domingo, 4 de mayo de 2025

JOSE TORREGROSA 65-75

 CUARENTA

AÑOS DE LUCHA

MOISÉS TORREGROSA

SANTIAGO DE CHILE

1921

65-75

—Gracias, señor. Esto es providencial: pues mi situación y la de mi familia es ya bien crítica.

—Sí, así me parece. . . Pero esto ha de ser con una condición . . .

 —¿Cuál será?

—Que debe Ud. renunciar a esa sociedad endemoniada, a la cual pertenece, y dejar en absoluto las ideas allí adquiridas.

—Señor, es inútil que Ud. exija esto de mí. Que yo vuelva mis pasos atrás, en el camino que he emprendido, es imposible.

 —Pero, dígame, hombre: ¿en qué consiste que cuantos hombres pertenecen a esa secta, son tan empecinados y porfiados?

—Es que hemos alcanzado una riqueza de muchísimo más valor que todas sus riquezas y su influencia.

—Cállese, hombre, y no diga disparates.

 —Disparates son las cosas de Dios para los que se pierden; pero, dígame, señor, ¿puede Ud. presentarme alguna otra cosa que sea de más valor que el cielo? Esa es mi riqueza. He encontrado el cielo, mediante la sangre de Jesucristo, que me limpió de todos mis pecados. Soy feliz, soy rico en esta posesión y no la cambiaré por cuanto oro tiene el mundo.

Encolerizado dicho señor por aquellas palabras, cubrió al señor Torregrosa de improperios e insultos tan extremos, que éste, casi perdida la paciencia, estuvo a punto de golpearle. Al ordenarle que se retirase, el señor Torregrosa le contestó

: —No quiero irme sin decirle una cosa, para que la sepa. Es necesario que Ud. entienda que siempre he llevado mis pantalones muy bien puestos, y de esto Ud. mismo es testigo. En este momento, habiéndome Ud. provocado, fácil me sería mandarle a saludar a sus abuelos, y con esto gozaría mi carne; pero doy gloria a Dios porque puedo demostrar ahora, que soy un cristiano, hijo de Dios; y Ud. no debe temer mal ninguno de mí. Allá, en la presencia de Dios, le aguardo, delante del cual dará Ud. cuenta de todo esto.—

 Diciendo lo cual, el señor Torregrosa salió.

Después, este señor, fué buen instrumento en las manos del demonio. Llamó a la esposa de don José, para decirle que había llamado a su marido para ofrecerle de nuevo su destino, con mejores condiciones, y que había rehusado, por haberse entregado a la gandulería. Que ella no debía permanecer un día más con él; que le abandonara y ellos la recogerían junto con la familia.

Como es de suponer, la señora llegó a su casa con su ánimo enardecido

. V Se empeora la situación

Imposible era para don José poder permanecer en casa. Salía, sin saber a dónde ir. Vivía en constante oración¡Cuántas veces luchó con el ángel, como Jacob! ¡Cuántas veces acudía a las reuniones un poco antes de la hora, y se juntaban dos o tres hermanos en la fe, que se encontraban en el mismo caso que él, y uno con otro partían el pan que traían en sus bolsillos!

Allí unos cuantos padres de familia, aniquilados por el hambre, arrodillados en una oscura pieza, daban gracias a Dios por aquellos mendrugos de pan y oraban por sus enemigos!

 Los engendros del mismo infierno propusiéronse acabar con aquel pequeño redil. Todos eran víctimas de una cruel persecución.

Toda la ciudad estaba unida para no arrendar casahabitación a los que asistían a los cultos evangélicos: todos los dueños de fábricas se pusieron de acuerdo para no dar trabajo a los evangélicos, acechándoles para encarcelarlos. CUARENTA AÑOS DE LUCHA 69

 ¡Las paredes de ladrillos de aquella sala de reuniones serán testigos, por muchos años, de las lágrimas que allí han sido vertidas por los hijos de Dios: desnudos, oprimidos y hambrientos!

CAPITULO IV

Un entierro y un calabozo

«El español tiene en su carácter algo de inflexible e inquebrantable como las montañas de su país, y de ardiente como el sol que abrasa sus flancos desnudos. Este carácter se pinta en su ojo de fuego, en su mirada altiva y frecuentemente dura, en sus facciones graves y apasionadas, marcadas con el sello de una voluntad de hierro, más bien, que de un alma flexible, y hasta en las líneas que se descubren y que sobresalen de su frente, cortadas como las crestas vivas y sobresalientes de una roca. El español ha sido en la religión lo que es en todo: el hombre que se decide una vez que dice: Yo quiero; la decisión es por la eternidad . LAMMENAIS.

  En aquellos días, una de las fieles hermanas de la congregación, enfermó de muerte. El pastor y buen número de hermanos cristianos rodearon el lecho de aquella hermana para confortarla. Ella moría feliz con la esperanza de otra vida mejor.

El desenlace fatal se temía de un momento a otro.

La noticia de que una evangélica estaba enferma de muerte se extendió, con la rapidez del rayo, por la ciudad. La ley ordenaba que cada municipio debía tener un cementerio laico, pero allí no habían hecho caso de la ley. ¿Y dónde sepultarían los restos de aquella hermana? Esto les tenía muy preocupados.

 Los jesuítas de levita y los de sotana, en unión del gobernador y del alcalde, formaron un complot para impedir, a todo trance, que los restos de aquella hermana fueran sepultados por los evangélicos; y al efecto, cuando supieron que ya estaba en la agonía, varios de ellos se escondieron en la casa del frente, provistos de un ataúd y en espera del momento oportuno para asaltar la casa y hurtar el cadáver. Pasaron la noche esperando el desenlace, y a las ocho de la mañana, el pastor y don José se retiraron a descansar. Quedó la enferma sin su compañía, y poco después murió.

Inmediatamente se agruparon los jesuítas y arrebataron de la cama el cadáver, ayudados por una parienta de la difunta y por las vecinas beatas. Presididos por el alcalde, formaron cortejo fúnebre y se dirigieron al cementerio católico-romano. El hijo único de aquella hermana acude corriendo y da aviso: «¡Pastor, que se llevan a mi madre!»

En pocos minutos había unos cuantos evangélicos reunidos, los que echaron a correr por la calle. Algunos amigos liberales, impuestos de lo ocurrido, se unieron a ellos en la corrida, persiguiendo el entierro. Poco después les dieron alcance. La autoridad iba a la cabeza del cortejo. El pastor les detiene y les llama ladrones. Se entabla la cuestión de palabras y manoteos. El alcalde, escudado por el sargento de policía, saca su revólver y quiere disparar contra el pastor. Los acompañantes liberales tratan de golpear al alcalde. Resultado: el pastor preso y encerrado en un calabozo.

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