cuchillos, dos linternas eléctricas, una ametralladora ligera, varias granadas, ropa para camuflaje y otras cuantas cosas que llena­ban media página. Con gran asombro mío, trajeron en el acto cuanto había pe­dido, y me dijeron: “¡Lléveselo!”

Hube de cargar con toda la impedimenta y vol­ver al hotel convertido en una especie (le camión militar humano. A mi paso por el vestíbulo, las damas nerviosas palide­cieron de asombro, los hombres fornidos palidecieron de envidia, yo palidecí sin­tiendo que estaba haciendo el tonto... y en aquel momento y lugar, me enteré de que el tal equipo tenía por objeto que uno hiciese el tonto. Por eso le daban todo lo que pedía.

«Pocos días después me encontré a bordo de un buque. Sólo entonces un oficial me reveló mi destino.»

Las tierras montañosas de Birmania que limitan con Asam son una de las par­tes más salvajes del mundo. Vistas desde un avión, semejan alfombra de verde fel­pa tendida sobre un montón de rocas. En tierra no ofrecen, por regla general, perspectiva alguna. Son una masa de ve­getación y sofocante. Las escasas veredas utilizadas por los montañeses pa­recen aumentar, más que disminuír, la sensación de impenetrabilidad que da la huraña selva inmensa.

Por estas veredas escaparon los aliados a principios de 1942 desde Birmania hasta Asam. A lo largo de ellas se emboscaron los japoneses que iban en su persecución, quitándoles así toda esperanza de retor­no.

Cada sendero se convirtió en la entrada de un pequeño infierno verde, de un fortín japonés, secreto y bien armado

Además, la victoria japonesa había incomunicado a la China cerrando la ca­rretera de Birmania. Si no se encontraba un nuevo camino para abastecerla, China estaba perdida. Así las cosas, se enromendó al general Joseph W. Stilwell la  tarea de arrojar a los japoneses de las montañas septentrionales de Birmania, y asegurar una ruta de abastecimiento que tenía más de 1500 kilómetros de longitud.

Entre las fuerzas a las órdenes de Stilwell, se ha­llaban los batidores kachines-norteamericanos a quienes iba a corresponder la par­te más aventurada y dificil de aquellas operaciones.

El 4 de jullo de 1942, un grupo redu­cido tomó la delantera para establecer en Asam el cuartel general de los batidores. Eran sólo veinte hombres. En apariencia, un curioso ejército  diminuto de once ofi­ciales y nueve soldados. En realidad, un selecto conjunto de especialistas que in­cluía no sólo oficiales duchos en las artes de la guerra sino, también, individuos cuyas habilidades parecían enteramente pacíficas: geógrafos, lingüistas, abogados y hasta un joyero, cuya destreza en el manejo de instrumentos de precisión fue realmente inapreciable para diseñar aparatos de radio pequeños y duraderos.

El plan de operaciones era sencillo; «loco», lo llamaron algunos militares ape­gados a lo tradicional.

Se sabía que la tri­bu guerrera de los kachines habitaba en las montañas dominadas por las fuerzas del lapón y detestaba a los nipones.

El plan consistía en que los voluntarios norteamericanos organizaran a los kachines en grupos de combate, les facilitaran ar­mas y los dirigieran. Durante la noche, un voluntario norteamericano saltaría de un avión bien adentro del territorio do­minado por los japoneses, en las proximi­dades de alguna aldea. Un segundo paracaídas le llevaría comida, armas, medici­nas, algunos regalos para los indígenas y una pequeña radioemisora.

Desde el instante que se lanzaba en el paracaídas (con frecuencia por primera  el voluntario contaba únicamente .Sigo mismo. Tenía que hacer amistades con los indígenas, cuyo lenguaje y costumbres le eran totalmente desconocidos. Tenía que convertirse en su jefe y confiar en que no le traicionarían por una crecida recompensa. Cuando se conside­rase seguro, los aviones le llevarían en vuelos nocturnos más alimentos, armas y suministros. Entonces había de iniciar su pequeña guerra personal, contra los japoneses en forma de emboscadas e irrup- ciones repentinas.

Ciertamente el plan no carecía de au­dacia. Hasta hubiera podido calificársele de temeridad descabellada a no ser por dos hechos de importancia que le daban base. Primero, la comarca era tan agreste y la selva tan densa que existían muchas aldeas remotas adonde no habían llegado ni siquiera las patrullas japonesas de avan­zada. Segundo, varios refugiados kachi­nes habían hecho reiteradamente la afir­mación de que su tribu quería a los norte­americanos tanto como odiaba a los ja­poneses.


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